domingo, 19 de septiembre de 2021

PARA SER EL PRIMERO...SER EL ÚLTIMO

 


En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará." Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: "¿De qué discutíais por el camino?" Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó llamó a los Doce y les dijo: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos." Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado."

Este evangelio de hoy ha sido central en mi vida. Es el evangelio de todos los que nos dedicamos a la educación de niños y jóvenes. Nos señala dos cosas muy importantes: que ante ellos debemos ser servidores. Que al acogerlos a ellos es a Jesús a quien acogemos. Este es nuestro camino para llegar al Padre.
"En el evangelio de Marcos, el «camino» representa el itinerario de formación de un buen discípulo. Jesús no quiere un grupo de fanáticos que le entonen vivas, sino un grupo de personas responsables capaces de asumir un proyecto. Por esta razón, sus esfuerzos se concentran en la enseñanza de sus seguidores. Pero, la instrucción parte de los desaciertos y de las respuestas erráticas que ellos van dando a lo largo del trayecto hacia Jerusalén.
Jesús debe superar el miedo cultural que invade a sus discípulos y que les impide dirigirse a su «Maestro» con toda confianza. Para esto utiliza una estrategia pedagógica ingeniosa: toma pie en la discusión de los discípulos que estaban concentrados no en su enseñanza, sino en la repartición de los cargos burocráticos de un hipotético gobierno, y reconduce la discusión mediante un ejemplo tomado de la vida diaria. El «niño» era una de las criaturas más insignificantes de la cultura antigua. Por su edad, no estaba en condiciones de participar en la guerra, ni en la política ni en la vida religiosa. Jesús coloca a uno de los pequeños en medio, y muestra cómo el presente y el futuro de la comunidad está en colocar en el centro no las propias ambiciones, sino las personas más postergadas y simples. Sólo así se revierte el sistema social de valores. Y sólo así, la comunidad es una alternativa ante el «mundo», que ya sabe poner en el centro a las personas adineradas. La novedad de Jesús consiste en hacer grande lo pequeño, lo doméstico e insignificante.
Eso que Jesús revelaba –con una paradoja– era muy serio: Jesús identificaba su propia suerte y la de Dios con la suerte de los niños, los que no tienen derechos ni quién mire por ellos, los últimos, los despreciados, los no tenidos en cuenta. Porque en realidad todo él se identificaba con ellos: se había puesto de su lado, había asumido su causa como propia. Por eso decía que todo servicio hecho a ellos se le hacía a él mismo y, en definitiva, al Dios Padre de todos. Nuevamente ponía la jerarquía de valores de la sociedad al revés o, mejor, al derecho, «como Dios manda». Una sociedad que mira sólo por los de arriba –o en la que las decisiones que se toman sólo miran a favorecer a los que están arriba– no está en el orden que Dios quiere, no garantiza ni la Utopía ni la Vida." (Koinonía)


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