En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: "El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante."
Juan tomó la palabra y dijo: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir." Jesús le respondió: "No se lo impidáis; el que no está contra vosotros, está a favor vuestro."
"El imaginario religioso de nuestra época está permeado por una lógica que presenta a un dios no bondadoso, como una forma de justificación de las acciones humanas atravesadas por la maldad y sus consecuencias denigrantes para la dignidad y coexistencia. Frente a este instinto que funciona en todos los estamentos de la vida, el Evangelio propone «acoger, cuidar y hacernos como niños», como una forma de “poder oblativo” que no se aprovecha de la vulnerabilidad, dependencia e inocencia humanas de quienes están desprotegidos y anhelan cuidado esencial. El auténtico poder de la comunidad e iglesias cristianas es aquel que nace en Dios, como inversión de su voluntad, desde el amor que se irradia como condición de posibilidad de la fraterna sinodalidad universal. El desafío del Evangelio está en reconocer que los bienes mesiánicos y el querer de Dios, tienen lugar en la construcción de relaciones confiables y sostenibles, abarcando a todos los pueblos y culturas, brindándoles la posibilidad de humanizar. ¿Cómo impiden nuestras estructuras y mentalidades el acontecer del Evangelio?" (Koinonía)
No hay comentarios:
Publicar un comentario