En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: "¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa." Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a los discípulos, les dijo: "Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir."
"El evangelio de hoy nos presenta dos perícopas: la primera, todavía en conexión con la del domingo anterior sobre la declaración del mandamiento más importante o, mejor, los dos mandamientos más importantes. Jesús previene a sus discípulos para que no repitan el modo de ser de los escribas que se las dan de mucho cuando en su interior no existe ni amor a Dios ni al prójimo, sólo amor a sí mismos.
La segunda perícopa está más en consonancia con la primera lectura del primer libro de los Reyes. El dar implica renuncia, desprenderse no de lo que abunda y sobra, sino desde la misma escasez.
A Jesús, que observa cómo los fieles van pasando a depositar su ofrenda para el tesoro del templo, no lo ha impresionado, como al común de los observadores, la cantidad que cada rico ha depositado en el cofre de las ofrendas; sus criterios y parámetros de juicio son completamente diferentes a los criterios mercantilistas y economicistas que se basan en la cantidad, en el binomio inversión ganancia (costo beneficio se diría hoy).
A partir de esta imagen Jesús instruye a sus discípulos y en definitiva alecciona hoy a las iglesias. Esa viuda que a duras penas sobrevive, objeto de la caridad y del recibir, a pesar de todo se pone en la fila para dar, no desde lo que le sobra, y sin intención alguna de aparentar, todo lo contrario: lo haría con cierto disimulo para que nadie viera la «cantidad» que depositó. Aun si pensáramos que ella también deposita lo que tiene con el fin de ser retribuida, y lo más seguro es que así fue, porque ya la falsa religión había alienado su conciencia, aun admitiendo eso, no deja ser un caso aleccionador que Jesús no deja pasar por alto. Mientras los demás teniendo ya suficiente para vivir desean tener mucho más, para lo cual realizan la inversión que sea, esta mujer echa lo único que tiene y seguro lo ha hecho con amor, con toda seguridad no se atreve a pedirle a Dios le multiplique esa mínima cantidad, tal vez su único «interés» es que Dios no le falte con aquello con lo cual sobrevive.
Desde la óptica de Jesús, esta pobre viuda, representación de lo más pobre entre los pobres, salió del templo justificada; fue quien recibió un mayor don a cambio de su desprendimiento: la gracia divina, mas desde la óptica de un donante rico, esta mujer tendría muy poca, casi ninguna recompensa.
El reino que Jesús proclama no puede regirse por los mismos criterios de personas como los dirigentes de Israel; el Reino se construye desde los criterios de la calidad y disponibilidad para aportar desde una genuina generosidad, desde las propias carencias, no desde lo superfluo.
Se necesita discernir continuamente nuestro comportamiento y actitudes con aquellas personas que dan generosas ofrendas a nuestros centros religiosos comparado con aquellos que ofrecen poco o, definitivamente, no tienen nada que ofrecer, ¿Quiénes son los de mayor objeto de nuestra «consideración» y aprecio? Las más de las veces nos sentimos muy a gusto con aquellos que dan más, que tienen más y mejores medios.
La viuda del evangelio que hoy escuchamos simboliza aquella porción empobrecida de Israel, que entró en la dinámica de Jesús, que está dispuesto a dar, a darse, a entregarse con lo que tiene a la Causa del Reinado del Padre." (Koinonía)
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