En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme." Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: "¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?" Jesús les replicó: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan."
Ser cristiano es dedicarnos a los necesitados. No tener miedo a mancharnos con el barro. Trabajar en las fronteras. Todos debemos ser misioneros. El papa Francisco nos lo repite muchas veces. Si sólo vamos con los nuestros, corremos el riesgo de hacer de la Iglesia un gueto.
"El termómetro que permite medir la salud o la enfermedad de cualquier religión o práctica religiosa es que se orienten a los empobrecidos de la tierra. Si ellos son sus destinatarios preferenciales, esto certifica su legitimidad y garantiza la bendición y el favor de Dios. Entonces siempre habrá espacio para la esperanza y un futuro prometedor para los descartados. Este fue el sueño de Mons. Romero: “Una Iglesia que no cuente con los privilegios y las valías de las cosas de la tierra. Una Iglesia cada vez más desligada de las cosas terrenas, humanas, para poderlas juzgar con mayor libertad desde su perspectiva del Evangelio, desde su pobreza” (Homilía 28 de agosto de 1977). Cuando pretende constituirse en árbitro de la Salvación, traspasando y violentando su rol como mediadora, no sólo no tiene futuro, sino que, además, es contraria al Sueño de Dios. Que muchos otros “Levi” (Mateo) sigan tomando parte en todas nuestras mesas, sin ser señalados o discriminados como personas de segunda o tercera categoría. ¡No excluyas!" (Koinonía)
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