domingo, 7 de septiembre de 2025

AMAR Y CARGAR LA CRUZ

 

Jesús iba de camino acompañado por mucha gente. En esto se volvió y dijo: Si alguno no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. Si alguno de vosotros quiere construir una torre, ¿acaso no se sentará primero a calcular los gastos y ver si tiene dinero para terminarla? No sea que, una vez puestos los cimientos, si no puede terminarla, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre empezó a construir, pero no pudo terminar.’ O si un rey tiene que ir a la guerra contra otro rey, ¿no se sentará primero a calcular si con diez mil soldados podrá hacer frente a quien va a atacarle con veinte mil? Y si no puede hacerle frente, cuando el otro rey esté todavía lejos le enviará mensajeros a pedirle la paz. Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo.

Jesús no nos dice que no debemos amar a nuestros padres, hermanos, hijos...Nos dice que nuestro amor por Él ha de ser todavía mayor. Y esto lo conseguiremos entregándonos totalmente a los demás. Esto es tomar la cruz, como Él hizo. No apegarnos a nada, ni a nadie, y vivir amando, curando, ayudando a todos, sobre todo a los más débiles: los pobres, los perseguidos, aquellos a quien nadie ama...

"Los cristianos rezamos con frecuencia el Padrenuestro, y decimos allí aquello de «hágase tu voluntad». Y admiramos a María de Nazaret, que fue capaz, después de escuchar la Palabra de Dios, de decir aquello de «hágase en mí según tu Palabra». En nuestra época, es posible que tengamos que reconocer que nos preguntamos bien poco por la «voluntad de Dios» sobre nosotros. Y menos todavía la aplicamos sin condiciones.
Hay demasiados hermanos nuestros que creen que ser cristiano es solamente «ser buena persona». Es fácil escuchar quienes dicen: «mira, yo ni robo ni mato ni engaño a mi pareja, ¿para qué confesarse?». Están convencidos de que con no hacer cosas malas y ayudar un poco a los demás ya es bastante. Hay que decir que ser «buenas personas» es algo que se le puede pedir a cualquiera, y que no hace falta ser ni cristiano, ni siquiera creer en Dios, para ser «decentes». Incluso más: el Evangelio no dice en ninguna parte que haya que ser cristianos para «ir al cielo».
Fijaos que el Evangelio de hoy nos decía que «mucha gente acompañaba a Jesús», Y Jesús, que nunca ha buscado las grandes masas, los números, la cantidad de seguidores, se vuelve y les dice tres exigencias bien duras, que ya conocemos, sobre la familia, la cruz y los bienes. Las parábolas del evangelio de hoy nos enseñan, en electo, que la sabiduría del cristiano consiste en ir a Jesús «renuncian­do a todo lo que tiene», como sugiere Lucas: «Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus lujos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío». Esto es lo que se exige para seguir a Jesús.
Jesús exige para Él, por ser el Hijo de Dios, «todo el corazón, todas las fuerzas». Nada puede oponerse a este amor. Jesús quiere ser amado como el único amor, como la única riqueza y el único provecto que llena el corazón. Quien no «renuncia a todo lo que tiene» no puede pretender ser discípulo suyo. Está incluido aquí lodo lo que podamos poseer: no sólo los bienes mate­riales, sino también las relaciones con otras personas, como los parientes más próximos. En el fondo, la sabiduría cristiana esta toda aquí: desvincularnos de todo lo que nos aleja o nos separa de Dios, para llegar a vivir nuestra vocación de discípulos.
Debemos preguntarnos si estamos dispuestos verda­deramente a abandonar todo y a esperar, con buen ánimo, toda la fuerza únicamente de Dios, dejando que sea él quien disponga de toda nuestra vida. Abandonar no significa huir a un desierto, sino, simplemente, soltar los dedos que están apegados a cualquier cosa que considero una «pertenencia», para ofrecerle todo al Señor. Por eso, los textos de este domingo nos ponen frente a un mis­mo tema: el abandono en Dios. Con frecuencia nos pre­guntamos: ¿quién puede conocer la voluntad de Dios? O bien: ¿cómo podemos saber lo que Dios quiere de noso­tros? Las lecturas de hoy nos dicen que sólo podemos conocer las intenciones de Dios si poseemos la sabiduría. Ahora bien, para poseer la sabiduría es preciso renunciar a lodo para seguir a Jesús. La sabiduría que el Señor nos enseña es seguir a Jesús. Nada más. Es preciso liberarnos, despojarnos, renunciar a todo lo que creíamos poseer, vender todo lo que tenemos, no llevar dinero con nosotros, no disponer ni siquiera de una piedra en la que reposar la cabeza, no encerrarnos en los vínculos familiares.
La garantía del discípulo consiste en ir a Jesús sin te­ner nada. La verdadera sabiduría consiste en no llevar ningún peso que nos impida la marcha tras Jesús. Dicho de manera positiva, se trata de llevar un único peso: la cruz de Jesús. Y el peso de la cruz es el peso de su amor. No se trata de hacer cálculos, de contar el número de pie­dras necesarias para construir la casa o el número de per­sonas necesarias para la batalla. No es esa la intención del Señor. Ser discípulo significa preferir únicamente y siempre al Señor, o sea, elegirle de nuevo cada día y ofrecerle toda nuestra vida. El don de la sabiduría, que es algo que he­mos de pedir constantemente al Señor, nos permite dar­nos por completo, con libertad y de una manera trans­parente a este amor. Quien ha sido vencido por este amor ya no tiene miedo de nada por parte de Dios. El amor vence todo temor. Ya nada nos podrá asustar."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 6 de septiembre de 2025

LAS NORMAS HAN DE SERVIR AL HOMBRE

 


Un sábado pasaba Jesús entre los sembrados. Sus discípulos arrancaban espigas de trigo, las desgranaban entre las manos y se comían los granos. Entonces algunos fariseos les preguntaron:
– ¿Por qué hacéis algo que no está permitido en sábado?
Jesús les contestó:
– ¿No habéis leído lo que hizo David en una ocasión en que él y sus compañeros tuvieron hambre? Entró en la casa de Dios y tomó los panes consagrados, comió de ellos y dio también a sus compañeros, a pesar de que solamente a los sacerdotes les estaba permitido comer de aquel pan.
Y añadió:
– El Hijo del hombre tiene autoridad sobre el sábado.

A los fariseos no les importaba el hambre de los apóstoles, porque ellos tenían saciada la suya. Lo mismo nos pasa hoy. Mueren los niños de hambre en Gaza, pero también pasan hambre en nuestros países y no reaccionamos. Pasamos las leyes, los ritos por delante de las necesidades de nuestro prójimo.

"Hace muchos años leí una frase que si mal no recuerdo la había escrito un místico ruso de principios del siglo pasado. Tampoco me acuerdo de las palabras textuales pero sí del contenido, que me pareció muy cierto. Venía a decir que el pan material que necesita mi hermano hambriento es la realidad más espiritual que puedo imaginar. Me ayuda esta frase a explicar y entender el Evangelio de hoy.
Los discípulos tienen hambre. Es una necesidad bien simple. Muy material. Pero absolutamente necesaria para la vida. Sin comida no hay vida. Así de sencillo. Frente a esa urgencia no hay norma que valga.
Pero los fariseos están en otra onda. Para empezar, probablemente ellos no sentían hambre. Desde esa posición, más cómoda que la de los que tienen hambre, miran y juzgan a los discípulos que se están saltando las normas. Porque en sábado no está permitido trabajar y parece ser que en sus precisiones rigoristas de la ley, frotar las espigas para sacar el grano limpio y comerlo ya era trabajar. De ahí a la condena por incumplir la ley no va nada.
Esto pasaba en tiempos de Jesús pero, seamos realistas, no hace mucho –uno o dos siglos– los párrocos del mundo rural perseguían y acusaban a los labradores que en domingo iban a cuidar sus campos. Daba lo mismo que la cosecha se perdiera y que el hambre amenazase a la familia. Lo importante era cumplir la ley de “santificar las fiestas”.
Menos mal que Jesús tiene claro que las normas están para servir al hombre y no al revés. Menos mal que Jesús sabe que en el reino lo más importante, lo más urgente, lo más espiritual, es atender la necesidad del hermano que tiene hambre. A todos los que se sienten encantados de refugiarse en la mística, en la contemplación pura, en el silencio meditativo, conviene recordarle que no hay nada más espiritual que el pan que necesita mi hermano para satisfacer su hambre."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 5 de septiembre de 2025

EL REINO ES UNA FIESTA


 Le dijeron a Jesús:
– Los seguidores de Juan y los de los fariseos ayunan mucho y hacen muchas oraciones, pero tus discípulos no dejan de comer y beber.
Jesús les contestó:
– ¿Acaso podéis hacer que ayunen los invitados a una boda mientras el novio está con ellos? Ya llegará el momento en que se lleven al novio; cuando llegue ese día, ayunarán.
También les contó esta parábola:
– Nadie corta un trozo de un vestido nuevo para arreglar un vestido viejo. De hacerlo así, echará a perder el vestido nuevo; además el trozo nuevo no quedará bien en el vestido viejo. Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo hace que los odres revienten, y tanto el vino como los odres se pierden. Por eso hay que echar el vino nuevo en odres nuevos. Y nadie que beba vino añejo querrá después beber el nuevo, porque dirá que el añejo es mejor.


"El Reino es una fiesta. Esto lo deberíamos llevar grabado en el corazón todos los cristianos, todos los que creemos en Jesús. Es una fiesta hecha de fraternidad, de encuentro, de justicia, de perdón, de misericordia. Es una fiesta en la que nos comprometemos a construir desde ya un mundo nuevo. Es cierto que lo que vemos/vivimos  ahora no es todavía ese mundo nuevo. Pero ya lo estamos construyendo. Ya lo sentimos aquí. Cada vez que celebramos la Eucaristía, que escuchamos la palabra, que compartimos el pan, estamos ya viviendo esa nueva realidad.
Conviene que no olvidemos este aspecto de nuestra fe porque son muchos y han sido muchos siglos los que la fe cristiana ha sido presentada de una forma negativa. En realidad, parecía que Dios fuese más una amenaza que un padre de misericordia y perdón. Ciertamente se hablaba de perdón. Ahí esta el sacramento de la confesión. Pero hasta este mismo sacramento estaba cubierto por un velo morado. En él daba la impresión de que lo más importante eran nuestros pecados, sentirnos culpables, muy culpables, porque quizá así lograríamos alcanzar el perdón. Era necesario reconocernos culpables. Pero también cumplir la penitencia, que era como el castigo necesario. Sin cumplir la penitencia, no se alcanzaba el perdón de Dios, que así se entendía que era un perdón con condiciones.
Y por el camino se nos olvidó hablar del gozo de la resurrección, del regalo de la vida, de un Padre de amor infinito y misericordia infinita, que acoge y perdona sin condiciones y sin medida. Y esto es mucho más verdad que lo anterior.
Así se entiende que Jesús dijera a los fariseos y escribas que los suyos no tenían ninguna razón para ayunar ni para vivir cabizbajos y siempre oprimidos por la culpa pasada (que parece que por mucho que Dios nos perdone nunca se nos termina de quitar de encima). El Reino es el vino nuevo y nos invita a vivir de una vida nueva. No hay razón para ayunar porque el novio está con nosotros. Quizá habrá días en que nos toque ayunar pero será porque nos tocará, con gozo y alegría, compartir el pan con el hermano hambriento."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 4 de septiembre de 2025

LO DEJARON TODO

 


En una ocasión se encontraba Jesús a orillas del lago de Genesaret, y se sentía apretujado por la multitud que quería oir el mensaje de Dios. Vio Jesús dos barcas en la playa. Estaban vacías, porque los pescadores habían bajado de ellas a lavar sus redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó en la barca y comenzó a enseñar a la gente. Cuando terminó de hablar dijo a Simón:
– Lleva la barca lago adentro, y echad allí vuestras redes, para pescar.
Simón le contestó:
– Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, puesto que tú lo mandas, echaré las redes.
Cuando lo hicieron, recogieron tal cantidad de peces que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que les faltaba poco para hundirse. Al ver esto, Simón Pedro se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo:
– ¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!
Porque Simón y todos los demás estaban asustados por aquella gran pesca que habían hecho. También lo estaban Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón:
- No tengas miedo. Desde ahora vas a pescar hombres.
Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con Jesús.

"¡Aún dicen que el pescado es caro! es una cuadro pintado por el artista español Joaquín Sorolla en el año 1894. Retrata a un pescador herido que es atendido por un compañero. Nos hace pensar en los peligros del mar y en cómo los pescadores arriesgan su vida en él. Porque el mar no es solo la visión beatífica del mar en calma en un amanecer. El mar es también el momento de la tormenta, de las olas que suben por encima de los barcos y que tantas veces han dado con ellos, y con su tripulación, en el fondo del mar. El mar no es para tomárselo a broma.
Unos cuantos de los discípulos de Jesús eran pescadores en el mar de Galilea. Es un lago grande pero que también tiene auténticas tormentas que, es de suponer, ponían en peligro las barquillas que en aquellos tiempos podían usar los pescadores. Allí habían estado toda la noche bregando y no habían conseguido nada. Pero a la indicación de Jesús, volvieron a echar las redes.
Sin duda, que el evangelista nos está hablando de otras redes y otra pesca. Sin duda, que está hablando del trabajo de los misioneros, de los que después de la resurrección fueron, y van, por los caminos del mundo anunciando con sus palabras y con sus hechos, el reino. No siempre se pesca. Ni siquiera siempre consiguen que les escuchen (así le sucedió a Pablo en Atenas, Hechos 17,16-34). Pero ellos no cejan porque se sienten llamados a esa misión: anunciar el reino de Dios, el amor y la misericordia de Dios para todos los hombres y mujeres, sin excepción, sin excluir a nadie. Y siguen echando la red, anunciando el reino, en el nombre de Jesús.
Pero misioneros no son solo los que van a países lejanos, dejando su tierra. Misioneros somos todos porque todos estamos llamados a dar testimonio del Dios de Jesús. También aquí y ahora, en nuestras oficinas, en nuestras familias, con los vecinos y amigos. A veces será sin palabras, solo con nuestra forma de actuar como personas honestas y siempre atentas a las necesidades de los demás. Como Dios mismo haría en nuestro lugar."
(Fernando Torres, cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 3 de septiembre de 2025

ORAR Y ACTUAR: SIEMPRE AMANDO

  

Jesús salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba enferma, con mucha fiebre, y rogaron a Jesús que la sanase. Jesús se inclinó sobre ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre la dejó. Al momento, ella se levantó y se puso a atenderlos.
Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diferentes enfermedades los llevaron a Jesús; él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó. De muchos enfermos salieron también demonios que gritaban:
– ¡Tú eres el Hijo de Dios!
Pero Jesús reprendía a los demonios y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al amanecer, Jesús salió de la ciudad y se dirigió a un lugar apartado. Pero la gente le buscó hasta encontrarle. Querían retenerlo para que no se marchase, pero Jesús les dijo:
– También tengo que anunciar las buenas noticias del reino de Dios a los otros pueblos, porque para esto he sido enviado. Así iba Jesús anunciando el mensaje en las sinagogas de Judea.

Jesús, con el ejemplo de su vida, nos enseña cómo debe ser nuestra relación con el Padre. Hemos de orar ciertamente. Él lo hacía cada día y con profundidad. Apartándose, meditando. Pero luego, el resto del día su unión con el Padre se concretaba en el amor, en la entrega a los demás. Es el camino del cristiano: orar y actuar, amando.

"Jesús no es un milagrero ni un curandero. Su misión es anunciar el reino de Dios. Y eso incluye hablar, predicar, catequizar pero también incluye necesariamente atender, cuidar, servir, querer, perdonar, crear fraternidad, hacer justicia, estar cerca de los pobres…
Lo digo porque para algunos lo principal y casi exclusivo de la Iglesia y de la fe es la línea vertical, la relación directa de cada persona con Dios. Esto se ve en las personas, muy católicas ellas, sacerdotes incluso, para las que instituciones de la Iglesia como Caritas, son entendidas como una especie de ONG pero que no es esencial en absoluto para la Iglesia ni para la vida de la comunidad cristiana. Para ellos, lo fundamental es la oración y sobre todo la liturgia, entendida como ese momento íntimo donde parece que se hace posible el encuentro del alma con Dios.
Pero la realidad es que Jesús plantea las cosas de un modo diferente, diametralmente opuesto. La relación con Dios no es directa sino que pasa necesariamente por el hermano. Y, creo que se puede decir sin miedo, por el hermano más pobre y necesitado. La liturgia, la oración es siempre comunitaria y necesita estar abierta a la presencia no solo del resto de la comunidad cristiana sino de la humanidad entera porque todos somos hijos e hijas de Dios.
Por eso, Caritas no es un apéndice del que se pudiera prescindir en la Iglesia sin mayor problema. Es parte fundamental del anuncio evangelizador. Cuando digo Caritas, me refiero también a tantas iniciativas y asociaciones de cristianos que se dirigen a atender a los más necesitados sean o no sean cristianos. Porque el amor de Dios es universal y no atiende a fronteras de ningún tipo.
El texto evangélico de hoy nos debe ayudar a no quedarnos en las exposiciones místicas, en la contemplación, que no tiene sentido sino no está imbuida de lo que es verdaderamente urgente: atender a los hermanos. Y si la necesidad es urgente, hasta la oración hay que dejarla. Porque el hermano siempre tiene preferencia."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 2 de septiembre de 2025

LA AUTORIDAD DE JESÚS

 


Llegó Jesús a Cafarnaún, un pueblo de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente; y se admiraban de cómo les enseñaba, porque hablaba con plena autoridad.
En la sinagoga había un hombre que tenía un demonio o espíritu impuro que gritaba con fuerza:
– ¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco: ¡Sé que eres el Santo de Dios!
Jesús reprendió a aquel demonio diciéndole:
– ¡Cállate y deja a ese hombre!
Entonces el demonio arrojó al hombre al suelo delante de todos y salió de él sin hacerle ningún daño. Todos se asustaron y se decían unos a otros:
– ¿Qué palabras son esas? ¡Este hombre da órdenes con plena autoridad y poder a los espíritus impuros y los hace salir!
La fama de Jesús se extendía por todos los lugares de la región.

Jesús era humilde; pero se vuelve autoritario ante el mal. Porque así nos libera del mal. Él quiere también  para nosotros esta autoridad. Quiere que luchemos contra el mal.
Esta autoridad, como la de Jesús, es la de la fidelidad al Padre, al bien. Porque amamos a nuestro prójimo, debemos ayudarlo a eliminar el mal.

"Da la impresión de que aquella gente de Cafarnaún no había visto a nadie hablar y actuar con autoridad. Pero seguro que no era así. Está claro que habían visto a mucha gente actuar con autoridad. Seguro que tenían un responsable de la sinagoga. Seguro que había alguien que, quizá con otro nombre, actuaba como alcalde de la ciudad. Seguro que a Cafarnaún habían llegado los recaudadores de impuestos. Seguro que por allí habrían pasado los legionarios romanos. Seguro que en sus familias habría algún mayor que ejercía la autoridad. Claro que sabían lo que era la autoridad y la gente que tenía autoridad.
Entonces, ¿qué es lo que ven diferente en Jesús? Aquí se nos puede venir a la memoria aquello que dice el mismo Jesús en otra parte: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). Y así podemos entender mejor cómo ejercía la autoridad Jesús: no como el que domina y oprime, sino como el que sirve, atiende, cuida y libera. Eso fue lo que sorprendió a los oyentes de Jesús. Lo más seguro es que era la primera vez en su vida que veían a alguien que tenía autoridad pero que la utilizaba para servir, para liberar, para crear esperanza, para ayudar a las personas a crecer.
El primer ejemplo está en el hombre poseído por el demonio inmundo. Hasta éste reconoce esa diferente manera de ejercer la autoridad. Y no tiene más remedio que salir corriendo. Como no podía ser de otro modo, la noticia iba de boca en boca por toda la comarca: “Hay un hombre diferente. Habla de Dios pero no para oprimir sino para liberar.”
Con el ejemplo de Jesús ya tenemos suficiente los cristianos para saber cómo tenemos que ejercer nuestra autoridad: no como el que impone sino como el que sirve. Hasta dar la vida, como hizo Jesús."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 1 de septiembre de 2025

HOY SE HA CUMPLIDO

 


Jesús fue a Nazaret, al pueblo donde se había criado. Un sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso en pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el lugar donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado
para llevar la buena noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar libertad a los presos
y a dar vista a los ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos;
a anunciar el año favorable del Señor.
Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente. Él comenzó a hablar, diciendo:
– Hoy mismo se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.
Todos hablaban bien de Jesús y estaban admirados de la belleza de su palabra. Se preguntaban:
– ¿No es este el hijo de José?
Jesús les respondió:
– Seguramente me aplicaréis el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo', y me diréis: 'Lo que oímos que hiciste en Cafarnaún, hazlo también aquí, en tu propia tierra.'
Y siguió diciendo:
– Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. Verdaderamente había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo mucha hambre en todo el país. Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, que era de Siria.
Al oir esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira. Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús. Lo llevaron a lo alto del monte sobre el que se alzaba el pueblo, para arrojarle abajo. Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue.


"Está claro que Jesús sabe lo que hace y lo que quiere hacer de su vida. Está claro cuando el evangelista pone en sus labios el texto del profeta Isaías y hace que Jesús lo comente con lo que podríamos decir que es la homilía más corta de la historia: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
Los que no lo tienen nada claro son los que le escuchan. Ciertamente se admiran de lo que dice Jesús. Lo aprueban y se alegran. Pero luego van a lo suyo. Es decir, quieren arrimar el ascua a su sardina, como, de alguna manera, queremos hacer todos. Dicho en otras palabras, quieren un profeta que anuncie la palabra de Dios pero que también, sobre todo, les solucione los problemas prácticos: que cure a los enfermos del pueblo como ha hecho en otras partes, que mejore las cosechas, etc. Y como Jesús no va por esos caminos, terminan por desautorizarle. No puede ser profeta porque no nos cura, porque no soluciona nuestros problemas. Esa es la verdadera razón del rechazo. Pero lo que dicen no es eso sino que Jesús no puede ser profeta porque es el “hijo de José”, porque le conocen de toda la vida, porque ya saben de sus manías y las de su familia, etc.
Pasa que los habitantes de Nazaret, quizá como nosotros mismos tantas veces, no buscamos a un Dios que nos abra camino de esperanza, que nos acompañe en el esfuerzo por crecer como personas libres y responsables. Preferimos un Dios que nos ayude a aprobar los exámenes, que nos cure de nuestros males, que nos solucione los problemas prácticos que nos encontramos en el día a día (¿no es eso lo que tantas veces llevamos a la oración y pedimos a Dios?). Preferimos un Dios al que podamos manipular, que sirva a nuestros intereses a corto plazo, que nos haga los favores que queremos que nos haga. Pero nada más. Luego preferimos que no moleste, que nos deje vivir nuestra vida sin darnos la vara.
El Dios de Jesús no es así. Es libre y nos enseña a ser libres. Nos quiere ayudar a crecer como personas, a hacernos responsables de nuestras vidas, a lidiar como adultos con nuestros problemas."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)