sábado, 18 de marzo de 2023

RECONOCER NUESTROS ERRORES

 


En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: "Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido."

La verdadera humildad es saberse aceptar tal cual uno es. Reconocer nuestras faltas sin compararnos con los demás. Y sobre todo estar seguros, confiados en la ayuda y el perdón de Dios. Por eso el publicano llegó a casa justificado. Nadie es perfecto y todos cometemos errores. La diferencia está en saberlos reconocer o no. Si reconocemos nuestros errores no juzgaremos a los demás.

"La humildad es una virtud que engrandece a quien la encarna porque le brinda la posibilidad de salirse del centro, dejando la auto-referencialidad, permitiendo a Dios actuar con su gracia. Mirar la propia vida y reconocer que no siempre todo va tan bien como uno quisiera, entrando en contacto con la finitud y la fragilidad humana, es un camino de autoaceptación no fácil de recorrer. Uno de los mayores retos está en no autoengañarnos enfrentándonos a nuestra verdad aunque duela. La Cuaresma es un tiempo oportuno para revisar si nos estamos dejando atrapar por el ego que fomenta la autosuficiencia, la arrogancia y el orgullo. Como nos enseña la espiritualidad liberadora, se trata de cargar con la realidad y dejarnos cargar por ella para vivir procesos humanizadores. Nos ha de devolver la esperanza saber que Dios va obrando silenciosamente en la historia, aun y a pesar de nuestros desaciertos. Qué nuestra oración no sea para intimismos o descalificaciones, sino la fuerza o impulso para nuestras entregas cotidianas." (Koinonía)

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