miércoles, 24 de enero de 2024

¿QUÉ TERRENO SOMOS?



 
Otra vez comenzó Jesús a enseñar a la orilla del lago. Como se reunió una gran multitud, subió a una barca que había en el lago y se sentó, mientras la gente se quedaba en la orilla. Y se puso a enseñarles muchas cosas por medio de parábolas.
En su enseñanza les decía: “Oíd esto: Un sembrador salió a sembrar. Y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra; aquella semilla brotó pronto, porque la tierra no era profunda; pero el sol, al salir, la quemó, y como no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron, de modo que la semilla no produjo grano. Pero otra parte cayó en buena tierra, y creció y dio una buena cosecha: unas espigas dieron treinta granos por semilla, otras dieron sesenta granos y otras cien.”
Y añadió Jesús:
– Los que tienen oídos, oigan
Después, cuando Jesús se quedó a solas, los que estaban cerca de él y los doce discípulos le preguntaron qué significaba aquella parábola. Les contestó: “A vosotros, Dios os da a conocer el secreto de su reino; pero a los que están fuera se les dice todo por medio de parábolas, para que por mucho que miren no vean, y por mucho que oigan no entiendan; a no ser que se vuelvan a Dios y él los perdone.”
Les dijo: “¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, pues, vais a entender todas las demás? El que siembra la semilla representa al que anuncia el mensaje. Hay quienes son como la semilla que cayó en el camino: oyen el mensaje, pero después de haberlo escuchado viene Satanás y les quita ese mensaje sembrado en su corazón. Otros son comparables a la semilla sembrada entre las piedras: oyen el mensaje, y al pronto lo reciben con gusto, pero como no tienen bastante raíz no pueden permanecer firmes; por eso, cuando por causa del mensaje sufren pruebas o persecución, pierden la fe. Otros son como la semilla sembrada entre espinos: oyen el mensaje, pero los negocios de este mundo les preocupan demasiado, el amor a las riquezas los engaña y su deseo es poseer todas las cosas. Todo eso entra en ellos, ahoga el mensaje y no le deja dar fruto. Pero hay otros que oyen el mensaje y lo aceptan y dan una buena cosecha, lo mismo que la semilla sembrada en buena tierra: algunos de estos son como las espigas que dieron treinta granos por semilla, otros son como las que dieron sesenta y otros como las que dieron cien.”

Probablemente todos tenemos un poco de cada terreno. A veces somos pedregal, o estamos llenos de hierbas o dejamos que los pájaros se lleven el grano. Debemos luchar para ser buena tierra y dar buen fruto.

"Dicen que, cuando se sufre un ataque al corazón, hay partes de corazón que quedan necrosadas, como muertas. Ni reciben sangre que les alimente ni son capaces de colaborar al trabajo común de bombear sangre para el resto del cuerpo. Lo mismo podríamos decir del corazón –corazón en otro sentido, naturalmente– de otras personas a las que los golpes que da la vida han sido la causa también de que haya partes de su corazón que queden como muertas, incapaces de sentir afecto. A veces incluso llenas de odio o de rencor o de envidia.
Me gusta pensar que Dios con su palabra de consuelo, de amor y misericordia se parece al sembrador de la parábola que es capaz de derrochar su simiente en las partes de su campo que están llenas de piedras. ¿Se han dado cuenta de que el sembrador no tiene ni de lejos una mentalidad capitalista? Cualquiera le diría que es inútil echar la simientes en las zonas de piedras, en los caminos o en las zarzas. Ahí no va a crecer nada. Eso es tirar el dinero.
Pero el sembrador de la parábola se parece Dios. O quizá habría que decir que es Dios el que se parece al sembrador. No mide mucho los resultados. Su acción, su forma de ser, está dominada por la generosidad, la gratuidad sin medida y sin condiciones, la misericordia, el amor. El sembrador-Dios no pierde nunca la esperanza en que la semilla crecerá y que del suelo más árido, seco e infértil terminará brotando la vida. El sembrador no está buscando resultados. No hace evaluaciones a fin de año para, teniendo en cuenta los resultados de la cosecha, planificar donde tiene que echar la semilla/palabra el año siguiente. Simplemente es así. Y no puede ser de otra manera.
Ahora podemos echar una mirada a las partes necrosadas o heridas de nuestro corazón. Y las podemos mirar con la misma mirada de Dios, con su esperanza y su cariño. Somos sus criaturas. Y más allá de nuestros méritos o deméritos, de nuestras heridas, más allá de los cadáveres que a veces tenemos escondidos en nuestros armarios, está siempre el amor de Dios, su generosidad, su gratuidad sin condiciones, que es capaz –eso es la fe– de hacer brotar la vida allá donde nuestros cálculos y nuestros datos nos dicen que es imposible.
Una ultima nota: esto dicho es válido para nuestros corazones –el mío y el tuyo, estimado lector– y para los de los demás, de todos los demás. Porque todos somos sus hijos amados."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

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