En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos." Jesús les dijo esta parábola: "Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas para decirles "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta."
A veces decimos que buscamos a Dios y no lo encontramos. No tenemos en cuenta que es Él quien nos encuentra. El problema está en que no nos dejamos encontrar. Mil cosas de este mundo nos distraen, nos ciegan, nos impiden verlo. Si hacemos el silencio. Si miramos con amor a nuestro alrededor, lo encontraremos. Ya no seremos ni oveja, ni moneda perdida. Y lo veremos en el pobre, en el hambriento, en el inmigrante, en el perseguido, en el despreciado...
"Este día el Evangelio ofrece dos imágenes cotidianas sobre cosas perdidas y halladas. Una oveja que se pierde en el campo, una moneda que se pierde en la casa ¿a quién no se le han perdido alguna vez las llaves, los documentos, o el perro? Nadie se queda tranquilo hasta encontrar aquello que ha perdido, cuando realmente lo valora. A lo largo de la vida, también podemos haber perdido cosas más valiosas como afectos, vínculos, proyectos, oportunidades ¿pero las hemos realmente buscado con esfuerzo y empeño? O ¿han sido tan solo quimeras? Pablo, en su carta a los romanos, confiesa esa alegría perfecta e inmensa que siente por pertenecer enteramente a Dios, asi en la vida como en la muerte. La vida de fe consiste en buscar a Dios, pero principalmente consiste en descubrirse encontrado por Él, a quien pertenecíamos desde antes de conocerlo, sin haberlo visto. ¿Experimentas ese feliz encuentro y esa amorosa pertenencia a Dios en tu vida de fe?" (koinonía)
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