domingo, 31 de agosto de 2025

HUMILDAD Y GRATUIDAD

 

Sucedió que un sábado fue Jesús a comer a casa de un jefe fariseo, y otros fariseos le estaban espiando.
Al ver Jesús que los invitados escogían los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo:
– Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que llegue otro invitado más importante que tú, y el que os invitó a los dos venga a decirte: ‘Deja tu sitio a este otro.’ Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: ‘Amigo, pásate a este sitio de más categoría.’ Así quedarás muy bien delante de los que están sentados contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido.
Dijo también al hombre que le había invitado:
– Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, a tus hermanos, a tus parientes o a tus vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán, y quedarás así recompensado. Al contrario, cuando des una fiesta, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos; así serás feliz, porque ellos no te pueden pagar, pero tú recibirás tu recompensa cuando los justos resuciten.
(Lc 14,1.7-14)



Hoy se nos invita a ser humildes. A no creernos los más importantes. A no buscar premios y recompensas. Para Dios, todos somos los primeros, porque para Él somos únicos.
Nuestra actitud ha de ser la de la entrega; pero no una entrega interesada, buscando el agradecimiento, el renombre, que nos amen. Una entrega desinteresada, gratuita. Una entrega a aquel que sabemos que no nos puede dar nada a cambio.
 
" (...) La humildad bien entendida, ya lo decía santa Teresa, “es andar en verdad”. Humilde es el que pone sus cualidades y dotes al servicio de todos. El que reconoce que todo lo que tiene viene de Dios, y los demás, nuestros hermanos, pueden pedirle ayuda, cuando tienen problemas. El que es humilde, precisamente por serlo, genera paz y felicidad a su alrededor. Les dice a todos que se puede vivir para los demás, sin ser egoísta, sin presumir, y ayudando a hacer presente el Reino de Dios, compartiendo los dones que Dios nos ha dado.
Así el mismo Jesús se define como “manso y humilde de corazón”: como Aquél que se ha donado por completo, por puro amor. Siempre atento a las indicaciones que le hacía su Padre Dios, para cumplirlas con la mejor voluntad.
Ese Jesús, “mediador de la Nueva Alianza”, que vino a cumplir las profecías del Antiguo Testamento, y a superar las normas que, hasta entonces, habían sido imprescindibles. Es lo que quiere hacer entender el autor de la Carta a los Hebreos, que llevamos leyendo unas semanas. Muchos judíos conversos seguían añorando las antiguas prácticas rituales. No se sentían liberados, a pesar de haberse convertido.
Hubo, en su momento, una experiencia “terrible” en el Sinaí, con lenguas de fuego, oscuridad y tinieblas. Una experiencia que intimidaba y que exigía un intermediario, Moisés, para que intercediera por el pueblo ante Dios, para que no perecieran. Frente a esa experiencia, los creyentes en Jesús ya no tienen que acercarse a ningún monte, sino que el acercamiento es al mismo Cristo, el icono del amor de Dios al hombre. Ya no hay nada que temer, al contrario, haber encontrado a Cristo es motivo para celebrar una fiesta: el banquete eucarístico al que nos invita el mismo Señor.
Como ese banquete al que se acercó Jesús, invitado por uno de los principales fariseos. Para el Maestro, cualquier ocasión era buena para hacer un anuncio expreso del Reino. Hoy, por ejemplo, nos habla del desinterés.
¡Cuántos nos cuesta hacer las cosas desinteresadamente! Casi siempre esperamos respuesta, que nos lo devuelvan de alguna manera; y con demasiada frecuencia buscamos nuestro interés por encima del de los demás; incluso está el sutil engaño de hacer cosas para “sentirse orgulloso uno de sí mismo”, que es otro modo de egoísmo. Pues ahí está, sin más comentarios, la invitación de Jesús por si quieres recibirla: no invites a tus amigos y parientes y amigos ricos, porque te corresponderán y quedarás pagado. Con palabras de nuestra sociedad de consumo: invierte a fondo perdido; regala y regálate… Porque así es tu Padre Dios y desea que te parezcas a Él.
Porque quien ama teniendo como solo objetivo la búsqueda del bien del hermano, se asemeja al Padre que está en los cielos, experimenta la misma alegría de Dios. La felicidad de Dios está toda aquí: en amar gratuitamente. Se realiza la promesa de Jesús: “Así será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo”. No se puede pedir más.
Hace un año, se estaban celebrando los Juegos Olímpicos en París. Durante diecisiete días, cientos de deportistas se esforzaron para lograr una medalla. Muchas horas de esfuerzo para ganar –o perder- todo en unos pocos minutos, a veces, en segundos. Se puede recordar la frase del barón de Coubertain, impulsor de la recuperación de dichos Juegos: Lo importante no es la victoria, sino el esfuerzo. Al revisar el medallero de cada uno, Dios no preguntará si hemos batido muchos marcas mundiales, sino si hemos sido capaces, cada día, de esforzarnos un poco más. Ahí, en el día a día, en el entrenamiento de la oración y de la Palabra de Dios, nos jugamos nuestra medalla eterna. Una medalla que vale más que el oro."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)


sábado, 30 de agosto de 2025

DAR FRUTO

 


El reino de los cielos es como un hombre que, a punto de viajar a otro país, llamó a sus criados y los dejó al cargo de sus negocios. A uno le entregó cinco mil monedas, a otro dos mil y a otro mil: a cada cual conforme a su capacidad. Luego emprendió el viaje. El criado que recibió las cinco mil monedas negoció con el dinero y ganó otras cinco mil. Del mismo modo, el que recibió dos mil ganó otras dos mil. Pero el que recibió mil, fue y escondió el dinero de su señor en un hoyo que cavó en la tierra.
Al cabo de mucho tiempo regresó el señor de aquellos criados y se puso a hacer cuentas con ellos. Llegó primero el que había recibido las cinco mil monedas, y entregando a su señor otras cinco mil le dijo: ‘Señor, tú me entregaste cinco mil, y aquí tienes otras cinco mil que he ganado.’ El señor le dijo: ‘Muy bien, eres un criado bueno y fiel. Y como has sido fiel en lo poco, yo te pondré al cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo.’ Después llegó el criado que había recibido las dos mil monedas, y dijo: ‘Señor, tú me entregaste dos mil, y aquí tienes otras dos mil que he ganado.’ El señor le dijo: ‘Muy bien, eres un criado bueno y fiel. Y como has sido fiel en lo poco, yo te pondré al cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo.’
Por último llegó el criado que había recibido mil monedas y dijo a su amo: ‘Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso tuve miedo; así que fui y escondí tu dinero en la tierra. Aquí tienes lo que es tuyo.’ El amo le contestó: ‘Tú eres un criado malo y holgazán. Puesto que sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí, debías haber llevado mi dinero al banco, y yo, a mi regreso, lo habría recibido junto con los intereses.’ Y dijo a los que allí estaban: ‘Quitadle a este las mil monedas y dádselas al que tiene diez mil. Porque al que tiene, se le dará más y tendrá de sobra; pero al que no tiene, hasta lo que tiene se le quitará. Y a este criado inútil arrojadlo fuera, a la oscuridad. Allí llorará y le rechinarán los dientes.’
(Mt 25,14-30)

Mateo habla de monedas y Lucas de talentos, pero es la misma parábola. Jesús nos dice que no se trata de tener más o menos, si no de producir con lo que tenemos. No se trata de guardar, si no de entregarnos para hacer crecer, para dar frutos con lo que tenemos.

"Siempre me ha dado un poco de pena el pobre hombre que enterró el talento, “por seguridad”. Con la mejor intención, lo salvó de pérdidas o robos… Y no lo hizo producir.
Hay tres tipos de pobrecillos que pueden enterrar su único talento.
Uno es alguien con una autoestima tan baja que no se da cuenta de que la gracia que ha recibido puede producir mucho más… Está convencido profundamente de que no tiene nada, o tiene tan poco que no merece la pena ponerlo a trabajar. Hace poco salió un video (no se sabe si real o fabricado, pero con buen mensaje) en que un niño de cinco años decía que un lápiz roto también se puede usar para hacer un bonito dibujo. Pues este pobre del talento no se ha dado cuenta de esto.
Otro tampoco tiene una alta autoestima, pero la cubre con engreimiento. No entierra, sino que presume de lo que tiene y en realidad, no produce nada, porque es puro brillo.  es un engreído que no entierra, sino que presume de un talento inútil que puede ser que brille, pero que no produce nada… Es el caso de ciertos personajes cuyo único talento es saber ser un poco protagonista… pero eso no lleva a ningún fruto positivo.
En todo caso, el pobre que ha escondido el talento es un pobre ciego que no ha podido o no ha sabido reconocer que el don, o la falta de tal don, no era suyo. Que no ha sabido agradecer al Señor de todos los dones. Que se ha quedado cojo, tuerto y empobrecido, aunque haya presumido después de salvaguardar el don. Su mayor error no es enterrar el don, sino negar la gracia de Dios. Porque, quien reconoce esa gracia, da fruto. No por sí mismo, sino por el dador de todos los dones, de todos los talentos.
Por eso no sé si estar de acuerdo con el final de la parábola o cambiarlo. Me parece que Dios siempre daría otra oportunidad. Ver la luz, convertirse, y trabajar fuertemente para hacer crecer el don…. Pienso yo que la misericordia de Dios suele ser así… hasta el final. Y si al final la persona se ha enrocado en su pobre ceguera, entonces se le quitará todo."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

viernes, 29 de agosto de 2025

PROCLAMAR LA VERDAD



Es que Herodes, por causa de Herodías, había mandado apresar a Juan y le había hecho encadenar en la cárcel. Herodías era esposa de Felipe, hermano de Herodes, pero Herodes se había casado con ella. Y Juan le había dicho a Herodes: “No puedes tener por tuya a la mujer de tu hermano.”
Herodías odiaba a Juan y quería matarlo; pero no podía, porque Herodes le temía y le protegía sabiendo que era un hombre justo y santo; y aun cuando al oírle se quedaba perplejo, le escuchaba de buena gana. Pero Herodías vio llegar su oportunidad cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus jefes y comandantes y a las personas importantes de Galilea. La hija de Herodías entró en el lugar del banquete y bailó, y tanto gustó el baile a Herodes y a los que estaban cenando con él, que el rey dijo a la muchacha:
– Pídeme lo que quieras y yo te lo daré.
Y le juró una y otra vez que le daría cualquier cosa que pidiera, aunque fuese la mitad del país que él gobernaba. Ella salió y preguntó a su madre:
– ¿Qué puedo pedir?
Le contestó:
– Pide la cabeza de Juan el Bautista.
La muchacha entró de prisa donde estaba el rey y le dijo:
– Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se disgustó mucho, pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, no quiso negarle lo que pedía. Así que envió en seguida a un soldado con la orden de traerle la cabeza de Juan. Fue el soldado a la cárcel, le cortó la cabeza a Juan y la puso en una bandeja. Se la dio a la muchacha y ella se la entregó a su madre.
Cuando los seguidores de Juan lo supieron, tomaron el cuerpo y lo pusieron en una tumba.

"Hace poco, el papa León XIV exhortaba a los jóvenes a no conformarse con menos que la santidad. No para ser colocados en una hornacina, ciertamente, sino más bien para seguir una llamada de Dios que no admite negociaciones ni regateos.
Juan Bautista era así: irreductible. Costara lo que costara (y a él le costó la cabeza) proclamaría lo que era verdad. A Herodes le caía bien y podría haberse avenido a lo que quisiera el poder, como hacen, hacemos tantos. Y sin embargo, lo arriesgó todo porque no podía conformarse con menos que la santidad. A veces es necesario perder la cabeza.  La santidad heroica que llega al martirio, claro está, no es nada fácil. Pero tampoco es nada fácil esa otra santidad callada, diaria, que aguanta con paciencia los pequeños o grandes defectos del prójimo; la que se sacrifica porque otros vivan mejor; la que defiende la verdad y la justicia; la que mantiene la esperanza y la alegría en medio de la adversidad. No tiene mucho brillo, pero es heroica en su perseverancia, en su terca fidelidad. La santidad de los grandes actos se requiere ocasionalmente; no tanto en nuestro mundo más acomodado, pero sí en los países que sufren persecución y martirio por la fe, como está ocurriendo hoy día en Congo, en Siria y en otros países africanos y del Oriente Medio.
La santidad diaria, la callada y desapercibida, se requiere todos los días y a todas horas. Y pide una decisión constante de cumplir la voluntad de Dios. (...) "
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

jueves, 28 de agosto de 2025

ESTAR EN VELA


 
Permaneced despiertos, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entended que si el dueño de una casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, permanecería despierto y no dejaría que nadie entrara en su casa a robar. Así también, vosotros estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperéis.
¿Quién es el criado fiel y atento, puesto por el amo al frente de la casa para dar a la servidumbre la comida a sus horas? ¡Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, encuentra cumpliendo con su deber! Os aseguro que el amo le pondrá al cargo de todos sus bienes. Pero si ese criado es un malvado, y pensando que su amo va a tardar comienza a maltratar a los demás criados, y se junta con borrachos a comer y beber, el día que menos lo espere y a una hora que no sabe llegará su amo y le castigará: le condenará a correr la misma suerte que los hipócritas. Entonces llorará y le rechinarán los dientes.

Jesús nos pide estar atentos. No sabemos qué día vendrá. En realidad Él se nos acerca cada día en el otro. En el pobre, en el perseguido, en el inmigrante, en el que necesita amor...
Esta es la atención que Jesús nos pide. La de saber encontrarle en nuestro prójimo, en los demás, en los más débiles.
Podemos estar ocupados en mil y una cosa que nos parecen muy importantes. Y quizá lo son, pero más importante es encontrarlo a Él y saberlo recibir. 

miércoles, 27 de agosto de 2025

SEPULCROS BLANQUEADOS

 


¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que sois como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera pero llenos por dentro de huesos de muerto y toda clase de impurezas. Así sois vosotros: por fuera, ante la gente, parecéis buenos, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y maldad.
¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que construís los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos funerarios de los hombres justos, y luego decís: ‘Si hubiéramos vivido en los tiempos de nuestros antepasados, no los habríamos ayudado a matar a los profetas.’ Con esto, vosotros mismos os reconocéis descendientes de aquellos que mataron a los profetas. ¡Acabad de hacer, pues, lo que vuestros antepasados comenzaron!

Los evangelios de estos días son muy duros. Fuera de la expulsión de los mercaderes del templo, nunca vemos a Jesús enfadado. No soporta que "utilicemos" la religión. No quiere que cuidemos las apariencias y nuestro corazón esté lleno de maldad. No quiere que exijamos a los demás, lo que nosotros somos incapaces de hacer. No quiere que utilicemos a Dios para dominar a los demás.
Si algo nos dicen estos evangelios, es que debemos ser sinceros. Que demos aceptarnos tal como somos, pecadores. Aceptando nuestra realidad, podremos pedir el perdón. 




martes, 26 de agosto de 2025

EL VERDADERO CUMPLIMIENTO

 


¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que separáis para Dios la décima parte de la menta, del anís y del comino, pero no hacéis caso de las enseñanzas más importantes de la ley, como son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esto es lo que se debe hacer, sin dejar de hacer lo otro. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!
¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que limpiáis por fuera el vaso y el plato, pero por dentro estáis llenos de lo que habéis obtenido con el robo y la avaricia. Fariseo ciego, ¡limpia primero el vaso por dentro, y así quedará limpio también por fuera!

A veces queriendo cumplir hasta el mínimo detalle, podemos olvidarnos de lo más importante. Podemos rezar mucho, ayunar, hacer penitencia...y olvidarnos de amar a Dios y de amar al prójimo.
Podemos estar, como decíamos ayer, más preocupados por las apariencias, que por amar de verdad. Si estar de rodillas o de pie, en la boca o en la mano...y olvidarnos del hermano que sufre, que no tiene nada...O tratamos injustamente a la gente. ¿Qué diría Jesús de nosotros?

"La mentira es como una capa de brillo artificial que oculta ponzoña. Y la ponzoña tiene una extraña propiedad de hervir hasta desbordarse por encima de la superficie hermosa. Una corrupción se tiene que tapar con otra y otra con otra. Mientras tanto, se trata, por todos los medios, de que lo de fuera parezca precioso, dulce, tierno y elegante. Engaña por un tiempo, quizá, pero al final, como es falso, empieza a cansar, pasa a ser sospechoso, y termina por descubrirse lo que había debajo. La hipocresía es gradualmente transparente.
A nuestro alrededor, continuamente vemos esa mentira, a nivel personal o colectivo. Y la ponzoña va brotando imparable como si estuviera hirviendo. Vemos a todas horas rostros en televisión que nos aseguran que ellos son buenos y todos los demás malísimos; pero ya no pueden por más tiempo ocultar la verdad. Y lo mismo ocurre a nivel personal; como una mentira lleva a otra, al final no se recuerda la primera y la bola explota. (...) "
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

lunes, 25 de agosto de 2025

GUIAS CIEGOS

 


Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que cerráis a todos la puerta del reino de los cielos. Ni vosotros entráis ni dejáis entrar a los que quisieran hacerlo.
¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que recorréis tierra y mar para ganar un adepto, y cuando lo habéis ganado hacéis de él una persona dos veces más merecedora del infierno que vosotros mismos.
¡Ay de vosotros, guías ciegos!, que decís: ‘El que hace una promesa jurando por el templo no se compromete a nada; el que queda comprometido es el que jura por el oro del templo.’ ¡Estúpidos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el templo por el que el oro queda consagrado? También decís: ‘El que hace una promesa jurando por el altar no se compromete a nada; el que queda comprometido es el que jura por la ofrenda que está sobre el altar.’ ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar por el que la ofrenda queda consagrada? El que jura por el altar, no solo jura por el altar sino también por todo lo que hay encima de él; y el que jura por el templo, no solo jura por el templo sino también por Dios, que vive allí. Y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Dios mismo, que se sienta en él.

Jesús prefiere a los sencillos, a los pobres, incluso a los pecadores, antes que a los poderosos, a los que se creen perfectos, a los hipócritas. No soporta a los que abusan de los demás. Lo veremos en una serie de textos estos días. 
Debemos analizarnos y ver si hacemos lo que decimos, si ayudamos y amamos, si no somos guías ciegos. Sino somos hipócritas, que damos más importancia a las apariencias, que a lo que somos de verdad.
 
"Los reproches que lanza Jesús en el evangelio de hoy son toda una enmienda a la totalidad de una acción vacía, rutinaria e hipócrita. ¡Ay de vosotros! El “ay de vosotros” va dirigido a quienes se centran de tal manera en lo externo que pierden todo sentido del porqué están haciendo todo eso; y lo peor no es eso, sino que están seguros y confiados en que todas sus formalidades, rutinas y superficialidad, los llevarán a la salvación. Quedarse con la envoltura puede resultar brillante temporalmente, pero en el fondo hay un vacío profundo que al fin saldrá a la luz; es un vacío existencial disfrazado de felicidad, buenas obras y prestigio.
En contraste con esto, la carta a Tesalonicenses presenta una alabanza a la totalidad, resumida, simplemente en una línea que contiene las tres virtudes teologales:” Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor.” Pero no lo presenta en términos de brillo, prestigio o fama ante los demás, sino más bien en términos de esfuerzo. Las virtudes se practican, se trabajan. Aunque son obras de la gracia de Dios y del Espíritu Santo, son exigentes: esfuerzo, aguante. No se presenta la fe como algo estático, sino activo… es decir, con obras de oración, de justicia, de vida en Dios; ni es el amor simplemente un sentimiento romántico, sino un decidido esfuerzo de centrarse en Dios y hacer el bien: no es fácil muchas veces. Se dice, burlonamente, que se ama a la humanidad, pero no se soporta al individuo de al lado. Ni la esperanza es una ilusión algo boba de que las cosas van a ir bien. Eso se podría derrumbar estrepitosamente cuando las cosas ni van bien, ni hay ningún viso de que se arreglen. Porque la esperanza es algo mucho más fundamentado: es el aguante, el anclaje en Dios a pesar de todos los pesares. La esperanza de algo mucho más grande que no es temporal ni espacial, ni se basa en acontecimientos puntuales. La esperanza es la seguridad de que la salvación ya se ha cumplido en Cristo.
Se nos presenta, por tanto, todo un programa de conversión; las normas pueden estar bien y, como decían nuestras abuelas, “lo bien hecho bien parece”. Pero no hay que parecer solamente; hay que ser, desde dentro, firmes, buenos; llenos del Espíritu que nos ayuda en esas tres virtudes difíciles que son nada más y nada menos, que las que apuntan al corazón de Dios."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

domingo, 24 de agosto de 2025

LA PUERTA ESTRECHA

 


En su camino a Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por donde pasaba. Alguien le preguntó:
– Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Él contestó:
– Procurad entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos querrán entrar y no podrán. Después que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, vosotros, los que estáis fuera, llamaréis y diréis: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero él os contestará: ‘No sé de dónde sois.’ Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras calles.’ Pero él os contestará: ‘Ya os digo que no sé de dónde sois. ¡Apartaos de mí, malhechores!’ Allí lloraréis y os rechinarán los dientes al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que vosotros sois echados fuera. Porque vendrá gente del norte, del sur, del este y del oeste, y se sentará a la mesa en el reino de Dios. Y mirad, algunos de los que ahora son los últimos serán los primeros; y algunos que ahora son los primeros serán los últimos.

Para pasar por la puerta estrecha, debemos hacernos pequeños y dejar toda esa cantidad de cosas que creemos imprescindibles y que, en realidad, nos impiden crecer, avanzar, acercarnos a Jesús. No son las cosas que tenemos, ni muchas de las que hacemos, las que nos permiten llegar al Padre. Por eso, los que nos creemos buenos cristianos, porque hacemos muchas cosas que nos parecen espirituales, quizá nos llevemos una sorpresa al entrar en el banquete. 


"A todos nos preocupa el futuro. A los jóvenes, porque no saben lo que va a ser de ellos. A los mayores, porque han vivido mucho, y quisieran saber cómo será el final de sus días. En todas las épocas la humanidad se ha preocupado por la salvación, la vida eterna, la otra vida, lo que está más allá de la muerte. Algunos se inclinan por una repetición de la existencia, lo que se llama “reencarnación”. Otros piensan que el estricto cumplimiento de los deberes religiosos garantiza esta vida y la otra. Algunos más, consideran que solamente en su iglesia hay salvación. Finalmente, los menos, se preocupan por tener una vida ética que les permita descubrir el verdadero sentido de su existencia.
La preocupación por la salvación también formaba parte de las inquietudes populares en el tiempo de Jesús. El tema fundamental del evangelio de hoy responde a esto. La pregunta inicial remite a un problema de fondo: ¿Serán unos pocos los que se salven? La pregunta parte del supuesto de que la salvación está reservada sólo para el pueblo de Israel. Pero el billete de entrada no será el de ser “israelita”, sino el tener verdadera fe en Jesús, fe que lleve a practicar la justicia, porque para Dios no hay acepción de personas. Jesús rechaza satisfacer este tipo de curiosidad. En vez de la curiosidad, Jesús introduce el elemento sorpresa, la realidad de lo imprevisible y del esfuerzo para entrar por la puerta estrecha.
Los rabinos contemporáneos de Jesús no tenían sobre el tema una respuesta unánime. Algunos afirmaban que Yahvé acogería a todos los judíos en su Reino. Otros, exagerando la maldad de los hombres, enseñaban que la salvación estaba reservada a muy pocos. Más adelante, el Apocalipsis hablaría de ciento cuarenta y cuatro mil elegidos. Cifra claramente simbólica y escasa además frente al género humano.
Durante muchos años, los israelitas vivieron con la seguridad de la salvación. Eran el pueblo elegido por Dios, desde los tiempos de Abrahán, Isaac y Jacob. Y ahora, de repente, aparece el hijo del carpintero, a decirles que no todo está conseguido. Jesús les dice: no estéis tan seguros, porque vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Algo que hemos oído en el final de la primera lectura de hoy, del profeta Isaías, encontramos que “también de entre ellos escogeré a sacerdotes y levitas”. Seguramente en el pensamiento de Jesús está planteada la idea de la salvación universal.
Los invitados por Jesús a sentarse en el Banquete del Reino será un número inmenso de hombres que siempre han sido marginados, probablemente los que menos nos esperemos. Lo sorprendente de Jesús no sólo está en el número de los invitados al Banquete, sino también su proveniencia insólita: son los excluidos. Los que no cuentan. La realidad de estos invitados se pone en contraste con aquellos que presumen de tener los derechos y la categoría para participar: “hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas”. A pesar de estos títulos, oirán que se les echa en cara: “No os conozco. No sé quiénes sois”.
De igual modo, existe el peligro de que los que se tienen por privilegiados porque han cumplido fielmente con los rezos, asisten a la eucaristía y practican los mandamientos de Dios y de la Iglesia, caigan en la cuenta de que el orden de participación en el banquete ha sido invertido, porque “hay últimos que serán los primeros y primeros que serán últimos”. La lógica de Jesús no es nuestra lógica. Nos cuesta entender. Dios siempre va más allá, y ve lo que nosotros no vemos, en lo profundo de los corazones. (...)
(...) ¿Quiénes son los últimos que serán los primeros? Tanto en la sociedad de Jesús como en la sociedad de hoy este grupo está bien definido: son los excluidos y arrinconados por razones económicas, sociales, políticas, culturales y religiosas. En esta sociedad el ser humano no tiene ningún valor por ser tal; él vale por lo que tiene, por el poder o por el saber.
Si no nos convertimos y dejamos a un lado nuestras falsas seguridades, ellos nos van a tomar la delantera en el Reino. La salvación para Jesús no es un asunto puramente pasivo. No podemos vivir de las rentas. Todos, mayores y pequeños, debemos cada día intentar superarnos, para ponernos en el camino que lo conduce al encuentro de Dios. Los casados, en casa; los consagrados, renovando su sus compromisos cada día. Todos. Porque, aunque Dios toma la iniciativa, es necesario estar dispuestos a aceptarlo.
Para poder pasar por una puerta estrecha, lo sabemos, solo hay una manera de hacerlo: hacerse pequeño. Quien es grande y grueso no pasa; puede intentarlo de muchas maneras, de frente o de perfil, pero no logrará pasar. Esto es lo que a Jesús le interesa que quede claro: no se puede ser discípulo suyo sin renunciar a ser grande, sin hacerse pequeño y servidor de todos.
La salvación tampoco es un asunto del mero cumplimiento de los deberes religiosos. El ser humano necesita examinar todas las dimensiones de su vida y ver si están orientadas hacia Dios. Si la mano derecha se levanta a Dios, pero la izquierda sólo está pendiente de las cosas de abajo, no tendremos las manos disponibles para abrazar al Padre. El corazón debe estar dispuesto hacia Dios y para con Dios. Ése debe ser nuestro tesoro.
La salvación no es un asunto exclusivo de los movimientos religiosos ni de las iglesias ni de grupos selectos. La salvación está abierta a toda la humanidad. Lo importante es que se busque la voluntad de Dios con actitudes de justicia, misericordia y solidaridad. Por esto, Jesús exhorta a sus oyentes a que se esfuercen por escoger el camino difícil: la puerta angosta de la justicia. Eso es lo que Dios quiere. Eso es lo que nos está pidiendo. Ojalá sepamos responder a esta llamada."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)


sábado, 23 de agosto de 2025

DECIR Y HACER.

 


Después de esto, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: Los maestros de la ley y los fariseos son los encargados de interpretar la ley de Moisés. Por lo tanto, obedecedlos y haced todo lo que os digan. Pero no sigáis su ejemplo, porque dicen una cosa y hacen otra. Atan cargas pesadas, imposibles de soportar, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera con un dedo. Todo lo hacen para que la gente los vea. Les gusta llevar sobre la frente y en los brazos cajitas con textos de las Escrituras, y vestir ropas con grandes borlas. Desean los mejores puestos en los banquetes, los asientos de honor en las sinagogas, ser saludados con todo respeto en la calle y que la gente los llame maestros.
Pero vosotros no os hagáis llamar maestros por la gente, porque todos sois hermanos y uno solo es vuestro Maestro. Y no llaméis padre a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el que está en el cielo. Ni os hagáis llamar jefes, porque vuestro único Jefe es Cristo. El más grande entre vosotros debe servir a los demás. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.

Decir y hacer. Por desgracia muchas veces decimos pero hacemos lo contrario. Nos gusta, como a los fariseos, aparentar. Además queremos estar por encima de los demás. 
Jesús quiere que seamos sencillos. A nosotros nos gustan los títulos. Él nos pide que seamos humildes. Entonces seremos verdaderamente grandes.

"Qué fácil es “ponernos por encima” de los demás. Cuando sabemos algo más que otros, o si tenemos algo más de experiencia en algún aspecto de la vida… nos creemos superiores y tratamos a los demás como inferiores.
Eso les pasaba a muchos escribas y fariseos del tiempo de Jesús: se creían de primera categoría, mientras los demás serían de segunda clase. Y, además, se permitían “decir y no hacer”. Por eso Jesús los critica con dureza.
Ponerse por encima de otros es una tentación muy humana. También el decir y no hacer. El Espíritu del Señor viene en ayuda nuestra para darnos cuenta de estos peligros y evitarlos. Porque, como dijo el papa Francisco, la única forma legítima de mirar a alguien de arriba hacia abajo es para ayudarlo a levantarse. Y estamos llamados a la autenticidad, que es más que la coherencia: ser coherentes entre lo que decimos y hacemos siempre que podamos, y ser capaces, a la vez, de reconocer nuestras fragilidades. Porque nadie es perfecto. Y el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad.
Lo opuesto a ponerse por encima es “ponernos por debajo”, en sometimiento o dependencia. Y esto tampoco es cristiano. En Cristo somos hermanos, hijos de un mismo Padre, llamados a cuidar y hacer crecer la fraternidad y a cuidar nuestra casa común para nosotros y para las próximas generaciones. Ni por encima ni por debajo: mirándonos a los ojos, como nos mira el Señor.
Y, en caso de duda, ponerse al servicio de los demás, desde una libertad interdependiente: “el primero entre vosotros será vuestro servidor”. Porque “el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Señor Jesús,
ayúdame a mirar a los demás como tú les miras.
Y que pueda servir y desvivirme, desde la libertad,
contigo y como tú."
(Luis Manuel Suárez cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 22 de agosto de 2025

EL PRINCIPAL MANDAMIENTO

 


Los fariseos se reunieron al saber que Jesús había hecho callar a los saduceos. Uno de aquellos, maestro de la ley, para tenderle una trampa le preguntó:
– Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?
Jesús le dijo:
– ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.’ Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Y el segundo es parecido a este: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ De estos dos mandamientos pende toda la ley de Moisés y las enseñanzas de los profetas.

Amar a Dios y al prójimo. Jesús nos dice que es lo mismo. Porque a Dios lo encontramos en el otro, en el más necesitado, el perseguido, el pobre y enfermo. A lo largo de la historia vemos, que los cristianos, lo hemos olvidado muchas veces. Examinémonos nosotros y veamos si realmente amamos a los demás. Si sabemos ver a Dios en el otro, incluso en aquel que nos cae mal.

"La sencillez y la astucia no tienen porqué estar reñidas. Así nos lo enseñó Jesús, y así lo vivió él.
En el evangelio de hoy, los fariseos quieren ser más que los saduceos, a los que Jesús “había hecho callar”. Por eso quieren poner a prueba a Jesús, con una pregunta en la que, supuestamente, ellos eran expertos: cuál es el mandamiento principal de la Ley.
La “Ley”, para los judíos, se refería principalmente a la Torá, los cinco libros atribuidos a Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Esta Ley era considerada la base de su fe, revelación de la voluntad de Dios y guía para la vida religiosa y civil. Además de la Torá escrita, la Ley también incluía la tradición oral, interpretaciones y enseñanzas rabínicas que se habían transmitido a lo largo de generaciones. La Ley no solo incluía normas religiosas, sino también leyes civiles y morales, todas consideradas como un sistema unificado. Más que el actual concepto de “ley”, se vivía como “enseñanzas” para la vida, si bien su amplio desarrollo hacía que fuera algo complicado. Había maestros de la ley más estrictos, que exigían el cumplimiento riguroso de todas las normas, mientras que otros eran más abiertos, centrándose en lo más importante.La pregunta de los fariseos a Jesús tenía, pues, su peligro: según lo que respondiera, podían acusarlo de estricto o de laxo, o buscar el modo de criticarle. Por eso Jesús opta por una respuesta esencial, que va a lo fundamental, respondiendo con palabras tomadas de la misma Torá: lo más importante de la vida es amar al Señor con todo el corazón… y al prójimo como a uno mismo. Eso es cumplir la “Ley” y poner las bases para una vida humana digna. Desde el amor de Dios, que nos amó primero.
Sencillos y astutos: así estamos llamados a ser en nuestro mundo, que a veces desprecia nuestra fe, o que la lleva a extremos inhumanos. Como Jesús, recibiendo el amor del Padre, y dándolo cotidianamente a los demás. En ello está el secreto de la vida.
Gracias, Señor, por tu valentía:
respondes a quien te pregunta.
Gracias, Señor, por tu sencillez:
en ti no hay afán de venganza frente a quienes te atacan.
Gracias, Señor, por recordarnos lo más importante:
solo el amor salva.
Dame tu sabiduría, para vivir contigo y como tú."
(Luis Manuel Suárez cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 21 de agosto de 2025

TODOS ESTAMOS INVITADOS



Jesús se puso a hablarles otra vez por medio de parábolas. Les dijo:
El reino de los cielos puede compararse a un rey que hizo un banquete para la boda de su hijo. Envió a sus criados a llamar a los invitados, pero estos no quisieron acudir. Volvió a enviar más criados, encargándoles: ‘Decid a los invitados que ya tengo preparado el banquete. He hecho matar mis novillos y reses cebadas, y todo está preparado: que vengan a la boda.’ Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a sus tierras, otro a sus negocios y otros echaron mano a los criados del rey y los maltrataron hasta matarlos. Entonces el rey, lleno de ira, ordenó a sus soldados que mataran a aquellos asesinos y quemaran su pueblo. Luego dijo a sus criados: ‘Todo está preparado para la boda, pero aquellos invitados no merecían venir. Id, pues, por las calles principales, e invitad a la boda a cuantos encontréis.’ Los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y así la sala del banquete se llenó de convidados.
Cuando el rey entró a ver a los convidados, se fijó en uno que no iba vestido para la boda. Le dijo: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí, si no vienes vestido para la boda?’ Pero el otro se quedó callado. Entonces el rey dijo a los que atendían las mesas: ‘Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a la oscuridad. Allí llorará y le rechinarán los dientes.’ Porque muchos son llamados, pero pocos escogidos.

Todos estamos invitados al banquete de bodas. Todos estamos llamados al Reino. Pero podemos caer en mil excusas para no asistir. Pero el Padre no se resigna y hace salir por todos los caminos a sus enviados, para que inviten a todo el mundo. Buenos y malos. TODOS estamos invitados. Sólo se nos exige el vestido de bodas. Es decir, se nos exige que sepamos amar. El AMOR es el vestido que nos permitirá entrar en el Reino.

"Nada hay más exigente que el amor. Porque el amor, por su propia naturaleza, pide responder con amor. Si no, no has entendido nada. Y si lo vives, has logrado la vida.
Así pasaba en tiempo de Jesús. El Evangelio nos habla de la alianza que Dios quiere hacer con su pueblo, simbolizada en una boda; y de cómo muchas veces el pueblo rechazó esa alianza, apartándose de Dios. En los mismos tiempos de Jesús, algunos le aceptan, pero muchos le rechazan… Incomprensiblemente, no quieren participar de esa fiesta. Pero no por ello Dios rompe su alianza, sino que la abre más allá del pueblo elegido, a todos los pueblos de la tierra: los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. Porque el amor de Dios es gratuito. Y cuando se acepta, es capaz de cambiar el corazón. Pero una vez que se entra en la lógica de la alianza, no vale cualquier tipo de respuesta. Hay que “vestirse de fiesta”, es decir, responder al amor con amor. Amor auténtico, gratuito y generoso.
Así pasa en nuestro tiempo: muchas veces vivimos entretenidos con tantas cosas, sin atender a lo único importante, el amor. El amor que Dios nos da gratuitamente, para acogerlo, revestirnos de él, y llevarlo a los demás. Todo lo demás, es relativo.
Dios no va a dejar de amarnos porque no le correspondamos. El problema es para nosotros, que nos perdemos lo más grande de la vida. Porque el amor pide responder con amor. Y un amor de calidad. Si no lo vives, quedas fuera de la fiesta. Si lo empiezas a vivir, comienzas a lograr la vida.
Gracias, Señor, por tu amor gratuito, generoso, desinteresado.
Que viva abierto a ese amor, como María.
Que no me entretenga con lo superfluo
y que me centre en lo importante:
vivir de tu amor, para poder amar, de verdad, a mis prójimos."
(Luis Manuel Suárez cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 15 de agosto de 2025

MARIA INAUGURA LA "IGLESIA EN SALIDA"

 


Por aquellos días, María se dirigió de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se movió en su vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo Isabel:
– ¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Tan pronto como he oído tu saludo, mi hijo se ha movido de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!
María dijo:
“Mi alma alaba la grandeza del Señor.
Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava,
y desde ahora me llamarán dichosa;
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas.
¡Santo es su nombre!
Dios tiene siempre misericordia
de quienes le honran.
Actuó con todo su poder:
deshizo los planes de los orgullosos,
derribó a los reyes de sus tronos
y puso en alto a los humildes.
Llenó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Ayudó al pueblo de Israel, su siervo,
y no se olvidó de tratarlo con misericordia.
Así lo había prometido a nuestros antepasados,
a Abraham y a sus futuros descendientes.”
María se quedó con Isabel unos tres meses, y después regresó a su casa.

El padre claretiano Fernando Torres nos muestra a María practicando la Iglesia en salida. María es nuestro modelo y nos señala el camino del la Iglesia y del verdadero cristiano: la salida de nosotros mismos hacia los más necesitados. La entrega a los demás.

"El Papa Francisco hablaba mucho de la “Iglesia en salida”. Era una expresión un poco extraña pero todos entendimos muy bien lo que quería decía. Pues bien, el texto evangélico de este día en la fiesta de la Asunción de María, creo que nos puede servir como un buen ejemplo práctico de lo que es una “Iglesia en salida”.
Según lo relata Lucas en su Evangelio esta visita de María a su prima Isabel acontece inmediatamente después de la anunciación, del momento en que Dios se hace presente a María y le anuncia que va a tener un hijo. María se podía haber quedado en contemplación mística, dejándose llenar por lo que había sido el anuncio del ángel, sintiéndose llena de gracia, recogida en sus pensamientos y sensaciones. Pero no hace eso. En el anuncio del ángel se había incluido la noticia de que su prima Isabel, ya anciana, también había concebido y estaba embarazada. Así que lo que hace María es exactamente lo contrario de lo que se podía esperar. En lugar de quedarse ensimismada en lo suyo, deja su pueblo, sale al camino, y se dirige al lugar donde vive Isabel para estar con ella, acompañarla y ayudarla. Eso es precisamente lo que el Papa Francisco quería decir al hablar de la “Iglesia en salida”.
María es modelo y madre de la Iglesia. Y precisamente es modelo en este salir de sí para acercarse al otro y atenderlo en su necesidad. Es modelo en no quedarse ensimismada en sus oraciones y meditaciones, en la contemplación de la gracia, sino en salir a los caminos a encontrarse con los necesitados, sean del color, religión, sexo, nacionalidad, cultura, lengua que sean, para echar una mano, para atenderlos.
Una Iglesia que se centra en sí misma, en sus celebraciones, en sus cantos, en su pureza y en sus rituales, es exactamente lo contrario a una “Iglesia en salida”. De María podemos aprender a este no pensar en primer lugar en nosotros y en nuestras necesidades sino a descentrarnos, a poner al otro y sus necesidades en primer lugar y servirlo. Porque para servir a los hermanos estamos. Y un cristiano que no sirve, no sirve para nada."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)