En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener."
Jesús nos invita a ser luz. Es decir, a ser positivos para los demás. Ayudarlos a crecer y a ser mejor. Y nos pide sinceridad. Ser luz es ser transparentes. No podemos llevar dos vidas. Tarde o temprano todo se sabe y entonces seremos escándalo para los demás. Oscuridad en vez de luz.
"En esta coyuntura histórica, como discípulos de Jesús, somos «convocados sinodalmente» a vivir-nos con transparencia evangélica. Este modo de vida trae como consecuencia asumir, con lucidez y atención, la existencia humana según el querer humanizador de Dios. Es un vivir encarnado incomprensible para la cultura de la imagen, de la banalidad y del pasatiempo en la que nos encontramos inmersos. Vivir-nos evangélicamente es hacerlo desde la atención, “constituyéndonos un bloque sensorial, psíquico y espiritual, presente y consciente, ante toda la dinámica existencial de la propia vida, ante la expresividad del mundo, ante la sinfonía de detalles cotidianos en los que esa expresividad se concreta”, como lo dice Armando Rojas. Ello implica, ante toda ideología, absolutización de la palabra y orden establecido de violencia, un vivir-nos evangélicamente lúcido donde la gratuidad y la libertad vienen como encarnación solidaria y autopedagógica en los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres, excluidos y cuantos sufren. ¿Obramos a consecuencia según el Evangelio?" (Koinonía)
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