Pero antes de eso os echarán mano y os perseguirán: os llevarán a juicio en las sinagogas, os meterán en la cárcel y os conducirán ante reyes y gobernadores por causa mía. Así tendréis oportunidad de dar testimonio de mí. Haceos el propósito de no preparar de antemano vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan llenas de sabiduría que ninguno de vuestros enemigos podrá resistiros ni contradeciros en nada. Pero seréis traicionados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de vosotros y todo el mundo os odiará por causa mía, pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza. ¡Permaneced firmes y salvaréis vuestra vida!
Estos evangelios de final del año litúrgico nos presentan las dificultades que hemos de padecer para seguir a Jesús. Pero a la vez nos iluminan en la esperanza, porque es a través de las dificultades que ganamos la Vida. La verdadera Vida junto a Jesús, la de Hijos del Padre. El Espíritu estará con nosotros y pondrá sus palabras en nuestra boca. No debemos desfallecer. El premio es la Vida.
" (...) En el evangelio se nos dice a todos que no temamos; que se nos darán las palabras necesarias para nuestra defensa. Que, ciertamente, esos poderes malignos han sido encontrados deficientes y caerán. Pero, ¿cuándo?
Otra mirada, algo más profunda nos hace mirarnos en un espejo. Creo que a veces todos quisiéramos ser Daniel, seguros en la denuncia, confiados en la propia inocencia… pero otras veces nos encontramos temblando porque quizá lo escrito en el muro se pueda referir a nosotros mismos: que tenemos los días contados y que hemos sido encontrados a faltar, que la fuerza y autosuficiencia que pensábamos tener no es tanta.
A veces quisiéramos buscar por todos los medios capas, escondites, maneras de disimular esa deficiencia escrita en el muro que nos mira como espejo. Dudamos por si quienes nos persiguen tienen el argumento correcto. Nuestros días, de hecho, están contados. Y sabemos bien las propias limitaciones y deficiencias.
Pero entonces, solo quedará volvernos a la palabra consoladora del Evangelio. A pesar de las palabras aterradoras del muro, sabemos que ni un cabello de la cabeza se perderá, por la inmensa misericordia de Dios. Aunque no seamos Daniel con la justicia en nuestra mano. Aunque seamos los que tenemos huecos y deficiencias. Os perseguirán y entregarán, pero ni un cabello de vuestra cabeza se perderá… Porque no será el juez castigador, sino el misericordioso quien escribirá en nuestro muro. Y será él mismo quien nos dé las palabras de nuestra defensa, por si, avergonzados, no las podemos encontrar. Solo nos queda volvernos a él en confianza."
(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)
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