viernes, 31 de octubre de 2025

LA LEY DEL AMOR

 


 Sucedió que un sábado fue Jesús a comer a casa de un jefe fariseo, y otros fariseos le estaban espiando. Había allí, delante de él, un hombre enfermo de hidropesía. Jesús preguntó a los maestros de la ley y a los fariseos:
– ¿Está permitido sanar a un enfermo en sábado, o no?
Pero ellos se quedaron callados. Entonces Jesús tomó al enfermo, lo sanó y lo despidió. Y dijo a los fariseos:
– ¿Quién de vosotros, si su hijo o su buey cae a un pozo, no lo saca en seguida aunque sea sábado?
Y no pudieron contestarle nada.

Nos encontramos en una situación parecida a la de hace unos días. En aquella curación Jesús curaba a la mujer encorvada en la sinagoga. Aquí cura al hidropésico en la casa de un jefe fariseo. Se trata en ambos casos de escoger entre la persona y la ley. Para los fariseos la ley pasaba por delante de todo (excepto si le molestaba a él, como el hijo o el buey caído en el pozo). 
Para Jesús, la persona, el bien de la persona, pasa por delante de todo. El sentido de la ley es que debe proteger a la persona. Hacer el bien no puede estar recortado por la ley. El Amor pasa por delante de cualquier circunstancia. El discípulo de Jesús está regido por la Ley del Amor. 





jueves, 30 de octubre de 2025

NO HUIR

  


También entonces llegaron algunos fariseos, a decirle a Jesús:
– Vete de aquí, porque Herodes te quiere matar.
Él les contestó:
– Id y decidle a ese zorro: ‘Mira, hoy y mañana expulso a los demonios y sano a los enfermos, y pasado mañana termino.’ Pero tengo que seguir mi camino hoy, mañana y al día siguiente, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, pero no quisisteis! Pues mirad, vuestro hogar va a quedar desierto. Y os digo que no volveréis a verme hasta que llegue el tiempo en que digáis:
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’
(Lc 13,31-35)

No debemos huir de que lo que puede parecernos un peligro. Debemos seguir la voluntad de Dios, que es quien marca nuestra verdadera ruta. Debemos seguir entregados a los demás. Debemos seguir curando. Debe mos seguir amando.

"Cuando miramos al mundo, ( y a veces incluso a nuestra propia vida) es casi inevitable caer en el desaliento. ¿Hasta dónde puede llegar la corrupción? ¿Hasta dónde la violencia? ¿Cuándo se terminará una situación que parece insostenible? Sin embargo, Pablo insiste hoy: Si Dios con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros? Pues parece que la respuesta, según los periódicos y lo que vemos alrededor es bastante obvia: ¡Muchísima gente! Persecuciones y verdaderos genocidios de cristianos en África, persecuciones más o menos veladas a la fe en nuestro propio entorno. ¿Quién contra nosotros? ¡Casi todo el mundo! Pero Pablo sigue: ni la persecución, ni la espada, ni el hambre, ni la guerra…. Nada nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor. Leer despacio todo el capítulo 8 de la carta a los Romanos va directamente en paralelo machacón con la machaconería de las malas noticias.
Ante dificultades difícilmente superables, los discípulos (como tantos de nosotros) sugieren la huída. Huir, o esconderse (o esconder la cabeza debajo del ala), puede resultar más fácil a corto plazo, pero resulta en miedo rayando con el pánico, en bolas de nieve de mentiras, en negación de lo evidente, en pavor.
Las palabras de los discípulos: “Vete, porque Herodes quiere matarte” suenan casi como eco del sueño de José en los relatos de infancia y la huida a Egipto. En el comienzo del Evangelio, se trata de salvar la misión del Hijo. Ahora, se trata de realizarla. Jesús no huye porque sabe que es el Cristo, el Ungido, el bendito que viene en nombre del Señor. Él seguirá caminando hacia Jerusalén porque sabe que nada lo puede separar del amor de Dios, que es su propia sustancia, porque el Padre y Él son uno. Así nosotros, los discípulos: nada ni nadie nos puede separar de ese amor. Por muy difícil que parezca creerlo. La opción de la huida no es en realidad viable para nosotros, porque nos metería en otras esclavitudes incluso más dolorosas. La única opción es creer… ¿quién, verdaderamente, contra nosotros?"
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)

miércoles, 29 de octubre de 2025

LA PUERTA DEL AMOR

  


En su camino a Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por donde pasaba. Alguien le preguntó:
–Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Él contestó:
 - Procurad entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos querrán entrar y no podrán. Después que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, vosotros, los que estáis fuera, llamaréis y diréis: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero él os contestará: ‘No sé de dónde sois.’ Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras calles.’ Pero él os contestará: ‘Ya os digo que no sé de dónde sois. ¡Apartaos de mí, malhechores!’ Allí lloraréis y os rechinarán los dientes al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que vosotros sois echados fuera. Porque vendrá gente del norte, del sur, del este y del oeste, y se sentará a la mesa en el reino de Dios. Y mirad, algunos de los que ahora son los últimos serán los primeros; y algunos que ahora son los primeros serán los últimos.
(Lc 13,22-30)

Todos estamos llamados a entrar en el Reino. Todos somos el Pueblo Escogido. El es la Puerta que nos salva a todos. Una puerta estrecha que no se pasa con ritos, ni con apariencias. Una puerta que se pasa amando a los que sufren y desde el nuestro propio sufrimiento aceptado por Amor.

"A veces los adolescentes, en su comprensible drama, afirman que los adultos les están arruinando la vida. Es el peor día de su “larguísima” vida. Pero no solo los adolescentes. A veces un dolor de cabeza nos puede parecer algo irremediable, del que ya nunca nos recuperaremos. Se oye a menudo a gente diciendo que tiene la “depre”. Eso es una banalización insultante de la verdadera depresión clínica, que no tiene nada que ver con la debilidad anímica de una persona. Y, en cierto modo, es muy poco cristiana. Se entiende en los adolescentes, pero no en cristianos ya formados.
Porque hoy se nos afirma que, por muy imposible que parezca, todo es para el bien (de los que aman a Dios). Es decir, todo es para el bien de aquellos que aprovechan todos los momentos de la vida, buenos y malos, para dar gracias (siempre y en todo lugar) y ofrecérselos a Dios. Es lo que se dice en todos los Prefacios. Dar gracias siempre y en todo lugar (Eucaristía) es lo que nos salva.
El que todo sea para el bien puede ser difícil de creer si no se tiene la experiencia de los muchos casos en que esto ha sido verdad. Los momentos cuando entrar por la puerta estrecha, vivir momentos difíciles, enfrentarse a la enfermedad y la muerte con fortaleza y paz han provocado solidaridad, han demostrado el consuelo y la unión de la familia, nos han hecho mejores personas. Entrar por la puerta estrecha de la dificultad y el dolor a menudo ha abierto a un campo inmenso de gracia y posibilidad. Esta experiencia de la gracia de Dios, a veces tan inescrutable, es, sin embargo, indispensable para le vida cristiana. En el Reino del ya, pero todavía no, esto implica una confianza real. En la escatología del futuro entra en el Credo que afirmamos todos los días: La resurrección de la carne y la vida eterna."
(Carmen Fernández Aguinaco, "Ciudad Redonda")

martes, 28 de octubre de 2025

LLAMADOS A SER APÓSTOLES

 


Por aquellos días, Jesús se fue a un cerro a orar, y pasó toda la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, reunió a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales llamó apóstoles. Estos fueron: Simón, a quien puso también el nombre de Pedro; Andrés, hermano de Simón; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo; Simón el celote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que traicionó a Jesús. Jesús bajó del cerro con ellos, y se detuvo en un llano. Se habían reunido allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, y de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían venido para oir a Jesús y para que los curase de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanados. Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía.
(Lc 6,12-19)

La llamada a los doce apóstoles es también nuestra llamada. Todos somos escogidos.
Jesús, antes de llamar a los doce, pasa toda la noche en oración. Nosotros también debemos orar antes de tomar decisiones que impliquen nuestra vida. 
Jesús después de la elección, se dedica a los demás. Les habla, los cura, se hace próximo a todos. Nosotros debemos hacer lo mismo.

"El “ya” parece indicar que antes éramos extranjeros; que somos una especie de inmigrantes nacionalizados. Pero esto significa ir mucho más allá de una simple retórica de inmigración y de sus consecuencias para los países. Porque no se trata de ese tipo de inmigración y de papeles de nacionalidad. La adopción que se expresa aquí es fuertísima y no un papeleo legal. Porque es una especie de cambio de sustancia. No es ya que ya no somos extranjeros o advenedizos en una buena casa. Es que resulta que somos las piedras bien ensambladas de la propia casa. Es que somos familia de pleno derecho. Edificados piedra sobre piedra como la casa de Dios.
Como a los doce que son las nuevas tribus de Israel y los pilares de la Iglesia, también a nosotros se nos ha llamado por nuestro nombre: Simón, Judas,  Tadeo…  Ser llamado por el nombre no es solo una dignidad y un reconocimiento debido a cada persona: supone también un fuerte compromiso. Es la propia llamada bautismal, que supone el compromiso a la misión de Dios, a luchar y trabajar para que no haya extranjeros sino más piedras de este enorme y suntuoso edificio que es el Templo de Dios. Los padres inscriben a sus hijos recién nacidos y les dan un nombre y un apellido. Eso es ser edificado, edificar, significa estar ensamblado con otros, a veces sosteniendo desde lo más inferior, y otras sirviendo como minaretes. Parte de una misma familia y llamados por nuestro nombre. Pero un solo nombre no sirve. Tiene que ir acompañado del apellido de familia; el apellido que compartimos con hermanos, primos, miembros de la misma casa. Así tampoco una piedra sola no sirve para nada. Los ladrillos tienen que estar bien ensamblados para hacer un magnífico edificio que es la casa de Dios. Nadie se salva fuera de la familia, fuera de la casa de Dios. Es necesario tener un nombre; ser piedra.
Nunca nos quedaremos fuera de la casa, porque somos la propia casa."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)

lunes, 27 de octubre de 2025

LA PERSONA Y LA LEY

 


 Un sábado se puso Jesús a enseñar en una sinagoga. Había allí una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años. Un espíritu maligno la había dejado encorvada, y no podía enderezarse para nada. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo:
– Mujer, ya estás libre de tu enfermedad.
Puso las manos sobre ella, y al momento la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, enojado porque Jesús la había sanado en sábado, dijo a la gente:
– Hay seis días para trabajar: venid cualquiera de ellos a ser sanados, y no el sábado.
El Señor le contestó:
– Hipócritas, ¿no desata cualquiera de vosotros su buey o su asno en sábado, para llevarlo a beber? Pues a esta mujer, que es descendiente de Abraham y que Satanás tenía atada con esa enfermedad desde hace dieciocho años, ¿acaso no se la debía desatar aunque fuera en sábado?
Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron avergonzados; pero toda la gente se alegraba viendo las grandes cosas que él hacía.
(Lc 13, 10-17)

Para Jesús, la persona está por encima de las leyes y los ritos. La ley sólo tiene sentido cuando ayuda a la persona; cuando la defiende y la protege. ¿Ponemos en nuestros actos el bien del otro por encima de todo? Si el Amor a Dios y al prójimo fuese nuestra Ley, sabríamos en cada momento cómo comportarnos.

"De niños siempre nos decían que camináramos derechos y nos sentáramos derechos para no criar chepa… Hay un sentido que va mucho más allá de lo físico aquí. Caminar erguidos es como un signo de dignidad; ir con la cabeza alta porque no hay temor. Ir con la cabeza alta es dar razón de una buena familia y una buena educación. Es una seguridad. Y es hablar bien de la propia familia. No es un gesto de soberbia, sino de identidad. Sabernos hijos de Dios, coherederos con Cristo, nos da la capacidad de pisar fuerte; de no dejarnos atrapar por el temor, de sentirnos libres ante cualquier circunstancia de la vida.
Hoy la primera lectura enlaza con el pasaje del Evangelio por medio de la palabra libertad. La mujer del relato del Evangelio lleva años encadenada, cheposa y oprimida por su enfermedad. Como muchos de nosotros. Podemos llevar muchos, muchísimos años enredados en una mala costumbre, un mal genio; cheposos por una inseguridad y falta de autoestima malsanas, o por un sentido de culpabilidad que no ha sido capaz de reconciliarse por falta de confianza en la misericordia de Dios. La imposibilidad autoimpuesta de acudir al sacramento de la Reconciliación denota que no se cree que el Padre sea Padre; o que se considere el pecado tan propio que no se le puede presentar. En ambos casos, significa andar cheposos e inclinados ante un peso realmente innecesario.
El convencimiento de que somos hijos de Dios, coherederos, la fe en que no somos nosotros, sino el Dios que nos levanta y nos deja libres de nuestra enfermedad, nos hace caminar erguidos. Hay que evitar las chepas, porque son negación de nuestra identidad de hijos. Deja mal el nombre de la casa de Dios, y por lo tanto, son una injusticia que le hacemos al Dios que nos lo ha dado todo.
Somos un pueblo que camina; por el bautismo, un pueblo de reyes, sacerdotes y profetas; es decir, hijos de Dios, puentes para nuestros hermanos, anuncio alegre y valiente de Cristo. Somos el pueblo que camina hacia la liberación que prefiguraba el Éxodo y que cada día se repite y se recuerda en la procesión de la Comunión. El pueblo salvado y liberado."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda) 

domingo, 26 de octubre de 2025

LA HUMILDAD NOS LLEVA A DIOS

  


Jesús contó esta otra parábola para algunos que se consideraban a sí mismos justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma. El fariseo, de pie, oraba así: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros. Ni tampoco soy como ese cobrador de impuestos. Ayuno dos veces por semana y te doy la décima parte de todo lo que gano.’ A cierta distancia, el cobrador de impuestos ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador!’ Os digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa perdonado por Dios; pero no el fariseo. Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido.”
(Lc 18,9-14)

La humildad nos lleva a Dios. No se trata únicamente de hacer cosas buenas, sino de hacerlas gratuitamente. Ni para que nos vean, ni para obtener beneficios. Hay que hacerlas por Amor.

"(...) El fariseo de la parábola hizo en voz alta una exposición de su vida, y todo lo que dijo no sólo era verdad, sino que, además, era admirable. En realidad, hacía más cosas de lo que le pedía la ley. Pero lo que le perdió fue el considerarse superior a los demás. Ser bueno implica también ser humilde.
Podríamos decir que el que piensa como pensaba el fariseo no es malo, más bien es ingenuo. Se comporta como aquel hermano mayor, que piensa que ‘merece’ la herencia del padre porque es una persona ejemplar, obedece siempre, no discute, no hace ningún mal. En realidad, si actúa correctamente se está haciendo bien a sí mismo y debe dar las gracias al padre que lo ha educado. La herencia le pertenece al progenitor y puede ser recibida solamente como donación, no algo merecido.
Lo que Él quiere es que nos reconozcamos pequeños, humildes, necesitados de su ayuda. Como hizo el publicano. A los ojos de los hombres, el publicano era un ser despreciable. Colaboraba con los romanos, puesto que su función era cobrar los impuestos. El pueblo no le quería. Muchos se aprovechaban de su situación y robaban. Pero Dios, que no ve las cosas como los hombres, sí le amaba. Y le concede la justificación, la gracia, porque fue sincero para con Dios.
Por supuesto, a Dios no se le puede engañar. No se trata de fingir una humildad que no sentimos. Se trata de ponernos en nuestro lugar, de ser humildes de corazón, y reconocer que estamos necesitados de la gracia de Dios, para poder alcanzar la salvación. Nuestros méritos ante Dios no son muchas buenas obras, sino el querer ser mejor, y caminar en presencia del Señor. Si hacemos esto, entonces sí que nuestra oración tendrá mucho peso ante Dios, porque la haremos desde el corazón. Como un niño pequeño que busca con la mirada a su madre, y, al verla, se duerme tranquilo.
Entonces nuestro compartir con los demás, será respuesta al amor de Dios que Él ha derramado en nuestras vidas. Querremos que los demás vivan lo mismo que nosotros vivimos. El camino no es yo hago cosas y Dios me da. Más bien, el camino es reconozco las cosas que Dios hace conmigo y por eso yo le devuelvo algo.
El final del Evangelio de hoy nos da una pista para nuestra vida de cristianos. “Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” Aunque nos resulte duro entenderlo. Si queremos ser más de lo que somos, entonces no estaremos siendo sinceros con Dios, y de nada nos valdrán nuestros esfuerzos. Si reconocemos que Él nos ama, y nos ofrece su mano para seguir adelante, entonces estaremos por buen camino. Y todo lo que hagamos, será por Dios y para Dios. Lo dice san Pablo: “He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe.” Ojalá nosotros podamos decir lo mismo. Ojalá apreciemos en nuestras vidas esa dependencia de Dios, y podamos sentir, como el publicano, que Dios nos perdona. Y nunca, nunca es tarde para volver a empezar."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)


sábado, 25 de octubre de 2025

CONVERTIRNOS

 


Por aquel mismo tiempo fueron unos a ver a Jesús, y le contaron lo que Pilato había hecho: sus soldados mataron a unos galileos cuando estaban ofreciendo sacrificios, y la sangre de esos galileos se mezcló con la sangre de los animales que sacrificaban.
Jesús les dijo: ¿Pensáis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás galileos? Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis. ¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima, eran más culpables que los demás que vivían en Jerusalén? Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis.
Jesús les contó esta parábola: “Un hombre había plantado una higuera en su viña, pero cuando fue a ver si tenía higos no encontró ninguno. Así que dijo al hombre que cuidaba la viña: ‘Mira, hace tres años que vengo a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala. ¿Para qué ha de ocupar terreno inútilmente?’ Pero el que cuidaba la viña le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año. Cavaré la tierra a su alrededor y le echaré abono. Con eso, tal vez dé fruto; y si no, ya la cortarás.’"


Jesús nos invita a convertirnos. A dar fruto. Convertirse es la condición para vivir para siempre. No dar fruto es no vivir, no ser conscientes de lo que debemos hacer para lograr un mundo mejor, para hacer presente al Reino.

"Jesús alude a dos acontecimientos de su tiempo que, al parecer, habían conmovido profundamente a la población de Jerusalén y, posiblemente, de todo Israel. El primero, cometido por manos humanas, es un hecho atroz de Pilato contra unos galileos, posiblemente sediciosos. El segundo es un suceso fortuito, el desplome de un edificio, que les costó la vida a dieciocho personas. Tomando pie en estos acontecimientos Jesús se enfrenta con una forma tradicional de entender la acción de Dios, que compartían sus contemporáneos y, posiblemente, sus discípulos (los de entonces y, tal vez, al menos en parte, también los de ahora). Dios sería el vengador de nuestros pecados, de modo que las desgracias, pequeñas y grandes, naturales o provocadas por la mano del hombre, se interpretan como acciones provocadas por Él para castigarnos cuando lo merecemos. No deja de resultar paradójico que la mano cruel de los grandes criminales y las fuerzas ciegas de la naturaleza sean instrumentos de la sabia y misericordiosa justicia de Dios, cuando los “castigados” son casi siempre gentes normales, tan culpables y tan inocentes como cualquiera; mientras que, además, los verdaderos criminales (como hoy Pilato), encima, se van de rositas.
Jesús se enfrenta con esa forma de entender a Dios, que distorsiona la imagen de su Padre, nos ayuda a purificarla y aclara la relación que existe entre el pecado y el castigo. Jesús nos avisa de que Dios no castiga ni ejerce violencia, ni usa las desgracias históricas o naturales para lanzarnos advertencias, lo que significaría que Dios advierte a unos a costa de la vida de otros; y nos recuerda que la salvación (o la perdición) no procede de “fuera”, no depende de acontecimientos externos fortuitos, buenos o malos, por medio de los que Dios nos bendeciría o castigaría. La salvación y la condenación proceden de dentro de nosotros mismos: de nuestra capacidad de conversión. Las palabras de Jesús: “no penséis que los que murieron eran más pecadores o más culpables que los demás… y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera” hay que entenderlas en este sentido. Aquellos no fueron castigados por determinados pecados, pero si nosotros (que tal vez nos sentimos a resguardo) no renunciamos a los nuestros y no nos convertimos, nos estamos labrando nuestra propia perdición. Porque no es Dios quien castiga, sino que nosotros nos castigamos a nosotros mismos cuando nos alejamos de la fuente del Bien y del Ser.
Con la parábola de la higuera estéril Jesús refuerza la llamada a cambiar de vida. Una vida alejada de Dios es como una higuera que no da fruto: no sirve para nada, su destino es la destrucción. No se trata de una imposición desde fuera, más o menos legal o arbitraria, sino que es cuestión de ser o no ser fiel a la propia verdad. De todos modos, lo que podía sonar a amenaza acaba siendo una parábola de la misericordia de Dios, que atiende a la intercesión del viñador (el mismo Cristo), que promete trabajar en las raíces de la higuera y abonarla con su Palabra para darle la oportunidad de convertirse y dar frutos. Dios en Cristo hace su parte. A nosotros nos corresponde hacer la nuestra, bien reflejada en las palabras de Pablo: hacer una elección sostenida por la gracia: la vida del Espíritu que implica la renuncia a la vida según la carne."
(José María Vegas cmf, Ciudad redonda)

viernes, 24 de octubre de 2025

LEER LOS SIGNOS Y SABER RECONCILIARSE

  

Jesús dijo también a la gente: Cuando veis que las nubes aparecen por occidente, decís que va a llover, y así sucede. Y cuando el viento sopla del sur, decís que va a hacer calor, y lo hace. ¡Hipócritas!, si sabéis interpretar tan bien el aspecto del cielo y de la tierra, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo en que vivís?
¿Por qué no juzgas por ti mismo lo que es justo? Si alguien te demanda ante las autoridades, procura llegar a un acuerdo con él mientras aún estés a tiempo, para que no te lleve ante el juez; porque si no, el juez te entregará a los guardias y los guardias te meterán en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo.
(Lc 12, 54-59)

Jesús nos pide que sepamos leer los signos de los tiempos. Los acontecimientos de cada día, lo que pasa a la sociedad y a nosotros en particular, debemos saber contemplarlo con Fe. Con una mirada puesta más allá.
Jesús también nos pide que seamos hombres de paz, de reconciliación. Si sabemos dialogar y vemos al otro como un hermano, sabremos resolver los conflictos.

jueves, 23 de octubre de 2025

EL FUEGO DEL AMOR



“He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, ¡y cómo he de sufrir hasta que haya terminado! ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división. Porque, de ahora en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra.”

Este texto puede sorprendernos, pero el fuego del que habla Jesús, es el fuego del Amor. Un Amor que se opone al odio, a la violencia, al poder, a la injusticia...Esta es la guerra de Jesús: Amor contra odio. Esta es la división que provoca: Bien contra Mal.

"¿No es acaso Jesucristo el Príncipe de la Paz? ¿No ha venido al mundo a reconciliarnos con Dios y entre nosotros, a extender el perdón, a renovar nuestras relaciones por medio del mandamiento del amor? ¿Cómo entender entonces las expresiones del evangelio de hoy, tan duras y aparentemente contradictorias con esos ideales?
En realidad, no hay aquí contradicción alguna, sino, al contrario, una lógica profunda. Jesús nos sitúa frente a una decisión fuerte: elegirlo a él como Señor y Mesías, y hacer de él y del seguimiento de su persona el eje real de nuestra existencia. Se trata de una decisión radical porque no admite medias tintas: si no lo elegimos, entonces lo estamos rechazando. Es una elección de fe, pero que se expresa y refleja en todas las facetas esenciales de nuestra existencia: la relación con el prójimo, la existencia consciente y en vela, la responsabilidad y la disposición al servicio. En todas ellas se expresa la actitud de escucha y acogida de la Palabra encarnada que es su persona. La decisión es radical porque, en definitiva, todas estas actitudes se resumen en una: la disposición a dar la vida. Eso es precisamente lo que está haciendo Jesús: una vida consagrada a su Padre y al bien de sus hermanos, y que culmina en un “bautismo”, que no puede no generar tensión y angustia: su muerte en Cruz, el fuego purificador de un amor total que vence al pecado y a la misma muerte.
Jesús no es un Maestro “blando”, que ha venido a traernos azúcar para edulcorar falsamente las durezas de la vida. Realmente, edulcorando la imagen que nos hacemos de él, estamos falseándolo, a él y a su mensaje. Jesús, Maestro y Mesías, es un hombre de decisiones fuertes, que comportan renuncias difíciles. Eligiendo el camino de la Cruz, no eludiendo las dimensiones más duras y oscuras de la vida humana, consecuencia del pecado y del alejamiento de Dios, Jesús está haciendo suyas esas renuncias que suponen rechazar los falsos caminos de salvación, esos que con tanta insistencia se nos proponen cada día: el mero disfrute de la vida, como el único bien posible, y, en consecuencia, la riqueza, el egoísmo, la exclusión de los “otros”, y, si se tercia, la violencia como medio eficaz de defensa y autoafirmación. Igual que existe una imagen blanda (y falsa) de Jesús y del cristianismo, que quiere evitar todo conflicto por medio de un irenismo imposible, existe un pacifismo igualmente blando, el pacifismo de los débiles lo llamaba el filósofo E. Mounier, que tras el “no a la guerra”, el “no quiero matar” y “la paz a cualquier precio”, deja oír la voz temblorosa que dice: “a mí que no me maten” y “mi vida a cualquier precio”. Aquí la paz significa, más o menos, “que me dejen en paz”, que yo no estoy dispuesto a dar la vida por nada.
Si Jesús es el Príncipe de la Paz lo es, ciertamente, de otra manera, encarnando el ánimo sereno de morir sin matar, como llamaba Mounier al pacifismo de los fuertes. Porque la disposición a dar la vida por la Verdad y el Bien supone un ánimo fuerte y la capacidad de tomar decisiones difíciles, incluso si eso provoca conflictos y riesgos para la propia tranquilidad y bienestar. De esos conflictos habla Cristo hoy, cuando se refiere a la división y la espada que ha venido a traer a la tierra. La elección de fe, la decisión de seguirle hasta el final implica con frecuencia ir contra corriente, atraerse la enemistad del entorno, pues esas decisiones son, al mismo tiempo, una denuncia difícil de soportar.
Es natural que Jesús hable hoy de fuego, de espada y de división. Nos está llamando a una libertad suprema, capaz de realizar esa decisión de fe, que supone tantas veces romper con el ambiente que nos rodea y afrontar la enemistad incluso de los más cercanos. Pero esa decisión no es contra ellos, sino a su favor, porque eligiendo a Jesús por encima de todo, rompemos con el pecado, purificamos nuestra capacidad de amor y damos frutos de santidad que llevan a la vida eterna."
(José María Vegas cmf, Ciudad Redonda"

miércoles, 22 de octubre de 2025

VIVIR RESPONSABLEMENTE

  


Y pensad que si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría que se la abrieran para robarle. Estad también vosotros preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperéis.
– Señor, ¿has contado esta parábola sólo para nosotros, o para todos?
Dijo el Señor: ¿Quién es el mayordomo fiel y atento, a quien su amo deja al cargo de la servidumbre para repartirles la comida a su debido tiempo? ¡Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, encuentra cumpliendo con su deber! De verdad os digo que el amo le pondrá al cargo de todos sus bienes. Pero si ese criado, pensando que su amo va a tardar en volver, comienza a maltratar a los demás criados y a las criadas, y se pone a comer, beber y emborracharse, el día que menos lo espera y a una hora que no sabe llegará su amo y lo castigará. Le condenará a correr la misma suerte que los infieles.
El criado que sabe lo que quiere su amo, pero no está preparado ni le obedece, será castigado con muchos golpes. Pero el criado que por ignorancia hace cosas que merecen castigo, será castigado con menos golpes. A quien mucho se le da, también se le pedirá mucho; a quien mucho se le confía, se le exigirá mucho más.

Jesús nos dice que debemos vivir con responsabilidad. Dios nos ha dado mucho. Por eso nos pedirá más que a aquellos que la vida, tanto espiritualmente como económicamente, les ha dado menos.
Debemos ser responsables y estar atentos. 

"Jesús continúa con su enseñanza sobre la vida cristiana como una vida responsable y en vela. Pero esta enseñanza tiene, en realidad, un alcance universal. Todos los seres humanos, independientemente de si son creyentes o no, de si creen o no en Cristo como el Mesías y el Hijo de Dios, están llamados a vivir conscientemente, con los ojos abiertos, con responsabilidad, es decir, dispuestos a responder de sus propios actos, si no ante Dios, sí, al menos, ante la propia conciencia, que, como se decía antes (y debería tal vez volver a decirse) es la voz de Dios en nosotros. Así pues, Jesús responde a la pregunta de Pedro confirmando que lo que dice lo dice por todos. Pero añade un importante matiz: todos somos responsables, pero no todos lo somos en la misma medida. Esto hay que subrayarlo también para recordar que ser cristiano significa haber recibido más que los demás: más en gracia, en conocimiento de la voluntad de Dios, en capacidad de comprensión del verdadero sentido de la vida y de su destino final. Pero este plus de gracia aumenta nuestra responsabilidad. Nuestra fe no es un privilegio que nos pone orgullosamente por encima de los demás (en una suerte de fariseísmo cristiano), sino un don que nos debe llevar a amar más, a entregarnos con más generosidad, a ser mejores servidores de nuestros hermanos, a perdonar con un corazón ensanchado a los que (a veces creyendo servir Dios o quién sabe a qué fin) nos ofenden o persiguen.
Los dones de la fe y la gracia nos hacen libres precisamente para amar. Pablo, que entendió como nadie la gran novedad de la fe en Cristo, nos da hoy una lección magistral sobre la verdadera libertad. Se suele entender la libertad en sentido negativo, como eliminación de toda limitación, incluidos los límites morales, para hacer lo que nos viene en gana. Pero ese es el camino de la esclavitud. No suelen ser las ganas buenas consejeras. La verdadera libertad nos hace mirar y caminar hacia arriba, y ello conlleva esfuerzos y renuncias, que nos dan alas precisamente para superar el pecado, hacer el bien y amar con un corazón no dividido. La libertad de los hijos de Dios a la que nos exhorta Pablo hoy es el mejor modo de vivir en vela, con agradecimiento por el don de la fe en Cristo, y con responsabilidad, respondiendo con amor al amor que de Dios recibimos."
(José María Vegas cmf, Ciudad Redonda)

martes, 21 de octubre de 2025

LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS.

 



Estad preparados y mantened vuestras lámparas encendidas. Sed como criados que esperan que su amo regrese de una boda, para abrirle la puerta tan pronto como llegue y llame. ¡Dichosos los criados a quienes su amo, al llegar, encuentre despiertos! Os aseguro que los hará sentar a la mesa y se dispondrá a servirles la comida. Dichosos ellos, si los encuentra despiertos aunque llegue a medianoche o de madrugada.

Jesús nos pide que estemos siempre atentos, con las lámparas encendidas. Sería estar "siempre a punto" como el lema de los scouts. Es el permanecer siempre en la presencia de Dios, en ser conscientes de ello. Tener las lámparas encendidas es saberlo ver todo a la luz de la Fe. Así Él nos encontrará "despiertos", preparados, sea la hora que sea. No somos discípulos de Jesús a ratos. Lo somos siempre. Por eso hemos de ser conscientes de su presencia, de que está a nuestro lado, presente en el otro. Si sabemos amar constantemente, Él se sentará con nosotros y nos servirá. Esa es nuestra esperanza. 

"(...) Vivir responsablemente es vivir ceñidos, con los ojos abiertos y las lámparas encendidas, es vivir en vela. Esto no significa añadir una causa más de stress a nuestra ajetreada vida. No significa que no podamos descansar ni relajarnos. Significa que trabajando o descansando, en los buenos y en los malos momentos, debemos inclinarnos siempre del lado del bien, luchar por alejar de nosotros el mal, y vivir, a tenor de la parábola de Jesús, con espíritu de servicio."
(José María Vegas cmf, Ciudad Redonda)



lunes, 20 de octubre de 2025

EL DINERO NO DA LA FELICIDAD

  

Uno de entre la gente dijo a Jesús:
– Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
Jesús le contestó:
– Amigo, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
También dijo:
– Guardaos de toda avaricia, porque la vida no depende del poseer muchas cosas.
Entonces les contó esta parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar: ‘¿Qué haré? ¡No tengo donde guardar mi cosecha!’ Y se dijo: ‘Ya sé qué voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes en los que guardar toda mi cosecha y mis bienes. Luego me diré: Amigo, ya tienes muchos bienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y goza de la vida.’ Pero Dios le dijo: ‘Necio, vas a morir esta misma noche: ¿para quién será lo que tienes guardado?’ Eso le pasa al hombre que acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico delante de Dios.”

Uno de los "valores" importantes para la nuestra sociedad, junto al poder, es el dinero. Sin embargo el dinero nos hace esclavos. Y al final de nuestra vida lo perderemos todo. No nos lo llevaremos. La importancia, el valor del dinero, está en compartirlo. Acumularlo nos esclaviza y no nos hace más felices. Compartirlo con los necesitados nos da la felicidad de hacer felices a los otros. Hablando a una clase de niños con necesidades especiales de los niños en África, al mostrarles una foto de un grupo de niños cargados con sus cacharros para ir a buscar agua a un pozo, uno de los alumnos exclamó: si no tienen nada, ¿por qué están sonriendo y felices? Otro de los niños con necesidades le respondió: porque la felicidad no está en tener muchas cosas, sino en sentirse amado. Y es que Dios revela estas cosas a los sencillos.

"En la cortante respuesta que Jesús le da al que le pide que intermedie ante su hermano por la herencia nos avisa claramente acerca de lo que no hemos de pedir a Dios en la oración. No podemos pretender que Dios nos resuelva los problemas que son objeto de nuestra exclusiva competencia. Dios respeta nuestra autonomía, y quiere que la ejerzamos. No podemos ni debemos pedirle a Dios lo que Él nos pide a nosotros, convirtiéndolo en el remedio mágico de aquellos asuntos, para cuya resolución nos ha dado los recursos necesarios. Dios, que nos ha dado la libertad, quiere que la ejerzamos, quiere que seamos autónomos. Y, por eso, el mejor modo de ayudar al necesitado, es promover su propia autonomía. Esto implica hacer un uso responsable de los bienes de la tierra. Pero como la autonomía no es autosuficiencia, es necesario tener la sabiduría para dar a esos bienes su justo valor: no absolutizarlos, como hizo el rico necio, que creyó haber alcanzado una seguridad definitiva y para siempre. Se hizo rico de bienes que no podía llevarse a la tumba, y se olvidó de hacerse rico para Dios. Pero esto no significa que debamos contraponer excesivamente los bienes de la tierra y los del cielo, como si para conseguir unos haya que renunciar completamente a los otros. Unos y otros son obra de Dios, y el mismo Jesús, que daba de comer a los hambrientos y curaba a los enfermos, nos enseñó a pedir en la oración el pan de cada día.
El hombre de la parábola que Jesús nos narra hoy tuvo un golpe de suerte y se hizo inmensamente. Pero podría haberse hecho también rico delante de Dios si, en vez de acumular vanamente esas riquezas sólo para sí, hubiera abierto sus graneros para compartir esa riqueza con los hambrientos. Esa misma noche hubiera tenido que entregar igualmente su vida, sin poderse llevar su fortuna, pero se habría presentado ante Dios adornado con la riqueza del deber cumplido de justicia, la libertad de la generosidad, la madurez del amor y, también, del agradecimiento y la bendición de los pobres saciados con esos bienes efímeros, pero que, transfigurados por estos bienes de allá arriba, en modo alguno resultan vanos."
(José María Vegas cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 19 de octubre de 2025

MISIONEROS DE ESPERANZA

  

Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre y no desanimarse. Les dijo: “Había en un pueblo un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Y en el mismo pueblo vivía también una viuda, que tenía planteado un pleito y que fue al juez a pedirle justicia contra su adversario. Durante mucho tiempo el juez no quiso atenderla, pero finalmente pensó: ‘Yo no temo a Dios ni respeto a los hombres. Sin embargo, como esta viuda no deja de molestarme, le haré justicia, para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia.’ ”
El Señor añadió: “Pues bien, si esto es lo que dijo aquel mal juez, ¿cómo Dios no va a hacer justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? Os digo que les hará justicia sin demora. Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?”

Hoy unimos el evangelio del domingo con el Domund. Jesús nos anima a rezar siempre, a no desanimarnos, a tener esperanza como la viuda ante el juez injusto. Este es precisamente el lema de este año del DOMUND."Misioneros de esperanza entre los pueblos". El mundo anda revuelto y podemos caer en la desesperanza. Con nuestra vida, debemos contribuir a recuperar esta esperanza. Esta fuerza la conseguiremos rezando sin cesar.

"(...) En la parábola de esta semana encontramos a un juez que, en vez de defender los intereses de los pobres, no teme ni a Dios ni a los hombres y no cumple con su función. Enfrente, una viuda, que busca que se le haga justicia. Sabemos que las viudas eran personas indefensas, prácticamente sin derechos. Y, sin medios para su defensa, sólo le queda insistir a tiempo y a destiempo.
Podemos ver cierto paralelismo entre la situación de la viuda y la que experimentamos en nuestros días. El mal parece triunfar, y Dios no interviene. ¿Qué podemos hacer en esta situación? Orar. Ser “pesados”. Porque la oración es el medio para no perder la cabeza, en medio de la confusión y de las dificultades. Pero no es fácil.
Rezar siempre no consiste sólo en repetir rezos, que ayudan, pero en cuya repetición, a veces, nos distraemos. La oración que quiere Jesús es la que mantenía Él con su Padre, en constante diálogo para conocer su voluntad. Una conversación frecuente, que permite valorar la realidad, los sucesos de la vida con los criterios de Dios. Permite adaptar nuestros pensamientos, proyectos y reacciones a los planes de Dios. Se trata de hacer, como Jesús, una pausa, antes de tomar las decisiones importantes, para preguntar a Dios qué quiere de nosotros.
Así pues, recibimos en este domingo una invitación para toda la comunidad: no reducir solamente la vida cristiana a devociones, a la repetición de ritos y ceremonias religiosas, sino también a dar una mayor importancia, cada día más, al estudio y a la meditación de la sagrada Escritura. Y a tener un contacto frecuente y personal con Dios.
La Palabra, la oración y los sacramentos – momentos especiales de encuentro con Dios – son los medios que Él nos ha dado para mantener un constante diálogo con Él y con el mundo, de una manera muy especial con los más pobres y necesitados. Cuando vivimos estas tres dimensiones: la Palabra, la oración y los sacramentos, Dios nunca quedará arrinconado en la caja fuerte de nuestro corazón para que nadie nos lo quite. Jesús quiere repartirse a todos y para todos, de ahí que nos dejara su Palabra, su vida, su cuerpo que se da por toda la eternidad.
El que de verdad intenta seguir a Cristo debe tener un corazón lo suficientemente grande para que en él quepa toda la humanidad, y una vida lo suficientemente conectada con Dios para que, a través de lo que haga, se abra una ventana al cielo para que las personas descubran a Cristo.
También tenemos que confiar en los plazos de Dios. Cuando rezamos el Padrenuestro decimos «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». No podemos olvidarnos de estas dos dimensiones donde Dios actúa siempre para nuestro bien, aunque en un determinado momento creamos que no es así.
El domingo 19 de octubre la Iglesia celebra el DOMUND, la Jornada Mundial de las Misiones, organizada por Obras Misionales Pontificias (OMP). Es el día en el que, de un modo especial, la Iglesia universal reza por los misioneros y colabora con las misiones. Se celebra en todo el mundo el penúltimo domingo de octubre, el “mes de las misiones”. Este año el lema elegido para la celebración de esta Jornada es “Misioneros de esperanza entre los pueblos».
El lema de este año para el “Domund”, viene dado en el mensaje del papa Francisco para este Día. En él, recordaba a cada cristiano, y a la Iglesia como comunidad de bautizados, su vocación fundamental a ser mensajeros y constructores de esperanza. Esta vocación necesita el apoyo del resto de la Iglesia. ¿Cómo? Hay tres formas de cooperación misionera: personal, espiritual y económica. No se trata sólo de colaborar con la misión, sino de participar en ella. Cada uno, en lo que pueda y como pueda."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

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