domingo, 10 de agosto de 2025

¿ESTAMOS A PUNTO?

 

No tengáis miedo, pequeño rebaño, que el Padre, en su bondad, ha decidido daros el reino. Vended lo que tenéis y dad a los necesitados; procuraos bolsas que no envejezcan, riquezas sin fin en el cielo, donde el ladrón no puede entrar ni la polilla destruye. Pues donde esté vuestra riqueza, allí estará también vuestro corazón.
Estad preparados y mantened vuestras lámparas encendidas. Sed como criados que esperan que su amo regrese de una boda, para abrirle la puerta tan pronto como llegue y llame. ¡Dichosos los criados a quienes su amo, al llegar, encuentre despiertos! Os aseguro que los hará sentar a la mesa y se dispondrá a servirles la comida. Dichosos ellos, si los encuentra despiertos aunque llegue a medianoche o de madrugada. Y pensad que si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría que se la abrieran para robarle. Estad también vosotros preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperéis.
– Señor, ¿has contado esta parábola sólo para nosotros, o para todos?
Dijo el Señor: ¿Quién es el mayordomo fiel y atento, a quien su amo deja al cargo de la servidumbre para repartirles la comida a su debido tiempo? ¡Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, encuentra cumpliendo con su deber! De verdad os digo que el amo le pondrá al cargo de todos sus bienes. Pero si ese criado, pensando que su amo va a tardar en volver, comienza a maltratar a los demás criados y a las criadas, y se pone a comer, beber y emborracharse, el día que menos lo espera y a una hora que no sabe llegará su amo y lo castigará. Le condenará a correr la misma suerte que los infieles.
El criado que sabe lo que quiere su amo, pero no está preparado ni le obedece, será castigado con muchos golpes. Pero el criado que por ignorancia hace cosas que merecen castigo, será castigado con menos golpes. A quien mucho se le da, también se le pedirá mucho; a quien mucho se le confía, se le exigirá mucho más.

" (...) Estar preparado significa tener bien dispuestas las cuentas espirituales. Sabemos que las cuentas corrientes no significan nada para Dios. Lo verdaderamente importante es cómo somos, no lo que tenemos. Y ahí, jóvenes y mayores, laicos y religiosos, podemos elegir. Podemos conformarnos, pararnos en lo que somos, y no ir más allá, o podemos intentar, en el día a día, ser algo mejores. Una sonrisa al saludar a la familia, no gritar en el trabajo, comprensión hacia los demás, pensarlo dos veces antes de enfadarnos, revisar nuestra generosidad y nuestro compartir, ver cómo está nuestra relación con Dios, la frecuencia en la recepción de los sacramentos, sobre todo Eucaristía y Reconciliación…
Pedro, que era un poco así, pregunta a Jesús que si lo que ha dicho lo dice por ellos, por los discípulos, o por todos. Seguro que se quedó algo escamado. Pero Pedro escuchaba a Jesús, aunque muchas veces no le entendiera. Nosotros también hemos escuchado las palabras de Jesús. Podemos pensar que no van con nosotros, o podemos empezar, hoy mismo, a ser más santos. Y ser más santo significa estar más cerca de Dios, y, por lo tanto, ser más felices.
La imagen del castigo severo con que concluye el pasaje refleja la situación histórica de los tiempos de Jesús, cuando era corriente castigar severamente y a veces con crueldad al siervo que no cumplía con su deber. Los responsables del bien común se han desviado, han hecho mal uso de su poder. Hoy sabemos que el Señor no castiga a nadie; por eso la imagen quiere solamente subrayar cuán despreciable es el comportamiento de estos guías de comunidades, de estos líderes que, teniendo todo a su favor, habiendo conocido mejor que los otros la voluntad del Señor, se comportan de manera miserable. Su responsabilidad es mayor.
Nosotros también tenemos una responsabilidad, Sabemos el camino. No hay que hacer grandes cosas. Basta con dar un pasito para empezar. Y los ejemplo de Cristo y de los santos nos iluminan. Y María, la Madre, intercede por nosotros. No nos olvidemos de que no sabemos el día ni la hora. Mañana puede ser tarde. Donde esté nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón. ¿Dónde está el tuyo? ¿Querremos ponernos en marcha, cambiar algo en nuestra vida, si es necesario?"
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 9 de agosto de 2025

PERMANECER DESPIERTOS

 


El reino de los cielos podrá entonces compararse a diez muchachas que, en una boda, tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no tomaron aceite de repuesto; en cambio, las previsoras llevaron frascos de aceite además de las lámparas. Como el novio tardaba en llegar, les entró sueño a todas y se durmieron. Cerca de medianoche se oyó gritar: ‘¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirle!’ Entonces todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dadnos un poco de vuestro aceite, porque nuestras lámparas van a apagarse.’ Pero las muchachas previsoras contestaron: ‘No, porque entonces no alcanzará para nosotras ni para vosotras. Más vale que vayáis a donde lo venden y compréis para vosotras mismas.’ Pero mientras las cinco muchachas iban a comprar el aceite, llegó el novio; y las que habían sido previsoras entraron con él a la fiesta de la boda, y se cerró la puerta. Llegaron después las otras muchachas, diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’ Pero él les contestó: ‘Os aseguro que no sé quiénes sois.’
Permaneced despiertos – añadió Jesús –, porque no sabéis el día ni la hora.

Jesús nos invita a estar preparados, despiertos. Hemos de ser luz para los demás, por eso debemos tener aceite. Estar despiertos es estar al servicio de los otros. Estar atentos a sus necesidades. Iluminarlos con la luz del Amor. Pero no podremos hacerlo si no tenemos aceite. Si nuestra vida espiritual no está alimentada por la oración y la meditación. No podemos dar lo que no tenemos. Si no tenemos a Jesús en nuestro corazón no podremos compartirlo, anunciarlo...

"Hoy celebramos la fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Es patrona de Europa pero es una santa que nos puede iluminar el camino a todos los que transitamos por esta vida, a veces tan complicada.
Teresa Benedicta, así llamada cuando se hizo monja carmelita de clausura, se llamaba Edith Stein. Nació a finales del siglo XIX en el seno de una familia judía en Breslau, entonces ciudad de Prusia, hoy perteneciente a Polonia. Educada como judía, pasó por el ateísmo. Se centró en sus estudios de filosofía. Fue la primera mujer en presentar su tesis doctoral en la Alemania de aquel tiempo. Pero lo más importante no son sus logros académicos, que fueron muchos, sino que fue una buscadora incansable de la verdad, siempre teniendo presente el valor de las personas más allá de su raza u orígenes.
Después de un proceso personal largo y riguroso, terminó bautizándose como católica y ejerciendo como laica activa en la formación de profesores y maestros católicos. Cuando llegan los nazis al gobierno de Alemania y le prohíben enseñar por sus orígenes judíos, decide ingresar en un monasterio carmelita de clausura. Hasta allí llega la policía política del régimen nazi. Es detenida y trasladada a un campo de concentración donde es gaseada junto con muchos otros. Asumió así el destino de tantos otros y entregó su vida en aquella locura de exterminio que fueron los campos de concentración nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Dos cosas nos pueden hacer pensar ante esta figura. La primera es que fue una mujer que no cejó en su búsqueda de la verdad. Pero no buscaba una verdad abstracta que le sirviese para escribir un libro. Buscaba la verdad que ilumina la vida de la persona, que da sentido a sus quehaceres. La encontró en el Evangelio. Y la segunda es que fue consecuente con esa búsqueda de la verdad. Y consecuente hasta el fin. Cuando encontró la fe, nada se le hizo imposible, como dice Jesús en el Evangelio de hoy."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 8 de agosto de 2025

CARGAR LA CRUZ

 

Luego Jesús dijo a sus discípulos:
– El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía, la recobrará. ¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? ¿O cuánto podrá pagar el hombre por su vida? El Hijo del hombre va a venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno conforme a sus hechos. Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin haber visto al Hijo del hombre venir como rey.

Jesús lo que nos pide es que nos entreguemos. Que vivamos para los demás. Esto es ganar la vida. Mirarnos a nosotros mismos, centrarnos en nuestro provecho, el egoísmo, es perder la vida. Aunque creamos que esto nos hace más poderosos.

"De entrada, la lectura de estas palabras de Jesús en el texto evangélico de hoy nos hacen sentirnos un poco mal. Podríamos incluso llegar a pensar, si nos lo permitiésemos, que Jesús se ha puesto un poco borde, demasiado exigente: para seguirle, para estar con él, hay que negarse a uno mismo. Es como si dijese que yo tengo que desaparecer, anularme, dejar de ser quien soy. Para ser sincero, me cuesta aceptarlo. De entrada.
Pero vamos a pensar un poco con sentido común. La verdad es que en la historia y en torno a nosotros, nos encontramos con personas tan obsesionadas con sus egos, tan centradas en buscar su seguridad en la salud, en las riquezas, en el dominio sobre los demás, que, al final, terminan arruinando su vida y encontrándose más solos que la una. Es lo que tiene ponerse uno en el centro del universo y mirarse continuamente al ombligo. Los demás pasan a ser satélites de los que me sirvo cuando y en la medida en que me hacen falta, en que me sirven. Lo que suele suceder es que esos otros o bien se enfadan y se niegan a tener relación conmigo o bien se sitúan en un posición tan inferior que en realidad no puede llegar a tener una relación de tú a tú con ellos, una relación humana, una relación gratificante.
La verdad es si hago eso que he explicado en el párrafo anterior, me voy a quedar solo. Y me voy a perder lo mejor de la vida: la relación con los demás, el cariño, el encuentro fraterno, todo eso que es lo verdaderamente valioso en la vida. Claro que para poder establecer una relación de ese tipo, lo primero es renunciar a ser el centro del universo. O, dicho en palabras de Jesús, lo primero es negarme a mí mismo, tomar mi cruz y empezar a caminar con mis hermanos no para servirme de ellos sino como un hermano más. Ahí sí que voy a ganar mi vida, voy a ganar lo que hace que la vida sea verdaderamente valiosa: la amistad, el cariño, el amor. Todo eso que es el Reino del que tanto nos habla Jesús.
En esta perspectiva, se nos hace que Jesús no es demasiado exigente. Simplemente, habla con mucho sentido común. Porque, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?"
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 7 de agosto de 2025

¿QUIÉN ES JESÚS PARA NOSOTROS?

  


Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo preguntó a sus discípulos:
– ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
– Unos dicen que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que Jeremías o algún profeta.
– Y vosotros, ¿quién decís que soy? - les preguntó.
Simón Pedro le respondió:
– Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.
Entonces Jesús le dijo:
– Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre te ha revelado esto, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi iglesia; y el poder de la muerte no la vencerá. Te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en este mundo, también quedará atado en el cielo; y lo que desates en este mundo, también quedará desatado en el cielo.
Luego Jesús ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
A partir de entonces, Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley le harían sufrir mucho. Les dijo que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría. Entonces Pedro le llevó aparte y comenzó a reprenderle, diciendo:
– ¡Dios no lo quiera, Señor! ¡Eso no te puede pasar!
Pero Jesús se volvió y dijo a Pedro:
– ¡Apártate de mí, Satanás, pues me pones en peligro de caer! ¡Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres!


¿Quién es Jesús para nosotros? No se trata de responder con respuestas teológicas. Ni siquiera del catecismo. Jesús nos pregunta quién es de verdad, en nuestro corazón, en nuestra vida. Y esto no se responde con palabras, sino cómo vivimos. Ser cristiano es seguir a Jesús. Es vivir como Jesús. ¿Nuestra vida es plenamente evangélica? Seguramente, como Pedro, nos daremos cuenta de que no acabamos de saber realmente quién es Jesús. 
 
"El orden las lecturas diarias y el orden las lecturas de las fiestas a veces que a veces la historia que narran los evangelios no vaya precisamente en orden. Hoy toca el relato de que lo que se ha dado en llamar la confesión de Cesarea de Filipo. Y ayer fue la fiesta de la Transfiguración. Pero en los evangelios el orden es precisamente el contrario: primero la confesión y luego la Transfiguración. Así que cambiemos el orden mental. No ha sucedido la Transfiguración y Jesús pregunta a sus discípulos “quién dice la gente que soy yo”. Como recibe una respuesta muy variada, les hace una pregunta mucho más directa: “Vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.
Hemos leído la respuesta de Pedro, siempre valiente, lanzado, animoso, un poco el jefecillo del grupo de los discípulos. Su respuesta no deja lugar a dudas. Está seguro de que estar con Jesús es estar en el buen camino. Jesús es el Mesías esperado.
Pero la verdad es que de esta lectura la mayor parte de las veces nos hemos terminado fijando en la segunda parte. La que demuestra que Pedro no había entendido bien lo que era ser el Mesías, sus consecuencias. Y la respuesta, un poco brusca, de Jesús.
Voy a romper una lanza por Pedro, y un poco también por todos nosotros. Es verdad que Pedro no había comprendido bien a Jesús. Posiblemente cuando dijo que Jesús era el Mesías no quería decir lo mismo que Jesús tenía claro que era su camino. Pero, ¿cómo le podemos pedir que entendiese bien lo que era Jesús? Nosotros mismos, años y siglos después, tampoco lo entendemos bien en nuestra vida –por mucho que hayamos estudiado muchos libros de teología y hayamos leído muchas veces los evangelios–. Lo mejor de esto que es que Jesús no rechazó a Pedro. Tuvo paciencia, infinita paciencia con él. La misma que tiene con nosotros. La misma que nosotros deberíamos tener con los que nos rodean."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 6 de agosto de 2025

JESÚS TRANSFIGURADO

 


Jesús subió a un monte a orar, acompañado de Pedro, Santiago y Juan. Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus ropas se volvieron muy blancas y brillantes. Y aparecieron dos hombres conversando con él: eran Moisés y Elías, que estaban rodeados de un resplandor glorioso y hablaban de la partida de Jesús de este mundo , que iba a tener lugar en Jerusalén. Aunque Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, permanecieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Cuando aquellos hombres se separaban ya de Jesús, Pedro le dijo:
– Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Pero Pedro no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los envolvió en sombra; y al verse dentro de la nube, tuvieron miedo. Entonces de la nube salió una voz que dijo: “Este es mi Hijo, mi elegido. Escuchadle.”
Después que calló la voz, vieron que Jesús estaba solo. Ellos guardaron esto en secreto, y por entonces no contaron a nadie lo que habían visto.

Jesús no se nos transfigura como a Pedro, Santiago y Juan. O eso creemos. En realidad nos faltan momentos de paz, de silencio, de "montaña", para poder meditar con profundidad. Esos momentos de oración en los que sentimos a Jesús más presente que nunca, son auténticas transfiguraciones. Es ahí donde tomamos fuerza para entregarnos de verdad en nuestra vida de cada día. Los apóstoles lo guardaron en secreto. Nosotros no debemos vanagloriarnos de nuestros momentos de meditación profunda. Pero sí transmitir a los demás, lo que hemos descubierto en esos momentos. Es allí donde encontraremos la fuerza para nuestra entrega.

"Esta historia de la Transfiguración, la fiesta que hoy celebramos, marca un punto importante en la relación entre Jesús y sus amigos más cercanos. Es un punto importante pero no definitivo, como se verá más adelante, cuando llegan los momentos más difíciles de verdad. Basta recordar que al momento de la pasión Pedro niega tres veces conocer a Jesús y los demás discípulos salen corriendo asustados y atemorizados.
Pero es un momento importante porque en la vida pública de Jesús ha habido muchos cambios. De aquella primavera de Galilea en que eran multitudes los que seguían a Jesús ya queda poco. Las multitudes se han quedado en unos pocos. Es la consecuencia del enfrentamiento de Jesús con las autoridades religiosas de su tiempo. Cunde el desánimo entre las filas de sus más allegados. Quizá piensan en sus adentros que no ha valido la pena dejar su vida ordinaria para seguir a Jesús. Quizás…
Precisamente en ese momento colocan los evangelistas esta historia de la Transfiguración. Con sus más amigos, con los más cercanos, Jesús hace un aparte. Se da un paseo hasta lo alto de una montaña. Allí tienen tiempo para charlar tranquilos. Desde lo alto de la montaña, las cosas se ven de otra manera. Surge la confidencia tranquila. Se abre el corazón con más facilidad. La comunicación es más sencilla. Escuchamos con más atención porque no hay ruido que distraiga. Se comprende mejor al otro. Ahí se les hizo más claro a Pedro, Santiago y Juan quién era Jesús. Y cuánto valía la pena seguir con él. Pasase lo que pasase luego. Lo que ven, lo que sienten, lo que experimentan, les ha llegado tan adentro que no les resulta fácil decírselo a los demás. Pero saben que tiene sentido haberlo dejado todo para irse con Jesús.
Quizá a nosotros nos haga falta también de vez en cuando un rato de subir a la montaña, de charlar con tranquilidad, de escuchar al Otro, de dejar que su Palabra nos llegue al corazón. Y luego volver al camino con fuerzas renovadas. Al menos, debemos ser conscientes de nuestra debilidad, por un tiempo."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 5 de agosto de 2025

NOS FALTA CONFIANZA

 

Después de esto, Jesús hizo subir a sus discípulos a la barca, para que llegasen antes que él a la otra orilla del lago, mientras él despedía a la gente. Cuando ya la hubo despedido, subió Jesús al monte para orar a solas, y al llegar la noche aún seguía allí él solo. Entre tanto, la barca se había alejado mucho de tierra firme y era azotada por las olas, porque tenía el viento en contra. De madrugada, Jesús fue hacia ellos andando sobre el agua. Los discípulos, al verle andar sobre el agua, se asustaron y gritaron llenos de miedo:
– ¡Es un fantasma!
Pero Jesús les habló, diciéndoles:
– ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le respondió:
–Señor, si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua.
– Ven – dijo Jesús.
Bajó Pedro de la barca y comenzó a andar sobre el agua en dirección a Jesús, pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, gritó:
– ¡Sálvame, Señor!
Al momento, Jesús le tomó de la mano y le dijo:
– ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, se calmó el viento.
Entonces los que estaban en la barca se pusieron de rodillas delante de Jesús y dijeron:
– ¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!
Atravesaron el lago y llegaron a tierra, en Genesaret. La gente del lugar reconoció a Jesús, y la noticia se extendió por toda aquella región. Le llevaban los enfermos y le rogaban que les dejara tocar siquiera el borde de su capa. Y todos los que la tocaban quedaban sanados.


Nuestra sociedad esta inmersa en una tempestad. Tenemos miedo. Unas veces creemos que Jesús duerme. Otras, como en el evangelio de hoy, no sabemos reconocerlo cuando se acerca andando sobre la tormenta. Él está sobre el mal y puede hacerlo desaparecer. Nos llama, para que también, dominemos el mal. Pero nos falta confianza, nos falta Fe. Él siempre nos dará la mano y nos salvará.

"La clave está en confiar. Cuando nos movemos con la desconfianza como clave de nuestra vida, todo se nos convierte en una amenaza, todo nos hace sentirnos inseguros. El miedo viene a ser el sentimiento más habitual. El otro es posible que nos tienda la mano para saludarnos pero siempre nos quedará la duda de si, al llegar a nosotros, no la cerrará para darnos un puñetazo. Sin confianza no hay vida ni desarrollo. Cuando nacemos somos totalmente vulnerables y confiamos instintivamente en nuestros padres. Pero cuando esa confianza se rompe y se transforma en desconfianza, es como si las nubes de una tormenta amenazasen continuamente nuestra existencia.
En la iglesia hablamos mucho de la fe en Dios. Pero se nos olvida que la confianza es la actitud radical que nos permite vivir. Nos fiamos de los que nos rodean, sobre todo de los más cercanos. Nos fiamos de la comida que nos dan. Nos fiamos del arquitecto que diseñó el edificio en que vivimos y de los obreros que los construyeron. Nos fiamos de que los otros coches van a respetar las normas de tráfico. Nos fiamos de que el dueño de la tienda nos vende realmente lo que nos ofrece y no nos está defraudando. Nos fiamos del amigo a quien le contamos una confidencia y creemos que no lo va a ir diciendo por ahí. Nos fiamos de que el que dice que nos quiere es que nos quiere de verdad. La fe no se dirige solo a Dios sino que es actitud básica de la vida humana. Casi podríamos decir que sin ella no hay vida posible.
Quizá no seamos capaces de salir de la barca como Pedro y andar unos pasos sobre las aguas. Pero nuestra vida también se construye sobre la fe y la confianza. Y sin ella, no hay posibilidad de vivir ni de experimentar el amor. El Reino se apoya en la confianza mutua y en la confianza en Dios. Porque solo sobre la confianza se puede construir la fraternidad. Eso no hará desaparecer las dudas, como las de Pedro, pero nos ayudará a seguir caminando. Porque nos fiamos de Dios."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 4 de agosto de 2025

DADLES VOSOTROS DE COMER


 
Cuando Jesús recibió aquella noticia, se fue de allí, él solo, en una barca, a un lugar apartado. Pero la gente, al saberlo, salió de los pueblos para seguirle por tierra. Al bajar Jesús de la barca, viendo a la multitud, sintió compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos. Como se hacía de noche, los discípulos se acercaron a él y le dijeron:
Ya es tarde y este es un lugar solitario. Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y se compren comida.
Jesús les contestó:
– No es necesario que vayan. Dadles vosotros de comer.
Respondieron:
– No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.
Jesús les dijo:
– Traédmelos.
Mandó entonces a la multitud que se recostara sobre la hierba. Luego tomó en sus manos los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, dio gracias a Dios, partió los panes, se los dio a los discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía llenaron doce canastas con los trozos sobrantes. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Cada vez que, en la Comunidad, bendecimos la mesa antes de comer y el encargado de turno dice." ...y da pan a los que no tienen", resuena en mi interior el evangelio de hoy: "dadles vosotros de comer". ¿De verdad somos conscientes de que TODOS somos culpables del hambre en el mundo? Ante las imágenes que nos llegan de Gaza todos nos horrorizamos. Pero, ¿qué hacemos para solucionar el problema? La sociedad ataca a los inmigrantes que, en definitiva, lo que buscan es una vida mejor. Huyen muchos de ellos del hambre. 
Si nos consideramos discípulos de Jesús, debemos luchar para erradicar la pobreza del mundo. El apoyo de Jesús no nos faltará y recogeremos doce canastas con las sobras.

"Empatizar, curar, dar de comer, bendecir. Así podríamos resumir el texto evangélico de hoy. Si durante los días de la semana anterior, Jesús hablaba en parábolas y explicaba así lo que era el reino que anunciaba, si el evangelista traía a cuento el sábado pasado la historia de la muerte/asesinato de Juan el Bautista a manos de Herodes, que nos servía para entender mejor por contraste lo que es el reino, ahora Jesús hace vida lo que es el reino. Y lo podemos comprender en esos cuatro verbos o acciones.
Lo primero es empatizar. El texto dice que Jesús sintió lástima de los que se acercaban a él. Eso y no otra cosa es empatizar por mucho que en la actualidad eso de “sentir lástima” nos parezca oprobioso. Empatizar es ponerse en el lugar del otro para comprender lo que siente o piensa, lo que experimenta. Los ingleses dicen que es ponerse en los zapatos del otro. Jesús era capaz de empatizar con los que le rodeaban. Hacía suyos sus alegrías y sus dolores. Y actuaba en consecuencia.
Lo segundo es curar. Eso es cuidar, atender a la persona en sus necesidades. No basta solo con la empatía. Luego, en la medida de nuestras posibilidades y recursos, tenemos que hacer algo. Jesús curó a los enfermos. Quizá nosotros no podemos curar pero podemos escuchar, atender, echar una mano, ayudar…
Lo tercero es dar de comer. Alimentar es cuidar la vida porque el alimento es la necesidad básica que hay que cubrir para mantenerse en vida. En realidad, es otra consecuencia del primer verbo. El que empatiza y se hace consciente de las necesidades ajenas, descubre esa necesidad básica que es el dar de comer al que pasa hambre. Y en nuestro mundo to-davía hay mucha hambre.
Y la última acción es bendecir. Bendecir y no maldecir. Mucho menos condenar. Bendecir lo podemos hacer todos. No es exclusivo de los sacerdotes. Si bendijésemos más y maldijésemos menos, este mundo iría mejor. Y el reino estaría más presente entre nosotros."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 3 de agosto de 2025

TENER NO ES LOS MÁS IMPORTANTE

 


Uno de entre la gente dijo a Jesús:
– Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
Jesús le contestó:
– Amigo, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
También dijo:
– Guardaos de toda avaricia, porque la vida no depende del poseer muchas cosas.
Entonces les contó esta parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar: ‘¿Qué haré? ¡No tengo donde guardar mi cosecha!’ Y se dijo: ‘Ya sé qué voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes en los que guardar toda mi cosecha y mis bienes. Luego me diré: Amigo, ya tienes muchos bienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y goza de la vida.’ Pero Dios le dijo: ‘Necio, vas a morir esta misma noche: ¿para quién será lo que tienes guardado?’ Eso le pasa al hombre que acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico delante de Dios.”

Lo importante no es lo que tenemos, lo que acumulamos. Lo importante es lo que compartimos, lo que damos. Esto es lo que nos hace ricos ante Dios.

" (...) Es sabiduría y virtud no apegar el corazón a los bienes de este mundo, porque todo pasa, todo puede terminar bruscamente. Para los cristianos, el verdadero tesoro que debemos buscar sin cesar se halla en las «cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios». Nos lo recuerda hoy san Pablo en la carta a los Colosenses, añadiendo que nuestra vida «está oculta con Cristo en Dios» (Col 3, 1-3).
En el grupo de discípulos había muchos que seguían a Jesús, pero no lo comprendían. Estaban completamente envueltos en las preocupaciones cotidianas y veían al Maestro como un buen mediador para dirimir conflictos familiares. Su deseo no era aceptar la buena nueva sino alcanzar metas personales: conseguir algún beneficio para ellos o para los suyos, como si eso fuera el objetivo último de la vida.
Porque el deseo exagerado de tener cambia nuestros corazones y nuestras almas. De hecho, este hombre rico piensa sólo en sí mismo. En sus planes, no se acuerda de su familia, o de sus vecinos. Sólo le preocupa su propio bienestar. Y es la preocupación por los otros uno de los elementos para revisar cómo va nuestro seguimiento del Maestro. Cuanto más apego al dinero o a los bienes, más problemas para ser un buen discípulo. Debemos meditar muy en serio sobre nuestra posición respecto a las riquezas y a la codicia.
La solemnidad de la Transfiguración del Señor, que celebraremos el miércoles, nos invita a dirigir la mirada «a las alturas», al cielo. En la narración evangélica de la Transfiguración en el monte, se nos da un signo premonitorio, que nos permite vislumbrar de modo fugaz el reino de los santos, donde también nosotros, al final de nuestra existencia terrena, podremos ser partícipes de la gloria de Cristo, que será completa, total y definitiva. Entonces todo el universo quedará transfigurado y se cumplirá finalmente el designio divino de la salvación.
La parábola nos enfrenta con la muerte. Muchos están preparados para presentar cuentas perfectas (saber, tener, poder). Lo malo es que es necesario dar cuenta de la vida, no de aquello que uno ha amontonado. O sea, ¿Qué has hecho de tu vida? ¿En qué las has empleado? ¿Qué orientación le has dado? Jesús, en el fondo, acusa al rico de no haber sido previsor. No ha logrado pensar más allá de la “noche”. Agranda los graneros, pero no logra ampliar los horizontes, se deja aprisionar en el horizonte terrestre, que termina con acabarlo.
Cada uno debe ver si es un insensato, o, por el contrario, pone su afán en lo verdaderamente importante. Por esto, hoy se necesita con mayor urgencia proclamar las palabras de Jesús: “la vida no está en los bienes”. La vida tiene valor en sí misma. No importa tanto lo que tenemos, como lo que somos. ¿Podemos preguntarnos si nuestro trabajo nos dignifica como personas humanas o nos convierte en esclavos con sueldo? ¿Estudiamos para formarnos o para ganar dinero? ¿Caemos en la cuenta de los criterios que nos impone la sociedad?, ¿almacenamos cosas aquí, en la tierra, o en el cielo? Cada uno debe ver si es un insensato, o, por el contrario, pone su afán en lo verdaderamente importante. Porque al final de la vida, nos examinarán del amor. Y los depósitos bancarios y las tarjetas de crédito no cuentan. (...)."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 2 de agosto de 2025

EL PRECURSOR

  


Por aquel mismo tiempo, Herodes, que gobernaba en Galilea, oyó hablar de Jesús y dijo a los que tenía a su servicio:
– Ese es Juan el Bautista. Ha resucitado, y por eso tiene poderes milagrosos.
Es que Herodes había hecho apresar a Juan, y lo había encadenado en la cárcel. Fue a causa de Herodías, esposa de su hermano Filipo, pues Juan decía a Herodes:
– No puedes tenerla por mujer.
Herodes quería matar a Juan, pero temía a la gente, porque todos tenían a Juan por profeta. En el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías salió a bailar delante de los invitados, y le gustó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle cualquier cosa que le pidiera. Ella entonces, aconsejada por su madre, le dijo:
– Dame en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
Esto entristeció al rey Herodes, pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, mandó que se la dieran. Envió, pues, a que cortaran la cabeza a Juan en la cárcel. Luego la pusieron en una bandeja y se la dieron a la muchacha, y ella se la llevó a su madre.
Más tarde llegaron los seguidores de Juan, que tomaron el cuerpo y lo enterraron. Después fueron y dieron la noticia a Jesús.
(Mt 14,1-12)

La figura de Juan Bautista es la del precursor de Jesús. Juan entrega su vida por decir la Verdad, por anunciar la llegada del Salvador. Acaba ajusticiado por Herodes. Jesús nos anuncia al Padre, la Verdad, el camino de la Salvación y entrega su vida por nosotros, para que todo se cumpla. Siguiéndole a Él, es decir, entregándonos, lograremos que el Reino se haga presente ya en este mundo.

"Quizá nos podamos preguntar a qué viene esta historia de Juan el Bautista, Herodes y Herodías dentro de los Evangelios. A mí se me hace una clarísima forma de llevarnos a una mejor comprensión de lo que es el reino. Porque en la historia vemos precisamente la realidad más opuesta al reino que anuncia a Jesús que podamos imaginar.
Hay que ponerse un poco en situación. Herodes era un tirano. Como lo eran todos los reyes y gobernadores de naciones en aquel tiempo. Podía imponer su voluntad sin ningún límite. Esto de “sin ningún límite” es lo que pensamos. Pero en realidad no es verdad. Hasta el mayor tirano del mundo tiene límites. Su poder no es absoluto porque en su ejercicio del poder se apoya en muchas personas. Y tiene siempre miedo de que le dejen de respetar, de obedecer, de ser sumisos. En definitiva, tiene miedo de que le traicionen. El tirano se siente solo en su poder. Y en su soledad se siente amenazado. Hasta el más amigo y cercano se puede convertir en un traidor. Hasta su familia le puede obligar a hacer cosas que no quiere hacer. Y las hará porque es la condición para conservar el poder. O, dicho de otra manera, para sentirse seguro. En el caso de Herodes es claro que termina matando a Juan el Bautista por temor a su mujer y al qué dirán sus invitados.
El reino que anuncia Jesús es precisamente lo contrario. Se apoya en la fraternidad. En el reino los demás, los otros, no son una amenaza sino aquellos con los que compartimos la vida. No necesito buscar mi seguridad personal de una forma obsesiva sino que mi relación con los otros (y con Dios, por supuesto) se basa en la confianza, en el amor mutuo. El reino no genera muerte ni violencia sino lo contrario: vida, esperanza, fraternidad, justicia.
Herodes necesitaba la violencia para subsistir. Todos podían ser una amenaza para su poder. El resultado era destrucción y desolación. Jesús plantea el amor, el encuentro con los demás, la cooperación, la búsqueda juntos del camino, la ayuda mutua. El resultado es vida en plenitud. Contemplando a Herodes, entendemos mejor lo que es el reino de Dios."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 1 de agosto de 2025

PREJUICIOS



Y llegó a su propia tierra, donde comenzó a enseñar en la sinagoga del lugar. La gente, admirada, decía:
– ¿De dónde ha sacado este todo lo que sabe? ¿Cómo puede hacer tales milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? Y su madre, ¿no es María? ¿No son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas, y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros? ¿De dónde ha sacado todo esto?
Y no quisieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo:
– En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra y en su propia casa.
Y no hizo allí muchos milagros, porque aquella gente no creía en él.

Nos cuesta escuchar y aprender de los demás. ¿Qué puede enseñarnos este? Perdemos así muchas ocasiones de crecer. Debemos estar abiertos a todos. Y muchas veces, aquellos que despreciamos o consideramos adversarios, pueden enseñarnos muchas cosas. 
Los de su tierra se perdieron las enseñanzas y los signos de Jesús por sus prejuicios. No hagamos nosotros lo mismo.

"Muchas veces me maravilla, en mi mismo y en los demás –aunque tengo que reconocer que me resulta más fácil verlo en los demás que en mi mismo– la dificultad que tenemos para salir de los de siempre, de lo que estamos acostumbrados, de abrir los ojos ante la novedad. Esto pasaba en tiempos de Jesús, ha sucedido a lo largo de la historia, pasa actualmente y me temo que va a seguir pasando en el futuro. Quizá sea porque somos así, porque nos sentimos muy bien en casa y nos resulta siempre muy incómodo que nos saquen de nuestras casillas. O, como dicen los modernos, que nos saquen de nuestra “zona de confort”.
Pongámonos por un momento en los tiempos de Jesús. El pueblo judío estaba inquieto ya desde hacía tiempo con la llegada del Mesías. Se esperaba con ansiedad ese momento que, se decía, iba a suponer la liberación del pueblo del yugo de la opresión, que entonces era la dominación romana. Se esperaba algo nuevo, diferente. El Mesías iba a suponer un corte en la historia, un antes y un después. Todos estaban expectantes ante el que iba a venir, el Mesías prometido.
Pues bien, aparece Jesús. Empieza a predicar. Habla de una forma diferente. Se acerca a los que más sufren, a los oprimidos por el mal. Cura a los enfermos, expulsa a los demonios,  hace milagros. ¿Cuál es el resultado?
Pues ya lo vemos en el texto evangélico de hoy: el rechazo. Los que le escuchan no pueden aceptar que Jesús sea el Mesías. Simplemente porque conocen a sus padres y a su familia. ¿Qué les puede enseñar Jesús a ellos? Nada. No se cuestionan lo que piensan. No están abiertos a la novedad que representa. “Se negaban a creer en él”.
Decía un profesor mío que Dios nos sorprende siempre, que nos espera a la vuelta de la esquina siguiente, que nos saca de nuestras casillas, que no es como le esperamos. Conclusión: no hay que seguir al primero que se nos aparece pero por lo menos tenemos que aprender a escuchar y discernir y no rechazar sin pensar, que Dios nos habla de muchas maneras."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 31 de julio de 2025

PESCADORES DE HOMBRES



Puede compararse también el reino de los cielos a una red echada al mar, que recoge toda clase de peces. Cuando la red está llena, los pescadores la arrastran a la orilla y se sientan a escoger los peces: ponen los buenos en canastas y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y arrojarán a los malos al horno encendido, donde llorarán y les rechinarán los dientes.
Jesús preguntó:
– ¿Entendéis todo esto?
– Sí, Señor – contestaron ellos.
 Entonces Jesús añadió:
– Cuando un maestro de la ley está instruido acerca del reino de los cielos, se parece a un padre de familia que de lo que tiene guardado saca cosas nuevas y cosas viejas.
Cuando Jesús terminó de contar estas parábolas se fue de allí.
(Mt 13,47-53)

Jesús nos pide que seamos pescadores de hombres. Recogeremos buenos y malos. Pero nosotros no somos los que hemos de decidir quienes son los malos y quienes los buenos. Es más, debemos recordar que Jesús, también nos dijo, que son los enfermos, los débiles , los que necesitan la actuación del médico. Es Dios el único que puede juzgar, porque es el único que ve en el fondo de nuestro corazón. Nosotros debemos entregarnos a todo el mundo, sobre todo, a los más débiles.

"La parábola de hoy me hace recordar a mi infancia, cuando veía en la misma playa a los pescadores que revisaban las redes e iban separando a los peces que habían quedado atrapados en ellas en sus diversas clases. Unos para una cesta, otros para otra. Algunos los echaban de nuevo al mar –se les daba otra oportunidad–. Me hace pensar que esos ángeles de los que habla la parábola son en realidad Dios mismo que con mimo va repasando la red y haciendo esa clasificación. Sus manos vas separando lo bueno de lo malo. Pero –y aquí el pero es muy importante– sus manos son manos de misericordia y piedad, de comprensión y de conocimiento de lo que es cada pez y para lo que sirve.
Y a renglón seguido me hace pensar en las muchas veces que yo usurpo ese papel de Dios separando los peces en las diversas cestas o devolviendo algunos al mar. Me pongo en su lugar y me creo con el poder y la autoridad para juzgar a mis hermanos. Si soy sincero, las más de las veces no lo hago con la misma misericordia y piedad ni con la misma comprensión y paciencia que tiene Dios. A fuer de sincero he de reconocer que esa clasificación la hago muchas veces en el mismo mar, sin esperar a ese momento final en que los peces/mis hermanos o hermanas han caído ya en la cesta. Y siendo todavía más sincero he de reconocer también que no uso los mismos criterios de Dios para juzgarles y clasificarles. Más bien, identifico lo que a mí me parece bueno y malo con lo justo e injusto. Y siguiendo con la sinceridad he de reconocer que no tengo la misma paciencia de Dios con mis hermanos y hermanas. Casi nunca devuelvo a ningún pez al mar, casi nunca doy a mis hermanos y hermanas una segunda oportunidad. Y me apresuro a echarlos al horno encendido.
Creo que me tengo que arrepentir de ponerme demasiadas veces en el lugar de Dios. Y creo que le tengo que pedir a Dios que tenga misericordia de mí, la que, tantas veces, no tengo yo con mis hermanos."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)