lunes, 10 de febrero de 2020

EL ANACORETA Y LAS PALABRAS


El Anacoreta y su discípulo trenzaban cestos de hoja de palmera bajo la sombra de una higuera. Tras un largo silencio el anciano dijo:
- La importancia del silencio no está en él mismo, sino en el valor de la palabra.
El discípulo miró extrañado a su maestro. Este, sin dejar de trenzar, siguió hablando:
- Para que las palabras puedan enriquecernos han de salir del corazón. Si hablamos por hablar, por complacer, por quedar bien, las palabras hacen más daño que bien.
El discípulo, que había dejado de trenzar y miraba al Anacoreta, preguntó:
- ¿Y cómo podemos saber si nuestras palabras son buenas?
El Anacoreta sonrió plácidamente, como siempre hacía cuando el discípulo le preguntaba algo. Y dijo:
- El secreto está en no decir nada que no haya arraigado profundamente en nuestra vida interior. Por eso la mejor forma de orar es hacerlo en silencio, es la contemplación. De ahí surgirán las verdaderas palabras...
Y el Anacoreta siguió fabricando su cesto y no volvió a hablar....

domingo, 9 de febrero de 2020

SER SAL Y LUZ


"Vosotros sois la sal de este mundo. Pero si la sal deja de ser salada, ¿cómo seguirá salando? Ya no sirve para nada, así que se la arroja a la calle y la gente la pisotea. 
Vosotros sois la luz de este mundo. Una ciudad situada en lo alto de un monte no puede ocultarse; y una lámpara no se enciende para taparla con alguna vasija, sino que se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procurad que vuestra luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el cielo."

Jesús quiere que nosotros seamos sal y luz para el mundo, como lo es Él. Esto significa comprometerse. Mancharse con el barro de este mundo. Porque ser sal y luz es dedicar nuestra vida a curar, a acoger a servir. Y de manera especial a los más pobres, a los olvidados, a los perseguidos. Ser sal y luz significará muchas veces incomprensión. Pero esta es la forma de anunciar el Reino y de lograr su instauración en la tierra.
"El evangelio de hoy, de Mateo, expresa cuál es la misión de los creyentes de todos los tiempos: ser sal y luz para el mundo. Tanto la sal como la luz son elementos necesarios en la vida cotidiana de las familias. La sal da sabor a las comidas, conserva los alimentos, purifica; en la antigua Palestina servía para encender y mantener el fuego de los hornos de tierra. Por su parte, como es sabido, la luz disipa las tinieblas, ilumina y orienta a las personas; es la metáfora perfecta que emplea el AT para hacer referencia a Dios; y es la tarea de los profetas y en especial la del Mesías: ser luz de las naciones (Is 42,6). Sal y luz, entonces, hablan de la tarea del seguidor fiel de Jesús: Expresar la fe, su integración con el proyecto de Dios a través del testimonio de vida, a través de las buenas obras, de los buenos frutos; tiene la misión de mantener el sabor y la luminosidad de la Palabra de Dios en todo tiempo y lugar del mundo --empresa que únicamente se logra por medio de una
conciencia plena de la necesidad de fomentar en la comunidad mundial la justicia y la solidaridad entre los hermanos.
¿Y cuando la Iglesia no es «luz del mundo», sino que también aporta oscuridad, el pecado de sus fieles y hasta de sus sacerdotes, y la falta de renovación para ser sal de la tierra? También hay que preguntarse eso. Porque la frase del evangelio no es una declaración dogmática que nos haga inmunes al mal... El mal y el pecado también se adentran en nuestras vidas, y en la del colectivo eclesial, y hace falta coraje para verlo, para reconocerlo, y para combatirlo. Combatir el mal, también cuando lo vemos dentro de nuestra propia Iglesia, es un deber. No es mayor amor el de que prefiere callar... Ciertamente que la denuncia del mal de la Iglesia tiene que ser por amor, pero un amor probablemente conflictivo, que encontrará resistencias. Pero el amor no es capaz de callar de forma cómplice, cuando se siente en la obligación de combatir el mal, precisamente por amor." (Koinonía) 



sábado, 8 de febrero de 2020

SIEMPRE DISPUESTOS


"Después de esto, los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Jesús les dijo:
– Venid, vosotros solos, a descansar un poco a un lugar apartado.
Porque iba y venía tanta gente que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer. Así que Jesús y sus apóstoles se fueron en una barca a un lugar apartado. Pero muchos los vieron ir y los reconocieron; entonces, de todos los pueblos, corrieron allá y se les adelantaron. Al bajar Jesús de la barca vio la multitud, y sintió compasión de ellos porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas." 


Jesús nos pide, que como Él, siempre estemos dispuestos a hacer el bien, a ayudar, a curar, a transmitir la Palabra. Nuestra sociedad sigue estando como ovejas sin pastor.
"Recuerdo a un hermano misionero que el domingo de resurrección decía: “el Señor resucitó hoy, pero yo sigo muerto”, para hacer referencia al agotamiento producido por todas las actividades de semana santa: confesiones, predicaciones, celebraciones, procesiones…uuufff… Considero que algo parecido le sucedía a Jesús y sus discípulos. Luego de largas y pesadas jornadas de predicación y combate contra el mal, se sentían agotados, querían descansar un poco, alejarse de la multitud y retirarse a un lugar solitario para recuperar fuerzas y continuar la faena. Pero la gente, cautivada por la palabra arrolladora de Jesús, no se cansaba de escucharlo y de experimentar la salud, el perdón, la compasión y la vida que salían de su boca y de sus manos. Por eso Jesús renuncia a su descanso porque primero está la gente. Qué bueno que los ministros, misioneros, consagrados y agentes de pastoral comprometidos, tuviéramos los mismos sentimientos y actitudes de Jesús, a pesar del cansancio y agotamiento tener siempre la disposición para atender y escuchar con agrado las necesidades y requerimientos de nuestra gente." (Koinonía)

viernes, 7 de febrero de 2020

EL ANACORETA Y EL POZO


Aquel año la sequía fue horrible. El pequeño hilillo de agua que apagaba la sed del Anacoreta y alimentaba el pequeño embalse para regar, se secó. El anciano llamó a su discípulo y le dijo:
- Vamos en busca de un pozo.
El joven miró extrañado al Anacoreta, pero le siguió confiadamente. Tras varias horas de camino, el discípulo empezó a dudar de que lo que hacían fuese razonable. Tímidamente dijo:
- Maestro, ¿no crees que es absurdo buscar un pozo al azar en el desierto?
El Anacoreta sonrió. Y pasando la mano sobre el hombro del discípulo, dijo:
- ¿No has leído el Principito? Lo mismo pensaba Saint Exupery y después comprendió.
El discípulo no entendió lo que quería decirle el Anacoreta, pero siguió caminando.
Se hizo la noche sobre ellos y apareció sobre sus cabezas ese cielo magnífico de estrellas que sólo puede verse en el desierto. El Anacoreta volvió a hablar suavemente:
- No es con los ojos que hay que buscar. Es con el corazón. El zorro le dijo al Principito que las cosas más importantes sólo se pueden ver con el corazón.
Encontraron el pozo al amanecer. Y como el del Principito, era un pozo con polea, cubo y soga. Y cantó al tirar de la cuerda...
Bebieron y el agua les supo a noche de estrellas, a esfuerzo, a cántico... El Anacoreta miró tiernamente al joven y le dijo:
- Todos escondemos un pozo en nuestras vidas. Sólo lo encontraremos con los ojos del amor; pero el día que demos con él, nuestra alegría será inmensa y nunca más querremos beber de otro lugar.
Luego se levantó y añadió:
- Volvamos a nuestra cueva. Creo que el agua a vuelto a brotar.
Y el desierto guardó sus pasos como un tesoro... 

jueves, 6 de febrero de 2020

EL ANACORETA Y LA PRIMERA VIRTUD



Se acercó el discípulo al Anacoreta y le preguntó:
- ¿Por qué los autores espirituales clásicos dicen que la humildad es la primera de todas las virtudes?
Notó el anciano un deje de tristeza y de desilusión en la voz del joven. pasó su brazo sobre el hombro del discípulo y lo acompañó hasta la sombra de la palmera. Luego, con dulzura, le dijo:
- Ya sé que la humildad, hoy no tiene muy buena prensa. Pero es que llamamos humildad a lo que no lo es.
Tomó el Anacoreta unas hojas de palmera y comenzó a trenzar un cesto mientras decía:
- Humildad no es estar todo el día diciendo que no vales nada, que eres un desastre, que eres poca cosa, un gusano... Eso, con toda seguridad, sería mentir; no ser humilde. Porque estarías diciendo algo que tú no crees realmente. Ser humilde es aceptarnos tal como somos. Ser humilde es conocerse uno mismo. El filósofo griego acertó al poner en la puerta de su escuela: "Conócete a ti mismo". Cuando los maestros espirituales dicen que la primera de las virtudes es la humildad, no dicen que sea la más importante. Dicen que es la primera, la que está en la base. Sin conocerse y aceptarse a sí mismo no se puede progresar. Todos tenemos cualidades y defectos. Ser humilde es reconocerlos. Entonces podemos corregir los fallos y avanzar en lo bueno.
Ambos guardaron silencio. Luego, sonriendo, añadió el Anacoreta:
- Claro, que la mayoría pasamos nuestra vida en adquirir la humildad. ¡Es tan difícil conocerse uno mismo...!
Y siguió trenzando su cesto... 




miércoles, 5 de febrero de 2020

EL ANACORETA Y EL DISCÍPULO DEMASIADO DEVOTO


Estaba el Anacoreta orando con su discípulo, cuando este comenzó a elevarse hacia el cielo. Recordó el anciano , inmediatamente, las palabras  del abad Antonio:
"Si ves que un joven monje está haciendo esfuerzos para subir al cielo, agárrale de los pies y tira hacia abajo, porque lo que está haciendo no le sirve de nada".
Dicho y hecho lo tomó por los pies y lo devolvió al suelo.
Luego, amorosamente, lo reprendió diciéndole:
- Si quieres conquistar el cielo no te olvides de pisar firme en el suelo. Cuando hayas amado plenamente la tierra, podrás aspirar a las alturas.
- Entonces - preguntó el joven - ¿la espiritualidad es inútil?
- No, de ninguna manera - replicó con suavidad el anciano - pero la verdadera espiritualidad nace de un profundo amor a los hombres. Ahora que eres joven, llena tu oración con tus hermanos, con sus problemas...Poco a poco, podrás llegar a Dios.
Y ambos siguieron rezando profundamente.


martes, 4 de febrero de 2020

EL ANACORETA Y LA HUÍDA


Aquel joven se estableció en el desierto no lejos de la cueva del Anacoreta. Éste le preguntó un día:
- ¿A qué has venido al desierto?
El joven sin titubear le respondió:
- Sigo el ejemplo de los Padres del Desierto y he emprendido la "fuga mundis".
El Anacoreta permaneció pensativo unos instantes. Luego, mirándole directamente a los ojos, preguntó:
- Y ¿Qué entiendes por "fuga mundis"?
El joven no volvió a dudar ni un instante:
- Olvidarme de todo y de todos y pensar sólo en Dios.
Una nube de tristeza cubrió la mirada del Anacoreta. Se inclinó, tomó polvo del desierto y lo dejó deslizar entre sus dedos. Mientras, el joven aguardaba impaciente las palabras del anciano. Este, miró largamente el horizonte antes de hablar.
- Harías mejor en volver a tu vida anterior. No es esto la "fuga mundis". No es huir de los hombres; no es huir de la sociedad; no es huir de los problemas. ¿No ves que si huyes de los hombres huyes de Dios? "Fuga mundis" es huir de la mentalidad de poder, de tener, de dominio, de falsos valores - suspiró, y, mirando con paz al joven, prosiguió - si quieres huir, vuelve al mundo. Allí, casi todos huyen. 
El joven lo miró extrañado.
- Sí. Unos huyen hacia atrás, hacia el pasado. Piensan que el pasado siempre fue mejor y no aceptan nada nuevo. Su defensa de la tradición no es sino una huida en retirada. Otros huyen hacia delante, al futuro. Se pasan el día soñando en lo que harán. No encuentran nada bien. Viven en un mundo ideal que se han inventado - volvió a suspirar - pero la mayoría huye al presente. Un presente aislado y recortado. Como han perdido todas las ilusiones, están decepcionados, su lema es "ir tirando", "ir viviendo". No es vivir el presente para crecer, sino refugiarse en el presente para no pensar.
El joven guardaba silencio mirando el suelo.
- Vuelve al mundo. Busca a los hombres y a las cosas. Ámalos profundamente y entonces descubrirás a Dios. Luego, podrás venir al desierto.
El joven se alejó lentamente hacia la ciudad y el Anacoreta volvió a su cueva.