domingo, 2 de febrero de 2020

¿LO SABEMOS RECONOCER?



"Cuando se cumplieron los días en que ellos debían purificarse según manda la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Lo hicieron así porque en la ley del Señor está escrito: “Todo primer hijo varón será consagrado al Señor.” Fueron, pues, a ofrecer en sacrificio lo que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones. 
En aquel tiempo vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo, que adoraba a Dios y esperaba la restauración de Israel. El Espíritu Santo estaba con él y le había hecho saber que no moriría sin ver antes al Mesías, a quien el Señor había de enviar. Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo. Y cuando los padres del niño Jesús entraban para cumplir con lo dispuesto por la ley, Simeón lo tomó en brazos, y alabó a Dios diciendo:
“Ahora, Señor, tu promesa está cumplida:
ya puedes dejar que tu siervo muera en paz. 
Porque he visto la salvación
que has comenzado a realizar
ante los ojos de todas las naciones, 
la luz que alumbrará a los paganos 
y que será la honra de tu pueblo Israel.” 
El padre y la madre de Jesús estaban admirados de lo que Simeón decía acerca del niño. Simeón les dio su bendición, y dijo a María, la madre de Jesús:
– Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan y muchos se levanten. Será un signo de contradicción que pondrá al descubierto las intenciones de muchos corazones. Pero todo esto va a ser para ti como una espada que te atraviese el alma.
También estaba allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana. Se había casado siendo muy joven y vivió con su marido siete años; pero hacía ya ochenta y cuatro que había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones. Ana se presentó en aquel mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.
Cuando ya habían cumplido con todo lo que dispone la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret. Y el niño crecía y se hacía más fuerte y más sabio, y gozaba del favor de Dios."

Simeón y Ana eran dos ancianos que pasaban desapercibidos. Incluso es posible que la gente los mirar con pena, considerándolos dos ancianos un poco dementes. Sin embargo, son ellos los que reconocen en aquel niño al Salvador. Y es que sólo desde la sencillez podemos acercarnos a Jesús. Los sacerdotes, escribas y fariseos esperaban otro tipo de salvador. Alguien que como ellos, valorara el poder por encima de todo. En cambio, aquel niño, un día en la montaña pronunciaría las Bienaventuranzas que subvierten los valores de la sociedad.
María también recibió el anuncio de que aquel niño le causaría un sufrimiento, como una espada que le atravesaría el corazón. Seguro que al pie de la cruz recordó esas palabras de Simeón.
Para encontrar a Jesús hemos de ser humildes, sencillos. Seguir a Jesús no siempre es fácil. Y los sencillos, como Ana, son los que son capaces de anunciar el Reino a los demás. Estas son las tres lecciones del evangelio de hoy.   

1 comentario:

  1. Has tenido mucho gusto y te ha salido un trabajo muy bien logrado.Enhorabuena.Has dado muy buen valor a la Presentación del Señor.

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