domingo, 14 de septiembre de 2025

NUESTRA CRUZ

 

Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre ha de ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.
(Jn 3,13-17)

Los cristianos tenemos como símbolo la cruz. Jesús nos salva muriendo en la cruz. Es su entrega total. Es la señal del Amor de Dios que nos entrega a su Hijo para salvarnos.
Nuestra cruz es nuestra entrega. Tomar la cruz no es hacer penitencia, padecer. Tomar la cruz es entregar nuestra vida amando a los demás. Ese amor total hacia todo el mundo, es nuestra cruz.
 
"La Cruz, como bien sabemos son las contradicciones, las desgracias, la enfermedad, la incomprensión, la pobreza, el que no seamos considerados por los demás, el que nos traicionen los amigos, el que hablen mal de nosotros, la calumnia, la injusticia, el que se burlen de nosotros por ser cristianos, porque vamos a Misa, o rezamos el rosario. Esta retahíla de cosas es evidente que en sí mismas, no son más que desgracias. Pero en la vida de un cristiano ni lo que los hombres llamamos “dichas”, ni lo que los hombres llamamos “desgracias”, se quedan solo en eso. En la vida de un cristiano, todo son “bendiciones”. Porque lo uno y lo otro al cristiano le sirve siempre para que -uniéndose a la Cruz de Cristo- ofreciendo todas las cosas por la redención de los pecados suyos y de todos los hombres, sirva para “elevarlo” para “tener vida eterna”.
En realidad, ésta es la alegría del cristiano. El no creyente, el ateo, el agnóstico tiene la peor de todas las desgracias, aunque fuera el hombre más rico del mundo, gozara de la salud más envidiable o estuviera rodeado de todos los placeres imaginables, porque quien no cree en Dios, desconoce el auténtico sentido de la vida. Y esto sucede especialmente cuando aparece en la vida del hombre -que siempre aparece, aunque Dios sea bueno- el dolor, la contradicción, la enfermedad, la incomprensión o la desgracia en general. Entonces su “alegría” queda truncada, porque no encuentra sentido a la vida. Por eso, la señal del cristiano es la santa Cruz, es decir, la alegría del cristiano es la santa Cruz. Y por eso hoy la Iglesia celebra la exaltación de la santa Cruz, con una fiesta digna de ser proclamada a los cuatro vientos.
Hoy miramos especialmente a la cruz. Y nos duele el dolor de nuestros hermanos, que siguen siendo ajusticiados injustamente. Nos comprometemos para que nadie, nunca, vuelva a ser asesinado en una cruz, en cualquier cruz. Y sentimos que esta historia de violencia fratricida continúe bajo las más diversas excusas. Por eso, seguimos mirando a la cruz. Porque en ella encontramos la esperanza para seguir, como Jesús, proclamando la buena nueva del reino, que es posible vivir de otra manera, en fraternidad, en paz. Y seguimos intentando curar heridas, reconciliar, ser misericordiosos, porque no otra cosa es ser discípulos de Jesús, el que murió en la cruz, el que resucitó."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)




sábado, 13 de septiembre de 2025

FRUTOS DEL AMOR



 No hay árbol bueno que dé mal fruto ni árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto: no se recogen higos de los espinos ni se vendimian uvas de las zarzas. El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que rebosa su corazón, habla su boca.
¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que yo os digo? Voy a deciros a quién se parece aquel que viene a mí, y me oye y hace lo que digo: se parece a un hombre que para construir una casa cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando creció el río, el agua dio con fuerza contra la casa, pero no pudo moverla porque estaba bien construida. Pero el que me oye y no hace lo que yo digo se parece a un hombre que construyó su casa sobre la tierra, sin cimientos; y cuando el río creció y dio con fuerza contra ella, se derrumbó y quedó completamente destruida.
(Lc 6,43-49)

Si queremos dar buenos frutos, debemos amar. El verdadero amor no puede dar malos frutos. Si construimos nuestra vida sobre el amor, nada podrá destruirnos.
Jesús nos pide que amemos: al Padre y al prójimo. Esos deben ser los cimientos de nuestra vida.
  
"El texto evangélico de hoy nos puede subir un montón la autoestima. Y nos puede llevar incluso a juzgar malamente, y condenar, a nuestros hermanos. Ese “por sus frutos los conoceréis”, que ha sido la forma de pasar al lenguaje ordinario la idea central de estas palabras de Jesús, ha servido demasiadas veces para condenar a nuestros hermanos. Hemos visto el fruto y nos hemos quedado convencidos de que, si el fruto era malo, entonces las raíces también lo eran. Ya no había nada que hacer. Ya no valía la pena gastar ni tiempo ni esfuerzos. Ese árbol, esa persona, ya no tenía remedio. Pero ni Jesús ni el reino son así. Para Dios Padre ningún hijo es definitivamente malo. Y ¿quién somos nosotros para determinar que las raíces están dañadas para siempre?
Igual es que pensamos que ya estamos en situación de superioridad, dispuestos a juzgar y valorar a los demás porque nosotros hemos levantado nuestra casa –nuestra fe, nuestra vida, nuestras convicciones– sobre roca firme y por mucho que vengan los vientos o las aguas la casa no se va a mover. La verdad es que el agua siempre busca un hueco y hasta en las casas mejor construidas aparecen humedades al cabo de los años. Y eso sin necesidad de que haya grandes crecidas ni fuertes temporales. La verdad es que nuestra casa, nuestra fe, como todas las casas, necesita un trabajo de mantenimiento continuo.
El texto evangélico de hoy nos invita a bajar los humos, a no creernos los supermanes de la fe. Este texto es como un baño de humildad. Estamos en camino, con nuestros hermanos. Estamos construyendo la casa de nuestra vida y, basta para saberlo con echar la vista atrás a nuestra propia historia, lo que se va levantando no es perfecto. Nos va a hacer falta mucha misericordia y paciencia por parte de Dios para ir mejorando poco a poco lo que vamos haciendo. No hay más que decir: apliquemos esa misma misericordia y paciencia a nuestros hermanos. Como Dios lo hace con nosotros."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 12 de septiembre de 2025

MIRARNOS A NOSOTROS MISMOS

 


Jesús les puso esta comparación: “¿Acaso puede un ciego servir de guía a otro ciego? ¿No caerán los dos en algún hoyo? El discípulo no es más que su maestro: solo cuando termine su aprendizaje llegará a ser como su maestro.
¿Por qué miras la paja que tiene tu hermano en el ojo y no te fijas en el tronco que tú tienes en el tuyo? Y si no te das cuenta del tronco que tienes en tu ojo, ¿cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame sacarte la paja que tienes en el ojo'? ¡Hipócrita!, saca primero el tronco de tu ojo y así podrás ver bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.
(Lc 6,39-42)

Estos días podemos caer en la tentación de que Jesús habla de los otros. Él nos habla a nosotros. Somos los ciegos y no los demás. Somos los que vemos los defectos ajenos y no los nuestros.
Si queremos ayudar debemos abrir los ojos y ver la verdad. Una verdad que se nos revelará en la meditación.
También debemos ver nuestros defectos y no excusarlos y ser benevolentes con los otros. Normalmente, los defectos que vemos en los demás, son los nuestros. Si queremos seguir a Jesús debemos ser comprensivos con nuestro prójimo.
 
"“Un ciego no puede guiar a otro ciego”. Una verdad básica y simple de entender. Nos hace pensar inmediatamente en todos los que en este mundo se sitúan por encima de los demás y pretenden guiar sus vidas, decirles lo que es bueno y lo que es malo, castigarles si hacen algo prohibido (¿prohibido por quién?). Esto ha sucedido siempre, sucede ahora y sucederá en el futuro. También porque hay muchas personas que prefieren que les digan lo que tienen que hacer antes que asumir ellas la responsabilidad de tomar sus propias decisiones. Que es precisamente a lo que nos llama Jesús: a que seamos libres y responsables de nuestras vidas, aun a riesgo de equivocarnos.
Ha sucedido, sucede y sucederá en todos los ámbitos de la vida. En la política, en la familia, en el trabajo y, por supuesto, en la Iglesia. La jerarquía eclesiástica ha asumido durante mucho tiempo este papel de guía. Es normal. Pero no es normal que una vez oyese a un cardenal decir que la jerarquía era como los pescadores y los laicos como los peces que aquellos recogen en su red. Tampoco es normal que haya oído a un sacerdote decir de sí mismo que él es un “maestro espiritual”. ¡Qué concepto de sí más elevado tienen algunos! No creo que esté nada en línea con el Evangelio.
Porque la verdad es que todos somos discípulos, oyentes de la Palabra y seguidores de Jesús. Desde el laico hasta el papa: todos discípulos. Todos cargando nuestras miserias, nuestras pobrezas. Pero todos también con el encargo recibido de Jesús de anunciar la buena nueva del reino a todas las personas. Y si alguien se atreve a decir una palabra a otro o a otros, lo tiene que hacer con mucha humildad, aceptando la posibilidad de equivocarse. Y teniendo en cuenta que siempre será el otro el último responsable de su vida, de sus decisiones. Y que lo que hay que hacer es animarle precisamente a eso: a crecer y a tomar sus propias decisiones.
Siempre con mucha humildad porque, seamos realistas, es posible que mi hermano tenga una mota en su ojo pero casi seguro que yo tengo una viga en el mío."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 11 de septiembre de 2025

EL AMOR SOBRE TODO



 Pero a vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os insultan. Al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra, y al que te quite la capa déjale que se lleve también tu túnica. Al que te pida algo dáselo, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames. Haced con los demás como queréis que los demás hagan con vosotros. Si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los pecadores se portan así! Y si hacéis bien solamente a quienes os hacen bien a vosotros, ¿qué tiene de extraordinario? ¡También los pecadores se portan así! Y si dais prestado sólo a aquellos de quienes pensáis recibir algo, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡También los pecadores se prestan entre sí esperando recibir unos de otros! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y dad prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos. Sed compasivos, como también vuestro Padre es compasivo.
No juzguéis a nadie y Dios no os juzgará a vosotros. No condenéis a nadie y Dios no os condenará. Perdonad y Dios os perdonará. Dad a otros y Dios os dará a vosotros: llenará vuestra bolsa con una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Dios os medirá con la misma medida con que vosotros midáis a los demás.
(Lc 6,27-38)

Jesús nos pide que amemos a todos. A los que nos caen bien y a los que nos caen mal. A quienes nos hacen el bien y a los que nos odian. Como el Padre que nos ama a todos y es misericordioso con todos.
Nos pide que no juzguemos. Y nos indica que seremos juzgados tal como nosotros habremos juzgado a los demás.
El camino no es fácil, pero es el único camino que nos hace seguidores de Jesús y que nos lleva al Padre.

"Decía en el comentario de ayer que Jesús es radical en sus planteamientos. Pues bien, el texto evangélico de hoy es también una muestra de esa radicalidad. No hay espacio para la ambigüedad ni para el “quizá” ni para el “a veces”. Las frases son claras y contundentes. Para ejemplo sirve una de ellas: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”.
¿Cuál es la razón de esa radicalidad de Jesús? No hay más que una: todos somos hijos de Dios. Y, en consecuencia, todos hermanos. Es decir, también los enemigos y los que me odian y los que me maldicen y los que me injurian son hermanos míos. Para con ellos no tengo más actitud que la misma que tiene Dios Padre conmigo: misericordia, compasión, perdón, comprensión, generosidad. Nuestro comportamiento con los demás, y con nosotros mismos también, se tiene que parecer al que Dios Padre tiene conmigo. Perdonar como él perdona, ser compasivo como él lo es, no condenar porque Dios no condena sino que salva, dar con generosidad como el autor de la vida nos ha regalado gratis todo lo que somos y tenemos.
Nosotros, a lo largo de la historia de la Iglesia y a lo largo de la historia de nuestras propias vidas, hemos sido muy buenos en buscar excepciones y disculpas para no sentirnos obligados a llevar a la práctica del todo estas afirmaciones de Jesús. Hemos escogido una línea de prudencia muy lejos de la radicalidad de Jesús. Por ejemplo, hemos defendido la guerra y la pena de muerte, que no son precisamente ejemplos de cumplimiento de lo que dice Jesús en este evangelio de hoy.
Termina el texto con lo que puede parecer una amenaza pero que no es más que una descripción de la realidad: “La medida que uséis, la usarán con vosotros”. Así que mejor, siempre, equivocarnos de generosos, de misericordiosos, que caer en lo contrario."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 10 de septiembre de 2025

BIENAVENTURADOS

 


Jesús miró a sus discípulos y les dijo:
“Dichosos vosotros los pobres, porque el reino de Dios os pertenece.
Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis satisfechos.
Dichosos los que ahora lloráis, porque después reiréis.
Dichosos vosotros cuando la gente os odie, cuando os expulsen, cuando os insulten y cuando desprecien vuestro nombre como cosa mala, por causa del Hijo del hombre. Alegraos mucho, llenaos de gozo en aquel día, porque recibiréis un gran premio en el cielo; pues también maltrataron así sus antepasados a los profetas.
Pero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis tenido vuestra alegría!
¡Ay de vosotros los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre!
¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque vais a llorar de tristeza!
¡Ay de vosotros cuando todos os alaben, porque así hacían los antepasados de esta gente con los falsos profetas!
(Lc 6,20-26)

"Hay muchas formas de presentar a Jesús. Hay una estampa muy conocida donde se le presenta glorioso, con un rostro dulcísimo y saliendo de sus manos unos rayos de luz que nos hacen pensar en la divina misericordia. Y no deja de ser una imagen de Jesús. Pero no es la única. Cuando leemos el Evangelio, nos encontramos con textos como el de hoy que difícilmente admiten una interpretación dulzarrona. En este texto, Jesús se nos presenta como un radical. No caben medias tintas. Lo que dice es lo que dice y, por muy fuerte que nos suene a los oídos o que, sencillamente, no nos guste oírlo, es su palabra.
Es un texto sencillo y breve. Cuatro bienaventuranzas y cuatro maldiciones (algunos prefieren hablar de “malaventuranzas” para, al mismo tiempo que se juega con las palabras, quitarle un poco de hierro a la segunda parte del texto). Un texto que nos deja claro de qué lado está Dios.
Dios está de parte de los pobres (¿hace falta interpretar el significado de “pobres”? porque es algo evidente: aquellos a los que les está tocando la peor parte en el reparto de nuestra sociedad). Dios está de parte de los hambrientos (y sigue habiendo hambre en nuestro mundo, hambre material, hambre de pan, hambre de no tener nada que comer un día tras otro). Dios está de parte de los que lloran (por la razón que sea, que el texto no especifica). Dios está de parte de los que son odiados por causa de, comprometidos con el Hijo del hombre, querer hacer presente en nuestro mundo el reino de Dios, reino de justicia y fraternidad.
Y Dios maldice a los ricos que no son capaces de compartir, a los que tienen la mesa y el estómago llenos, a los que ríen sin acercarse ni mirar a los que lloran, a los que son aplaudidos por todos porque no hacen caso del clamor de los que sufren y dicen solo lo que a los poderosos les gusta escuchar.
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 9 de septiembre de 2025

ORAR Y AYUDAR

  

Por aquellos días, Jesús se fue a un cerro a orar, y pasó toda la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, reunió a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales llamó apóstoles. Estos fueron: Simón, a quien puso también el nombre de Pedro; Andrés, hermano de Simón; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo; Simón el celote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que traicionó a Jesús.
Jesús bajó del cerro con ellos, y se detuvo en un llano. Se habían reunido allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, y de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían venido para oir a Jesús y para que los curase de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanados. Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía.
(Lc 6,12-19)

Tras orar toda la noche, Jesús escogió a sus discípulos más cercanos. Tras esa elección, curaba a la multitud que le seguía.
Tenemos aquí la indicación de dos cosas que debemos hacer. Orar y ayudar a los demás. Así seremos seguidores de Jesús.

"Decía un profesor mío que “el que te cree te crea”. Jugando con esos dos verbos “creer” y “crear” nos quería decir que creer en una persona, confiar en ella, era algo tan potente que era capaz de abrir en esa persona posibilidades nuevas de futuro.
Me gustaría aplicar esa frase a esta elección de los apóstoles por parte de Jesús. Quizá lo que hizo Jesús en esa larga noche de oración, previa a la elección de los doce, fue afianzar su confianza en ellos. Los eligió sencillamente porque confió en ellos. Y al hacerlo, les abrió a un nuevo futuro. Ciertamente, no fue un proceso fácil. Visto lo que pasó luego, sobre todo cuando llegaron los momentos difíciles, cuando Jesús se fue quedando solo, casi diríamos que la elección no fue nada buena. Eran, como repiten los mismos evangelios, tardos para entender lo que decía Jesús. No solo eso, después de escuchar toda la predicación de Jesús sobre el reino, sobre la fraternidad de los hijos e hijas de Dios, ellos seguían pensando en quién iba a ser el más importante en ese reino que estaba por venir. Y, como colofón, al momento de la cruz, todos salieron corriendo.
Pero Jesús siguió creyendo en ellos, confiando. Es la escena de Jesús resucitado preguntando a Pedro si le ama y confiándole su rebaño. Es la historia que nos habla de que los doce salieron por todo el mundo predicando. La confianza de Jesús en aquellos hombres terminó dando sus frutos. Unos frutos que nadie podía haber imaginado al momento de la elección. La frase de que “el te cree te crea”, se aplica perfectamente a esta situación. Jesús creyó en ellos y esa fe posibilitó que aquellos pobres doce hombres se convirtieran en apóstoles y en cimientos de la Iglesia.
Siempre hablamos de nuestra fe en Dios. Quizá tendríamos que hablar en primer lugar de la fe de Dios en nosotros, posibilitando para nosotros una nueva vida. Y sería bueno que nosotros también fuésemos capaces de confiar en los demás para abrirles también a una vida nueva, más allá de la que ellos mismos imaginan."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 8 de septiembre de 2025

NACIMIENTO DE MARÍA, NUESTRO MODELO

 

 La lista de los antepasados de Jesucristo, descendiente de David y de Abraham:

Abraham fue padre de Isaac, este lo fue de Jacob y este de Judá y sus hermanos. Judá y Tamar fueron los padres de Fares y Zérah. Fares fue padre de Hesrón y este de Aram. Aram fue padre de Aminadab, este lo fue de Nahasón y este de Salmón. Salmón y Rahab fueron los padres de Booz. Booz y Rut fueron los padres de Obed. Obed fue padre de Jesé. Jesé fue padre del rey David, y el rey David fue padre de Salomón, cuya madre fue la que había sido esposa de Urías.
Salomón fue padre de Roboam, este lo fue de Abías y este de Asá. Asá fue padre de Josafat, este lo fue de Joram y este de Ozías. Ozías fue padre de Jotam, este lo fue de Ahaz y este de Ezequías. Ezequías fue padre de Manasés, este lo fue de Amón y este de Josías. Josías fue padre de Jeconías y sus hermanos, cuando la deportación de los israelitas a Babilonia.
Después de la deportación a Babilonia, Jeconías fue padre de Salatiel y este de Zorobabel. Zorobabel fue padre de Abihud, este lo fue de Eliaquim y este de Azor. Azor fue padre de Sadoc, este lo fue de Aquim y este de Eliud. Eliud fue padre de Eleazar, este lo fue de Matán y este de Jacob. Jacob fue padre de José, el marido de María, y ella fue la madre de Jesús, a quien llamamos el Mesías.

El nacimiento de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir juntos se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto. Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque el hijo que espera es obra del Espíritu Santo. María tendrá un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.”
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta:
“La virgen quedará encinta,
y tendrá un hijo
al que pondrán por nombre Emanuel.”
(que significa: “Dios con nosotros”).
(Mt 1,1-16.18-23)

El evangelio de hoy nos muestra la genealogía de Jesús partiendo de Abraham. Lo cierto es que María era una joven sencilla de un pueblo pequeño: Nazaret. Dios, para hacerse hombre busca la sencillez. No busca la familia real o importante de Israel. Es algo que nunca debemos olvidar: a Dios siempre lo encontraremos entre los sencillos, los humildes, los pobres. Debemos buscarlo en Gaza, en Ucrania, en otros países que no salen en la prensa ni en la TV, pero en la que niños inocentes son masacrados ante nuestra indiferencia.
María con sencillez aceptaría la voluntad de Dios y guardaría en su corazón todas las cosas que hacía y decía su Hijo. María, por encima de todo, es nuestro ejemplo de seguidores de Jesús. 
  
"Hoy celebramos la memoria del nacimiento de la madre de Jesús. En España, desde donde escribo estas líneas, es todavía verano, así que espero que me permitan un comentario que quizá de entrada parezca a los lectores un tanto frívolo.
Esta fiesta me ha hecho recordar una película y una escena en concreto de esa película. Se trata la tercera película de la serie de Indiana Jones, “La última cruzada”. En ella el héroe de la película tiene que buscar el Santo Grial en medio de gravísimos peligros. El Santo Grial se refiere a la copa que Jesús utilizó en la última cena. Pues bien, hacia el final de la película y después de numerosas pruebas, Indiana llega a una sala en una cueva donde sobre una mesa hay muchas copas. Tiene que escoger de entre ellas la copa auténtica que Jesús utilizó en la Última Cena. Hay copas de todo tipo, de oro, de plata, adornadas con piedras preciosas, de metal repujado con bellas imágenes, de vidrio. Indiana duda hasta que se hace a sí mismo la reflexión de que Jesús de Nazaret era un hombre pobre y que en esa cena no habría tenido acceso a objetos lujosos. Lo que le correspondía era usar la más pobre de las copas. Por eso, Indiana escoge una copa de barro, la que quizá todos habríamos dejado de lado. Indiana busca esa copa sencilla y dice “Esa es la copa de un carpintero”.
Ya sé que es una película. Pero me parece que el guionista había entendido algo de lo que es fundamental al Evangelio. Es que Dios se encarnó en los pobres, se hizo pobre y vivió en medio de los pobres, de los marginados, de los que no tienen nada.
María es también de la gente de Jesús. No podía ser otra la madre de Jesús sino una mujer sencilla y pobre, nativa de Galilea, aquella tierra fronteriza, marginada y despreciada por los judíos auténticos, por los que se sentían portadores de la promesa de Dios. María fue la puerta de entrada de Dios en nuestro mundo. Y Dios no eligió la riqueza ni el prestigio ni la dignidad. Eligió la puerta de la sencillez, de la pobreza. Dios eligió lo pequeño para hacerse todo a todos. Así es María por mucho que algunos la quieran rodear de oropeles y grandezas."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)