domingo, 26 de septiembre de 2021

HACER EL BIEN NO ES EXCLUSIVO DE NADIE




 En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros." Jesús respondió: "No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno. Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos la infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga."

"Apenas transmitida por Jesús la lección sobre quién es el mayor (Mc 9,33-37), se produce un incidente que tiene que ver con la exclusividad de los miembros del grupo seguidor de Jesús. Juan cuenta a Jesús que han impedido a un hombre expulsar demonios en su nombre, porque no se trataba de uno de los miembros del grupo (v. 38). No hay una pregunta –cómo hacer en casos semejantes, qué posición asumir, etc.–. La respuesta de Jesús es sabia, «nadie que obre un milagro en mi nombre puede después hablar mal de mí» (v. 39), y «el que no está contra nosotros, está con nosotros». En la tarea de construcción del Reino nadie tiene la exclusiva. Tal vez los discípulos no tenían claro o no recordaban que su pertenencia al grupo de Jesús fue un don de pura gratuidad; ninguno de ellos presentó ante Jesús un concurso de méritos para ser elegido; fue Jesús quien se presentó ante ellos, se les atravesó a cada uno en su camino y los llamó, aun a sabiendas de que no eran ni los mejores, ni lo más representativo de su sociedad. En ese sentido también otros y otras pueden seguir siendo llamados. En cada hombre y en cada mujer Dios ha sembrado las semillas del bien; cómo y cuándo esas semillas comienzan a germinar y dar frutos, es decisión de cada uno.
A veces nos parecemos a Juan y al resto de discípulos, nos ponemos celosos de quienes sin pertenecer a la institución hacen obras mejores que las nuestras. Y sale inevitablemente la frase: «pero ése o ésa es de tal o cual religión, o de tal o cual grupo...». Anteponemos a la vocación universal de hacer el bien y a la práctica del amor, unos intereses mezquinos y unos criterios de autoridad y de exclusividad que no son los de Jesús (cf. Mc 9,39)
El diálogo de Jesús con sus discípulos refleja la situación de la comunidad para la cual Marcos escribe su evangelio. Una comunidad quizás muy consciente de lo que eran las exclusiones, pero al mismo tiempo en peligro de ser exclusivista, con una excusa quizás aparentemente sana: «ser o no ser de los nuestros», «ser o no ser del camino», «estar o no estar en el proceso...», y en fin otras talanqueras que pretendidamente intentan justificarse con la excusa de defender la «pureza» de la fe o del «credo» o del «orden» o, en definitiva, de «defender los derechos» de Dios.
Pues bien, cuando se cae en el extremo de «defender» a Dios, o los «derechos» de Dios, lo que se logra en definitiva es minimizar a Dios, ponerlo en ridículo ante el mundo, y la consecuencia más inmediata, la que previó Jesús y quizás la que ya se veía en la primera comunidad, era la del escándalo a los más pequeños. A Jesús le preocupan los «pequeños», no sólo los menores de edad, sino los que apenas empiezan a intuir la dinámica del Reino con la subsiguiente imagen de Dios que él propone.
Con todo, a través de los siglos, los peligros de la comunidad primitiva se convirtieron en hechos reales: cuántos creyentes promotores del bien, de la justicia y de la paz fueron excluidos sólo porque «no eran de los nuestros»... Cuántos Josués y Juanes se han empeñado todavía en «defender» una pretendida «exclusividad» que, por supuesto, nadie posee, con lo cual lo que logran es escandalizar a muchos, haciéndoles creer que Dios es tan pequeño, que puede reducirse a los estrechos límites de un grupo o de una institución.
Si logramos tomar conciencia de que Dios es más grande que un grupo o una institución y que en ningún momento nuestra vocación es la de defender unos supuestos «derechos de Dios», sino simplemente «servir», ponernos en función de construir el Reino con y desde las múltiples posibilidades que ello implica dada la insondable riqueza del mismo espíritu, entonces jamás se nos ocurrirá pensar si éste o aquél es o no es «de los nuestros», sino mejor... ¡como cooperar más y mejor con aquél o aquélla que tan bien está luchando por construir aquí la Utopía (el Reino)!" (Koinonía)



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