Ilustre Teófilo:
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Jesús nos describe su misión. Dice claramente que viene a curar, a librarnos del mal y de todo tipo de esclavitud. Si queremos ser sus discípulos debemos intentar hacer lo mismo. Con su Gracia lo conseguiremos. Si nos buscamos a nosotros mismos, no.
"Hoy celebramos el “Domingo de la Palabra de Dios”. El Papa Francisco instituyó este domingo con la intención de que se celebrara todos los años el tercer domingo del Tiempo Ordinario en su carta apostólica, con forma motu proprio, “Aperuit illis” (AI), de 30 de septiembre de 2019. Este Domingo ha sido instituido en respuesta a un deseo del Pueblo de Dios trasladado al Papa de muchos modos.
El hambre de la Palabra que experimenta el Pueblo de Dios no ha disminuido, como tampoco lo ha hecho el anhelo de trascendencia de la humanidad. Es el deseo por Aquel totalmente Otro que trasciende del todo nuestro ser, por Aquel al que anhelamos, lo que explica la institución de este Domingo. Porque sabemos que cuando acogemos la Palabra, su poder recreador restaura nuestra afinidad con Dios, que puede haberse perdido por muchas razones, entre ellas la propia falta de fe o el escándalo causado por el proceder de otros.
El Papa desea que este Domingo de la Palabra sea un día dedicado a la celebración, la reflexión y la divulgación de la Palabra de Dios. Dedicar a la Palabra de Dios un día determinado del año litúrgico puede ayudar a que la Iglesia experimente de nuevo cómo el Señor Resucitado abre para ella el tesoro de su Palabra y la capacita para que proclame sus insondables riquezas ante el mundo. Y las lecturas de hoy son una invitación para todos a la reflexión y a la revisión de nuestra relación personal con la Palabra de Dios.
“No estéis tristes ni lloréis”. Lo de juntarse, escuchar la Palabra y meditarla es algo que se hacía ya hace muchos años. Y, en esta ocasión oímos como el pueblo, que durante muchos años no había conocido la ley, al descubrirla, rompe a llorar, porque entienden que se han apartado mucho del camino que Dios les había marcado. De repente, fueron conscientes de lo mucho que se estaban perdiendo. Pero la respuesta del profeta es clara: “No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”. Lo importante es la reacción ante la oferta de un estilo nuevo de vida, que devuelve al pueblo la condición de elegidos, de hijos predilectos de Dios. Ellos lo sintieron de verdad. A lo largo de muchos años, en el destierro, en el desierto y al llegar a la Tierra Prometida.
Al contemplar esta escena, nos podemos preguntar cómo vivimos nuestras celebraciones. ¿Es el día del Señor, el domingo, una fiesta? ¿Sentimos que el Señor continúa hablando, acompañando y guiándonos con su Palabra? Esa debería ser la fuente de nuestra alegría. ¿O vamos a Misa como a un entierro, a regañadientes, pensando en otras cosas y mirando el reloj continuamente, por si se ha parado?
Y sigue san Pablo reflexionando sobre los carismas. La semana pasada, sobre la diversidad de los mismos, y ésta sobre la importancia de estos dones que el Señor regala a su Iglesia. Todos son complementarios, todos son necesarios. En el camino de la sinodalidad, cada persona puede encontrar su lugar. Y, aunque hay ministerios más significativos que otros, por la función que desempeñan, especialmente lo relacionado con la predicación de la Palabra, para que el mundo crea, todas las personas merecen el mismo respeto, derivado de la condición y dignidad de hijos de Dios.
Es que la Iglesia de Jesús no es como las asambleas en Grecia, donde sólo podían participar los varones. Nuestra Iglesia es más rica, porque también las mujeres y los niños tienen un lugar importante. Basta recordar a los pastorcitos de Fátima o a Bernardette de Lourdes. A partir de sus experiencias, han surgido centros importantes de espiritualidad. Un factor importante para tener en cuenta. Cómo ganaríamos todos, si cada uno pusiera sus dones a disposición de los demás. Porque los carismas son para servir a los demás, no para lucirse uno mismo.
Y llegamos al Evangelio, que nos recuerda para qué vino al mundo Jesús: para “evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”. Lo del año jubilar ya viene de lejos, parece. Nada nuevo bajo el sol.
Jesús vino a traernos su Buena Nueva, a devolvernos la libertad, la vista, a posibilitarnos la reconciliación con Dios. La fe en Cristo nos permite ver la vida y los acontecimientos con distintos ojos; poder mirar de otra manera a las personas y los sucesos de la vida. Poder escuchar, ver, ser libre, sentirnos en paz con Dios y con los hermanos, dentro de la Iglesia, son elementos que deben estar siempre presentes en la vida de todo creyente en Jesús.
El Espíritu de Dios, que estaba sobre Jesús, desciende también sobre cada uno de nosotros, cuando nos abrimos a él. El mensaje es claro, hay que ponerse a vivirlo. Reavivemos el apetito para escuchar la Palabra de Dios, que nos posibilita sentir esa liberación. Que ella sea fuente de luz y de consuelo en nuestra vida."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)
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