En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: «¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido.» El administrador se puso a echar sus cálculos: «¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.» Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi amo?» Éste respondió: «Cien barriles de aceite.» Él le dijo: «Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.» Luego dijo a otro: «Y tú, ¿cuánto debes?» Él contestó: «Cien fanegas de trigo.» Le dijo: «Aquí está tu recibo, escribe ochenta.» Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
En esta parábola Jesús nos enseña que debemos ser generosos con los demás. Dios es generoso con nosotros, nos perdona siempre. Nosotros debemos hacer lo mismo con los demás. Además nos enseña a que debemos utilizar el dinero correctamente, para ayudar al prójimo. Hemos de ser creativos en nuestra caridad y emplear correctamente lo que tenemos.
"La parábola del administrador infiel, a mi parecer, es uno de los pasajes del Evangelio que provoca más perplejidad y desconcierto. Nos preguntamos qué quiere decir y, puestos a buscar comentarios autorizados, encontramos pocos y no demasiado convincentes.
Al lector no muy especialista en exégesis puede escandalizarle que Jesús alabe un comportamiento desleal. En realidad no es Jesús quien lo alaba, sino el amo defraudado por el administrador infiel. Cabe dentro de lo posible que Jesús estuviera narrando un hecho real que habría suscitado muchas habladurías y algunas risas en la región. No es Jesús quien admira la astucia. Sólo da cuenta de cómo el amo estafado reacciona alabando la habilidad tramposa con la que su administrador intenta asegurarse una salida ya que “no puede cavar ni mendigar”..
Si completamos el fragmento del texto de Lucas (16, 1-8) que hoy escuchamos en la Liturgia de la Palabra al menos hasta el versículo 13 es posible que comprendamos mejor esta parábola y lo que Jesús quiso que aprendiéramos. Y aún más si seguimos leyendo lo que es una enseñanza completa acerca del uso de los bienes que debe practicar quien sigue al Maestro. Sólo una sentencia, para meditar: “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”.
La palabra astuto en la mayoría de los casos alude a cierta habilidad para el engaño y la marrullería. Pero también puede entenderse como sagacidad: algo así como la capacidad de prever, el tener cautela y clarividencia para apreciar las consecuencias de nuestros actos y en qué medida pueden servir al bien. Jesús pide a sus seguidores que aprendamos a ser astutos para hacer amigos en el cielo, es decir para hacer el bien. Pide que empleemos con sagacidad nuestras riquezas, (materiales o no, que también es riqueza el talento, la cultura, el conocimiento), para que sean un aval cuando seamos juzgados. Somos hijos de la luz: caminemos como tales.!
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)
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