No juzguéis a nadie, para que Dios no os juzgue a vosotros.Pues Dios os juzgará de la misma manera que vosotros juzguéis a los demás; y con la misma medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros.¿Por qué miras la paja que tu hermano tiene en su ojo y no te fijas en el tronco que tú tienes en el tuyo?Y si tú tienes un tronco en el tuyo, ¿cómo podrás decirle a tu hermano: ‘Déjame sacarte la paja que tienes en el ojo’¡¡Hipócrita!, sácate primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.
(Mt 7,1-5)
¿Por qué vemos en los demás sus defectos antes que sus virtudes? Posiblemente lo que hacemos es proyectarnos en él. Esos defectos que nosotros tenemos, son los que vemos en el otro.
¿Por qué juzgamos a los demás? ¿De verdad los conocemos como para juzgarlos?¿Sabemos realmente lo que hay en su interior, sus pensamientos, sus intenciones, sus motivaciones de actuar?
Debemos de preocuparnos de nuestros defectos. Estos sí que los conocemos con certeza. Esos son los que debemos eliminar. Siendo comprensivos con los otros, les ayudamos a mejorar. Es el Amor el que cambia las personas.
(...) La crítica, el juicio condenatorio, el rechazo del otro son formas de defensa que denotan temor, deseo de autojustificación y buscan el refugio que evita la confrontación con la propia verdad. También de esa tierra que nos aprisiona nos manda salir el Señor. Y esa salida significa exponerse, dejarse corregir, liberarse de redes, cadenas, prejuicios que nos separan de los demás. La corrección fraterna es importante, pero no como un arma arrojadiza que usamos cuando estamos hartos, sino como un verdadero acto de amor y de ayuda, que conlleva la conciencia de la propia limitación y la humildad de dejarse amar y ayudar, precisamente dejando que nos corrijan. También en este salir de la propia tierra hace falta humildad, confianza y valor.
Pero cuando la gente lo supo, le siguieron; y Jesús los recibió, les habló del reino de Dios y sanó a los enfermos.
Cuando ya comenzaba a hacerse tarde, se acercaron a Jesús los doce discípulos y le dijeron:
– Despide a la gente, para que vayan a descansar y a buscar comida por las aldeas y los campos cercanos, porque en este lugar no hay nada.
Jesús les dijo:
– Dadles vosotros de comer.
Contestaron:
– No tenemos más que cinco panes y dos peces, a menos que vayamos a comprar comida para toda esta gente.
Eran unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos:
– Haced que se sienten en grupos, como de cincuenta en cincuenta.
Así lo hicieron, y se sentaron todos.Luego Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos peces, y mirando al cielo dio gracias a Dios, los partió y los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la gente.La gente comió hasta quedar satisfecha, y todavía llenaron doce canastas con los trozos que sobraron.
(Lc 9, 11b-17)
El evangelio que nos ofrece hoy es el de la multiplicación de los panes, no el de la institución de la Eucaristía en la Última Cena. Y es que en la misa, la Eucaristía se convierte en Comunión. Como el día de la multiplicación, Jesús nos invita a compartir cuanto tenemos, aunque sólo sean cinco panes y dos peces, con todo el mundo. Es decir, a unirnos a todos.
Comulgar es compartirlo todo. Comulgar es "dar" a Jesús a los otros.
La Comunión debe llenar toda nuestra vida y hacer de nosotros instrumentos de Jesús en lo espiritual y en lo material. Nosotros tenemos muy poco, pero ese poco, las manos de Jesús harán que sobren doce canastas...
" (...) Para Jesús nada hay imposible. El encuentro debe continuar hasta la noche. Solo es cuestión de mirar al Cielo y desde allí recibir la bendición del Dios Abbá. La bendición llega a los panes y a los peces a través de las manos de Jesús. La forma de realizarlo nos recuerda lo que hizo en la última Cena, con los Apóstoles. De las manos de Jesús pasa a las manos de los discípulos. Desde las manos de los discípulos a las manos de la gente. «Comieron todos y se saciaron». Jesús no quiere una liturgia de la Palabra sin Eucaristía, ni un encuentro sin llevar a culmen la hospitalidad.
Hoy es la Fiesta del Corpus. En estos años hemos meditado en la Iglesia mucho, muchísimo sobre la Eucaristía. Hemos de preguntarnos: ¿está cambiando algo entre nosotros? ¿Hay una visión nueva o estamos repitiendo las viejas fórmulas?
Hoy es el día de la alianza de Jesús con nosotros, su Iglesia. Jesús viene del Cielo, del Mundo de la Resurrección. Se sienta con nosotros a la Mesa. Repite los gestos de la última Cena. Resume ante nosotros todo el entramado de su vida. No se ha ido al cielo para no volver. Vuelve en cada celebración eucarística y se aparece a nosotros. Lo que se pone sobre la Mesa es de la máxima importancia. Jesús pone sobre la Mesa, su Cuerpo y su Sangre, pero en estado de suprema perfección. Pone sobre la Mesa el Cuerpo entregado, el Cuerpo que ama sin límites, que in-corpora, que unifica. Pone sobre la Mesa la Sangre, la Vida, su impresionante Vitalidad. Se quiere derramar en nosotros
Hoy es el día del Cuerpo y de la Sangre en que todos nos encontramos, como Pueblo o Comunidad de la Alianza. También hay muchas personas que están buscando «el medicamento de la inmortalidad». ¡Quiera el Espíritu que descubran el inimaginable magnetismo del Cuerpo-Sangre de Jesús! Y que lo descubramos nosotros, esas personas a quienes se nos concede encontrarnos todos los días con el nuevo Melquisedec."
Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y al dinero.
Por tanto, os digo: No estéis preocupados por lo que habéis de comer o beber para vivir, ni por la ropa con que habéis de cubrir vuestro cuerpo. ¿No vale la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa?Mirad las aves que vuelan por el cielo: ni siembran ni siegan ni almacenan en graneros la cosecha; sin embargo, vuestro Padre que está en el cielo les da de comer. Pues bien, ¿acaso no valéis vosotros más que las aves?Y de todos modos, por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora?
¿Y por qué estar preocupados por la ropa? Mirad cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan.Sin embargo, os digo que ni aun el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como uno de ellos.Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¿no os vestirá con mayor razón a vosotros, gente falta de fe?No estéis, pues, preocupados y preguntándoos: ‘¿Qué vamos a comer?’ o ‘¿Qué vamos a beber?’ o ‘¿Con qué nos vamos a vestir?’Los que no conocen a Dios se preocupan por todas esas cosas, pero vosotros tenéis un Padre celestial que ya sabe que las necesitáis.Por lo tanto, buscad primeramente el reino de los cielos y el hacer lo que es justo delante de Dios, y todas esas cosas se os darán por añadidura.No estéis, pues, preocupados por el día de mañana, porque mañana ya habrá tiempo de preocuparse. A cada día le basta con sus propios problemas.
Jesús nos dice que lo único que debe preocuparnos es la búsqueda del Reino. Lograr que el Reino ya esté aquí. Esto no significa vivir de ilusiones y de ensueños. Significa luchar por un mundo más justo, un mundo donde reine el Amor. Luchar contra la pobreza, la exclusión. Luchar por un mundo sin odio, llenos de misericordia y de perdón. Como decíamos ayer, mirar al mundo con los ojos de Dios.
"A primera vista, este Evangelio de hoy puede parecer una falta de respeto de Jesús para los pobres. Es verdad, en nuestro mundo ha habido y hay muchas personas cuya única preocupación a lo largo del día es sobrevivir: hacerse con lo suficiente (alimentos, cobijo…) para mantenerse vivos hasta el día siguiente. Decirles que no se deberían preocupar por nada de eso sería como reírse de ellos, de su pobreza intolerable. Decirles que no se preocupen porque Dios va a cuidar de ellos es desconocer la realidad de injusticia y abandono en que viven. Este hecho, tan presente en nuestro mundo y quizá más cerca de nosotros de lo que podemos pensar, no conviene olvidarlo. Pero no creo que Jesús se refiera a ellos al pronunciar las palabras del Evangelio de hoy.
Iría casi al final del texto para encontrar el centro de lo que Jesús quiere decir a sus discípulos: “Buscad el reino de Dios y su justicia”. Ahí está la clave, la idea central que Jesús quiere transmitir a sus discípulos y, en consecuencia, a nosotros. Para el discípulo no hay más que una motivación y un centro en su vida: el reino. Trabajar al servicio del reino de Dios es un compromiso total. Hoy diríamos full-time, utilizando una expresión inglesa. Estar al servicio del reino es tener presente la fraternidad y la justicia como valores fundamentales en nuestra vida. Trabajar al servicio del reino es, hagamos lo que hagamos, tener el perdón, la misericordia, la reconciliación, el amor, como los valores centrales siempre presentes. Vivir al servicio del reino es mirar el mundo y a los demás con los ojos que Dios los mira. Todo eso mientras que se trabaja, se descansa, se vive en familia, nos relacionamos con los demás en el trabajo, en la sociedad… Diríamos, con un término que hoy se usa en la educación, que buscar el reino de Dios y su justicia es un tema transversal que debe estar presente en todo lo que hagamos. Ese y no otro es el único agobio que debe vivir el discípulo de Jesús o sea, nosotros. En otras palabras, no se trata de ser cristiano sólo cuando vamos a la iglesia sino en todo momento."
No acumuléis riquezas en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar.Acumulad más bien vuestras riquezas en el cielo, donde la polilla no destruye, ni las cosas se echan a perder, ni los ladrones entran a robar.Porque donde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón.
Los ojos son como la lámpara del cuerpo. Si tus ojos son buenos, todo tu cuerpo será luminoso;pero si tus ojos son malos, todo tu cuerpo será oscuridad. Y si la luz que hay en ti resulta ser oscuridad, ¡qué negra no será la propia oscuridad!
Acumular riquezas es el origen de muchos males en este mundo. Cuando todo lo supeditamos al dinero, aparece el egoísmo, la injusticia, las diferencias, la corrupción. La riqueza aparta el corazón del bien.
Mirar con los ojos de la bondad nos lleva a que todo sea bueno y luminoso. Y los demás verán en nuestra mirada, la mirada de Dios.
"Hay dos asuntos en el texto evangélico de hoy. Los dos son importantes. Pero el orden hace que nos terminemos fijando más en el primero que en el segundo.
El primero se refiere a lo que es verdaderamente valioso para la persona. No son precisamente los tesoros materiales (cuenta corriente abundante, propiedades, etc.). Todo eso lo podemos perder fácilmente. Además no llena el corazón. Por la sencilla razón de que el amor, la amistad, el afecto, que son las cosas que realmente necesitamos para tener una vida plena, no se compran con todo el oro del mundo. Lo que se puede comprar con dinero no es más que una burda copia o mala imitación. Nada que sirva de verdad. Aunque a veces se nos olvida en el día a día, diría que esto lo sabemos bien.
Pero creo que hay que subrayar el segundo tema de este texto. Tiene que ver con nuestros ojos, con nuestra forma de mirar. Una mirada es capaz de ver el mundo de un modo. Pero si nuestro ojo está enfermo, entonces todo lo vamos a ver mal, oscuro, deformado. Por eso es importante limpiar nuestros ojos, quitar las opacidades, las mota y las vigas que se nos puedan haber metido.
Vamos un poco más allá. La mejor forma de mirar la realidad es con los ojos de Dios. Se trata de ver la realidad de este mundo, nuestros hermanos y hermanas, tal como Dios los ve. Esa es realmente una buena perspectiva. O dicho en el lenguaje del Evangelio, la mejor luz con la que podemos iluminar la realidad que nos rodea. Entonces se nos hará fácil comprender que todo es creación de Dios, fruto de su amor, de sus manos creadoras. Y que, por supuesto, Dios no hace basura. Al mirar a los hombres y mujeres que nos rodean, veremos en sus rostros las huellas de Dios mismo que los ha creado. Por muy feos y sucios que estén sus rostros, por muchas cosas malas que nos parezca que han hecho, veremos el rostro de un hermano o hermana, con todo lo que eso significa. Y, para unirlo a la primera parte del Evangelio, nos encontraremos con un verdadero tesoro, con el único tesoro que vale la pena."
Y al orar no repitas palabras inútilmente, como hacen los paganos,que se imaginan que por su mucha palabrería Dios les hará más caso.No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis aun antes de habérselo pedido.Vosotros debéis orar así:
‘Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad en la tierra
así como se hace en el cielo.
Danos hoy el pan que necesitamos.
Perdónanos nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos
a quienes nos han ofendido.
Y no nos expongas a la tentación,
sino líbranos del maligno.’
Porque si vosotros perdonáis a los demás el mal que os hayan hecho, vuestro Padre que está en el cielo os perdonará también a vosotros;pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará el mal que vosotros hacéis.
Hoy Jesús nos enseña a rezar. Nos dice que nos dejemos de palabrerías y nos dicta una oración que contiene lo esencial que debemos pedir.
Rezar no es hablar. No sólo pedir, sino, también, contemplar. Quedarse en silencio en presencia de Dios. Tarde o temprano sentiremos la presencia del Padre en nuestro interior. Ese Padre que es "nuestro". Padre de todos.
"Cada vez que en misa o en otras celebraciones o en la oración me toca rezar el Padrenuestro, me sale de dentro preguntarme que cuándo nos lo vamos a terminar de creer. Todas sus palabras son importantes pero solo con el comienzo ya tengo muchas dudas de que nos lo creamos de verdad. Con todo lo que significa. ¡Padre nuestro!
Leí hace muchos años una historia sobre un hombre que iba a la iglesia a rezar muchos días hasta que el sacerdote responsable, extrañado de las horas que pasaba aquel hombre en la iglesia, le fue a preguntar qué rezaba en ese tiempo. El buen hombre le respondió que rezaba el “Padrenuestro”, pero que en realidad no lo llegaba a terminar nunca porque con sólo decir “Padre” a Dios, ya se quedaba admirado y admirándose de poder llamar a Dios “Padre” y no podía seguir recitando la oración.
Hay que reconocer que la oración que nos enseñó Jesús y que hemos recitado y recitamos tantas veces tiene un comienzo que ya nos sitúa en otra dimensión. Llamar a Dios Padre implica toda una forma diferente de relacionarnos con él. Jesús nos invita a tratar a Dios con la misma confianza y cercanía que él mismo experimentó en su vida. Ya sabemos todos que Jesús se refería a Dios no tanto como “Padre” –un término que en nuestro idioma es más bien un término de respeto y que implica hasta un poco de lejanía– sino que más bien usaba el término “Abbá”, que era la palabra familiar que usaban los niños pequeños para dirigirse a su padre. Es decir, Abbá significa “papaíto” o “papá”.
Así que eso es lo que queremos decir cuando rezamos el Padrenuestro. Nos situamos en una posición de cercanía e intimidad con aquel que es para nosotros, como para el niño pequeño, la presencia que nos hace sentirnos seguros, queridos, amados sin condiciones. Esta forma de relacionarnos con Dios tiene mucho que ver con la afirmación de que “Dios es amor” que encontramos en otro de los textos del Nuevo Testamento (1 Jn 4,16). Si comenzamos el Padrenuestro dando toda la fuerza que corresponde a ese comienzo, “Padre”, quizá se nos haga más fácil entender el resto de la oración y recitarla con sentido."
No practiquéis vuestra religión delante de los demás solo para que os vean.Si hacéis eso, no obtendréis ninguna recompensa de vuestro Padre que está en el cielo. Por tanto, cuando ayudes a los necesitados no lo publiques a los cuatro vientos, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente los elogie. Os aseguro que con eso ya tienen su recompensa.Tú, por el contrario, cuando ayudes a los necesitados, no se lo cuentes ni siquiera a tu más íntimo amigo.Hazlo en secreto, y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa. Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea. Os aseguro que con eso ya tienen su recompensa.Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora en secreto a tu Padre. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa.
Las prácticas pueden quedarse en simples prácticas. O lo que es peor, en actos para aparentar, para vanagloriarnos, para hacernos ver. Es el fallo en el que cayeron los fariseos. Primeramente, nuestros actos deben ser de Amor. Nuestra caridad sólo debe saberla el Padre. Nuestra oración es para que la oiga el Padre. Todo lo que hacemos para aparentar no sirve de nada. Ni siquiera para aparentar, porque todo el mundo se acaba dando cuenta de nuestras verdaderas intenciones.
"Este evangelio se lee desde hace siglos el miércoles de Ceniza, al comienzo de la Cuaresma. Habla de la limosna, la oración y el ayuno como los tres instrumentos que puede o debe usar el cristiano para vivir una Cuaresma que le ayude a prepararse para la mejor celebración de la Pascua. Pero hoy no es miércoles de Ceniza ni estamos empezando la Cuaresma. Así que mejor nos fijamos en la primera frase que quizá nos ofrece una buena pista para nuestra reflexión.
Dice Jesús que tenemos que tener cuidado de no practicar nuestra justicia para ser visto por los hombres. Dicho en otras palabras, que no hagamos lo que hacemos para la galería, porque así quedamos bien ante los demás, sino por auténtico convencimiento, independientemente de que nos vean o no, de que piensen bien o mal de nosotros. Y aquí chocamos con un problema que es habitual y, hasta cierto punto, normal. Es que a todos nos gusta tener una buena imagen, que los demás tengan una buena opinión de nosotros. Y para eso, muchas veces, demasiadas en ocasiones, nos revistemos de una coraza, que funciona como protección ante los demás y que nos proporciona una imagen adecuada a lo que los demás esperan de nosotros. Pasa que a veces la imagen está lejos, muy lejos, de la realidad. Y terminamos viviendo dos vidas. Nos convertimos en algo parecido, sin llegar al extremo, a la famosa historia de Robert L. Stevenson “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”.Creo que sería bueno que fuésemos capaces de quitarnos esa coraza que nos cubre y que, a veces, supone una cierta mentira en nuestras vidas. Sería bueno que dejásemos de hacer lo que hacemos para que nos viesen y empezásemos, aceptando con sencillez nuestras limitaciones y miserias, tratar de hacer lo que tenemos que hacer sin pensar tanto en el qué dirán. No se trata tanto de pensar en la recompensa que podemos recibir cuanto en vivir con más autenticidad y sencillez. Luchando por el Reino, por la fraternidad y la justicia, pero aceptando al mismo tiempo que no siempre conseguimos hacer lo que es nuestro deseo y deber como discípulos de Jesús."
También habéis oído que antes se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.’Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen.Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, pues él hace que su sol salga sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos.Porque si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¡Hasta los que cobran impuestos para Roma se portan así!Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los paganos se portan así!Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto.
Lo que hoy nos pide Jesús nos parece imposible. Ya es difícil amar a aquellos que no nos aman, para los que no contamos, somos indiferentes...Pero, ¿amar a los que nos odian? Jesús nos pide que le imitemos. El murió incluso para salvar a aquellos que le estaban matando. Pidió su perdón en el momento de su muerte.
Seguir a Jesús es un camino. No podemos amar a quienes nos odian en un momento. Es un proceso, un trayecto que debemos seguir. Una lucha a realizar en nuestra vida. Un camino que hacemos junto a Él. Jesús nos da fuerzas y siempre estará a nuestro lado. Poco a poco, con su ayuda, lograremos amar a todo el mundo. Lograremos ser como Él: Amor.
"Este es uno de esos textos evangélicos en que se ve que Jesús no se deja llevar por la prudencia que debe tener todo gobernante o todo líder y termina cayendo en una radicalidad que está totalmente fuera de lugar. Uno se pregunta quiénes serían sus asesores para llegar a hacer declaraciones como éstas. Y también se entiende que Jesús terminase como terminó: muriendo malamente en la cruz. No podía ser de otra manera.
En aquel mundo, como el de ahora, había muchas fronteras. A pesar de que el imperio romano era uno y ocupaba la mayor parte del mundo conocido de la época, seguía habiendo muchas fronteras, muchos muros que separaban a unos pueblos de otros, a unas familias de otras, a unas tradiciones de otras, a unas religiones de otras, a unas lenguas de otras. Y ya se sabe que el “otro”, casi por definición, suele ser visto como una amenaza, como un enemigos. En eso, después de que hayan pasado dos mil años, no nos diferenciamos mucho. Seguimos llenos de fronteras que separan. Levantamos muros de contención, no para evitar que pasen las mercancías sino sobre todo para evitar que pasen las personas. Nadie, en especial los políticos, sabe que hacer con la inmigración, con las personas que salen de su país en busca de una vida mejor. Y se les termina viendo como una amenaza, como gente que nos viene a quitar lo nuestro, como posibles delincuentes. En definitiva, como enemigos. Y los inmigrantes son solo un ejemplo. Abundan las rencillas que dividen y ponen fronteras entre familias y dentro de las familias, entre los seguidores de un equipo deportivo y otro o de una ideología y otra.
Y ahí nos viene Jesús a decirnos que hay que amar a los enemigos. Nos parece imposible pero es verdad. Es que así es el Reino de Dios. Un Dios que ES amor no puede ser de otra manera. Ama a todos sin excepción, sin condiciones. Y nos invita a nosotros a seguirle y a hacer lo mismo. Aquí no cuentan las prudencias humanas. Lo que cuenta son las manos abiertas, capaces de crear paz y reconciliación y fraternidad. Porque si el Reino no se hace con ese cemento del amor, ¿en que se queda entonces?"
Habéis oído que antes se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente.’Pero yo os digo: No resistáis a quien os haga algún daño. Al contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha, ofrécele también la otra.Si alguien te demanda y te quiere quitar la túnica, déjale también la capa.Y si alguien te obliga a llevar carga una milla, ve con él dos.Al que te pida algo, dáselo; y no le vuelvas la espalda a quien te pida prestado.
El panorama mundial es todo lo contrario de lo que nos dice este evangelio. Estamos inmersos en guerras, que no son más que devolver mal por mal. Tu me atacas, yo te ataco. En las paredes leemos grafitis que dicen "ni olvido ni perdón". Me subes los aranceles, yo también.
Olvidamos que el perdón es esencial para un cristiano. Cada día rezamos en el padrenuestro: perdónanos como nosotros perdonamos...¿De verdad perdonamos? ¿Vamos con la paz y el Amor por delante?
"Se me ocurre que para comentar esta lectura sería bueno usar el lenguaje de los jóvenes de hoy: ¡Qué fuerte! Es verdad, es fuerte lo que dice Jesús: plantear de esta manera tan radical el perdón (un perdón sin condiciones) como un elemento esencial para sus seguidores. Es fuerte porque nuestro mundo no funciona así. Seamos decentes y reconozcámoslo.
Estas palabras de Jesús tan radicales, tan opuestas a lo que vivimos y sentimos, me han hecho recordar, por oposición, una frase que he leído recientemente en una novela. Era la novela “El Padrino” de Mario Puzo. Pues bien, prácticamente en la última página de la novela, uno de los protagonistas para justificar todos los asesinatos que se cometen en el relato, dice con toda claridad: “En nuestro mundo no hay lugar para el perdón.” Así de claro y así de honesto. Podemos pensar que eso sucede solo en ese mundo de la mafia y de delincuentes de que se habla en la novela. Pero no es verdad. Es difícil encontrar en nuestra sociedad esa capacidad auténtica para el perdón. Y menos entre colectivos. Podíamos poner numerosos ejemplos pero baste pensar en israelíes y palestinos, que llevan setenta años en guerra y en conflicto y que aplican continuamente lo de “ojo por ojo y diente por diente”. Pero así solo van a lograr terminar todos ciegos y desdentados. O podemos pensar en aquella imagen de Goya en que dos hombres luchan con garrotes, enterrados hasta las rodillas en un paisaje desolado. La viva imagen del conflicto, del odio, de la violencia que demasiadas veces inunda las relaciones humanas.
Pero ese camino, el del “ojo por ojo y diente por diente” no lleva a ningún sitio. Sólo el perdón abre caminos de futuro. El perdón y el olvido también. Porque el perdón incluye necesariamente dar al otro la posibilidad de volver a empezar, de reconocer su error (¿y quién está libre de error? ¿quién no ha necesitado nunca el perdón?) y tener una nueva oportunidad. No se trata de hacer nada más que lo que Dios hace con nosotros: estar cerca de nosotros, perdonar y permitirnos siempre volver a empezar como si nada hubiese sucedido."
Tengo mucho más que deciros, pero en este momento sería demasiado para vosotros.Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oye y os hará saber las cosas que van a suceder.Él me honrará, porque recibirá de lo que es mío y os lo dará a conocer.Todo lo que tiene el Padre, también es mío; por eso os he dicho que el Espíritu recibirá de lo que es mío y os lo dará a conocer.
"El padre Fernando Armellini, un misionero y erudito bíblico italiano, tiene una presentación a sus comentarios este domingo que me parece oportuno reproducir aquí:"
"¿Cuál es el carné de identidad de los cristianos? ¿Qué característica los distingue de los creyentes de otras religiones? No el amor al prójimo; otras religiones, lo sabemos, hacen el bien a los demás. No la oración; también los musulmanes oran. No la fe en Dios; incluso los paganos la tienen. No basta creer en Dios. Lo importante es saber en qué Dios se cree. ¿Es una “entidad” o es “alguien”? ¿Es un padre que quiere comunicar su vida o un potentado que busca nuevos súbditos?
Los musulmanes dicen: Dios es el Absoluto. Es el Creador que habita allá arriba, que gobierna desde lo alto, no desciende nunca; es juez que espera la hora de pedir cuentas. Los hebreos, por el contrario, afirman que Dios camina con su pueblo, se manifiesta dentro de la historia, busca la alianza con el hombre. Los cristianos celebran hoy la característica específica de su fe: creen en un Dios Trinidad. Creen que Dios es el Padre que ha creado el universo y lo dirige con sabiduría y amor; creen que no se ha quedado en el cielo, sino que su Hijo, imagen suya, ha venido a hacerse uno de nosotros; creen que lleva a cumplimiento su proyecto de Amor con su fuerza, con su Espíritu.
Toda idea o expresión de Dios tiene una consecuencia inmediata sobre la identidad del hombre. En el rostro de todo cristiano debe reflejarse el rostro de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Imagen visible de la Trinidad debe ser la Iglesia, que todo lo recibe de Dios y todo lo da gratuitamente, que se proyecta toda, como Jesús, hacia los hermanos y hermanas en una actitud de incondicional disponibilidad. En ella la diversidad no es eliminada en nombre de la unidad sino considerada como riqueza.
Se debe descubrir la huella de la Trinidad en las familias convertidas en signo de un auténtico diálogo de amor, de mutuo entendimiento y disponibilidad a abrir el corazón a quien tiene necesidad de sentirse amado.
No al individualismo y a montarse la vida por cuenta propio.
No a encerrarse en el propio mundo, en los propios asuntos
No a la incomunicación y al desentenderse de los otros
No a ignorar al hombre necesitado
Y no a la ira, el rencor, el corazón de piedra, la traición o la infidelidad"
Es evidente que, dependiendo de la imagen de Dios que tengamos, nuestra vivencia de la fe será de una manera o de otra. Con miedo ante un Dios justiciero, por ejemplo, o sin ningún tipo de límite, si Dios es sólo misericordioso… Esa percepción influye en nuestra vivencia personal, familiar y comunitaria de la fe.
Todas nuestras celebraciones, todas nuestras oraciones, las iniciamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y todas las terminamos bendiciendo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así es también nuestra vida.
Nacemos porque un Padre ha querido darnos la vida, nos ha engendrado, nuestra vida no depende de nosotros. Nos propone un modelo, un norte, un sentido para nuestra existencia (nos dice a qué venimos a este mundo): que seamos como Él mismo cuando compartió su vida con nosotros por medio de su Hijo Jesucristo. Y además nos da, como a Adán, su Aliento, su misma Vida, nos dice que tenemos algo suyo que nos va a permitir y ayudar a ser no simples criaturas, sino perfectos como nuestro Padre celestial, creadores como Él, libres ante Él, con capacidad de amor y entrega, felices y eternos… Por eso los cristianos optamos por el Bautismo y consagramos toda nuestra vida a este Dios tan estupendo.
Y al morir y recibir la bendición de Dios, el Padre nos reconoce como hijos suyos y nos dice que en su casa tenemos una morada preparada, y pone el «visto bueno» sobre nuestra vida si lo merece. Recibimos la bendición del Hijo y nos identificamos con Él, que también pasó por ese trance y encomendó su vida en las manos del Padre. Que venció la muerte, el primero de todos sus hermanos y nos garantizó que regresaría a recogernos en cuanto nos tuviera preparada su morada en la casa del Padre. Y el Aliento Divino que nos habitaba intercede por nosotros y reclama poder habitarnos de nuevo (recordad que somos Templos del Espíritu Santo, según nos dice San Pablo).
Por eso los cristianos trazamos muchas veces sobre nosotros la llamada «señal de la cruz», la marca que nos identifica como pertenecientes al rebaño de nuestro Buen Pastor, el carné de identidad que nos permitirá circular libremente por la Ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén.
Al hacer sobre nuestra frente, labios, nuestro pecho, y todo nuestro cuerpo la señal de la Cruz, estamos haciendo ya una oración: nos estamos ofreciendo y renovando nuestra consagración a Dios. Le estamos diciendo a Dios que Él es el sentido de nuestra vida, que tenemos sed de Él y ninguna fuente terrenal nos sacia del todo; le estamos diciendo que nuestro corazón le añora y le ama, a veces sin saberlo. Cuando procuramos ser nosotros mismos, sin máscaras, sin excusas, sin rebajas, y sacamos lo mejor que llevamos dentro, estamos respondiendo a la vocación, a la misión de Dios. Es nuestra mano la que traza ese signo de salvación, porque nuestras manos nos las dieron para bendecir y consagrar, para poner todo al servicio de Dios, y no para destruir, arruinar o dañar nada de lo que forma parte de la creación.
Nos hemos reconocido pecadores al comenzar nuestra celebración de hoy. ¿Qué significa tal gesto? Que al andar por los caminos de la vida no hemos vivido como consagrados al servicio de quien nos dio el ser: No hemos sido creadores, hemos vendido barata nuestra libertad, nos hemos quedado mucho de nosotros mismos y se nos ha estropeado en la despensa, que el amor y la entrega aún los tenemos casi sin estrenar… Pero en el reencuentro y en el perdón, salimos renovados. Luego recibiremos el «Alimento Maravilloso» que nos dé las fuerzas para llegar hasta la vida eterna. Sentiremos la fraternidad que nos recuerda que cada hombre es un hermano, a pesar de todas las diferencias. Y el Espíritu nos irá transformando en lo que hemos recibido: el Cuerpo de Cristo.
Una nueva señal de la cruz hemos trazado antes de que fuese proclamado el Evangelio: hemos querido expresar que queremos meter en nuestra mente (para que gobierne todas nuestras acciones), poner sobre nuestros labios (para que hablemos palabras de amor), e insertar en nuestro corazón y en todo nuestro ser los sentimientos que la Palabra del Señor nos brinda cada domingo y cada día.
¿Y cómo sabemos todas estas cosas? ¿Cómo nos atrevemos a hacer tantas afirmaciones sobre nuestro gran Dios, el Dios de la paz y del amor? Él mismo se ha ido dando a conocer progresivamente, desde Abraham y Moisés, hasta Jesús. Por ejemplo, la primera lectura: ¿Cómo es el Dios que se «descubre» ante Moisés? Es un Dios que baja hasta el hombre y se muestra como compasivo, misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Ante Él, Moisés, nosotros, nos postramos por tierra y adoramos.
San Pablo, después de desear que el Dios del amor y de la paz estén con vosotros, saca una conclusión: Saludaos con el beso santo. Es decir, que cuando nos besamos santamente, cuando nos abrazamos fraternalmente, estamos dando culto a la Trinidad. Besarse y abrazarse es una oración muy hermosa que agrada a Dios. Para eso estamos aquí: no para discutir o reñir, no para desentendernos los unos de otros, sino para mirarnos comprensivamente, para acercarnos y acogernos sinceramente, para comunicarnos y unirnos definitivamente. Es que así es Dios.
El que cree en el Dios cristiano sabe que tiene esta tarea: ser su imagen y semejanza. O sea, convertirse en el reflejo de un Dios que es amor, comunicación, entrega, que es persona, que es Comunidad Familiar, que ha salido al encuentro del hombre para prestarle ayuda, y hasta le ha entregado a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él. Eso implica:
Si optamos por todo lo contrario nos estamos condenando, no creemos en el nombre del Hijo único de Dios. Y no hace falta que venga Dios a decírnoslo: nosotros mismos estamos poniendo unos sólidos cimientos de autodestrucción e infelicidad. Pues eso: hagámoslo todo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén."
También habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No dejes de cumplir lo que hayas ofrecido bajo juramento al Señor.’Pero yo os digo que no juréis por nada ni por nadie. No juréis por el cielo, porque es el trono de Dios;ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.Ni siquiera juréis por vuestra propia cabeza, porque no podéis hacer que os salga blanco o negro ni un solo cabello.Si decís ‘Sí’, que sea sí; y si decís ‘No’, que sea no. Lo que se aparta de esto, es malo.
Hemos de ser honrados y demostrarlo. Si lo somos no necesitaremos juramentos. Todo el mundo sabrá que si decimos sí, es sí; y si decimos no, es no. Debemos ser transparentes y no aparentar lo que no somos. Sencillos como nos quiere Jesús.
"A hombres y mujeres de este mundo y de todos los tiempos nos han encantado siempre las grandes palabras: justicia, fraternidad… y muchas otras. Nos ha encantado prometer y asegurar y jurar que íbamos a hacer esto o lo otro o lo demás allá. A modo de ejemplo, podemos pensar en los políticos que son especialistas, sobre todo en las campañas electorales, en prometer puestos de trabajo, incrementos en las pensiones, rebajas de impuestos, viviendas para todos, etc. Y luego pasa lo que pasa, que hacen lo que pueden y, a veces, ni eso. He puesto como ejemplo a los políticos pero podríamos hablar también de los grupos de amigos, de las familias, de las empresas y, por qué no, de la iglesia, de las comunidades cristianas, de las congregaciones religiosas. Siempre nos han gustado las grandes palabras, las declaraciones de principios. Pero luego, cuando llega la vida, nos solemos quedar cortos de realidades.
El texto evangélico de hoy nos invita a renunciar a esas grandes palabras. Menos declaraciones solemnes y más humildad. Porque a veces parece que se nos va la fuerza por la boca. Y luego nada. Por eso dice Jesús que mejor que tantos juramentos, nuestras palabras sean simples y sencillas: “A vosotros os basta decir ‘sí’ o ‘no’.” En realidad viene a ser una invitación a hablar menos y a hacer más. A no malgastar nuestras energías, siempre limitadas, en muchas palabras y a intentar orientarnos más a la acción.
A intentarlo, porque la realidad es que somos limitados y pobres. Nuestros intentos no siempre consiguen sus objetivos. Tenemos mucha buena voluntad (¿a quién se le puede negar la buena voluntad?) pero los resultados suelen ser más pobres de lo previsto. Tendremos que aceptar con humildad que no lo podemos hacer todo, que hay objetivos (fraternidad, justicia para todos…) que nos resultan difíciles, casi imposibles, de conseguir.
Pero mientras tanto vamos a dejar las grandes palabras y declaraciones que a veces solo sirven para cuidar una imagen pública que tiene luego poco que ver con la realidad. Más con el mazo dando y menos perder la fuerza en palabras."
Habéis oído que antes se dijo: ‘No cometas adulterio.’Pero yo os digo que cualquiera que mira con codicia a una mujer ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Por tanto, si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácalo y échalo lejos de ti; mejor es que pierdas una sola parte del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.Y si tu mano derecha te hace caer en pecado, córtala y échala lejos de ti; mejor es que pierdas una sola parte del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.
También se dijo: ‘Cualquiera que se separe de su esposa deberá darle un certificado de separación.’Pero yo os digo que todo aquel que se separa de su esposa, a no ser en caso de inmoralidad sexual,la pone en peligro de cometer adulterio. Y el que se casa con una mujer separada también comete adulterio.
(Mt 5,27-32)
Jesús en este duro texto nos muestra hasta donde debe llegar nuestro Amor por los demás. Hasta el extremo. Nos enseña que nuestra lucha contra el mal ha de ser total. Un mal que empieza a anidar en nuestro interior, con nuestros malos deseos. Un mal que afecta a los otros y que les lleva a ellos al mal.
No se trata de ser escrupulosos. Se trata de ser honestos en nuestros deseos e intenciones. Y de confiar siempre en la ayuda y la misericordia de Dios. Jesús está siempre a nuestro lado y nos acompaña, nos da fuerzas, nos da su gracia.
"La verdad es que los primero que nos sale decir ante estas palabras de Jesús es que no tiene razón. No es lo mismo desear que hacer ni tiene los mismos efectos. Eso está claro. Pero si algo tiene Jesús es que nos intenta llevar a ser conscientes de que no basta con cumplir la letra de la ley sino que hay que cumplirla con el corazón.
Si la ley manda algo meramente externo. Supongamos que sale una ley que nos obliga a todos a llevar sombrero bajo pena de multa. Está claro que bastaría con cumplirla materialmente. No sería necesario estar de acuerdo con ella. Ahí no hay discusión.
Pero cuando llevamos las cosas a un lugar más radical, entonces el corazón importa. Cuando Jesús nos dice que la única ley del cristiano es el amor, eso no se puede llevar a un mero cumplimiento externo. Se notaría demasiado. Es más, todos somos conscientes de que ese mero cumplimiento externo no sería más que una pura hipocresía, fariseísmo total, actuación exclusivamente para la galería. Pero si no hay un verdadero amor en el corazón, un auténtico preocuparse por el bien del otro, ¿qué amor es ese? No vale para nada. Y lo que nos pide Jesús es que nos amemos unos a otros. Ni más ni menos.
Esto que decimos en una dirección (hay que amar), vale también en la otra: el pecado se genera en el interior de la persona. El que desea el mal, ya peca en su interior. Cierto que no tendrá las mismas consecuencias que si realizase el mal en la práctica. Pero en su interior anida el mal. Eso no se puede discutir. Y, si somos sinceros, somos conscientes de ello.
Espero que Dios nos tendrá mucha misericordia porque conoce bien nuestras limitaciones. Pero nosotros, los que queremos seguir a Jesús, tenemos que ser conscientes de que estamos llamados a hacer el bien, a amar, con toda la radicalidad que nos sea posible. Y ese amor sólo puede nacer desde lo más hondo de nuestro corazón. Por eso, cuando sintamos que nace el mal ahí, en nuestro centro, tenemos que procurar liberarnos de él cuanto antes porque nos hace daño a nosotros e, inevitablemente, a nuestros hermanos y hermanas."
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
«Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo:
«Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
"En las religiones antiguas, y en la mentalidad de muchas personas religiosas hoy, cristianos incluso, el sacerdote es el mediador entre Dios y los hombres. Se considera que es una figura necesaria porque la presencia de Dios, siempre todopoderoso y omnisciente, es figura salvadora pero también un poco bastante amenazadora para las personas. En todas esas religiones la relación con Dios se realiza sobre todo en el templo. Y ahí solo los sacerdotes tienen acceso a la parte más reservada, allí donde está la presencia de Dios. Las personas normales no tienen acceso a esa parte porque esa presencia del Santo podría poner en peligro sus vidas, sobre todo si no son lo suficientemente puros.
Pero con Jesús las cosas han cambiado radicalmente. Jesús no fue hombre de templo. Más aún, cuando se acercó al Templo de Jerusalén fue para criticarlo. Con Jesús Dios se hace presente en los caminos, en los pueblos, allá donde estaban las personas reales, sobre todo las que más sufrían la enfermedad o la injusticia. Jesús hace presente a Dios en el mundo, lo saca del templo. Con Jesús la presencia de Dios ya no es amenazadora sino una presencia amorosa. Dios es Padre, papá, que cuida de nosotros, sus hijos e hijas, que respeta nuestra libertad, que nos invita a crecer en responsabilidad. Y que pone por delante de nosotros un ideal: lo que el quiere y desea para nosotros, el Reino de justicia y fraternidad.
Ya no hace falta un mediador que nos proteja de un Dios que nos amenaza con el castigo eterno. Jesús se hace alimento para nuestras vidas. En Jesús comulgamos con Dios mismo, con el Padre, y con su proyecto para nosotros: el Reino.
Y así la misa, la Eucaristía, se convierte en el signo mayor de esa nueva comunidad de los hijos e hijas de Dios, donde no se excluye a nadie, donde las puertas están abiertas para todos, porque el amor de Dios es para todos, sin condiciones.
Jesucristo es sacerdote, el definitivo sacerdote, el que reúne a la comunidad de los hijos e hijas de Dios, nos libera del pecado y nos invita a participar con él en la construcción del Reino. Todos a una. Todos amados por Dios."