Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed que pronto será destruida. Entonces los que estén en Judea, que huyan a las montañas; los que estén en Jerusalén, que salgan de la ciudad; y los que estén en el campo, que no regresen a ella. Porque serán días de castigo en los que se cumplirá cuanto dicen las Escrituras. ¡Pobres de las mujeres que en aquellos días estén embarazadas o tengan niños de pecho!, porque habrá mucho dolor en el país y un castigo terrible contra este pueblo. A unos los matarán a filo de espada, a otros los llevarán prisioneros por todas las naciones, y los paganos pisotearán Jerusalén hasta que se cumpla el tiempo que les ha sido señalado.
Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra, las naciones estarán confusas y angustiadas por el ruido terrible del mar y de las olas. La gente se desmayará de espanto pensando en lo que ha de sucederle al mundo, pues hasta las fuerzas celestiales se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, animaos y levantad la cabeza, porque muy pronto seréis liberados.
No debemos perder la esperanza. Es el mensaje que nos da el evangelio de hoy. Han habido, hay y habrán guerras y desgracias. Pero nuestra liberación está cerca. Ya está aquí. Depende de nosotros el saber verla. El poner en práctica lo que Dios nos pide: Amar a todo el mundo, amar a Dios. El Amor será nuestra salvación.
"Si viene una catástrofe (como un huracán, un terremoto o algún fenómeno climático alarmante), o una guerra, lo más prudente es esconderse, buscar un lugar seguro y esperar a que pase todo y que milagrosamente nos salvemos.
Hoy, como tan a menudo, el Evangelio nos da una recomendación paradójica: al ver desastres, catástrofes, guerras y levantamientos, en lugar de esconderse en una cueva con una resignada desesperación, levantar la cabeza. Cuando vean estas cosas, levanten la cabeza, porque su salvación está cerca. Es lo contrario de lo que muchas veces piden grupos que anuncian el fin del mundo: huir a una cueva, al monte y esperar la “rapture”, es decir, el levantamiento de los justos que irán al cielo mientras que otros se condenan. Pero no es esa la visión a la que se anima hoy. Desde los primeros tiempos del cristianismo se ha estado esperando esta segunda venida, y una y otra vez a lo largo de los siglos se han visto catástrofes, violencia, guerras, desastres, corrupciones… Y una y otra vez, se recomienda a los cristianos que levanten la cabeza porque está cerca la liberación. ¿Y qué pasa después? Pues todo parece seguir, reconstruyendo desde la destrucción, guardando luto por quienes faltan, empezando a veces desde cero. Quienes no sean creyentes, o los escépticos podrían decir que todos los años vemos lo mismo y nunca llega esa salvación tan anunciada… Y nosotros mismos podríamos casi desesperar de esa venida futura que nunca parece llegar. ¿O es que estamos ciegos y sordos?
La verdad es otra y es que esa salvación no es solamente que esté cerca; ya está aquí. En estos últimos días de noviembre, siempre está ahí la insistencia apocalíptica y escatológica. La visión cierta es que la salvación está cerca y es verdad. Las lecturas de estos días simplemente afirman una verdad: la próxima Navidad celebra algo para lo que ya no hay espera: la salvación completa y final que ya está aquí de alguna manera. La promesa es cierta y ya está realizada, aunque nos cueste verlo y escucharlo. Levanten la cabeza y miren: aquí está la salvación. Dentro; ya, pero todavía no."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)
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