lunes, 8 de julio de 2024

JESÚS NOS ESPERA SIEMPRE

  


Mientras Jesús les estaba hablando, llegó un jefe de los judíos, se arrodilló ante él y le dijo:
– Mi hija acaba de morir, pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, volverá a la vida.
Jesús se levantó, y acompañado de sus discípulos se fue con él. Entonces una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias, se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de su capa. Porque pensaba: “Con solo tocar su capa quedaré sana.” Pero Jesús, volviéndose, vio a la mujer y le dijo:
– Ánimo, hija, por tu fe has quedado sanada.
Y desde aquel momento quedó sana.
Cuando Jesús llegó a casa del jefe de los judíos, y vio a los músicos que estaban preparados para el entierro y a la gente que lloraba a gritos, les dijo:
– Salid de aquí. La muchacha no está muerta, sino dormida.
La gente se burlaba de Jesús, pero él los hizo salir; luego entró, tomó de la mano a la muchacha y ella se levantó. Y por toda aquella región corrió la noticia de lo sucedido.

Jesús siempre nos espera. Espera que le toquemos el manto, que nos despierte...Porque normalmente estamos dormidos. No nos damos cuenta de su presencia, de que Él está ahí, junto a nosotros. Se da cuenta del menor detalle de conversión nuestro, como tocarle el manto entre la multitud. Nos tiende la mano para levantarnos de nuestra "muerte", de permanecer dormidos en el mal. Porque Él es Vida y nos da la Vida.

"A menudo tengo un sueño recurrente en el que no sé salir de donde estoy para volver a casa, a pesar de que todo es conocido; todo es lo de siempre. Doy vueltas y vueltas y siempre me encuentro con callejones sin salida, con vericuetos desconocidos, con obstáculos. Es algo así como lo que dicen las lecturas hoy. Aquí hay una invitación a pasar del cansancio de la vejez a los días de fervor y entusiasmo de la juventud. De la apatía a la actividad. De la infidelidad a la fidelidad. De la enfermedad a la sanación. De la muerte a la vida. En realidad, todo es lo mismo: el entibiamiento lleva a la infidelidad (…porque no sois fríos ni calientes…); la infidelidad es una especie de enfermedad y la enfermedad lleva a la muerte.  Esto es lo que se nos presenta en las lecturas de hoy. “Le hablaré al corazón, y la desposaré.” Es decir, la sacaré de tanta tontería, de su enfermedad, de tanta muerte, de tanta mentira. Pero resulta muy difícil.
Dios lo puede hacer esto. Habla al corazón, reconoce quién la fe de quien le ha tocado el manto, toma de la mano a la niña muerta. Nunca mira indiferente a sus hijos.
Pero necesita nuestro deseo de salir y esto no se realiza por arte de magia.  Lo que ocurre es que primero hay que ir al desierto, cosa que hoy día es dificilísimo. Atrévete a dejar el móvil a un lado, a salir de las redes sociales, a no ver la televisión siquiera un día… Hay que ir al desierto para escuchar la voz que habla al corazón y reconocer la infidelidad… o las infidelidades recurrentes como era el caso de la mujer de Oseas. Reconocer la enfermedad y la muerte, es decir, el pecado. Todos los días en Misa, en el acto penitencial se nos invita a ir a un desierto microscópico antes de celebrar… es decir de esposarnos con Dios y regresar a la vida. Pero son solo unos segundos de silencio que podrían incluso pasar desapercibidos con otras distracciones que llevamos dentro.  Y lo que ocurre es que hay que tener el humilde valor de tocar el manto, descubriendo la vergüenza de la propia enfermedad. Y lo que ocurre es que hay que aceptar la mano que levanta de la muerte y la comida que se da a continuación. Despertar del sueño. Y volver, volver, volver…Y volver a la vida, que es estar con Dios."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

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