domingo, 4 de febrero de 2024

UN DÍA DE JESÚS



Cuando salieron de la sinagoga, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Se lo dijeron a Jesús, y él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Al momento se le quitó la fiebre y se puso a atenderlos.
Al anochecer, cuando ya se había puesto el sol, llevaron ante Jesús a todos los enfermos y endemoniados, y el pueblo entero se reunió a la puerta. Jesús sanó de toda clase de enfermedades a mucha gente y expulsó a muchos demonios; pero no dejaba hablar a los demonios, porque ellos le conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar apartado. Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron:
– Todos te están buscando.
Él les contestó:
– Vayamos a otros lugares cercanos a anunciar también allí el mensaje, porque para esto he salido.
Así que Jesús andaba por toda Galilea anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios.

En este fragmento del Evangelio vemos a Jesús que predica, cura, reza...
Cura primeramente a la suegra de Pedro. Le tendió la mano y la levantó. Estaba curada. Jesús nos tiende la mano, nos levanta, nos cura. Pero debemos tomar esa mano que se nos acerca. Y luego, como hizo la suegra, ponernos a atender, a servir a los demás. Jesús nos cura de nuestros males, para que luego nos entreguemos; para que nosotros también alarguemos nuestra mano a los demás.
La gente del pueblo, al saber lo que había ocurrido, se agolparon a la puerta de la casa. Le traían los enfermos y Él los curaba. Y no les dejaba hablar de Él. No eran elogios lo que buscaba, sino amar plenamente.
De madrugada vemos cómo se levanta y se dirige a un lugar solitario y en silencio para orar. Como Jesús debemos entregarnos totalmente, pero también debemos dedicar momentos a la oración. Unirnos a Dios por la oración es el combustible que, después, nos permitirá entregarnos totalmente.
Le buscan por lo que ha hecho; pero Él no quiere quedarse en un sólo lugar. Ha de llevar la salvación a todos.  Él no es propiedad de unos cuantos. Él es de todos. Nos enseña que nuestra entrega también ha de ser universal. Muchas veces caemos en crear nuestro lugar particular, en formar comunidades cerradas, desconectadas las unas de las otras. Debemos tener una mirada amplia que nos haga descubrir personas a las que amar. No limitarnos a nuestro pequeño círculo. 

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