viernes, 29 de diciembre de 2017

VER A JESÚS


"Cuando se cumplieron los días en que ellos debían purificarse según manda la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Lo hicieron así porque en la ley del Señor está escrito: “Todo primer hijo varón será consagrado al Señor.” Fueron, pues, a ofrecer en sacrificio lo que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones. 
En aquel tiempo vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo, que adoraba a Dios y esperaba la restauraciónu de Israel. El Espíritu Santo estaba con él y le había hecho saber que no moriría sin ver antes al Mesías, a quien el Señor había de enviar. Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo. Y cuando los padres del niño Jesús entraban para cumplir con lo dispuesto por la ley, Simeón lo tomó en brazos, y alabó a Dios diciendo:
- Ahora, Señor, tu promesa está cumplida:
ya puedes dejar que tu siervo muera en paz.
Porque he visto la salvación
que has comenzado a realizar
ante los ojos de todas las naciones, 
la luz que alumbrará a los paganos 
y que será la honra de tu pueblo Israel. 
El padre y la madre de Jesús estaban admirados de lo que Simeón decía acerca del niño. Simeón les dio su bendición, y dijo a María, la madre de Jesús:
– Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan y muchos se levanten. Será un signo de contradicción que pondrá al descubierto las intenciones de muchos corazones. Pero todo esto va a ser para ti como una espada que te atraviese el alma."

Simeón esperaba el Mesías. No se cumplió la promesa que se le había hecho hasta su vejez; pero fue tanta su alegría, que ya podía morir. No deseaba nada más. Encontrar a Jesús no es fácil, pero cuando se le encuentra de verdad, ya nada más puede llenarnos.
María fue la primera discípula de Jesús. La que iba guardando todas las cosas en su corazón. Simeón le dice que eso la hará sufrir. Que su Hijo será causa de contradicción. Ella fue descubriendo a lo largo del tiempo, que los poderosos, los dirigentes religiosos, le perseguían. Mientras que eran los sencillos, los que sufrían, los que le seguían.
El poder, tanto político, económico, como religioso, alejan de Dios. Es el pobre, el que sufre, el perseguido, el que encuentra a Dios. Es el que sabe amar y servir al pobre, al que sufre, al perseguido, el que puede encontrar a Jesús. Porque Él pone al descubierto nuestras intenciones, nuestro corazón.  




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