No todos los que me dicen ‘Señor, Señor’ entrarán en el reino de los cielos, sino solo los que hacen la voluntad de mi Padre celestial. |
Todo el que oye mis palabras y hace caso a lo que digo es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos contra la casa; pero no cayó, porque tenía sus cimientos sobre la roca. Pero todo el que oye mis palabras y no hace caso a lo que digo, es como un tonto que construyó su casa sobre la arena. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos, y la casa se derrumbó. ¡Fue un completo desastre! (Mt 7,21.24-27) No se trata solamente de oir la Palabra, tenemos que escucharla. Es decir, meditarla y buscar la manera de ponerla en práctica. Esto es construir nuestra vida sobre roca. Construirla sobre su Palabra. Entonces nada podrá destruirnos y derribarnos. "La vida humana podemos llevarla con consistencia y también a la ligera, de forma irresponsable; no nos viene mal la letra de la canción de los Panchos “se vive solamente una vez, hay que aprender a querer y a vivir”… antes de que “se aleje y nos deje llorando quimeras”. Por aquí podría orientarse nuestra meditación de hoy. La primera frase de Jesús hace eco inconfundible a un texto del profeta Jeremías; la mirada penetrante del profeta percibía en Israel la presencia de “creyentes poco comprometidos”, que daban por solucionados sus cometidos religiosos con solo la presencia del templo en medio de la ciudad santa: “Templo del Señor, Templo del Señor” (Jeremías 7,4). A estos, el profeta les advierte que lo que se requiere es la fe obediente a Yahvé: “Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones…” (Jr 7,5). Probablemente el lenguaje encantador de Jesús encandiló momentáneamente a muchos contemporáneos suyos; los evangelios hablan con frecuencia del seguimiento multitudinario… “de Galilea, de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de Transjordania y de las zonas de Tiro y de Sidón” (Mc 3,7s). Pero también dejan constancia de que, en algún momento, la gente se marcha, considerando que el camino propuesto por Jesús no se corresponde plenamente con las aspiraciones de Israel en aquel momento: “Muchos de sus discípulos se echaron atrás, y ya no caminaban con él” (Jn 6, 66 [la verdadera causa no debe de ser la oferta del Pan de Vida; error de contexto]); Jesús tiene que preguntar incluso a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Esa será la triste realidad en el momento duro de Getsemaní: “abandonándole, huyeron todos” (Mc 14,50). La crudeza de esa expresión suscita muchas preguntas. El seguimiento de Jesús hasta aquel momento, ¿estaba correctamente motivado? ¿debidamente arraigado? ¿Serían los apóstoles algo aventureros, dispuestos a estar con él mientras no surgiesen problemas mayores? ¿tendrían una fe apoyada solo en arena movediza? La historia de la Iglesia es a la vez impresionante y decepcionante. Lo de los mártires supera el mero razonamiento humano; y son muchos miles… Hicieron suyo el Salmo 63,4: “tu amor vale más que la vida”. Pero la constatación opuesta es desoladora. ¿Cómo fue posible que la mayor parte del norte de África, en el siglo VII-VIII, se dejase arrastrar al fugaz paso de un vendaval islámico? ¿Qué sucedió en la Francia del siglo XVIII, que, partiendo de lo cristiano, produjo la antirreligiosidad de un Voltaire o un Diderot, y la Enciclopedia…? ¿Y en nuestro tiempo? Al parecer, más de la mitad de Alemania y de Inglaterra ya no es de bautizados; y los templos de España están vacíos, o en el mejor de los casos, frecuentados casi solo por inmigrantes latinoamericanos. Un vendaval de secularización ha producido lo que hace 70 años apenas podía imaginarse. ¿Íbamos a misa el domingo solo por salir de la monotonía cotidiana y mientras no llegase una “diversión” mejor? ¿Habrá sido la televisión, y hoy otros medios más tecnificados, quienes han quitado el sitio a la oración en familia, a la práctica religiosa de muchos…? ¿Qué profundidad tienen las raíces de sus convicciones de fe? Para Jeremías “la Palabra de Dios era fuego en su carne, prendido en sus huesos, y él no podía apagarlo” (Jr 20,9). ¿Tenemos hoy una fe resistente a los últimos vientos?" (Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda) |
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