En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas."
El otro día decíamos que debemos convertir nuestra vida en una oración. Hoy Jesús nos dice que pidamos, que busquemos y que llamemos. Orar con el corazón, con los ojos y con las manos. Orar sintiendo en nuestro interior la presencia de Dios. Orar sabiéndolo ver en todo. Orar actuando como Jesús actuaría.
"La cultura individualista imperante nos ha ido transmitiendo que lo primero y más importante somos nosotros y la satisfacción de nuestras necesidades, gustos y deseos fundando esta premisa en que nos merecemos, por derecho, todo lo bueno sin que importe lo que se haga para obtenerlo. Jesús sacude este criterio, tan superficial, y nos invita a ensanchar la mirada y a romper el cascarón que nos encierra y nos impide dar valor a la vida en sí misma. No todo lo que anhelamos o deseamos es puerta segura a la felicidad. La providencia de Dios hoy se enfrenta al egoísmo exacerbado de muchos que acaparan para sí lo que ha sido creado para todos. Por ello Jesús continúa su catequesis de oración llamándonos a una vida dispuesta al buen trato y al compartir con generosidad. Demuestra tu confianza en la providencia de Dios poniendo un límite a tu ego y comparte tus bendiciones. ¡La vida te recompensará en cada acto de bondad!" (Koinonía)
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