En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido." Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?" Él contestó: "Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien "El momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida. Luego les dijo: "Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo."
"La destrucción del templo (año 70), con toda seguridad, dejaría a la población sumida en un sentido de orfandad, de abandono, de miedo y de temor. ¡Dios no estaba con ellos! Ante tales sentimientos pesimistas, la comunidad aprende a descubrir a Dios, aún en situaciones de violencia (guerras, terremotos, divisiones, pestes, revoluciones). Hemos enfatizado, tanto el incierto “fin del mundo”, que nos hemos olvidado de vivir a plenitud la realidad que nos ha tocado. Estamos obsesionados en saber: el cuándo, el cómo y el porqué del fin del mundo, que no sabemos como descubrir a Jesús en medio del sufrimiento y del dolor. Es cierto que, en nuestro mundo sigue habiendo hambre, guerra, terrorismo, explotación, inundaciones, temblores y violencia, pero, también, en medio de esas realidades está nuestro Dios que nos dice: ¡no estás solo!. Para muchas personas resulta mas atractivo crear una cultura de miedo que enfatizar la bondad de la creación. Antes de destruir al mundo con nuestro lenguaje pesimista, descubramos la bondad y la presencia de Dios en medio de nosotros." (Koinonía)
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