A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin." Y María dijo al ángel: "¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?" El ángel le contestó: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible." María contestó: "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y la dejó el ángel.
María es nuestro modelo. Ella, desde su sencillez, nos entrega a Jesús. Todo cristiano debe mostrar, entregar a Jesús a los demás. Ella, desde su sencillez, dice SÍ a la voluntad de Dios. Todo cristiano debe estar dispuesto a hacer la voluntad del Padre. Todo lo demás, es buscarnos a nosotros mismos.
"Dios nos sorprende manifestando su Salvación en quienes no se espera, haciendo de los pequeños y débiles sus protagonistas. Lucas confronta las barreras y prejuicios existentes de aquella sociedad que despreciaban a los humildes y sencillos. En la comunidad discipular fundada por Jesús, la persona “vulnerada” ocupa un papel significativo. Mujeres como María, personas marginales de aquella sociedad injusta, son ahora testimonio de Salvación; la “palabra” propia de María también dignifica y libera, en total complicidad con Dios y su Hijo. La Anunciación provoca una ruptura e inversión, invitándonos a apartar la mirada de la oficialidad socio-religiosa para situarnos en las periferias. Es desde los márgenes, desde las periferias, ahora, es desde donde se anuncia y se gesta la salvación-liberación de quienes no cuentan para el sistema mundo. En esta perspectiva, no es la Iglesia la única que evangeliza: son “los empobrecidos” que, desde su condición vulnerable, evangelizan. Y si la Iglesia no vive en pobreza, no sólo no salva sino que se condena a sí misma. ¿Acaso nos dejamos evangelizar por los pobres?" (Koinonía)
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