En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: "A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?" Y tenía ganas de ver a Jesús.
"La identidad de Jesús se concretiza en el modo como actuó y vivió y no en la publicidad de su ministerio público, motivación que despierta en Herodes el deseo de verlo: curiosidad, sensacionalismo y temor. La densidad de la vida y misión de Jesús acontecen de manera relacional: vienen de Dios y en favor del otro, del prójimo. El Maestro de Nazaret no aparece como alguien de sí para sí, sino de Dios para su pueblo. El modo como Jesús vive y establece relaciones exhiben su praxis sanante y humanizadora desde otra lógica del poder que no se caracteriza por ser símbolo de fuerza e imposición , sino de reconciliación y rehabilitación de lo humano. El acontecimiento «Jesús», tiene que seguir representando la realidad y desafiando a la nueva humanidad que se ofrece como paradigma, atrayendo a los excluidos y olvidados por la sociedad, a la vez que provocará el rechazo de los que representan al poder en sus palpables formas. ¿Sentimos el mismo temor de Herodes? Dejemos que el Evangelio cuestione “nuestro poder”" (Koinonía)
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