lunes, 18 de noviembre de 2024

VER

 


Se encontraba Jesús ya cerca de Jericó. Un ciego que estaba sentado junto al camino, pidiendo limosna, al oir que pasaba mucha gente preguntó qué sucedía. Le dijeron que Jesús de Nazaret pasaba por allí, y él gritó:
– ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
 Los que iban delante le reprendían para que se callase, pero él gritaba todavía más:
– ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo cerca le preguntó:
– ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego contestó:
– Señor, quiero recobrar la vista.
Jesús le dijo:
– ¡Recóbrala! Por tu fe has sido sanado.
En aquel mismo momento recobró el ciego la vista, y siguió a Jesús alabando a Dios. Y toda la gente que vio esto alababa también a Dios.

Nosotros creemos ver. Pero, ¿vemos de verdad? Si realmente nuestra visión es correcta, ¿cómo es que nos quedamos impertérritos ante los ahogados en el mar, ante los muertos de las guerras, ante los destrozos de los fenómenos naturales?¿Cómo es que nos quedamos indiferentes ante los injustamente perseguidos, la pobreza de muchos, los abusos de los grandes poderes?
Como el ciego al lado del camino debemos pedir que queremos ver. Nuestra ceguera es peor que la física. Es la ceguera del corazón. 
Señor, queremos ver.


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