En esta Festividad de los Fieles Difuntos, debemos recordar algo: El Amor es más fuerte que la muerte. Aquellas personas a les que hemos amado, aunque ya no estén físicamente junto a nosotros, sí estan con mucha fuerza en nuestro corazón.
También debemos pensar, que si de verdad amamos, noes entregamos a los demás, no debemos temer a la muerte, porque el Amor es más fuerte. Tenemos el ejemplo de Jesús. Su Amor le llevó a la Cruz, pero el Amor venció en la Resurrección.
Hoy es un día para rezar por nuestros conocidos que están ya con el Padre: pero también por todos aquellos muertos por las guerras, las injusticias humanas, las catástrofes naturales. Y de buscar cómo podemos nosotros ayudar a sus familias.
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
Este evangelio nos deja muy claro quienes son los verdaderos santos, los bienaventurados. Todo lo contrario de lo que nosotros consideramos feliz.
"Hoy día se ha puesto de moda hablar de los santos de la puerta de al lado. Es decir, quienes en la vida diaria mantienen fielmente su fidelidad a su amistad con Dios en medio de las pequeñas cosas cotidianas. Se diría que estos personajes (a menudo madres) de la vida ordinaria, que van a la compra, hacen la cama y la comida, y esperan pacientemente el regreso de sus hijos mientras desgranan las cuentas del Rosario no se parecen mucho a la multitud incontable gloriosa de los que “llegan de la gran tribulación”. O a esos bienaventurados pobres, perseguidos, misericordiosos, que luchan por la justicia…
Pero las grandes y pequeñas tribulaciones se parecen mucho. A veces son las pequeñas las más difíciles de llevar, porque no tienen brillo ni aparente relevancia. Pero ese martirio diario, esa sangre gota a gota, también cuentan para lavar y blanquear la túnica en la Sangre del Cordero. Entonces, esa marcha de los 144.000 (12.000 veces las tribus de Israel que dan sostén a nuestra casa), o multitud incontable se siente con fuerza día a día. Los vemos pasar a nuestro lado, o pasear por nuestra propia alma, y a veces no nos damos cuenta. Son esos que pueden unir a la expresión sorprendida de Juan: “Ved el amor que nos ha concedido Dios, al llamarnos sus hijos. ¡Y lo somos!”.
Ya sea como vecinos oscuros de la puerta de al lado, o parte de la heroica marcha de quienes vienen de la gran persecución, de los héroes de la persecución, el martirio cruento, o de las grandísimas virtudes estamos llamados a esa marcha de los santos: con la propia sangre cotidiana o con la heroicidad de los momentos más difíciles e imposibles.
Hoy celebramos, sobre todo, la santidad de Dios que consagra a sus hijos y los hace suyos. Celebramos la sangre del Cordero que, en nuestro bautismo blanquea toda nuestra túnica y nos llama, una y otra vez, en toda tribulación grande o pequeña, a seguir blanqueándola."