En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?" Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra." E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor." Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más."
¿No os habéis preguntado al leer este texto dónde está el hombre? En aquella sociedad sólo se condenaba a la mujer. A ella se la consideraba culpable. Jesús le salva la vida y la perdona. Lo mismo que habría hecho con el hombre; porque para Él no hay diferencia entre hombre y mujer. Por eso, a diferencia de los profetas, admitía a las mujeres como discípulas. Hemos avanzado mucho en la igualdad de género, pero todavía nos queda mucho por hacer.
"“Aquel que salva una vida, salva al mundo entero” dice el Talmud, el libro sagrado de la religión judía. Pareciera que Jesús, empeñado en darle plenitud a la ley, se aferra a esta idea: la de salvar más allá de condenar. Ante la pregunta de los maestros de la ley respecto del adulterio, no se apresura a responder, consciente de que está en riesgo la vida de una mujer reducida a “objeto de impureza” por parte de una sociedad patriarcal machista. Jesús se abaja al nivel del suelo, donde se encuentra colocada en ese momento la dignidad de un ser humano. En contacto visual y emocional con la mujer, reflexiona y seguramente ora, pensando cómo ayudarla frente a tantas personas que la quieren ver muerta. La respuesta de Jesús apela a la verdad del proyecto de Dios, que no ha venido a condenar sino a recuperar la vida maltratada. Jesús nos recuerda que Dios no quiere un mundo de víctimas y victimarios, sino de vidas liberadas del egoísmo y la maldad." (Koinonía)
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