miércoles, 13 de marzo de 2024

EL HIJO NOS MUESTRA AL PADRE


 Pero Jesús les dijo:
– Mi Padre no cesa de trabajar y yo también trabajo.
Por eso los judíos tenían aún más ganas de matarle, porque no solo no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre.
Jesús les dijo: Os aseguro que el Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solo hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que el Padre hace, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace; y le mostrará cosas aún más grandes, que os dejarán asombrados. Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, también el Hijo da vida a quienes quiere dársela. Y el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado a su Hijo todo el poder de juzgar, para que todos den al Hijo la misma honra que dan al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre, que lo ha enviado.
Os aseguro que quien presta atención a mis palabras y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no será condenado, pues ha pasado de la muerte a la vida. Os aseguro que viene la hora, y es ahora mismo, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán. Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha hecho que el Hijo tenga vida en sí mismo, y le ha dado autoridad para juzgar, por cuanto que es el Hijo del hombre. No os admiréis de esto, porque va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien resucitarán para tener vida, pero los que hicieron el mal resucitarán para ser condenados.
Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta. Juzgo según el Padre me ordena, y mi juicio es justo, porque no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado.

En los discursos que nos presenta el Evangelio de Juan, Jesús nos enseña quién es el Padre. Nos indica que su Palabra procede del Padre. Y nos muestra que es misericordioso y justo. Como Jesús, debemos buscar y seguir la voluntad del Padre.

"Al principio del año, y luego al principio de la Cuaresma, se suelen hacer muchos buenos propósitos… Es bueno, porque supone un reconocimiento de algo que no se está haciendo del todo bien, o una intención de recordarse a uno mismo el buen camino, o de unirse a todo el Pueblo de Dios en un caminar colectivo de búsqueda de lo santo. Pero también a menudo vemos que, a mitad de camino, hemos fallado, o hemos encontrado alguna excusa para no seguir el plan. No hemos tenido “fuerza de voluntad”… Quizá porque pensábamos que la voluntad era la nuestra. Y, ya se sabe, “la carne es débil”. Y bueno, ¿qué quieres que te diga? Al fin y al cabo, soy humano. Todo cierto, ciertísimo. Pero quizá habría que cambiar el énfasis de la propia voluntad, que no tiene fuerza suficiente, que es débil, a la voluntad de Dios, que nunca está falta de fuerza. No busco mi voluntad, dijo Jesús, sino la del que me envió. Y, ¿cuál es tal voluntad?
La voluntad de Dios es una voluntad de misericordia: decir a los muertos que salgan de sus tumbas, a los prisioneros que rompan sus cadenas, a los que andan en la oscuridad que vengan a la luz. Los que están en las tumbas, oirán su voz y los que escuchen, vivirán. La voluntad de Dios es de vida. Pero ahí sí que nos perdemos: si no soy capaz de ayunar, ¿cómo voy a poder romper cadenas, sacar a muertos de tumbas? Terriblemente imposible y podría ser descorazonador.
Solo que hay pequeñas muertes diarias causadas por la injusticia de una mala palabra, de un rechazo, de un enojo continuado, de un atentado contra la dignidad de otra persona; hay pequeñas cadenas de adicciones personales y de las personas de nuestro alrededor, de malos hábitos, de falta de honradez. Y voluntad de Dios serán los pequeños actos que puedan dar algo de vida, que puedan romper alguno de esos hábitos. Para quienes ofenden y prenden en redes de resentimiento y juicios duro, los actos de misericordia y de perdón podrán ir sacándolos de las tinieblas y dando luz.
Mi propia voluntad puede querer inclinarme a mi gusto, a mi comodidad, y a mi enrocamiento en lo que creo que se me debe. Unirse a Cristo será poder decir, como Él: no busco mi voluntad, sino la del que me envió. La voluntad de quienes, por el Bautismo, fueron enviados como  seguidores de Jesús a dar vida, libertad, dignidad, luz. “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”. Y todos los discípulos trabajan también en esta gran esperanza y alegría."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda) 

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