jueves, 11 de diciembre de 2025

ANUNCIAR A JESÚS




 Os aseguro que, entre todos los hombres, ninguno ha sido más grande que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Desde que vino Juan el Bautista hasta ahora, al reino de los cielos se le hace violencia, y los violentos pretenden acabar con él. Todos los profetas y la ley de Moisés anunciaron el reino hasta que vino Juan. Y, si queréis creerlo, Juan es el profeta Elías, que había de volver. Los que tienen oídos, oigan.
(Mt 11,11-15)

Juan clamaba en el desierto. Juan preparaba la venida de Jesús. Era la señal del cumplimiento de la voluntad de Dios. Nosotros debemos proclamar que Jesús ya está aquí. Y debemos hacerlo con nuestra vida. Una vida sencilla, una vida de Amor. Una vida de entrega en la que aparezcamos como los más pequeño en el Reino, porque el único que es grande es Jesús.

"En la vida perdemos a veces mucho tiempo mirando al pasado. Recordamos otros tiempos y nos parece siempre que fueron mejores. Había más… y podemos poner aquí muchas cosas que nos parece que hoy faltan. En realidad, es mentira. Lo que pasa es que la memoria nos juega una mala pasada y, sin darnos cuenta, nos hace seleccionar los recuerdos. Dejamos unos de lado –muchas veces los desagradables–. Y brillan con todo su esplendor lo que a nosotros nos parece ahora que era bueno. La verdad, la mera verdad, es que este mundo está siempre en cambio. Y que vivir de nostalgias a menudo nos paraliza para enfrentarnos a las situaciones que nos toca vivir hoy.
Jesús nos invita a vivir el presente. Hoy es cuando el Reino de Dios se está manifestando, se está haciendo realidad ante nuestros ojos. Hoy es cuando tenemos la oportunidad de hacer Evangelio con los que viven con nosotros, de crear fraternidad, de hacer justicia. Ese es el mensaje del Evangelio de hoy. Es un mensaje que nos ayuda a vivir en Adviento, a mirar hacia delante.
Con Jesús se inaugura un nuevo tiempo en la historia de la humanidad. La relación con Dios y la relación con nuestros hermanos y hermanas ya no es la misma que antes. En él se nos revela un Dios que es amor. Frente a él no hay temor sino amor, esperanza, misericordia. Ya no se puede seguir viviendo en el Antiguo Testamento. En Jesús el mundo nuevo ya está aquí. Es verdad, todavía no se ha manifestado del todo pero lo de antes ya ha pasado y Dios se ha hecho presente en nuestro mundo en Jesús como nunca antes lo había hecho.
Basta ya de nostalgias. No es verdad que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Es en el presente donde tenemos que vivir. Y contamos con esa presencia nueva de Dios en nuestras vidas para construir el Reino, para ser más hermanos, para amar y perdonar como nunca antes se había hecho. Nos tenemos que hacer violencia a nosotros mismos para ir más allá de las apariencias y descubrir la novedad del Reino en nuestro mundo."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 10 de diciembre de 2025

JESÚS ES NUESTRO REFUGIO

 


Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar. Aceptad el yugo que os impongo, y aprended de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontraréis descanso. Porque el yugo y la carga que yo os impongo son ligeros.
(Mt 11,28-30)

Jesús es nuestro refugio. Si le seguimos no nos puede ocurrir nada malo. Él siempre estará a nuestro lado. Esto puede extrañarnos, cuando le hemos oído decir que nos perseguirán por su causa. Pero por malo que sea lo que pueda ocurrirnos, nunca será irremediable, porque Él está a nuestro lado. Debemos tener paciencia y todo se arreglará.

"De  pequeño me enseñaron los mandamientos de ley de Dios, los mandamientos de la Iglesia y muchas otras normas morales, en las que, parece que inevitablemente, se amenazaba con el pecado mortal y la consecuente condenación eterna en caso de no cumplirlas. Y había muchas, muchísimas, posibilidades de cometer un pecado mortal. Casi sin darse uno cuenta se podían cometer muchos pecados. Por eso, la confesión se convertía en un problema. Había que confesar todos y cada uno de los pecados, con detalle. Por eso, aquella coletilla de “y de todos los pecados de los que no me acuerdo y los de mi vida pasada” que decían muchos al terminar la enumeración de los pecados. Era como una especie de asegurarse de que uno cumplía bien con el mandamiento de confesarse. Conclusión: ser cristiano, seguir a Jesús, se había convertido en un yugo pesado, un montón de obligaciones, normas, leyes, regulaciones. Siempre con la amenaza de la condenación eterna en caso de no cumplirlas todas. Aquello no era un alivio para las personas sino lo contrario: una angustia.
La verdad es que todo eso tenía, tiene, poca relación con el Evangelio. Podemos leer con tranquilidad el texto evangélico de hoy. Pero con las mismas podemos leer con tranquilidad cada uno de los cuatro evangelios. Y veremos como lo que decíamos en el párrafo anterior, y lo que ha sido la Iglesia para muchos durante mucho tiempo, tiene poco que ver con Jesús.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Jesús es descanso para el oprimido no fuente de opresión. Es creador de paz y serenidad no un peso inaguantable que termina llenando los corazones de angustia. Su yugo es llevadero y su carga ligera. No amenaza con la condenación eterna sino que invita a seguirle, a unirnos a él en la construcción de un mundo mejor, más justo, más hermano. El pecado no está en faltar un domingo a misa sino en despreciar al hermano. Pero incluso para el pecador, y nosotros estamos todos en ese grupo, el mensaje es de misericordia, de esperanza, de animarnos a levantarnos de nuevo e intentarlo otra vez. En Jesús no encontramos condena sino alivio y descanso."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 7 de diciembre de 2025

PREPARAR CAMINOS

 


 Por aquel tiempo se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea. En su proclamación decía: “¡Convertíos a Dios, porque el reino de los cielos está cerca!”
Juan era aquel de quien el profeta Isaías había dicho:
“Una voz grita en al desierto:
‘¡Preparad el camino del Señor;
abridle un camino recto!’ ”
Juan iba vestido de ropa hecha de pelo de camello, que se sujetaba al cuerpo con un cinturón de cuero; su comida era langostas y miel del monte. Gentes de Jerusalén, de toda la región de Judea y de toda la región cercana al Jordán salían a escucharle. Confesaban sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán.
Pero viendo Juan que muchos fariseos y saduceos acudían a que los bautizara, les dijo: “¡Raza de víboras!, ¿quién os ha dicho que vais a libraros del terrible castigo que se acerca? Demostrad con vuestros actos que os habéis vuelto a Dios, y no os hagáis ilusiones diciéndoos: ‘Nosotros somos descendientes de Abraham’, porque os aseguro que incluso de estas piedras puede Dios sacar descendientes a Abraham. Ya está el hacha lista para cortar de raíz los árboles. Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo, ciertamente, os bautizo con agua para invitaros a que os convirtáis a Dios; pero el que viene después de mí os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco llevarle las sandalias. Trae la pala en la mano, y limpiará el trigo y lo separará de la paja. Guardará su trigo en el granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará.”
(Mt 3,1-12)

Adviento es tiempo de preparación. Juan precediendo a Jesús, pide prepara los caminos a su llegada. Prepararlos con sinceridad; por eso se enfada con fariseos y saduceos.  
Caminos de justicia, de curación, de ayuda...de Amor. Y Juan lo hace desde el desierto. Nosotros debemos prepararnos desde el silencio y la meditación.

"(...) Y llegamos al bautismo de Juan. Es la invitación a iniciar un camino de purificación interior. Ése era el sentido que tenía el bautismo que Juan, el precursor de Jesús, practicaba. Para quienes lo recibían debía ser el gesto que ratificaba el propósito de tener un corazón bien dispuesto para los tiempos de Dios que se avecinaban. Pero nosotros podemos desvirtuar ese bautismo y rebajarlo a nada más que un chapuzón. Es que tenemos una notable capacidad para desvirtuar las cosas. Eso es lo que parece querer decir el Bautista a los fariseos y saduceos que acudieron a bautizarse. Creían que era suficiente cumplir con un rito. Pero la verdad es que un rito sólo es como un tronco sin raíces y sin frutos.
Pongamos un ejemplo: la señal de la cruz que hacemos sobre nosotros al persignarnos o al santiguarnos. ¿Qué queremos significar al hacernos esa señal? ¿Qué significa de suyo hacer ese signo sobre nosotros? Pueden ser muchas cosas: un deseo de vernos protegidos por ese signo poderoso que es la cruz de Cristo; o también: un deseo de conformar nuestros pensamientos con los pensamientos de Cristo (cuando nos signamos en la frente); un propósito de conformar nuestras palabras con las palabras de Cristo (cuando nos signamos en la boca); un deseo de conformar nuestros amores y voluntades con los amores y voluntades de Cristo (cuando nos signamos en el pecho); también podemos querer expresar nuestra disposición a abrazar la cruz en nuestra vida.
O pensad en otro gesto tan sencillo como un saludo. Si no ponemos en él algo de alma, es otro rito que se degrada en pura rutina. Pero el que sea un gesto habitual no tiene por qué convertirlo en un gesto vacío. Podemos decir “hola” y salir corriendo, o podemos saludar e interesarnos por la persona con la que nos hemos cruzado. Sólo si vivimos así los gestos que realizamos tienen éstos sentido. Sólo entonces la señal de la cruz será más que mímica, más que un garabato que trazamos sobre nuestro cuerpo. No nos engañamos a nosotros mismos ni engañamos a nadie. Es lo que dice Juan a esos hombres: «yo os bautizo con agua para que os convirtáis».
El hacha que corta los árboles de raíz tiene la misma función atribuida por Jesús a las tijeras que podan la vid y la liberan de ramas inútiles que la privan de la preciosa savia y la sofocan (cfr. Jn 15,2). Los árboles caídos y arrojados al fuego no son los hombres —a quienes Dios ama siempre como hijos— sino las raíces del mal, que están presentes en cada persona y en cada estructura y que deben ser destruidas para que no puedan ya más germinar (Mt 13,19). Los cortes son siempre dolorosos, pero aquellos realizados por Dios son providenciales: crean las condiciones para que surjan nuevas ramas, capaces de producir frutos abundantes.
Así pues, hermanos, no nos descuidemos. ¡Es tiempo de conversión! ¡El reino de los cielos está ahí: a la puerta! Dios viene a ti, y tú huyes de Él, pero la verdad es que estás huyendo de ti mismo. Dios está cerca, pero tú te alejas. No huyas tanto, que Dios corre más. Dios quiere entrar en tu casa y quedarse contigo. No te pide méritos, sino tu fe y tu hospitalidad. Abre confiadamente tus puertas a Dios. No temas, que Dios viene con agua, con fuego y con Espíritu. Es lo que necesitas para llenarte de vida. Déjate bañar por la misericordia de Dios, para convertirte en una persona nueva. Aprovecha la ocasión. El perdón sigue siendo gratis…"
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 6 de diciembre de 2025

ENVIADOS

 


En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».
(Mt 9,35-10,1.6-8)

Jesús se compadece de las muchedumbres. Los ve como ovejas sin pastor. Lo mismo podría decir de nuestra sociedad actual. Estamos desorientados, perdidos entre hechos, situaciones, noticias, propagandas...que nos enredan. Jesús manda sus discípulos a hacer de pastores. A curar...a luchar contra el mal.
Nosotros también somos sus seguidores, sus discípulos. Jesús también nos envía a cada uno de nosotros a cuidar de los demás. A ser pastores. Si hemos aceptado la Palabra, debemos compartirla. Y debemos curar y ayudar a todos los demás.

"El pasaje evangélico de hoy es un pequeño discurso misionero, con una rica introducción y algunas consignas de utilidad práctica. El comienzo de la narración empalma plenamente con el texto de Isaías que hemos leído y que podría llamarse la autopresentación de Yahvé como buen pastor. Él es el Dios que te acompaña y no permite que te extravíes, el Dios compasivo que no soporta que sufras, el que se conmueve con tu gemido, el que te da el alimento necesario. ¡Cuánta ligereza en muchos cristianos, que llegan a afirmar que no soportan al Dios del Antiguo Testamento! ¿Habrán leído algo de Isaías, de Oseas…? Isaías ofrece ya condensado el marco evangélico de la misión o envío, en él que es Jesús quien ve a Israel como un rebaño descarriado, ovejas sin pastor, se compadece y procura suscitar buenos pastores, en este caso los apóstoles – misioneros.
El evangelista escribe desde un contexto histórico avanzado, hacia la época final del Nuevo Testamento. La sinagoga y la Iglesia son ya entidades separadas; por eso dice que Jesús enseñaba en “sus” sinagogas, las de ellos, donde ya no hay espacio para los cristianos. Pero la Iglesia, nueva y definitiva sinagoga, lleva adelante los planes de Jesús, que son la puesta en acción de lo prometido por Isaías. Sus misioneros darán la buena noticia, aliviarán el sufrimiento humano, implantarán el reino siquiera de forma embrionaria… Ellos, la Iglesia, contemplarán y afrontarán, como Jesús, una tarea ímproba, pues “la mies es mucha”; según Lc 10,4, no podrán siquiera detenerse a saludar a quienes se les crucen en el camino, algo inconcebible en el mundo semita. Sin duda las Iglesias de Mateo y de Lucas se sienten acuciadas por una gran urgencia misionera; desaparecida ya de sus cálculos la parusía, se plantea la misión de dimensiones universales.
A los enviados se les encomienda un mensaje y un encargo que los supera inmensamente: anunciar y mostrar la presencia del Reino. Ellos no podrán resucitar muertos ni curar todas las dolencias; pero su talante será en todo momento el de portadores de vida e insufladores de ganas de vivir.
La mentalidad plenamente judía de este original evangelista se nota en la exclusividad de los enviados: de momento solo a Israel… Él conoce el orden trazado por Isaías en el establecimiento de la salvación: primero deberá “consolidarse” Israel, y seguidamente los paganos gozarán también de su luz y de su gloria: “estará firme el monte de la casa del Señor, hacia él confluirán las naciones… él nos instruirá y marcharemos por sus sendas” (Is 2,2; cf. Miq 4,1). Pero Mateo lo cuenta a su Iglesia: ella deberá vivir como verdadero pueblo mesiánico y ofrecer un resplandor contagioso, capaz de atraer a todos los pueblos y colmar sus aspiraciones, tal vez nunca formuladas, de participar también en los bienes divinos.
Y no olvidemos una última consigna de Jesús para sus mensajeros: la gratuidad. Con lo religioso no se trafica; S. Pablo contraponía su comportamiento al de quienes predicaban a sueldo: “no negociamos con la Palabra de Dios” (2Co 2,17). Solo la oferta desinteresada es creíble, también la de la fe, por supuesto."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 5 de diciembre de 2025

ÉL NOS HACE VER

 

Al salir Jesús de allí, dos ciegos le siguieron, gritando:
– ¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!
Cuando entró en la casa, los ciegos se le acercaron. Él les preguntó:
– ¿Creéis que puedo hacer esto?
– Sí, Señor – le contestaron.
Entonces Jesús les tocó los ojos y les dijo:
– Hágase conforme a la fe que tenéis.
Y recobraron la vista. Jesús les advirtió severamente:
– Procurad que nadie lo sepa.
Pero en cuanto salieron, contaron por toda aquella región lo que Jesús había hecho.
(Mt 9,27-31)

Si sabemos ver, veremos a Dios en todo y en todos; pero és Jesús quien debe hacernos ver. Él nos dará la vista. Por eso, como los dos ciegos del texto de hoy, debemos pedirle que se apiade de nosotros y nos dé la verdadera vista. La que nos permite verlo en el pobre, en el perseguido, en el inmigrante, en el enfermos...en todos.

"Era una de las esperanzas más repetidas en Israel (Is 29,19): en los días mesiánicos verían los ciegos. Jesús participaba de esa misma esperanza, y cuando unos discípulos del bautista le pregunten si han llegado ya los tiempos deseados, si es él realmente el mesías, remite inmediatamente a la curación de ceguera (Mt 11,5). La profecía de Isaías era así de clara: “sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos”.
Mateo concede en su evangelio un relieve especial a este signo del poder de Jesús; anticipándose a las curaciones marquinas del ciego de Betsaida y el de Jericó (cf. Mc 8,22ss; 10,46ss), nos ofrece esta curación de dos ciegos; la presenta como un cuadro sin marco: no tienen nombres, no se menciona el lugar… Más bien parece ser un relato de valor simbólico, quizá mera repetición-anticipación en abstracto de la curación de los dos ciegos que Jesús realizará al salir de Jericó hacia Jerusalén (Mt 20,29ss), texto en que Mateo magnifica el suceso: según Mc era un solo ciego, según Mt son dos.
Al evangelista le interesa mostrar cuanto antes que Jesús proporciona vista, para que los discípulos puedan percibir a quién siguen realmente. El milagro está narrado al lado de la cicatrización de la hemorroisa, la revivificación de la hija de Jairo, la curación de un sordomudo… Por eso el evangelista puede comentar, citando a Isaías 53,4, que el mesías “cargó con nuestras dolencias y llevó nuestras enfermedades” (Mt 8,17).
Un elemento llamativo de la narración, que no se encuentra en el lugar paralelo de los ciegos de Jericó, es la prohibición severa de dar publicidad a lo sucedido. Pero tal prohibición (que los estudiosos llaman “secreto mesiánico”) no es exclusiva de este milagro; también al leproso curado (Mt 8,4) se le prohíbe que cuente a nadie su curación. Al parecer, hablar del poder de Jesús cuando aún no está presente la perspectiva de su muerte en la máxima humillación podría desfigurar la auténtica imagen del mesías, que sería el mero triunfador, el admirado por sus éxitos, pero no el que entrega la vida. En cambio, cuando salen de Jericó hacia Jerusalén, ya está a la vista el lugar del rechazo, condena y patíbulo. Los ciegos curados ven ahora en profundidad y “le siguen”, se ponen en camino con Jesús y adoptan su estilo.
Nuestro pasaje evangélico termina diciendo que los ciegos curados, contra la prohibición de Jesús, se pusieron a divulgar por toda aquella región lo sucedido. Se anticipa lo que dirán los apóstoles ante sanedrín amenazante: “lo que hemos visto y oído no podemos menos de contarlo” (Hch 4,20); el evangelista enseña que quien ha sido tocado por el poder de Jesús siente la necesidad imperiosa de ser su testigo y mensajero.
Jesús exigirá a los curados el buen uso de la vista recuperada; deberán tener la mirada penetrante de fe y reflexión. En Mt 16,9s reprocha a los apóstoles: “¿todavía no entendéis, no caéis en la cuenta…?”; en Mc 8,18 se dice con más dureza: “¿Teniendo ojos no veis y teniendo orejas no oís?”. Sobre todo zaherirá la ceguera culpable de los endurecidos en su increencia: “Si fuerais ciegos no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste” (Jn 9,41). Preciosa confesión la del doctor de la Iglesia S. Henri Newman: “nunca he pecado contra la luz”."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 4 de diciembre de 2025

ESCUCHAR SU PALABRA

 


No todos los que me dicen ‘Señor, Señor’ entrarán en el reino de los cielos, sino solo los que hacen la voluntad de mi Padre celestial.

Todo el que oye mis palabras y hace caso a lo que digo es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos contra la casa; pero no cayó, porque tenía sus cimientos sobre la roca. Pero todo el que oye mis palabras y no hace caso a lo que digo, es como un tonto que construyó su casa sobre la arena. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos, y la casa se derrumbó. ¡Fue un completo desastre!
(Mt 7,21.24-27)

No se trata solamente de oir la Palabra, tenemos que escucharla. Es decir, meditarla y buscar la manera de ponerla en práctica. Esto es construir nuestra vida sobre roca. Construirla sobre su Palabra. Entonces nada podrá destruirnos y derribarnos.

"La vida humana podemos llevarla con consistencia y también a la ligera, de forma irresponsable; no nos viene mal la letra de la canción de los Panchos “se vive solamente una vez, hay que aprender a querer y a vivir”… antes de que “se aleje y nos deje llorando quimeras”. Por aquí podría orientarse nuestra meditación de hoy. La primera frase de Jesús hace eco inconfundible a un texto del profeta Jeremías; la mirada penetrante del profeta percibía en Israel la presencia de “creyentes poco comprometidos”, que daban por solucionados sus cometidos religiosos con solo la presencia del templo en medio de la ciudad santa: “Templo del Señor, Templo del Señor” (Jeremías 7,4). A estos, el profeta les advierte que lo que se requiere es la fe obediente a Yahvé: “Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones…” (Jr 7,5).
Probablemente el lenguaje encantador de Jesús encandiló momentáneamente a muchos contemporáneos suyos; los evangelios hablan con frecuencia del seguimiento multitudinario… “de Galilea, de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de Transjordania y de las zonas de Tiro y de Sidón” (Mc 3,7s). Pero también dejan constancia de que, en algún momento, la gente se marcha, considerando que el camino propuesto por Jesús no se corresponde plenamente con las aspiraciones de Israel en aquel momento: “Muchos de sus discípulos se echaron atrás, y ya no caminaban con él” (Jn 6, 66 [la verdadera causa no debe de ser la oferta del Pan de Vida; error de contexto]); Jesús tiene que preguntar incluso a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Esa será la triste realidad en el momento duro de Getsemaní: “abandonándole, huyeron todos” (Mc 14,50).
La crudeza de esa expresión suscita muchas preguntas. El seguimiento de Jesús hasta aquel momento, ¿estaba correctamente motivado? ¿debidamente arraigado? ¿Serían los apóstoles algo aventureros, dispuestos a estar con él mientras no surgiesen problemas mayores? ¿tendrían una fe apoyada solo en arena movediza?
La historia de la Iglesia es a la vez impresionante y decepcionante. Lo de los mártires supera el mero razonamiento humano; y son muchos miles… Hicieron suyo el Salmo 63,4: “tu amor vale más que la vida”. Pero la constatación opuesta es desoladora. ¿Cómo fue posible que la mayor parte del norte de África, en el siglo VII-VIII, se dejase arrastrar al fugaz paso de un vendaval islámico? ¿Qué sucedió en la Francia del siglo XVIII, que, partiendo de lo cristiano, produjo la antirreligiosidad de un Voltaire o un Diderot, y la Enciclopedia…? ¿Y en nuestro tiempo? Al parecer, más de la mitad de Alemania y de Inglaterra ya no es de bautizados; y los templos de España están vacíos, o en el mejor de los casos, frecuentados casi solo por inmigrantes latinoamericanos. Un vendaval de secularización ha producido lo que hace 70 años apenas podía imaginarse. ¿Íbamos a misa el domingo solo por salir de la monotonía cotidiana y mientras no llegase una “diversión” mejor? ¿Habrá sido la televisión, y hoy otros medios más tecnificados, quienes han quitado el sitio a la oración en familia, a la práctica religiosa de muchos…? ¿Qué profundidad tienen las raíces de sus convicciones de fe?
Para Jeremías “la Palabra de Dios era fuego en su carne, prendido en sus huesos, y él no podía apagarlo” (Jr 20,9). ¿Tenemos hoy una fe resistente a los últimos vientos?"
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)





miércoles, 3 de diciembre de 2025

¿QUÉ TENEMOS NOSOTROS?

 
 

Jesús, saliendo de allí, se fue a la orilla del lago de Galilea; luego subió al monte y se sentó. Mucha gente se reunió donde él estaba. Llevaban cojos, ciegos, mancos, mudos y otros muchos enfermos; los ponían a los pies de Jesús y él los sanaba. De modo que la gente estaba asombrada al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos veían. Y todos alababan al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
– Siento compasión de esta gente, porque ya hace tres días que están aquí conmigo y no tienen nada que comer. No quiero enviarlos en ayunas a sus casas, no sea que desfallezcan por el camino.
Sus discípulos le dijeron:
– Pero ¿cómo encontrar comida para tanta gente en un lugar como este, donde no vive nadie?
Jesús les preguntó:
– ¿Cuántos panes tenéis?
– Siete y unos pocos peces – le contestaron.
Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó en sus manos los siete panes y los peces y, habiendo dado gracias a Dios, los partió, se los dio a sus discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía llenaron siete canastas con los trozos sobrantes.

Cuando vemos necesidades en este mundo pedimos a Dios el remedio. Pero Él nos dice, como en la multiplicació, ¿qué tenéis vosotros?
Olvidamos que nosotros somos las manos de Dios en este mundo. Que Él actúa a través nuestro. Pero esto exige, que nosotros pongamos todo lo que tenemos. Es entonces cuando Dios puede actuar. Es através de nuestro amor que Él puede actuar.

"A pesar de ser siempre sorprendente, el Dios de que nos habla Jesús es el Dios de la coherencia, el que no puede negarse a sí mismo. En el libro de los Números, no muy leído en la liturgia, vemos a Moisés pidiendo a Yahvé “que la comunidad no quede como rebaño sin pastor” (Nm 27,17); y el profeta Zacarías viene a dar la respuesta: “El Señor de los ejércitos cuidará de su rebaño” (Zac 10,3). Como en algún otro momento, Jesús pudo decir a la multitud: “hoy se cumple esta Escritura entre vosotros”.
El evangelio se nos ofrece hoy como en dos piezas yuxtapuestas: un resumen generalizante sobre actividad terapéutica de Jesús y una anécdota bien individuada, la multiplicación de los panes. Ambas piezas se complementan en cuanto a mensaje: el Dios de que habla Jesús es el Dios de la vida, del amor, de la compasión. Así le habían barruntado los profetas en general: él aniquilaría la muerte, enjugaría las lágrimas de todos los ojos… Dios no soporta el sufrimiento humano. Desde Is 65,19, está Dios comprometido a que “no se oigan en Jerusalén gemidos ni llantos”.
Jesús, con diversos signos, va haciendo palpable el cumplimiento de ese compromiso del Padre. Cuando los enviados del Bautista le pregunten si es él el que tenía que venir (Mt 11,4s), los invita a observar lo que sucede y escuchar los rumores de la gente: “id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos vuelven a ver,  y los cojos andan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres reciben la buena noticia” (Mt 11,4s). Sin duda, el evangelista ha redondeado la historia de Jesús mediante el modelo isaiano, buscando la mejor correspondencia. Pero la actividad curativa de Jesús, sean cuales sean sus dimensiones, no puede ponerse en duda, pues sus mismos enemigos no fueron capaces de negarla; sencillamente buscaron una interpretación torcida: “la víspera de la pascua fue colgado Jesús por haber practicado la hechicería y haber seducido a Israel” (Talmud de Babilonia).
La alimentación milagrosa de una multitud no requiere mucho comentario, por sernos tan conocida. La Iglesia naciente la narró repetidas veces, quizá cada vez que celebraba la Cena del Señor; y por ello ambas narraciones llegaron a asemejarse: “Jesús pronunció la acción de gracias, tomó los panes, los partió y se los dio” (Mt 15,36 = 26,26).
En uno y otro caso, Jesús es la plena manifestación de Yahvé dando vida a su pueblo y curándole sus dolencias. Y la Iglesia hace constantemente su confesión de fe: donde está Jesús está la vida. Y lo completa con otros dichos de Jesús: “el que venga a mí no tendrá hambre ni sed” (Jn 6,35). ¡Qué pena que algunos pensadores hayan rechazado a Dios porque solo han visto en él al vigilante temible! Quizá los predicadores y teólogos no estemos exentos de culpa; no es atrayente el ritornelo del Gran Teatro del Mundo (Calderón de la Barca) “obrar bien, que Dios es Dios”. No va en la línea de vivir gozosamente la presencia y el apoyo del Dios amigo que acompaña siempre con ternura. Que no se nos escape; la multiplicación de los panes fue narrada siempre según el esquema del Éxodo: Dios guía a su pueblo por el desierto y socorre su hambre con el maná. Esa es nuestra Eucaristía, ese es nuestro vivir."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)