sábado, 31 de agosto de 2024

EL MIEDO PARALIZA

 


El reino de los cielos es como un hombre que, a punto de viajar a otro país, llamó a sus criados y los dejó al cargo de sus negocios. A uno le entregó cinco mil monedas, a otro dos mil y a otro mil: a cada cual conforme a su capacidad. Luego emprendió el viaje. El criado que recibió las cinco mil monedas negoció con el dinero y ganó otras cinco mil. Del mismo modo, el que recibió dos mil ganó otras dos mil. Pero el que recibió mil, fue y escondió el dinero de su señor en un hoyo que cavó en la tierra.
Al cabo de mucho tiempo regresó el señor de aquellos criados y se puso a hacer cuentas con ellos. Llegó primero el que había recibido las cinco mil monedas, y entregando a su señor otras cinco mil le dijo: ‘Señor, tú me entregaste cinco mil, y aquí tienes otras cinco mil que he ganado.’ El señor le dijo: ‘Muy bien, eres un criado bueno y fiel. Y como has sido fiel en lo poco, yo te pondré al cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo.’ Después llegó el criado que había recibido las dos mil monedas, y dijo: ‘Señor, tú me entregaste dos mil, y aquí tienes otras dos mil que he ganado.’ El señor le dijo: ‘Muy bien, eres un criado bueno y fiel. Y como has sido fiel en lo poco, yo te pondré al cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo.’
Por último llegó el criado que había recibido mil monedas y dijo a su amo: ‘Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso tuve miedo; así que fui y escondí tu dinero en la tierra. Aquí tienes lo que es tuyo.’ El amo le contestó: ‘Tú eres un criado malo y holgazán. Puesto que sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí, debías haber llevado mi dinero al banco, y yo, a mi regreso, lo habría recibido junto con los intereses.’ Y dijo a los que allí estaban: ‘Quitadle a este las mil monedas y dádselas al que tiene diez mil. Porque al que tiene, se le dará más y tendrá de sobra; pero al que no tiene, hasta lo que tiene se le quitará. Y a este criado inútil arrojadlo fuera, a la oscuridad. Allí llorará y le rechinarán los dientes.’

El criado enterró el dinero no porque era gandul, no sabía comerciar o no quería trabajar. Lo enterró por miedo al amo. Jesús, con esta parábola, nos invita a trabajar, a utilizar nuestras cualidades para hacer el bien, pero también nos enseña que no debemos tener miedo al Padre. Él nos ama, nos protege, está siempre con nosotros.  Él, aunque no tengamos nada, nos dará el ciento por uno.
También nos enseña que no debemos temer al entregarnos. Que debemos dar nuestra vida por los demás. Si no, lo que guardemos por miedo, se lo dará a los que sí se han entregado. No debemos temer en "ensuciarnos" por entregarnos a los demás, por ayudar a los pobres, los perseguidos, los enfermos, los necesitados.

"Leo la parábola del evangelio de hoy y lo primero que se me viene a la mente son las muchas veces que he ido a la iglesia y de rodillas me he puesto a pedir cosas a Dios en mi oración. Casi podría decir, usando un viejo refrán español, que en esos momentos la boca se me hace un fraile”, vamos que todo se me hace pedir y pedir todos los favores, necesidades y problemas que se me vienen a la mente. Desde aprobar un examen hasta la salud de mi familiar o el trabajo para un amigo que se ha quedado en el paro. Todo es pedir y pedir. Y, en el fondo, dar por supuesto que Dios es el que me puede solucionar todo, el manitas que lo puede arreglar todo. Desde una enfermedad hasta mis problemas económicos. Todo es pedir y pedir.
Esto me ha venido a la mente porque la parábola de hoy plantea exactamente la idea contraria. Dios no es el que se encarga de solucionarnos los problemas sino el que pone en nuestras manos las herramientas para irlos solucionando. En nuestras manos está el aprovechar esos talentos con que nos ha regalado a todos con un fin claro y distinto. No se trata solo de usarlos en beneficio propio: solucionar mis problemas y los problemas de los míos. El objetivo es mucho más amplio. Somos los trabajadores en la viña del Señor y nuestro objetivo no es solo mirar por lo mío. No se trata de centrarnos en la punta de nuestra nariz o de nuestro ombligo. Se trata de hacer que la viña del amo de sus frutos. Se trata de alinearnos con los objetivos del amo, con los objetivos de Dios: construir el reino de fraternidad y justicia donde todos los hombres y mujeres puedan vivir como hermanos.
Vamos a dejar de pedir. Vamos a poner nuestras manos y nuestros corazones a trabajar al servicio del Reino. No se trata de ir a la Iglesia a pedir que Dios nos solucione esto o lo otro. Se trata de ponernos en su presencia para asumir el compromiso y la responsabilidad de usar los talentos que nos ha dado al servicio del Reino. ¡Que cambio de perspectiva y de actitud! De pedigüeños a comprometidos y responsables con el Reino. Ahí está la clave."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 30 de agosto de 2024

ESTAR A PUNTO

 


El reino de los cielos podrá entonces compararse a diez muchachas que, en una boda, tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no tomaron aceite de repuesto; en cambio, las previsoras llevaron frascos de aceite además de las lámparas. Como el novio tardaba en llegar, les entró sueño a todas y se durmieron. Cerca de medianoche se oyó gritar: ‘¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirle!’ Entonces todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dadnos un poco de vuestro aceite, porque nuestras lámparas van a apagarse.’ Pero las muchachas previsoras contestaron: ‘No, porque entonces no alcanzará para nosotras ni para vosotras. Más vale que vayáis a donde lo venden y compréis para vosotras mismas.’ Pero mientras las cinco muchachas iban a comprar el aceite, llegó el novio; y las que habían sido previsoras entraron con él a la fiesta de la boda, y se cerró la puerta. Llegaron después las otras muchachas, diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’ Pero él les contestó: ‘Os aseguro que no sé quiénes sois.’
Permaneced despiertos – añadió Jesús –, porque no sabéis el día ni la hora.

Jesús nos dice que debemos estar preparados; que no sabemos el día ni la hora. Se trata de tener aceite para encender las lámparas, para iluminar. Los exégetas dan diversos significados a este aceite. A mi me gusta asociarlo a nuestras obras de Amor. Aquello que hacemos con Amor, nuestra entrega, es lo que enciende la luz de la verdadera Fe. Por eso muchos, que en su vida han Amado, entrarán a las bodas aunque no sabían que tenían Fe. Y otros, que creían tener Fe, como han vivido sin Amar, sin entregarse a los demás, encontrarán la puerta cerrada. 

"Podemos darle muchas vueltas a la parábola que nos trae el texto evangélico de hoy. Podemos pensar que las vírgenes necias apenas fueron un poco despistadas y que las sensatas fueron unas egoístas que no supieron ni quisieron compartir su aceite con las otras. Podemos imaginar que el aceite que mantiene encendidas las lámparas es la oración continua en la presencia del Señor. Y así podemos ir pensando en cada uno de los elementos de la parábola y tratar de darle un significado. Pero los estudiosos del Nuevo Testamento ya nos dejaron claro hace mucho que en estas breves historias que cuenta Jesús a sus oyentes lo único que importa es el punto central de la historia. Lo demás son solo adornos para los oyentes.
Y está claro que el centro de la parábola es solo uno: estar atentos y preparados porque no sabemos cuando llega el que estamos esperando. Parece ser que las vírgenes estaban todas atentas y despertaron a la voz del que anunciaba la llegada del esposo. Pero no todas estaban preparadas. Unas tenían aceite suficiente en sus lámparas y las otras no. Así que las que no estaban preparadas, las necias, como las llama la parábola, tuvieron que ir a buscarlo y se quedaron fuera de la fiesta.
Conclusión: hay que estar atentos, despiertos, vigilantes. Pero no es suficiente: hay que estar también preparados. ¿Cómo se interpreta este “estar preparados”? Algunos pensarán que es estar “confesados y comulgados”. Es decir, habiendo cumplido con los ritos que la iglesia establece para estar en “gracia de Dios”. Eso está bien pero no es suficiente. Además, no creo que Jesús pensase en eso en aquel momento. Más bien, Jesús pensaría en estar dispuestos al cambio radical que el Reino pone en nuestras vidas: apertura a la nueva familia que son los hijos o hijas de Dios, disposición para la justicia y la fraternidad más allá de todas las fronteras y diferencias, reconocimiento del único Padre-Abbá común, ir más allá de las normas, de lo establecido, para dejarlo todo y ponerse al servicio del Reino. Eso es estar preparados."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 29 de agosto de 2024

MARTIRIO DE JUAN BAUTISTA

 


Herodes, por causa de Herodías, había mandado apresar a Juan y le había hecho encadenar en la cárcel. Herodías era esposa de Felipe, hermano de Herodes, pero Herodes se había casado con ella. Y Juan le había dicho a Herodes: “No puedes tener por tuya a la mujer de tu hermano.”
Herodías odiaba a Juan y quería matarlo; pero no podía, porque Herodes le temía y le protegía sabiendo que era un hombre justo y santo; y aun cuando al oírle se quedaba perplejo, le escuchaba de buena gana. Pero Herodías vio llegar su oportunidad cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus jefes y comandantes y a las personas importantes de Galilea. La hija de Herodías entró en el lugar del banquete y bailó, y tanto gustó el baile a Herodes y a los que estaban cenando con él, que el rey dijo a la muchacha:
– Pídeme lo que quieras y yo te lo daré.
Y le juró una y otra vez que le daría cualquier cosa que pidiera, aunque fuese la mitad del país que él gobernaba. Ella salió y preguntó a su madre:
– ¿Qué puedo pedir?
Le contestó:
– Pide la cabeza de Juan el Bautista.
La muchacha entró de prisa donde estaba el rey y le dijo:
– Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se disgustó mucho, pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, no quiso negarle lo que pedía. Así que envió en seguida a un soldado con la orden de traerle la cabeza de Juan. Fue el soldado a la cárcel, le cortó la cabeza a Juan y la puso en una bandeja. Se la dio a la muchacha y ella se la entregó a su madre.
Cuando los seguidores de Juan lo supieron, tomaron el cuerpo y lo pusieron en una tumba.


"La vida es un juego complejo de intereses personales y poderes, de inseguridades y miedos. Y a veces ese juego tiene consecuencias nefastas. Como en este caso, donde el juego termina con la muerte de un inocente. Nadie, al menos nadie importante, quería su muerte, pero, al final, la cabeza de Juan el Bautista termina en una bandeja. Fue el precio que tuvo que pagar Herodes, que no quería su muerte según nos dice el texto evangélico, para mantener su poder, su prestigio y su palabra ante su amante y sus invitados. Si no hubiese mandado decapitar a Juan, ¿qué habrían pensado de él sus invitados –todos amigos pero también enemigos, todos gente de poder, competidores en el juego mortal que es a veces la política–? Herodes tenía que mantener su imagen de rey todopoderoso. Lo tenía que hacer para que le respetasen y siguiesen obedeciendo. Si no lo hacía, su autoridad, su reino, estaba en peligro y podía terminar él mismo decapitado. No había alternativa. Por mucho que le doliese era mejor decapitar a Juan que arriesgarse a ser él mismo la víctima. Se trataba de sobrevivir en un mundo donde la competición era a muerte.
Claro que hay un problema: es que Juan era inocente. Juan no había hecho nada más que ser profeta y decir lo que era obvio. De hecho, el evangelio dice que “Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía.” Pero la realidad es que Juan era también la parte más débil de la ecuación. No tenía poder. No tenía autoridad. No tenía armas ni soldados. No tenía nada. De hecho, estaba en la cárcel de Herodes. Y estaba encadenado. En realidad, sí tenía algo: el odio de Herodías, la amante de Herodes. Ese era otro punto negativo más. Su vulnerabilidad era total. Por eso, la solución de la ecuación era sencilla: hacer desaparecer a Juan traía la “paz”, la seguridad para Herodes y su reino. A Herodes le proporcionaba la paz con su amante, lo que tenía su importancia.
Dicho todo esto, no queda más que preguntarnos si alguna vez, a la búsqueda de nuestra propia seguridad y tranquilidad, no hemos preferido la muerte, o algo parecido del inocente. Si alguna vez, por las mismas razones, no hemos dejado de lado lo que era de justicia, de fraternidad, de defensa del más débil."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 28 de agosto de 2024

SEPULCROS BLANQUEADOS

 


¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que sois como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera pero llenos por dentro de huesos de muerto y toda clase de impurezas. Así sois vosotros: por fuera, ante la gente, parecéis buenos, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y maldad.
¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que construís los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos funerarios de los hombres justos, y luego decís: ‘Si hubiéramos vivido en los tiempos de nuestros antepasados, no los habríamos ayudado a matar a los profetas.’ Con esto, vosotros mismos os reconocéis descendientes de aquellos que mataron a los profetas. ¡Acabad de hacer, pues, lo que vuestros antepasados comenzaron!

Jesús sigue atacando a los fariseos y maestros de la ley; pero seríamos muy necios si no nos lo aplicáramos también a nosotros. Hay algo que Jesús no soporta: la hipocresía. Y todos, en menor o mayor medida, actuamos buscando el beneplácito de los demás, ocultando nuestros males, dando una imagen falsa de nosotros.
Siempre, cada día, debemos mirar nuestro corazón. Que es lo que verdaderamente albergamos en nuestro interior. ¿Corresponde a lo que mostramos a los demás? Debemos luchar para no ser sepulcros blanqueados. Lo que debemos limpiar es nuestro interior. 

martes, 27 de agosto de 2024

JUSTICIA, MISERICORDIA, FIDELIDAD

 


Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que separáis para Dios la décima parte de la menta, del anís y del comino, pero no hacéis caso de las enseñanzas más importantes de la ley, como son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esto es lo que se debe hacer, sin dejar de hacer lo otro. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!
¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que limpiáis por fuera el vaso y el plato, pero por dentro estáis llenos de lo que habéis obtenido con el robo y la avaricia. Fariseo ciego, ¡limpia primero el vaso por dentro, y así quedará limpio también por fuera!

Jesús sigue reprendiendo a los fariseos y maestros de la le. Ellos dan mucha importancia a las minucias de la ley y olvidan lo más importante: la justícia, la misericordia, la fidelidad. 
Nosotros también corremos el riesgo de dar importancia a las apariencias, a la letra y olvidar lo fundamental. Para Jesús lo más importante es el Amor a Dios y al prójimo. Aquí nos dice claramente que de nada sirve cumplir preceptos, si somos injustos, si no somos misericordiosos, si no somos fieles. Nuestra sociedad está llena de injusticias. De nada sirven nuestras oraciones y sacrificios, si no luchamos para desterrarlas, para hacer de nuestro mundo un mundo más justo; si no nos compadecemos y luchamos para erradicar la pobreza, el sufrimiento. Debemos limpiarnos por dentro, limpiar nuestro corazón. Eso nos hará ser justos, misericordiosos y fieles. 





lunes, 26 de agosto de 2024

ESPIRITUALIDAD SINCERA



¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que cerráis a todos la puerta del reino de los cielos. Ni vosotros entráis ni dejáis entrar a los que quisieran hacerlo.
¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que recorréis tierra y mar para ganar un adepto, y cuando lo habéis ganado hacéis de él una persona dos veces más merecedora del infierno que vosotros mismos.
¡Ay de vosotros, guías ciegos!, que decís: ‘El que hace una promesa jurando por el templo no se compromete a nada; el que queda comprometido es el que jura por el oro del templo.’ ¡Estúpidos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el templo por el que el oro queda consagrado? También decís: ‘El que hace una promesa jurando por el altar no se compromete a nada; el que queda comprometido es el que jura por la ofrenda que está sobre el altar.’ ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar por el que la ofrenda queda consagrada? El que jura por el altar, no solo jura por el altar sino también por todo lo que hay encima de él; y el que jura por el templo, no solo jura por el templo sino también por Dios, que vive allí. Y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Dios mismo, que se sienta en él.

En el Evangelio encontramos siempre a Jesús pacífico, tranquilo, aceptando a todo el mundo. Sin embargo, llegan estos tres días , en el que nos encontramos con Jesús irritado, gritando a los maestros de la ley y a los fariseos. 
Jesús lo acepta todo, pero no soporta la hipocresía, la mentira, el querer ser más que los demás con falsas apariencias. Por eso debemos examinarnos y mirar nuestra actitud. ¿Somos sinceros en nuestra espiritualidad? ¿Ayudamos a los demás a encontrar a Jesús, o somos guías ciegos que buscamos nuestra gloria? Nos quejamos de que las iglesias se van vaciando, de que nuestra sociedad cada vez es menos cristiana. ¿Qué parte de responsabilidad tenemos nosotros?
 
"Vamos a ser sinceros: Hay días en que Jesús parece que se nos pone imposible. El Evangelio de hoy es uno de ellos. Frente a la imagen edulcorada de algunas imágenes de Jesús, todo rodeado de brillos y lanzando rayos a su alrededor que se supone que son de amor porque su cara tiene una expresión cuasi-beatífica, hoy podemos decir que lanza rayos pero no precisamente de amor sino de fuego.
Los letrados, los especialistas en la ley y su interpretación, y los fariseos, aquel grupo dentro del mundo judío que pretendía llevar la fidelidad a la ley hasta el extremo y para ellos pretendían cumplir hasta la última letra de la ley, son el objeto de los rayos de Jesús. De entrada les lanza un insulto sin ambages, sin sutilezas, sin rodeos. Jesús no les lanza una indirecta más o menos amable. Directamente les acusa de “hipócritas”. Eso según el Diccionario de la Real Academia es ser “embustero, farsante, mentiroso, falsario, falso, impostor”. La acusación fundamental es que ni entran ni dejan entrar. Con su obsesión por cumplir la norma hasta el último detalle, se olvidan del sentido, del corazón, de la norma. Incluso manipulan la norma para, cumpliéndola, no servir a Dios sino a sus propios intereses ocultos (hasta para quitarle el dinero a las viudas…).
Hay que tener cuidado que no nos pase a nosotros. Primero, porque Jesús nos va a llamar hipócritas con todas las letras. Y segundo porque nos quedamos fuera, nos perdemos lo más importante de su mensaje: se trata de amar, de hacer familia, de atender a los más necesitado.
Hoy celebramos a Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars. Es la fundadora de las Hermanitas de los ancianos desamparados. No era ni letrada ni farisea. Directamente puso manos a la obra. Ella supo entender lo más importante del Evangelio, que no está en contar las velas que debe haber en el altar para la celebración de la misa –algo muy muy secundario–, sino en abrir las manos y el corazón a las necesidades de nuestros hermanos y hermanas."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 25 de agosto de 2024

CREER O NO CREER EN JESÚS

 


Al oir todo esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron:
– Su enseñanza es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede hacerle caso?
Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les preguntó:
– ¿Esto os ofende? ¿Qué pasaría si vierais al Hijo del hombre subir a donde antes estaba? El espíritu es el que da vida; el cuerpo de nada aprovecha. Las cosas que yo os he dicho son espíritu y vida. Pero todavía hay algunos de vosotros que no creen.
Es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién el que le iba a traicionar. Y añadió:
– Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no lo trae.
Desde entonces dejaron a Jesús muchos de los que le habían seguido, y ya no andaban con él. Jesús preguntó a los doce discípulos:
– ¿También vosotros queréis iros?
Simón Pedro le contestó:
– Señor, ¿a quién iremos? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros sí hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

El lenguaje de Jesús, presentándose como alimento para los hombres, desconcertó a muchos de sus seguidores. Hoy sabemos lo que quiso decir, pero seguimos ante el mismo dilema. ¿Creemos o no creemos? Nuestra sociedad cada vez se aleja más de Jesús. El espíritu de las bienaventuranzas se nos hace cada vez más incomprensible. Para nosotros, las riquezas, el placer, el poder, la fama...son lo más importante y lo que debemos conseguir. Jesús nos espera con la felicidad verdadera. ¿A dónde iremos sin Él? Jesús nos enseña el verdadero camino: el camino del Amor.

"(...) Es inevitable que la fe pase por momentos de crisis. Vamos creciendo, y la fe tiene que crecer con la edad, igual que la ropa infantil nos queda pequeña cuando somos ya jóvenes: uno se hace adolescente, y hay otros intereses en la vida y fácilmente se olvida de ese Dios en el que ha aprendido a creer y al que ha aprendido a orar en la familia y en la parroquia, en la catequesis, o se protesta ante esa mirada omnipresente y controladora de Dios; llega la juventud, y parece que lo sabes todo, y no es fácil encontrar razones para seguir creyendo. Cuesta ver el Evangelio como algo plenamente serio y plenamente fundado, como Palabra de Dios que es. Llega la madurez y recibimos los golpes que nos da la vida, o se nos abren más los ojos ante el escándalo de la injusticia que hay en el mundo, o nos quejamos de la aparente indiferencia de Dios ante nuestras súplicas, y su silencio se nos hace difícil de entender. Cuántos hermanos nuestros se han alejado de Dios y de la Iglesia por este motivo.
Hoy, nos encontramos, además, con un fenómeno muy extendido. Esta época, que no parece tan propicia para la fe, es una época de notable credulidad. Por todas partes abundan los creyentes en el tarot, en el horóscopo, en los echadores de cartas, los astrólogos, todo tipo de videntes y presuntos adivinos. Quizá haya personas con facultades fuera de lo común, pero ese negocio que se ha montado a base de pura charlatanería es un signo de la gran desorientación y de la enorme credulidad de mucha gente.
La fe es algo más sobrio, más serio y más fundado. Porque, en el fondo, sí tenemos razones para creer: el sentimiento profundo de sabernos creados y amados, el orden en el universo, la sabiduría del Evangelio, la inabarcable realidad de la entrega de Jesús, todos los frutos de santidad que ha producido el Evangelio en la Iglesia. Pero las razones para creer no nos liberan de la tarea de creer. Don y tarea, al mismo tiempo, la fe. Por eso somos libres para prestar asentimiento o para desentendernos; pero no podemos olvidar que tenemos que dar alguna respuesta al misterio de la vida. En cada fase de ésta estamos llamados a dar nuestro consentimiento a Dios, ese Dios misterioso que nos ha dado señales de su existencia, de su cercanía, pero que no fuerza nuestra libertad.
El Señor, porque sabe y conoce muy bien nuestra debilidad, siempre tiene sus puertas abiertas: unas veces para entrar y gozar con su presencia y, otras, igual de abiertas para marcharnos cuando – por lo que sea – nos resulta imposible cumplir con sus mandatos. Ahora bien; permanecer con El – nos lo garantiza el Espíritu – es tener la firme convicción de que nunca nos dejará solos. De que compartirá nuestros pesares y sufrimientos, ideales y sueños, fracasos y triunfos. Porque fiarse del Señor es comprender que no existen los grandes inconvenientes, sino el combate, el buen combate desde la fe. Y, Jesús, nos acompaña, nos enseña y nos anima en esa lucha contra el mal y a favor del bien. Él mismo pasó por todo eso.
Es el momento de responder a la pregunta de Jesús, personalmente: ¿también tú quieres marcharte? Dar una respuesta sincera puede ser un modo de incentivar nuestra fe, si es que está algo dormida. Si creemos y servimos al Señor, que lo hagamos con valentía, con generosidad y transparencia, sabedores de que seguirle, aunque no sea fácil, siempre merece la pena. Gracias a Dios – nunca mejor dicho – no suelen faltar a nuestro lado personas que tienen una fe madura, y que responden como Pedro: «¿A quién vamos a acudir? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna». La compañía de esas personas es un apoyo para nuestra fe, que a veces puede sentirse pequeña, frágil y tentada. Ojalá nosotros podamos ser también ejemplo para otros. Es el camino para ser feliz. El camino de la cruz, recorrido con Cristo y con los hermanos. Es el camino para ser santo."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 24 de agosto de 2024

ÉL NOS VE BAJO LA HIGUERA

  


Felipe fue a buscar a Natanael y le dijo:
– Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en los libros de la ley, y de quien también escribieron los profetas. Es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.
Preguntó Natanael:
– ¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?
Felipe le contestó:
– Ven y compruébalo.
Cuando Jesús vio acercarse a Natanael, dijo:
– Aquí viene un verdadero israelita, en quien no hay engaño.
Natanael le preguntó:
– ¿De qué me conoces?
Jesús le respondió:
– Te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera.
Natanael le dijo:
– Maestro, ¡tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel!
Jesús le contestó:
– ¿Me crees solamente por haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Pues cosas más grandes que estas verás!
Y añadió:
– Os aseguro que veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.

La tradición asocia a Natanael con Bartolomé. Por eso hoy, en su festividad, leemos este evangelio. Empieza con el prejuicio que tiene de Jesús. Él es de Caná y cree que Jesús, al ser de Nazaret, no puede ser nadie de valor. Pero se encuentra con que Jesús lo valora y conoce lo que hay en el interior de su corazón. Lo mismo pasa con nosotros. Él nos conoce realmente y, pese a nuestro rechazo, nos sigue llamando. Jesús conoce lo que hay en nuestro interior, nos ve "bajo la higuera", y nos tiende su mano, su apoyo, su Amor.

"Natanael fue apóstol un poco por casualidad. Pasaba por allí y se encontró con su amigo Felipe. Claro que también tenemos que suponer que andaba buscando algo en su vida. Por eso, Felipe le habló de Jesús. Si Natanael hubiese estado solo preocupado por la cosecha o por la enfermedad o por el desperfecto en el tejado de su casa, casi seguro que Felipe no le habría hablado de Jesús. Pero Felipe debía saber de las inquietudes de Natanael y por eso le habló de Jesús.
Natanael es un buen ejemplo de lo que tantas veces somos nosotros. Tenemos inquietudes pero también tenemos prejuicios. Las inquietudes pueden abrirnos a otras realidad. Podríamos decir que nos excitan la curiosidad, que nos abren o, al menos, señalan puertas a lo nuevo, a lo desconocido, allá donde quizá podemos encontrar respuesta a nuestras inquietudes.
Pero también están los prejuicios. Estos se encargan exactamente de lo contrario. ¿Para que intentar nuevos caminos, para que atravesar umbrales a lo desconocido si ya sabemos lo que nos vamos a encontrar ahí detrás? Es esa pregunta de Natanael a Felipe: ¿Puede salir algo bueno de Nazaret? Parece que Natanael ya lo tenía controlado todo. Sabía lo que buscaba y, al mismo tiempo, tampoco quería buscar mucho porque ya sabía…
Menos mal que le pudo la curiosidad más que el prejuicio inútil. Y se animó a seguir a Felipe y a conocer a Jesús. Descubrió que sí, que de Nazaret, podía salir algo bueno. Bueno y sorprendente. Aquella puerta que abrió, aquel umbral que atravesó le cambió la vida. Si se hubiese quedado en el prejuicio, en el “ya me sé lo que hay ahí”, habría seguido siendo también hijo de Dios, pero se habría perdido el encuentro directo con el que es la gracia, el testigo del amor de Dios por cada uno de nosotros. Se habría perdido la oportunidad de su vida.
Conclusión: hay que esforzarse por vencer los prejuicios porque Dios nos espera allá donde menos lo esperamos. ¡Incluso en Nazaret!"
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 23 de agosto de 2024

AMOR A TODOS Y AL TODO

  


Los fariseos se reunieron al saber que Jesús había hecho callar a los saduceos. Uno de aquellos, maestro de la ley, para tenderle una trampa le preguntó:
– Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?
Jesús le dijo:
– ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.’ Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Y el segundo es parecido a este: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ De estos dos mandamientos pende toda la ley de Moisés y las enseñanzas de los profetas.

El maestro de la ley quiere poner una trampa a Jesús. Pero Él le responde como siempre: lo importante es el Amor. Toda la ley depende del Amor y no tiene sentido sin Amor. No se trata de cumplir por cumplir, sino de hacerlo amando. Y añade un matiz: que Amar al prójimo es semejante a Amar a Dios. Porque amando al otro, amamos a Dios. 


"En el Evangelio de hoy dice que los saduceos, maestros de la ley también, le hacen una pregunta a Jesús: “¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?” Dice el Evangelio que el objetivo de la pregunta no era conocer la respuesta sino ponerlo a prueba. Es decir, dependiendo de la respuesta sabrían como situar a Jesús, si como fiel y observante judío o como un hereje al que había que condenar.
Creo que también había una motivación algo más profunda. En un mundo como el judío de aquel tiempo, lleno de reglas y normas –se contaban por cientos– su cumplimiento aseguraba la salvación. En el fondo late la preocupación por la relación con Dios, un señor todopoderoso del que depende la salvación o la condenación. La pregunta por cuáles normas hay que cumplir se convierte en la pregunta fundamental que hay que responder para saber a qué atenerse. La vida futura depende de dar con la respuesta acertada.
Durante una gran parte de la Edad Media para muchos cristianos esa fue la pregunta clave de sus vidas: ¿me salvaré o no me salvaré? ¿cómo asegurarme que estoy en el buen camino? Pero no ha desaparecido la pregunta. Hoy en día, sigue habiendo personas que se hacen esa pregunta. Y no son siempre personas mayores.
Lo mejor está en la respuesta de Jesús. Más que responder a la pregunta sitúa la cuestión en una clave diferente. Donde el preguntador colocaba “mandamientos a cumplir”, Jesús habla de amor. Amar a Dios y amar al prójimo son los elementos clave de la nueva realidad del Reino de Dios. Ya no se habla de normas, mandamientos ni leyes. Se habla de amor. Y, como es lógico, no se puede “amar” por obligación. El amor sale del corazón. Al amor le sobran las leyes y las normas. El amor es siempre agradecimiento porque sentimos, experimentamos, que el otro nos ha regalado mucho más de lo que hemos dado. Dios nos ha regalado la vida. Y, ante él, solo podemos estar agradecidos.
Pasar de la norma y la ley al amor es entrar en el Reino. Quedarse en la ley es permanecer a la puerta pero por el lado de fuera. ¡Adelante! Que esa puerta está siempre abierta."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 22 de agosto de 2024

INVITADOS A LA BODA

  


Jesús se puso a hablarles otra vez por medio de parábolas. Les dijo:
“El reino de los cielos puede compararse a un rey que hizo un banquete para la boda de su hijo. Envió a sus criados a llamar a los invitados, pero estos no quisieron acudir. Volvió a enviar más criados, encargándoles: ‘Decid a los invitados que ya tengo preparado el banquete. He hecho matar mis novillos y reses cebadas, y todo está preparado: que vengan a la boda.’ Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a sus tierras, otro a sus negocios y otros echaron mano a los criados del rey y los maltrataron hasta matarlos. Entonces el rey, lleno de ira, ordenó a sus soldados que mataran a aquellos asesinos y quemaran su pueblo. Luego dijo a sus criados: ‘Todo está preparado para la boda, pero aquellos invitados no merecían venir. Id, pues, por las calles principales, e invitad a la boda a cuantos encontréis.’ Los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y así la sala del banquete se llenó de convidados.
“Cuando el rey entró a ver a los convidados, se fijó en uno que no iba vestido para la boda. Le dijo: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí, si no vienes vestido para la boda?’ Pero el otro se quedó callado. Entonces el rey dijo a los que atendían las mesas: ‘Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a la oscuridad. Allí llorará y le rechinarán los dientes.’ Porque muchos son llamados, pero pocos escogidos.”


Dios nos invita a todos, nos llama a todos. Pero ponemos excusas y no le seguimos. El trabajo, el dinero, el poder...nos alejan de su Fiesta. Incluso matamos al Hijo. Dios, a pesar de nuestra infidelidad, sigue llamándonos a todos. Sale a los caminos pidiendo que le sigamos. 
Para seguirlo necesitamos el vestido de Fiesta. Un corazón dispuesto a Amar, a entregarse a todo el mundo. Es lo único que nos pide; pero quizá es lo más difícil para nosotros, obsesionados con el poder, con el dominio, con la grandeza, con el dinero. Si de verdad queremos seguirlo, sólo Amando lo haremos realmente. Vestirnos de fiesta es Amar. Lo demás es hipocresía. 

miércoles, 21 de agosto de 2024

DE PRIMEROS Y ÚLTIMOS




El reino de los cielos se puede comparar al dueño de una finca que salió muy de mañana a contratar trabajadores para su viña. Acordó con ellos pagarles el salario de un día y los mandó a trabajar a su viña. Volvió a salir sobre las nueve de la mañana y vio a otros que estaban en la plaza, desocupados. Les dijo: ‘Id también vosotros a trabajar a mi viña. Os daré lo que sea justo.’ Y ellos fueron. El dueño salió de nuevo hacia el mediodía, y otra vez a las tres de la tarde, e hizo lo mismo. Alrededor de las cinco de la tarde volvió a la plaza y encontró a otros desocupados. Les preguntó: ‘¿Por qué estáis aquí todo el día, sin trabajar?’ Le contestaron: ‘Porque nadie nos ha contratado.’ Entonces les dijo: ‘Id también vosotros a trabajar a mi viña.’
Cuando llegó la noche, el dueño dijo al encargado del trabajo: ‘Llama a los trabajadores, y págales empezando por los últimos y terminando por los primeros.’ Se presentaron, pues, los que habían entrado a trabajar alrededor de las cinco de la tarde, y cada uno recibió el salario completo de un día. Cuando les tocó el turno a los que habían entrado primero, pensaron que recibirían más; pero cada uno de ellos recibió también el salario de un día. Al cobrarlo, comenzaron a murmurar contra el dueño. Decían: ‘A estos, que llegaron al final y trabajaron solamente una hora, les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el trabajo y el calor de todo el día.’ Pero el dueño contestó a uno de ellos: ‘Amigo, no te estoy tratando injustamente. ¿Acaso no acordaste conmigo recibir el salario de un día? Pues toma tu paga y vete. Si a mí me parece bien dar a este que entró a trabajar al final lo mismo que te doy a ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O quizá te da envidia el que yo sea bondadoso?’
De modo que los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos.

Nosotros buscamos los primeros lugares. Pero para Dios no hay primeros ni últimos. No le importa si le hemos amado toda la vida o lo hacemos a última hora. Él nos espera a todos con su Amor, con su misericordia, con los brazos abiertos. Esto no es excusa para decir, ya me convertiré más tarde. Ya me entregaré a los demás mañana. Jesús, lo que quiere decirnos con esta parábola, es que no debemos juzgar a los demás, ni creernos más que los demás, porque hemos encontrado a Dios y los otros no. Lo que debemos hacer, es darle gracias porque a nosotros se nos ha manifestado, porque ha salido a nuestro encuentro. Nosotros no tenemos ningún mérito.   

"Vamos a empezar esta reflexión siendo sinceros con nosotros mismos (que es la sinceridad más complicada y difícil; ya decía santa Teresa de Jesús que “humildad es andar en verdad” [Las Moradas, libro VI, 10.7]). Casi seguro que alguna vez hemos sentido envidia de que otro sea bueno, sea más bueno que nosotros. Incluso hemos pensado que eso de que Dios perdona a todos y todo… pues seguro que no puede ser verdad, porque mira que hay algunos que pecan… El que escribe estas líneas reconoce sin temor que alguna vez si han anidado esos sentimientos en mi corazón.
En la parábola de hoy, se alude precisamente a esa envidia cuando uno de los jornaleros de primera hora, de los que habían trabajado todo el día bajo el sol se queja de que uno de los últimos que han llegado reciba el mismo salario que ellos, los de la primera hora, los que han estado bregando sin parar. ¡No hay derecho! Nos sale del corazón un grito que dice: “Nosotros deberíamos cobrar más que ellos que no han hecho nada más que una horita el final del día.”
Pero hay que ir al texto de la parábola y al Evangelio mismo. En realidad no hay más que un salario. No se mide en dinero. El salario es la posibilidad, la oportunidad, el don, la gracia, la suerte, la buena estrella, la fortuna incomparable, de haber participado y de poder seguir participando en el Reino de Dios. No hay salario mayor que ese. No hay otro premio ni mayor ni menor. Seguir a Jesús es participar en la Vida y abrirnos al amor, la justicia y la fraternidad. ¡Qué gozada participar en el Reino! ¡Qué gozada ser como Dios y poder perdonar como él, ser misericordioso como él, reconciliar como él, ser portadores del amor de Dios para todos los que nos rodean! Eso es vivir y lo demás es cuento y pérdida de tiempo.
Algunos jornaleros de la parábola no lo entendieron así. ¡Qué pena! Lo siento por ellos. Estoy seguro de que a poco que conozcamos a Jesús y le hayamos dejado entrar en nuestro corazón, apreciaremos el don del Reino. Y daremos gracias por ese don inmenso e inmerecido."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 20 de agosto de 2024

CÓMO FORMAR PARTE DEL REINO

 


Jesús dijo entonces a sus discípulos:
– Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Os lo repito: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios. Al oírlo, sus discípulos se asombraron más aún, y decían:
– Entonces, ¿quién podrá salvarse?
Jesús los miró y les contestó:
– Para los hombres esto es imposible, pero no para Dios.
Pedro entonces añadió:
– Nosotros, que hemos dejado cuanto teníamos y te hemos seguido, ¿qué vamos a recibir?
Jesús les respondió:
– Os aseguro que cuando llegue el tiempo de la renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, vosotros, que me habéis seguido, os sentaréis también en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todos los que por causa mía hayan dejado casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras, recibirán cien veces más, y también recibirán la vida eterna. Muchos que ahora son los primeros, serán los últimos; y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros.


Es la continuación del texto de ayer. El joven marcha triste porque sus riquezas no le permiten seguir a Jesús. Las riquezas no son únicamente el dinero. Son todo aquello que nos hace falsamente superiores a los demás. Todo aquello que tenemos en exceso y falta a los demás. Porque el dinero, el poder, las posesiones, nos hacen insolidarios. No nos permiten amar. Por eso nos dice Jesús que que difícilmente un rico entrará en el Reino. Porque el Reino es el Amor, la entrega, la solidaridad...
Los judíos asociaban la riqueza al beneplácito de Dios. Por eso los amigos de Job, al perderlo todo, le acusan de que seguramente había pecado. Por eso los apóstoles preguntan que quién podrá salvarse entonces.
Jesús nos repite mil y una vez, que el Reino es de los sencillos, de los pobres, de los pequeños, de los niños...Es decir, de aquellos que son capaces de confiar, de entregarse, de amar. Es amando como se forma el Reino. ¿Lo entenderemos verdaderamente algún día?



lunes, 19 de agosto de 2024

DEJARLO TODO

  


Un joven fue a ver a Jesús y le preguntó:
– Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para tener vida eterna?
Jesús le contestó:
– ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Bueno solamente hay uno. Pero si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos.
– ¿Cuáles? - preguntó el joven.
Jesús le dijo:
– No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas mentiras en perjuicio de nadie, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo.
– Todo eso ya lo he cumplido – dijo el joven –. ¿Qué más me falta?
Jesús le contestó:
– Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riquezas en el cielo. Luego ven y sígueme.
Cuando el joven oyó esto, se fue triste, porque era muy rico.

Al joven que quiere ser perfecto, Jesús le pide que lo deje todo. Primero le pide que cumpla los mandamientos. Ante la respuesta de que ya lo hace, le pide la donación total. Dejarlo todo por Dios, dejarlo todo por les demás. La perfección es la entrega total. La perfección es el Amor.
El joven se retira triste. No se ve capaz de hacerlo. Dejarlo todo por los demás no es algo fácil. Por eso nosotros buscamos otras cosas que disfrazamos de religión para ser perfectos, para creernos perfectos. Pero la perfección está en la entrega total. Lo que hizo Jesús por nosotros; se entregó por nosotros dando su vida en la Cruz.
Si queremos ser perfectos este es el camino. El Amor, la entrega total. Dar nuestra vida por los demás. No es un camino fácil, pero debemos intentarlo. Él lo recorrió primero y siempre estará a nuestro lado.