Uno de entre la gente dijo a Jesús:
– Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
Jesús le contestó:
– Amigo, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
También dijo:
– Guardaos de toda avaricia, porque la vida no depende del poseer muchas cosas.
Entonces les contó esta parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar: ‘¿Qué haré? ¡No tengo donde guardar mi cosecha!’ Y se dijo: ‘Ya sé qué voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes en los que guardar toda mi cosecha y mis bienes. Luego me diré: Amigo, ya tienes muchos bienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y goza de la vida.’ Pero Dios le dijo: ‘Necio, vas a morir esta misma noche: ¿para quién será lo que tienes guardado?’ Eso le pasa al hombre que acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico delante de Dios.”
Uno de los "valores" importantes para la nuestra sociedad, junto al poder, es el dinero. Sin embargo el dinero nos hace esclavos. Y al final de nuestra vida lo perderemos todo. No nos lo llevaremos. La importancia, el valor del dinero, está en compartirlo. Acumularlo nos esclaviza y no nos hace más felices. Compartirlo con los necesitados nos da la felicidad de hacer felices a los otros. Hablando a una clase de niños con necesidades especiales de los niños en África, al mostrarles una foto de un grupo de niños cargados con sus cacharros para ir a buscar agua a un pozo, uno de los alumnos exclamó: si no tienen nada, ¿por qué están sonriendo y felices? Otro de los niños con necesidades le respondió: porque la felicidad no está en tener muchas cosas, sino en sentirse amado. Y es que Dios revela estas cosas a los sencillos.
"En la cortante respuesta que Jesús le da al que le pide que intermedie ante su hermano por la herencia nos avisa claramente acerca de lo que no hemos de pedir a Dios en la oración. No podemos pretender que Dios nos resuelva los problemas que son objeto de nuestra exclusiva competencia. Dios respeta nuestra autonomía, y quiere que la ejerzamos. No podemos ni debemos pedirle a Dios lo que Él nos pide a nosotros, convirtiéndolo en el remedio mágico de aquellos asuntos, para cuya resolución nos ha dado los recursos necesarios. Dios, que nos ha dado la libertad, quiere que la ejerzamos, quiere que seamos autónomos. Y, por eso, el mejor modo de ayudar al necesitado, es promover su propia autonomía. Esto implica hacer un uso responsable de los bienes de la tierra. Pero como la autonomía no es autosuficiencia, es necesario tener la sabiduría para dar a esos bienes su justo valor: no absolutizarlos, como hizo el rico necio, que creyó haber alcanzado una seguridad definitiva y para siempre. Se hizo rico de bienes que no podía llevarse a la tumba, y se olvidó de hacerse rico para Dios. Pero esto no significa que debamos contraponer excesivamente los bienes de la tierra y los del cielo, como si para conseguir unos haya que renunciar completamente a los otros. Unos y otros son obra de Dios, y el mismo Jesús, que daba de comer a los hambrientos y curaba a los enfermos, nos enseñó a pedir en la oración el pan de cada día.
El hombre de la parábola que Jesús nos narra hoy tuvo un golpe de suerte y se hizo inmensamente. Pero podría haberse hecho también rico delante de Dios si, en vez de acumular vanamente esas riquezas sólo para sí, hubiera abierto sus graneros para compartir esa riqueza con los hambrientos. Esa misma noche hubiera tenido que entregar igualmente su vida, sin poderse llevar su fortuna, pero se habría presentado ante Dios adornado con la riqueza del deber cumplido de justicia, la libertad de la generosidad, la madurez del amor y, también, del agradecimiento y la bendición de los pobres saciados con esos bienes efímeros, pero que, transfigurados por estos bienes de allá arriba, en modo alguno resultan vanos."
(José María Vegas cmf, Ciudad Redonda)
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