jueves, 25 de diciembre de 2025

NOS HA NACIDO LA LUZ

 


En el principio ya existía la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla.
Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyesen por medio de él. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz. La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo.
Aquel que es la Palabra estaba en el mundo, y aunque Dios había hecho el mundo por medio de él, los que son del mundo no le reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no le recibieron. Pero a quienes le recibieron y creyeron en él les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado.
Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad. Y hemos visto su gloria, la gloria que como Hijo único recibió del Padre. Juan dio testimonio de él diciendo: “A este me refería yo cuando dije que el que viene después de mí es más importante que yo, porque existía antes que yo.”
De sus grandes riquezas, todos hemos recibido bendición tras bendición. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, nos lo ha dado a conocer.
(Jn 1,1-18)

Hoy nos ha nacido la Luz. ¿La hemos visto?¿La recibimos de verdad? Creo que no hemos entendido nada. La Luz nos llega con un Niño que nace en un pesebre porque nadie quiere acogerlo en su casa. Nosotros, tras muchos siglos, seguimos si acoger a Jesús que se nos acerca en aquel inmigrante que vive en la calle y nos pide alojamiento. Viene en aquel niño palestino aguantado el frío, la lluvia, el hambre, en una barraca, en un terreno al que llamamos de "acogida".
No. No os diré que no debemos celebrar la Navidad. nuestros niños se la merecen. Pero, para nosotros, la Navidad debe suponer un revulsivo. Un cambio total en nuestra manera de ver y tratar al pobre, en nuestra acogida al que no tiene techo. Los que impidieron en Badalona que unos inmigrantes fuesen acogidos en su parroquia, no deberían celebrar la Navidad; porque Jesús tampoco tenía donde nacer.
Si somos verdaderos cristianos, debemos revelarnos contra este mundo de guerras, injusticias, en que sólo el poderoso tiene derechos. Debemos luchar para que este mundo sea un mundo de Amor, de Paz, de Igualdad...Este es el Reino que predicaba Jesús. 

"Escuchemos una vez más la gran y alegre noticia de la Navidad: ¡Ha aparecido la gracia de Dios! ¡Nos ha nacido un Salvador! ¡Dios ha venido a visitarnos! El objeto de nuestros anhelos y deseos más profundos y auténticos se ha hecho presente entre nosotros. En una palabra, ha nacido Jesús, el Salvador y, por Él, Dios mismo se ha hecho accesible y cercano.
Sin embargo, esta gran noticia tiene el peligro de sonar en nuestros oídos como una fórmula hueca, una frase retórica, que de tantas veces repetida ya no nos dice nada. Y es que, en verdad, podríamos preguntarnos, después de más de dos mil años del nacimiento de Cristo (de celebrar la navidad y anunciar esa alegre noticia), ¿qué ha cambiado realmente? ¿Dónde está ese Sol que nace de lo alto (Lc 1, 78)? ¿No resulta que, tras dos mil años de “era cristiana”, seguimos viviendo en tinieblas y oscuridad? Porque lo cierto es que en nuestro mundo siguen reinando la injusticia y la violencia, la pobreza y el hambre, la guerra y la opresión. Las tinieblas tienen muchos rostros, nos rodean de múltiples formas. A la gran escala de las grandes tragedias de la humanidad, y a la escala menor de nuestros pequeños dramas, dolores, frustraciones e insatisfacciones (que para nosotros no son en absoluto pequeños, ya que están hechos a nuestra medida), parece que las tinieblas tienen las de ganar. Porque es así: tras dos mil años de celebraciones navideñas seguimos caminando en las tinieblas. Y los fuegos de artificio que hemos ido inventando con la ilusión de sustituir a la luz nacida en Belén (la ciencia, la revolución social, el progreso…) aunque al principio nos han deslumbrado, tampoco nos han traído la salvación prometida y han provocado al final más frustración todavía.
Sin embargo, tenemos que decir que, aun reconociendo su parte de verdad, si nos limitamos a quedarnos en estas críticas y esta protesta, es que no hemos entendido bien el mensaje de navidad. Escuchémoslo, pues, de nuevo: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”. No se dice ni se anuncia que ya no hay, ni habrá más tinieblas, sino que en medio de ellas brilla una luz grande, de manera que el pueblo que caminaba sin rumbo en la oscuridad (todos nosotros) ha encontrado la posibilidad de orientarse, de dar con el camino, de salir de su extravío y dirigirse a la meta. En verdad, en medio de la oscuridad basta una pequeña luz para no perder el rumbo. Y nosotros, en esta noche, hemos recibido no una pequeña, sino una gran luz, la luz de Jesucristo, que brilla en medio de la noche.
Es una luz grande, capaz de iluminar a todo el mundo, a toda la historia. Por eso, Lucas sitúa el nacimiento de Cristo en el conjunto del cosmos y de la historia universal: “salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero”. Pero su modo de aparición no es deslumbrante ni cegador: esta gran luz está encerrada en la humanidad de un niño recién nacido. De este modo nos dice Dios (y ya con esto nos ilumina no poco) quiénes somos nosotros, los seres humanos, para Él. Si Dios mismo adopta la humanidad y se hace hombre en Jesús, es que ser hombre no es algo insignificante, ni un azar ciego, sino dotado de enorme importancia: ¡le importamos a Dios!
Pero esta apariencia humana que encierra la luz divina requiere por nuestra parte un acto de fe. Para ver en la oscuridad y caminar en pos de la luz hay que abrir los ojos, hay que creer y confiar. Ahora podemos entender que creer no es andar a ciegas, sino ir en pos de la luz.
En realidad, de las tinieblas de nuestra historia somos responsables nosotros. No es Dios, sino nosotros, quienes declaramos guerras (aunque algunos usen abusivamente el nombre de Dios para justificarlas), nosotros, los que nos comportamos injustamente, los que nos servimos de la violencia o de la mentira. La historia y el mundo son nuestro campo, y Dios respeta nuestra libertad. Pero ese respeto que le prohíbe entrometerse en nuestras tomas de decisión (lo que destruiría nuestra libertad y nos haría marionetas, no sé si felices, pero, desde luego, no con una felicidad humana), no significa que permanezca indiferente y nos abandone a nuestra suerte. Dios viene a visitarnos para ofrecernos su luz, para enseñarnos el camino de la verdadera felicidad, del bien, de la salvación.
También de nosotros depende acogerlo o rechazarlo. ¿Por qué después de más de 2000 años de celebrar la Navidad seguimos en la oscuridad? Porque “no tenían sitio en la posada”. Como dice también San Juan en el Evangelio del día 25, “la luz verdadera que con su venida ilumina a todo hombre vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron” (Jn 1, 9. 11).
Sin embargo, el mismo Juan nos recuerda que no es cierto que nadie la recibió y, por tanto, que nada ha cambiado desde entonces: “A cuantos la recibieron… les dio el poder para ser hijos de Dios” (Jn 1, 12). Lucas identifica en los pastores a aquellos que lo recibieron. Los pastores en aquel tiempo tenían muy mala fama por diversos motivos. Jesús no viene a justos, sino a los pecadores. Pero nadie es malo por definición. Por eso, hoy los pastores significan a los pobres, a los que viven a la intemperie, a los que están abiertos, a los que velan. Según cómo leamos la canción del coro celestial, podemos entender que los pastores son “los hombres de buena voluntad”, o, mejor, aquellos “a los que ama el Señor”; y, por tanto, en principio, todos los seres humanos. Los pastores son los que se ponen en camino, los que caminan en la oscuridad porque reconocen la luz. De manera especial, los pastores son hoy los niños, que no están maleados por la rutina y son capaces de percibir la novedad alegre del mensaje de los ángeles; los niños y los que son como ellos: José y María, los Magos de oriente, Pedro y Pablo y los demás Apóstoles, Justino, Ignacio de Alejandría, Agustín, Francisco, Domingo, Teresa, Antonio M. Claret y un largo etcétera de nombres la mayoría para nosotros desconocidos (pero en el que estamos incluidos) pertenecen a esa estirpe de pastores, gentes en vela, niños.
Dios nos ha dado la luz de Jesucristo; significa que la oscuridad (el mal del mundo en todas sus formas) no es una excusa: podemos ir a adorarlo, podemos, si queremos, caminar en su seguimiento, podemos acoger su Palabra y ponerla en práctica, haciendo de ella la luz que ilumina la oscuridad. Tal vez, de esta manera, no disiparemos del todo las tinieblas a nuestro alrededor pero, al menos, veremos la luz que ha nacido en Belén y podremos no sólo caminar, sino ser nosotros mismos, por medio de las buenas obras, pequeñas luminarias que alumbran reflejando la luz recibida de Jesús, dan esperanza y ayudan a otros a caminar.
Será, pues, cierto, que hay oscuridad. Pero hoy nosotros descubrimos que también hay luz, que hay, sobre todo, luz.
(José María Vegas cmf, Ciudad Redonda)

El vídeo de hoy es sobre el Evangelio de la Misa de la Noche de Navidad (Misa del Gallo)

miércoles, 24 de diciembre de 2025

UN SOL QUE NOS ILUMINA

 


 Zacarías, el padre del niño, lleno del Espíritu Santo y hablando en profecía, dijo:
"¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha venido a rescatar a su pueblo!
Nos ha enviado un poderoso salvador,
un descendiente de David, su siervo.
Esto es lo que había prometido en el pasado
por medio de sus santos profetas:
que nos salvaría de nuestros enemigos
y de todos los que nos odian,
que tendría compasión de nuestros antepasados
y que no se olvidaría de su santo pacto.
Y este es el juramento que había hecho
a nuestro padre Abraham:
que nos libraría de nuestros enemigos,
para servirle sin temor
con santidad y justicia,
y estar en su presencia
todos los días de nuestra vida.
En cuanto a ti, hijito mío,
serás llamado profeta del Dios altísimo,
porque irás delante del Señor
preparando sus caminos,
para hacer saber a su pueblo
que Dios les perdona sus pecados
y les da la salvación.
Porque nuestro Dios, en su gran misericordia,
nos trae de lo alto el sol de un nuevo día,
para iluminar a los que viven
en la más profunda oscuridad,
para dirigir nuestros pasos
por un camino de paz.”
(Lc 1,67-79)

Ayer la liturgia nos ofrecía el Magníficat de María. Hoy leemos el Benedictus de Zacarías. Es un canto de liberación. Viene un sol que nos iluminará y nos hará libres. Su hijo Juan, viene a preparar el camino a Jesús, la luz que nos iluminará y nos rescatará de la oscuridad.

"Esta noche es “de noche”, hace frío, hay oscuridad, dolor, miedo, violencia, injusticia. La noche es como la cifra de la negatividad que domina sobre la historia humana. Esa historia está presente también en el pueblo de Israel. David es un rey que quiere asegurarse una dinastía duradera, “para siempre”, y por eso busca el favor de Dios. Pero los poderes de este mundo, de su noche, no pueden durar para siempre, ni Dios está para servirlos. Dios no permite que se le construya un templo, no se deja encerrar en los designios humanos. Sin embargo, no por eso se exilia del mundo que Él mismo ha creado: en la historia atormentada y oscura de la humanidad, plena de luchas e intrigas, se entrevera otra historia: la historia de salvación. No será David el que le construya un templo a Dios, sino que Dios mismo promete construir una casa, una dinastía que durará para siempre. No se trata, ciertamente, de una dinastía al estilo de los poderes de este mundo. Habrá que esperar algunos siglos para empezar a entender de qué casa, templo y dinastía se trata. Sólo los que tienen un corazón bien dispuesto pueden entenderlo. Zacarías, pese a su inicial incredulidad, es uno de ellos. La promesa hecha a David empieza a cumplirse ahora, no por el poder y la fuerza, sino en los signos de vida de un hijo de la vejez, en el que empieza a anunciarse la fuerza de salvación anunciada por los profetas, que nos libra de la enemistad y el odio, que derrama sobre nosotros su misericordia, y que requiere que nos preparemos mediante el servicio, la santidad y la justicia. El hijo de la que llamaban estéril, el profeta del Altísimo, va a preparar el camino de aquel en quien la tantas veces oscura historia de la humanidad y la historia de salvación se unirán para siempre. La primera seguirá su curso, con sus tinieblas y sombras de muerte, pero en ella nos iluminará, si queremos, el sol que nace de lo alto.
El templo que Dios se va a construir es el cuerpo de Cristo, la dinastía que no tendrá fin no es un poder que nos somete, sino un camino que nos conduce a la paz, porque nos reconcilia con Dios y con los hombres.
Esta noche es nochebuena: es de noche, pero “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Is 9, 1). Esta noche es una noche buena, porque la luz vence a las tinieblas, porque mañana es Navidad."
(José María Vegas cmf, Ciudad Redonda)

martes, 23 de diciembre de 2025

SU NOMBRE ES JUAN

 

Al cumplirse el tiempo en que Isabel había de dar a luz, tuvo un hijo. Sus vecinos y parientes fueron a felicitarla cuando supieron que el Señor había sido tan bueno con ella. A los ocho días llevaron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero la madre dijo:
– No. Tiene que llamarse Juan.
Le contestaron:
– No hay nadie en tu familia con ese nombre.
Entonces preguntaron por señas al padre del niño, para saber qué nombre quería ponerle. El padre pidió una tabla para escribir, y escribió: “Su nombre es Juan.” Y todos se quedaron admirados. En aquel mismo momento, Zacarías recobró el habla y comenzó a alabar a Dios. Todos los vecinos estaban asombrados, y en toda la región montañosa de Judea se contaba lo sucedido. Cuantos lo oían se preguntaban a sí mismos: “¿Qué llegará a ser este niño?” Porque ciertamente el Señor mostraba su poder en favor de él.
(Lc 1,57-66)

Nos acercamos al nacimiento de Jesús; pero antes nace Juan. El Precursor, el que debía allanar los caminos...Su nombre es Juan dirán Zacarías e Isabel, ante la sorpresa de todos. Juan significa: Dios es misericordioso. Con Juan comienza el Dios del Nuevo Testamento. Un Dios que, sobre todo, es misericordia, no poder y dominio como era el del Antiguo Testamento. Un Dios que se hace hombre para sufrir como hombre con los hombres. Un Dios que nos quiere hacer uno con Él.

"La tendencia de hacer de los hijos “clones” de sus padres, llamándoles con el mismo nombre, es cosa que viene de lejos. También en el Israel de los tiempos de Jesús existía esta costumbre. Sin embargo, no hay semejanzas ni parentescos que puedan anular o disminuir la irrepetible originalidad de cada uno. De ahí la importancia del gesto de Zacarías, secundando a su mujer Isabel, de darle a su hijo el hombre de Juan. Zacarías significa “El Señor se acuerda”; y, aunque ese nombre tiene sentido en la situación de un hijo inesperado en la vejez, le cuadra mejor a su padre, pues tiene una inevitable referencia al pasado. El nombre de Juan, “Dios es propicio” (o misericordioso), y también “Don de Dios”, habla de la inminencia de la novedad que Juan habrá de preparar. Zacarías, viejo y mudo, es una buena imagen del Antiguo Testamento: parece que ya nada tiene que decir, pero tiene todavía la fuerza suficiente para dar un último fruto que pondrá punto final a esa larga historia del Dios de las promesas, depositadas en Israel, pero válidas para todo el mundo. Juan dará el testigo a una época nueva, la del cumplimiento. Al darle el nombre de Juan, Zacarías intuye una novedad que el Bautista no inaugura, pero a la que abre el camino ante la inminencia de su venida.
En el nombre va implícita la misión que el hombre tiene que desempeñar en la vida, es decir su vocación. En Juan descubrimos algunos rasgos esenciales de la vocación humana y cristiana. En primer lugar, la llamada: desde el seno materno el hombre está llamado a cumplir una misión en la vida. Es importante entender que no se trata de un destino ineludible que esté escrito de antemano; este carácter abierto de la llamada se expresa muy bien en la pregunta que “todos se hacían”: “¿qué va a ser de este niño?” Se trata, pues, de una llamada dirigida a la propia libertad y que el ser humano debe realizar tomando decisiones propias para responder a ella.
En segundo lugar, esta llamada que debe ser libremente respondida nos dice ya que la vida tiene sentido y que ese sentido comparece desde el mismo momento de su concepción. Por tanto, somos responsables no sólo de nuestra propia vida, sino también de la vida de los demás, que nos es confiada cuando ésta no puede todavía valerse por sí misma. Ahora bien, esta proclamación de sentido puede ser impugnada y lo es con mucha frecuencia. Existen experiencias vitales de decepción y frustración que pueden inclinarnos a pensar así. Pero si se considera atentamente, caemos en la cuenta de que la misma decepción y frustración hablan de sentido, de expectativas que, por algún motivo, no han podido realizarse. Cuando alguien proclama que la vida carece de sentido lo hace siempre con un deje de protesta que reconoce implícitamente el sentido que niega. Si la vida careciera de todo sentido, ni siquiera nos daríamos cuenta de ello y no haría falta ni quejarse ni proclamarlo.
Así pues, Juan, desde el seno materno nos habla de un sentido que es vocación (llamada) y misión, y que es, además, servicio. Este es el tercer rasgo esencial que debemos señalar en la vocación humana y que en Juan es especialmente visible. La misión de Juan es la de abrir camino y luego hacerse a un lado, disminuir él, para que crezca Jesús. Realmente, para poder realizar la propia misión en la vida hay que saber que estamos al servicio de algo que es más grande que nosotros y que, por tanto, no es demasiado importante figurar y estar en el centro. Los grandes acontecimientos, igual que los grandes personajes no serían nada si no fuera por una multitud de personas que, sin figurar especialmente, han vivido con fidelidad su propia vocación y han allanado el camino de eso y esos que son más grandes que ellos, pero que sin ellos no serían nada. El mismo Jesús se ha sometido a esta misma ley de la encarnación, de modo que para poder realizar su misión salvadora ha necesitado del cumplimiento fiel de su misión de otras personas que como Juan de modo muy especial le han preparado el camino.
Al contemplar la figura de Juan el Bautista y meditar con él sobre nuestra vocación y el sentido de nuestra vida, podemos comprender que en toda vocación cristiana hay un componente que nos asemeja al Precursor. Jesús sigue viniendo al mundo, acercándose a los hombres, muchos de los cuales no lo conocen, no saben de él. Para que Jesús pueda llegar hasta ellos, siguiendo las leyes de la encarnación, necesita de precursores y mediadores que allanen el camino y preparen su venida. Nosotros mismos, en algún momento de nuestra vida, tuvimos a algún Juan el Bautista que nos introdujo al conocimiento de Cristo. Y cada uno de nosotros, como todo cristiano, estamos llamados a realizar esta misión, cuando, por medio del testimonio de nuestras palabras y nuestras obras, señalamos, no a nosotros mismos, sino al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29, 36)."
(José María Vegas cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 22 de diciembre de 2025

UN DIOS DE LOS POBRES

 

 María dijo:
“Mi alma alaba la grandeza del Señor.
Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava,
y desde ahora me llamarán dichosa;
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas.
¡Santo es su nombre!
Dios tiene siempre misericordia
de quienes le honran.
Actuó con todo su poder:
deshizo los planes de los orgullosos,
derribó a los reyes de sus tronos
y puso en alto a los humildes.
Llenó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Ayudó al pueblo de Israel, su siervo,
y no se olvidó de tratarlo con misericordia.
Así lo había prometido a nuestros antepasados,
a Abraham y a sus futuros descendientes.”
María se quedó con Isabel unos tres meses, y después regresó a su casa.
(Lc 1,46-56)

María agradece a Dios que se haya fijado en Ella. Y lo hace presentándonos un Dios cercano a los humildes, a los sencillos, a los perseguidos...Ante de hacernos gala de cristianos, deberíamos preguntarnos cuál es nuestra actitud frente a los inmigrantes, los pobres los perseguidos. ¿Los acogemos? ¿Los llamamos irregulares por vivir en una tierra de todos, libre?¿Recordamos que todos somos inmigrante y que estamos de paso en este mundo? 

"Dios creó el mundo de la nada, en un acto de puro amor, de pura donación. La historia de la salvación prolonga esta obra creadora de gratuidad total, que se expresa en el don de la vida que florece en mujeres estériles, como Sara, la mujer de Abraham (cf. Gn 18, 9-14), o la madre de Sansón (cf. Jue 13, 2-25), en el que caso que consideramos hoy, el de Ana, la madre de Samuel, o como sucederá con Isabel, la madre del Bautista, y, como culmen, en María, Virgen y Madre de Jesús.
Pero si en todos estos casos se hace patente el carácter gratuito de la salvación, no conviene olvidar lo que advertía san Agustín: “el Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (Sermón 169, 11, 13). Dios nos da la vida como un don, y después nos propone un diálogo –en el que consiste la salvación: la comunión con Él. Para que este diálogo tenga lugar es necesaria la respuesta humana. Dios nos da y nosotros respondemos reconociendo, agradeciendo y, en cierto modo, devolviendo a Dios lo que de Él hemos recibido. Lo vemos con claridad hoy en la acción de gracias de Ana, que entrega el novillo, la harina y el vino, un verdadero ofertorio, y consagra al servicio de Dios el hijo recibido de Él.
Cuando tiene lugar este intercambio de dones se producen los vínculos de familiaridad más profundos e intensos. ¿Qué mejor modo de expresarlos y celebrarlos que cantando? No es descabellado imaginar que María no se limitó a “decir”, sino que cantó el Magníficat. Dicen que san Agustín decía que “el que canta ora dos veces” (y “se non è vero è ben trovato”). Y contemplando el Magníficat, esa explosión de oración y alegría, lo natural es ponerle música. Porque en el seno de María ya está aconteciendo la plenitud de los dones de Dios, que comenzaron con la creación del mundo, y que culminan con el don de la misma vida de Dios en la carne humana, en la de María (en la que el Verbo se hizo carne, y la carne se hizo Verbo). Y como María es de nuestra raza, de nuestra carne, sus palabras de agradecimiento, alabanza y alegría tiene que ser también las nuestras.
María pronuncia su Magníficat cuando Jesús está ya presente, pero no es todavía visible. ¿Cómo podemos unirnos nosotros a ese canto de acción de gracias y alabanza, cuando todavía no vemos al que está ya entre nosotros? Para esto hacen falta los ojos de fe. Y la fe es confianza en que Dios está actuando en favor nuestro a pesar de los pesares. Estos últimos hablan de opresión, injusticia, violencia, del mal que nos lleva con frecuencia a maldecir. Pero si abrimos los ojos con fe, entonces somos capaces de ver los signos de la presencia de Dios, como los ve Isabel en María y, en vez de maldecir, bendecimos. María e Isabel, que tenían tantos motivos para quejarse y maldecir, encuentran muchos más para alegrarse y bendecir. Así podemos percibir que Dios, aunque todavía no visible, está ya entre nosotros y nos está salvando. Bendigamos como Isabel, para que podemos cantar con María.  No podemos saber, por desgracia, qué música le puso María. Pero podemos, por fortuna, ponerle nosotros la nuestra."
(José María Vegas cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 21 de diciembre de 2025

ESPERAR

 


El nacimiento de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir juntos se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto. Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque el hijo que espera es obra del Espíritu Santo. María tendrá un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.”
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta:
“La virgen quedará encinta,
y tendrá un hijo
al que pondrán por nombre Emanuel.”
(que significa: “Dios con nosotros”).
Cuando José despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y tomó a María por esposa.
(Mt 1,18-24)

"Hemos llegado, casi sin darnos cuenta, al cuarto domingo de Adviento. Este año, la cuarta semana de Adviento será cortita. El miércoles por la tarde celebraremos ya Nochebuena y el jueves, la Navidad. Pero aún hay tiempo para prepararnos como Dios se merece. Las lecturas de este domingo nos pueden ayudar, y mucho.
A lo largo de este Adviento se nos ha recordado que es una etapa de conversión que no debemos desaprovechar. Los caminos han de ser allanados para recibir al Gran Señor. En la antigüedad era frecuente que las ciudades que recibían a un gran rey prepararan sus caminos para que la marcha de la comitiva fuera más fácil, no fuera a ser que el gran séquito pasara de largo ante lo escarpado del camino. Y eso es lo que tenemos que hacer nosotros.
Se podría objetar que ya no hay tiempo, que el Señor ya llega. Pero no. Un instante es suficiente para convertirse, un segundo a veces es un tiempo muy largo. Que lo digan los jugadores de baloncesto, que pueden perder o ganar un partido en menos de un segundo. Basta con que soltemos lastre para que el globo de nuestras almas remonte el vuelo hacia lo más alto del cielo. Y ese lastre que nos impide volar la mayoría de las veces está encadenado a nosotros por la rutina, por la vagancia, por la soberbia… Y todo eso puede dejarse, con ayuda de Dios, en un momento.
Porque nadie tiene a su Dios tan cercano como nosotros. Dios con nosotros, se hace hombre, hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne, Hermano nuestro. Pondrá su tienda entre las nuestras. Se hace nuestro vecino. Hoy diríamos que se ha metido en el piso enfrente al nuestro. Dios se hace hombre. Si Dios se hace hombre, ser hombre es la cosa más grande que se puede ser. Dios es uno de nosotros. Pero a nuestro Dios eso aún le parece poco, y ese Dios con nosotros se hace Dios en nosotros. Vendremos a Él y haremos en Él nuestra morada. No es ya nuestro vecino, es algo totalmente nuestro, mío, mi propia vida, por la comunicación de su Espíritu, que es la vida de Dios.
Comenzamos con un signo en la primera lectura. La joven a la que Isaías se refiere es la mujer del rey. Esta muchacha – asegura el profeta – tendrá un hijo cuyo nombre será “Emmanuel” que significa “Dios está con nosotros’. Este hijo sucederá a su padre, dará continuidad a la dinastía y ninguno lo destronará, al contrario, será un grande rey, un nuevo David. El signo dado por el profeta se realizó: el hijo de Acaz fue concebido de la joven, nació y se convirtió en el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo; fue la prueba de la fidelidad del Señor a sus promesas.
Se llamó Ezequías, a quien se le pudo justamente aplicar el título de “Emmanuel”, “Dios está con nosotros”. Fue un rey discretamente bueno, pero no ciertamente el soberano excepcional que quizás esperaba el mismo Isaías. Por eso en Israel se comenzó a esperar a otro rey, un hijo también de David que cumpliese plenamente la profecía, que fuera de verdad el “Dios con nosotros”. En el evangelio de hoy lo indicará Mateo: es el hijo de la Virgen María.
En la segunda lectura encontramos el comienzo de la carta de san Pablo a los Romanos. Con los esquemas de la época, Pablo nos deja los títulos con los que se siente legitimado para dirigirse a la comunidad cristiana de Roma.
En efecto, nos recuerda que es apóstol, mensajero del Evangelio y siervo del Señor Jesús. De esa manera se hace patente que su autoridad para fundar entre los paganos nuevas comunidades y dotarlas de presbíteros viene de Cristo. Con esa autoridad anuncia la buena nueva por doquier, sufriendo toda clase de privaciones y calamidades por ello; y por eso comienza su presentación considerándose siervo de Cristo Jesús. En el mundo oriental los siervos no tenían ninguna consideración, sólo los señores. Pero aquí san Pablo lo entiende según los criterios del Antiguo Testamento: siervos son los grandes personajes como Abrahán, Moisés, Josué y David, sin olvidarnos del “Siervo del Señor” de Isaías.
Y el Evangelio nos narra el nacimiento de Jesús, a través de la historia de san José. Después de haberse prometido, y antes de que vivieran juntos – un año era el tiempo de noviazgo, por llamarlo así – José ve que su mujer está embarazada. Y él no ha intervenido. Podemos suponer su sufrimiento y frustración. Cómo todas sus ilusiones de formar un hogar se venían abajo. Él estaba enamorado de María. Sufrió en silencio el problema y confío en Dios. Un ángel vino a contárselo en sueños. Y en ese sueño el justo José descubrió que iba ser compañero, acompañante y coprotagonista de la historia más fabulosa que le ha ocurrido al ser humano: que el Dios poderoso tomara carne en el seno virginal de María y que él mismo tenía que ayudar al Niño Dios a dar los primeros pasos por la vida. Y nada más despertar del sueño fue a ver a María y ella supo enseguida que Dios había le había hablado. Y ambos, marcharon a su nueva casa, para iniciar una nueva vida en común.
No es extraño, pues, que exista tanta veneración por san José. Santa Teresa de Jesús, expresó claramente en muchas ocasiones que todas las cosas que en su vida había puesto en las manos del esposo de la Virgen María se habían hecho realidad. Su patronazgo se extiende desde la misma Iglesia de Dios hasta el más pequeño pueblito de no importa dónde. Hoy es un día excelente para recordar y venerar a San José. Y para poner en sus manos muchas de nuestras necesidades.
Pronto viene el Señor. Aprovechemos las horas que nos faltan para su llegada mejorando nuestros caminos interiores –y los exteriores, claro-, recuperemos nuestra paz, llenemos nuestro corazón de esperanza como nos pide el Papa. Esperamos pues en paz y con el corazón muy dispuesto a asistir al mayor milagro que se ha producido en la historia de la humanidad: que Dios se hiciera hombre para que pudiéramos ser más felices."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)



sábado, 20 de diciembre de 2025

DECIR SÍ A DIOS

  


A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, a visitar a una joven virgen llamada María que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El ángel entró donde ella estaba, y le dijo:
– ¡Te saludo, favorecida de Dios! El Señor está contigo.
Cuando vio al ángel, se sorprendió de sus palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:
– María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo: y Dios el Señor lo hará rey, como a su antepasado David, y reinará por siempre en la nación de Israel. Su reinado no tendrá fin.
María preguntó al ángel:
– ¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?
El ángel le contestó:
– El Espíritu Santo se posará sobre ti y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti como una nube. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel, a pesar de ser anciana, va a tener un hijo; la que decían que no podía tener hijos está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible.
Entonces María dijo:
– Soy la esclava del Señor. ¡Que Dios haga conmigo como me has dicho!
Con esto, el ángel se fue.
(Lc 1,26-38)

Con el sí de María, hágase en mi lo que me has dicho, la Redención empieza su camino. Hoy, si sabemos decir sí a la voluntad de Dios, nos unimos a la Redención. María, aceptando la voluntad de Dios, contribuyó a que Dios se hiciera hombre, se uniese totalmente a nosotros. Si sabemos decir sí a Dios, contribuimos a que Jesús siga haciéndose uno con nosotros, hacemos que Jesús se engendre en este mundo.
 
"El pasado 8 de diciembre celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.  Para su definición como Dogma es clave el texto de Lucas que se proclama hoy, es decir el relato del anuncio de Gabriel a María. Con la  advocación “Inmaculada” es Patrona de España y de varios países de Hispanoamérica, del arma de Infantería, de los farmacéuticos… El Dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado oficialmente por el Papa Pío IX en 1854, pero la fe de la Iglesia en esta prerrogativa mariana es muy anterior. Tal vez desde el s. III. El arte cristiano especialmente en la pintura del s. XVI representa a María como la mujer del Apocalipsis, con una corona de doce estrellas… En la música litúrgica y en distintas plegarias también se alude a esta convicción: María fue liberada del pecado desde el momento en que fue concebida. .
Es probable que España sea el país en el que la devoción a la Purísima  tenga más arraigo. A lo mejor parece excesiva esta devoción, ya que algunas otras confesiones cristianas reprochan a los católicos un “culto exagerado” que aleja de la centralidad de Jesucristo, único Redentor.
Creo que ese, a mi parecer, error de juicio desaparecería si se aficionaran a rezar el rosario. No es broma. Esta devoción tiene una base bíblica indudable porque consiste en la repetición del Padrenuestro y del Avemaría : Jesucristo enseñó a sus discípulos el Padrenuestro. El Ave María está sacado directamente del Evangelio de Lucas: Gabriel la saluda llamándola llena de gracia. Isabel, su prima, dice de Ella que es “bendita entre las mujeres”. Y cada grupo de padrenuestro y avemarías discurre sobre un Misterio. Esos misterios del rosario son, sencillamente un recorrido por la vida de Jesús, desde la Encarnación a la Resurrección. Rezar el rosario no es solo el ruego: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores. Es la oración de los sencillos que se ayudan de un ejercicio simple para conocer, contemplar y profundizar poco a poco en el misterio de la Redención de Cristo. Naturalmente también para rogar a la Madre del Señor que le a Él presente sus peticiones
En su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, publicada en 2002 Juan Pablo II afirma ó que el Rosario no es una devoción centrada en María, sino en Cristo. Es una meditación sobre la vida de Jesús a través de los ojos de su madre, un “compendio” del Evangelio.
En la oración colecta de la liturgia de hoy rogamos al Señor que a ejemplo de la Santísima Virgen aceptemos humildemente su voluntad. Que nuestra vida sea un permanente hágase como el de Ella."
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)

viernes, 19 de diciembre de 2025

FIARNOS DE DIOS

  


En el tiempo en que Herodes era rey de Judea, vivía un sacerdote llamado Zacarías, perteneciente al grupo de Abías. Su esposa, llamada Isabel, descendía de Aarón. Ambos eran justos delante de Dios y cumplían los mandatos y leyes del Señor, de tal manera que nadie los podía tachar de nada. Pero no tenían hijos, porque Isabel no había podido tenerlos. Ahora eran ya los dos muy ancianos.
Un día en que al grupo sacerdotal de Zacarías le correspondía el turno de oficiar delante de Dios, según era costumbre entre los sacerdotes, le tocó en suerte a Zacarías entrar en el santuario del templo del Señor para quemar incienso. Y mientras se quemaba el incienso, todo el pueblo estaba orando fuera.  En esto se le apareció un ángel del Señor, de pie al lado derecho del altar del incienso. Al ver al ángel, Zacarías se echó a temblar lleno de miedo. Pero el ángel le dijo:
– Zacarías, no tengas miedo, porque Dios ha oído tu oración, y tu esposa Isabel te va a dar un hijo, al que pondrás por nombre Juan. Tú te llenarás de gozo y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque tu hijo va a ser grande delante del Señor. No beberá vino ni licor, y estará lleno del Espíritu Santo desde antes de nacer. Hará que muchos de la nación de Israel se vuelvan al Señor su Dios. Irá Juan delante del Señor con el espíritu y el poder del profeta Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y para que los rebeldes aprendan a obedecer. De este modo preparará al pueblo para recibir al Señor.
Zacarías preguntó al ángel:
– ¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy muy anciano, y mi esposa también.
El ángel le contestó:
– Yo soy Gabriel, y estoy al servicio de Dios. Él me ha enviado a hablar contigo y a darte estas buenas noticias. Pero ahora, como no has creído lo que te he dicho, vas a quedarte mudo; y no volverás a hablar hasta que, a su debido tiempo, suceda todo esto.
Mientras tanto, la gente estaba fuera esperando a Zacarías y preguntándose por qué tardaba tanto en salir del santuario. Cuando por fin salió, no les podía hablar. Entonces se dieron cuenta de que había tenido una visión en el santuario, pues les hablaba por señas. Y así siguió, sin poder hablar.
 Cumplido el tiempo de su servicio en el templo, Zacarías se fue a su casa. Después de esto, su esposa Isabel quedó encinta, y durante cinco meses no salió de casa, pensando: “Esto me ha hecho ahora el Señor para librarme de mi vergüenza ante la gente.”
(Lc 1,5-25)

Zacarías duda ante el anuncio de Gabriel. No cree posible que dos ancianos tengan un hijo. Olvida, como nosotros olvidamos, que nada es imposible para Dios. Confiar, fiarnos de Él, es necesario para que se cumpla su voluntad. Zacarías se queda mudo. Nosotros también. No podemos anunciar a Dios si no confiamos plenamente en Él.
 
"En la vida de los santos encontramos con frecuencia situaciones en las que vemos que tomaron decisiones arriesgadas poniendo su confianza en el Señor, fiados de su palabra y en su poder porque nada es imposible para Él. Juan era necesario para que se cumplieran las profecías: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas.” (Isaías 40:3)
Fiel a su propósito de “contar desde el principio” el Evangelio de Lucas hace el relato del  nacimiento de Juan el precursor del Mesías. Es Gabriel el mensajero. Conocemos bien los protagonistas y el escenario: Zacarías, su esposa Isabel, el Templo… Casí enseguida  Lucas cuenta la Anunciación con el mismo mensajero. El contraste entre una respuesta y otra está en la la duda de Zacarías: “¿Cómo estaré seguro?”.frente a la acogida incondicional  de María: “Hágase en mi”
La verdad es que la duda del sacerdote es bastante razonable. Seguramente nos ha ocurrido algo parecido en más de una ocasión. Nos preguntamos si realmente responder a una propuesta, acatar una norma, decidir en una cuestión complicada, llevar a cabo una buena acción que nos viene a la mente, unir nuestra fuerza a tal o cual causa, aceptar o rechazar una tarea o discernir si realmente hay una inspiración de Dios mismo o lo que queremos decidir es el producto de nuestra imaginación. A veces hasta abandonamos el asunto porque, realmente, no sabemos cómo estar seguros.
Hay que decidir aunque haya dudas. En todo caso como dirá tiempo después Gamaliel “si esto que hacen es de carácter humano, se desvanecerá; pero si es de Dios, no lo podrán destruir”.  (Hechos 5:34-39).
Gabriel, el enviado le pone a prueba: se quedará sin habla y los que estaban con él en el templo saben que algo extraño ha sucedido. Zacarías regresa a casa y las cosas ocurren: Isabel queda encinta, nace el Precursor y Zacarías recupera el habla. Final feliz aunque una respuesta decidida y confiada le hubiera ahorrado la pena…"
(Virginia Fernández, Ciudad Redonda)