domingo, 25 de agosto de 2024

CREER O NO CREER EN JESÚS

 


Al oir todo esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron:
– Su enseñanza es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede hacerle caso?
Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les preguntó:
– ¿Esto os ofende? ¿Qué pasaría si vierais al Hijo del hombre subir a donde antes estaba? El espíritu es el que da vida; el cuerpo de nada aprovecha. Las cosas que yo os he dicho son espíritu y vida. Pero todavía hay algunos de vosotros que no creen.
Es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién el que le iba a traicionar. Y añadió:
– Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no lo trae.
Desde entonces dejaron a Jesús muchos de los que le habían seguido, y ya no andaban con él. Jesús preguntó a los doce discípulos:
– ¿También vosotros queréis iros?
Simón Pedro le contestó:
– Señor, ¿a quién iremos? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros sí hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

El lenguaje de Jesús, presentándose como alimento para los hombres, desconcertó a muchos de sus seguidores. Hoy sabemos lo que quiso decir, pero seguimos ante el mismo dilema. ¿Creemos o no creemos? Nuestra sociedad cada vez se aleja más de Jesús. El espíritu de las bienaventuranzas se nos hace cada vez más incomprensible. Para nosotros, las riquezas, el placer, el poder, la fama...son lo más importante y lo que debemos conseguir. Jesús nos espera con la felicidad verdadera. ¿A dónde iremos sin Él? Jesús nos enseña el verdadero camino: el camino del Amor.

"(...) Es inevitable que la fe pase por momentos de crisis. Vamos creciendo, y la fe tiene que crecer con la edad, igual que la ropa infantil nos queda pequeña cuando somos ya jóvenes: uno se hace adolescente, y hay otros intereses en la vida y fácilmente se olvida de ese Dios en el que ha aprendido a creer y al que ha aprendido a orar en la familia y en la parroquia, en la catequesis, o se protesta ante esa mirada omnipresente y controladora de Dios; llega la juventud, y parece que lo sabes todo, y no es fácil encontrar razones para seguir creyendo. Cuesta ver el Evangelio como algo plenamente serio y plenamente fundado, como Palabra de Dios que es. Llega la madurez y recibimos los golpes que nos da la vida, o se nos abren más los ojos ante el escándalo de la injusticia que hay en el mundo, o nos quejamos de la aparente indiferencia de Dios ante nuestras súplicas, y su silencio se nos hace difícil de entender. Cuántos hermanos nuestros se han alejado de Dios y de la Iglesia por este motivo.
Hoy, nos encontramos, además, con un fenómeno muy extendido. Esta época, que no parece tan propicia para la fe, es una época de notable credulidad. Por todas partes abundan los creyentes en el tarot, en el horóscopo, en los echadores de cartas, los astrólogos, todo tipo de videntes y presuntos adivinos. Quizá haya personas con facultades fuera de lo común, pero ese negocio que se ha montado a base de pura charlatanería es un signo de la gran desorientación y de la enorme credulidad de mucha gente.
La fe es algo más sobrio, más serio y más fundado. Porque, en el fondo, sí tenemos razones para creer: el sentimiento profundo de sabernos creados y amados, el orden en el universo, la sabiduría del Evangelio, la inabarcable realidad de la entrega de Jesús, todos los frutos de santidad que ha producido el Evangelio en la Iglesia. Pero las razones para creer no nos liberan de la tarea de creer. Don y tarea, al mismo tiempo, la fe. Por eso somos libres para prestar asentimiento o para desentendernos; pero no podemos olvidar que tenemos que dar alguna respuesta al misterio de la vida. En cada fase de ésta estamos llamados a dar nuestro consentimiento a Dios, ese Dios misterioso que nos ha dado señales de su existencia, de su cercanía, pero que no fuerza nuestra libertad.
El Señor, porque sabe y conoce muy bien nuestra debilidad, siempre tiene sus puertas abiertas: unas veces para entrar y gozar con su presencia y, otras, igual de abiertas para marcharnos cuando – por lo que sea – nos resulta imposible cumplir con sus mandatos. Ahora bien; permanecer con El – nos lo garantiza el Espíritu – es tener la firme convicción de que nunca nos dejará solos. De que compartirá nuestros pesares y sufrimientos, ideales y sueños, fracasos y triunfos. Porque fiarse del Señor es comprender que no existen los grandes inconvenientes, sino el combate, el buen combate desde la fe. Y, Jesús, nos acompaña, nos enseña y nos anima en esa lucha contra el mal y a favor del bien. Él mismo pasó por todo eso.
Es el momento de responder a la pregunta de Jesús, personalmente: ¿también tú quieres marcharte? Dar una respuesta sincera puede ser un modo de incentivar nuestra fe, si es que está algo dormida. Si creemos y servimos al Señor, que lo hagamos con valentía, con generosidad y transparencia, sabedores de que seguirle, aunque no sea fácil, siempre merece la pena. Gracias a Dios – nunca mejor dicho – no suelen faltar a nuestro lado personas que tienen una fe madura, y que responden como Pedro: «¿A quién vamos a acudir? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna». La compañía de esas personas es un apoyo para nuestra fe, que a veces puede sentirse pequeña, frágil y tentada. Ojalá nosotros podamos ser también ejemplo para otros. Es el camino para ser feliz. El camino de la cruz, recorrido con Cristo y con los hermanos. Es el camino para ser santo."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

1 comentario:

  1. A Quí anirem, si Solament TÚ, tens Paraules de Vida Eterna? No, ens vols, Senyor?

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