sábado, 11 de marzo de 2023

UN PADRE BUENO QUE NOS ESPERA

 


En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos." Jesús les dijo esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros."
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.""

La parábola del Padre Bueno (o del Hijo pródigo) la hemos leído y escuchado tantas veces, que corremos el peligro de pasar superficialmente sobre ella. Olvidamos que todos somos pecadores y debemos volver a la casa del Padre. Y olvidamos que Él está siempre esperándonos para abrazarnos. Y también somos el hijo mayor y nos creemos con derechos por considerarnos buenos cristianos. Pedir perdón y saber perdonar. Volver a la casa del Padre y alegrarnos cuando otros vuelven. Y sobre todo, convencernos de que Él siempre nos está esperando.

"Ambos hijos en la parábola se mueven en el terreno de la libertad. Sus proyectos de vida parecen muy diferentes, con experiencias que los terminan separando. En la búsqueda de nuevos horizontes, el hijo menor incurriré en grandes excesos y llega a experimentar el fracaso y el arrepentimiento. El mayor, elige la permanencia y la estabilidad. Está orgulloso de haber sido obediente a los mandatos de su Padre. Se siente merecedor de reconocimiento. Su posición lo vuelve incomprensivo e inclemente con el el hermano menor. El Padre, con actitudes más bien maternas, no se cansa de amar respetando la libertad de sus dos hijos. El amor que gesta la vida es capaz de esperar, abrazar, sostener, celebrar. Quien ama de verdad reconoce que toda vida es valiosa, única, y necesita ser acompañada con ternura. Pide en tu oración por aquellas personas a quienes te cuesta tolerar y perdonar." (Koinonía)

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