miércoles, 3 de diciembre de 2025

¿QUÉ TENEMOS NOSOTROS?

 
 

Jesús, saliendo de allí, se fue a la orilla del lago de Galilea; luego subió al monte y se sentó. Mucha gente se reunió donde él estaba. Llevaban cojos, ciegos, mancos, mudos y otros muchos enfermos; los ponían a los pies de Jesús y él los sanaba. De modo que la gente estaba asombrada al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos veían. Y todos alababan al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
– Siento compasión de esta gente, porque ya hace tres días que están aquí conmigo y no tienen nada que comer. No quiero enviarlos en ayunas a sus casas, no sea que desfallezcan por el camino.
Sus discípulos le dijeron:
– Pero ¿cómo encontrar comida para tanta gente en un lugar como este, donde no vive nadie?
Jesús les preguntó:
– ¿Cuántos panes tenéis?
– Siete y unos pocos peces – le contestaron.
Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó en sus manos los siete panes y los peces y, habiendo dado gracias a Dios, los partió, se los dio a sus discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía llenaron siete canastas con los trozos sobrantes.

Cuando vemos necesidades en este mundo pedimos a Dios el remedio. Pero Él nos dice, como en la multiplicació, ¿qué tenéis vosotros?
Olvidamos que nosotros somos las manos de Dios en este mundo. Que Él actúa a través nuestro. Pero esto exige, que nosotros pongamos todo lo que tenemos. Es entonces cuando Dios puede actuar. Es através de nuestro amor que Él puede actuar.

"A pesar de ser siempre sorprendente, el Dios de que nos habla Jesús es el Dios de la coherencia, el que no puede negarse a sí mismo. En el libro de los Números, no muy leído en la liturgia, vemos a Moisés pidiendo a Yahvé “que la comunidad no quede como rebaño sin pastor” (Nm 27,17); y el profeta Zacarías viene a dar la respuesta: “El Señor de los ejércitos cuidará de su rebaño” (Zac 10,3). Como en algún otro momento, Jesús pudo decir a la multitud: “hoy se cumple esta Escritura entre vosotros”.
El evangelio se nos ofrece hoy como en dos piezas yuxtapuestas: un resumen generalizante sobre actividad terapéutica de Jesús y una anécdota bien individuada, la multiplicación de los panes. Ambas piezas se complementan en cuanto a mensaje: el Dios de que habla Jesús es el Dios de la vida, del amor, de la compasión. Así le habían barruntado los profetas en general: él aniquilaría la muerte, enjugaría las lágrimas de todos los ojos… Dios no soporta el sufrimiento humano. Desde Is 65,19, está Dios comprometido a que “no se oigan en Jerusalén gemidos ni llantos”.
Jesús, con diversos signos, va haciendo palpable el cumplimiento de ese compromiso del Padre. Cuando los enviados del Bautista le pregunten si es él el que tenía que venir (Mt 11,4s), los invita a observar lo que sucede y escuchar los rumores de la gente: “id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos vuelven a ver,  y los cojos andan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres reciben la buena noticia” (Mt 11,4s). Sin duda, el evangelista ha redondeado la historia de Jesús mediante el modelo isaiano, buscando la mejor correspondencia. Pero la actividad curativa de Jesús, sean cuales sean sus dimensiones, no puede ponerse en duda, pues sus mismos enemigos no fueron capaces de negarla; sencillamente buscaron una interpretación torcida: “la víspera de la pascua fue colgado Jesús por haber practicado la hechicería y haber seducido a Israel” (Talmud de Babilonia).
La alimentación milagrosa de una multitud no requiere mucho comentario, por sernos tan conocida. La Iglesia naciente la narró repetidas veces, quizá cada vez que celebraba la Cena del Señor; y por ello ambas narraciones llegaron a asemejarse: “Jesús pronunció la acción de gracias, tomó los panes, los partió y se los dio” (Mt 15,36 = 26,26).
En uno y otro caso, Jesús es la plena manifestación de Yahvé dando vida a su pueblo y curándole sus dolencias. Y la Iglesia hace constantemente su confesión de fe: donde está Jesús está la vida. Y lo completa con otros dichos de Jesús: “el que venga a mí no tendrá hambre ni sed” (Jn 6,35). ¡Qué pena que algunos pensadores hayan rechazado a Dios porque solo han visto en él al vigilante temible! Quizá los predicadores y teólogos no estemos exentos de culpa; no es atrayente el ritornelo del Gran Teatro del Mundo (Calderón de la Barca) “obrar bien, que Dios es Dios”. No va en la línea de vivir gozosamente la presencia y el apoyo del Dios amigo que acompaña siempre con ternura. Que no se nos escape; la multiplicación de los panes fue narrada siempre según el esquema del Éxodo: Dios guía a su pueblo por el desierto y socorre su hambre con el maná. Esa es nuestra Eucaristía, ese es nuestro vivir."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

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