La gente le preguntaba:
– ¿Qué debemos hacer?
Y Juan les contestaba:
– El que tiene dos vestidos dé uno al que no tiene ninguno, y el que tiene comida compártala con el que no la tiene.
Se acercaron también para ser bautizados algunos de los que cobraban impuestos para Roma, y preguntaron a Juan:
– Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?
– No cobréis más de lo que está ordenado – les dijo Juan.
También algunos soldados le preguntaron:
– Y nosotros, ¿qué debemos hacer?
Les contestó:
– No quitéis nada a nadie con amenazas o falsas acusaciones. Y conformaos con vuestra paga.
La gente se encontraba en gran expectación y se preguntaba si tal vez Juan sería el Mesías. Pero Juan les dijo a todos: “Yo, ciertamente, os bautizo con agua; pero viene uno que os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco desatar la correa de sus sandalias. Trae la pala en la mano para limpiar el trigo y separarlo de la paja. Guardará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará.”
De este modo y con otros muchos consejos anunciaba Juan la buena noticia a la gente.
Le preguntan a Juan Bautista qué deben hacer. Les responde que sean justos. Que no cobren de más, que no abusen del poder, que compartan.
Si hoy lo preguntamos, nos responderá lo mismo. Que seamos fraternos, que compartamos, que no abusemos de los otros.
Hoy es el domingo Gaudete (Alegraos). Si seguimos los consejos de Juan, experimentaremos la alegría de compartir, de ser justos, de considerarnos todos hermanos. Es así que podremos recibir a Jesús, hacer que nazca en nuestro corazón.
"Ya queda menos. Se aproxima la Navidad. Empezamos la tercera semana de Adviento. Es el domingo “Gaudete”, “Alegraos”. Las lecturas nos lo repiten, para que no se nos olvide. Que somos dados a la tristeza, sobre todo en invierno.La semana pasada el Bautista hablaba en general del arrepentimiento por los pecados y la conversión a una nueva vida. Sin dar instrucciones precisas, sólo en general. Hoy la cosa se concreta más. Vamos a ello. (...)
Lo primero que pide el Bautista es relativizar los bienes materiales. Para que Dios entre en nuestra vida, debemos hacerle sitio. Sabemos que lo material es importante, pero hay que ponerlos en su lugar.Me parece importante recordar una cita del Catecismo de la Iglesia Católica, concretamente, el número 2446: San Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: “No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida; […] lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos” (In Lazarum, concio 2, 6). Es preciso “satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia” (AA 8): «Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia» (San Gregorio Magno, Regula pastoralis, 3, 21, 45).
Es una buena forma de revisar los “pecados de omisión”. Si alguien pasa necesidad cerca de mí, y yo miro para otra parte, no hago el bien que debo hacer. Puede ser un buen propósito para este Adviento, repartiendo “mis túnicas”, intentando hacer el bien que, en otras ocasiones, he dejado de hacer.
Lo segundo a lo que apunta el Bautista, en su exhortación a la orilla del Jordán es a la forma de cumplir con nuestras obligaciones. A los publicanos y a los soldados no les dice que se vayan al desierto, o que adopten la vida monástica o sacerdotal. Les dice que pueden realizar su trabajo de otra manera, con más responsabilidad, y siendo justos. Es un consejo que nos viene bien también en nuestro camino de Adviento.
Todo lo que hacemos, ya sea en casa, en la oficina, en la escuela o en la universidad, se puede llevar a cabo de muchas maneras. Lo mínimo que se nos puede pedir es que lo hagamos con responsabilidad – nuestra obligación como individuos – pero, como cristianos, se nos puede pedir algo más. Cosas que no se incluyen en el contrato, como la sonrisa, la amabilidad, la empatía… Para poder recibir al Niño Dios que viene, estar atentos a los hermanos es la mejor manera.
Nos avisa también Juan del peligro del abuso de poder, de aprovecharnos de una posición de fuerza. Puede ser una posición de superioridad provocada por la diferencia en la escala social, en la educación, puede ser por la jerarquía en el trabajo… No tenemos espadas como los soldados, pero, a veces, las palabras “matan”. Para que Cristo entre en nuestra vida, debemos ser de maneras y formas suaves, como fue el mismo Jesús.
En definitiva, hay que cambiar algo en nuestras vidas – y es preciso rezar mucho – para que dejemos de imponer nuestros puntos de vista, dejemos de estar tranquilos con lo que hacemos, y permitamos a Cristo entrar en nuestras vidas. Eso que nos da miedo, porque nos exige cambiar lo que no va bien. No siempre lo vemos como un motivo para la alegría. Pero para eso Él viene a nosotros. Cada uno debiera escuchar la llamada concreta que este año le dirige a él el Señor. Deja entrar al Evangelio y a Cristo en tu vida: Él viene, y no tardará. Ésta es la gran noticia. Y hazlo con alegría. Siempre."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)
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