En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: "Tú eres el Hijo de Dios." Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo: "También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado." Y predicaba en las sinagogas de Judea.
"Lucas, en este texto evangélico, presenta los elementos de la actividad pública de Jesús: predicación, curación y expulsión de demonios. Y, también la búsqueda de silencio y soledad para estar con su Padre, en oración, a pesar de su intenso horario de trabajo y su dedicación apostólica. Estos dos rasgos de su ser misionero deben invitarnos a no buscar instalarnos en donde nos reciben bien; mientras hay alguien que necesita oír de Jesús, conocerle y recibirle, el misionero tiene que moverse. Y, por otra parte, en medio de una jornada intensa de trabajo encontrar momentos para orar a solas y preguntarle al Señor: ¿Dónde y cómo me necesita ahora? y no ¿Dónde voy a recibir más alabanzas?. Vivir en actitud de discípulo y misionero exige evitar el activismo exagerado, descuidando la oración, con la tentación de quedarnos en ambientes cómodos descuidando la universalidad de la misión. ¿Cómo evitar anunciarme a mí mismo sino a Jesús que me envió?" (Koinonía)
No hay comentarios:
Publicar un comentario