miércoles, 15 de octubre de 2025

SÓLO LA JUSTICIA Y EL AMOR IMPORTAN



¡Ay de vosotros, fariseos!, que separáis para Dios la décima parte de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres, pero no hacéis caso de la justicia y el amor a Dios. Esto es lo que se debe hacer, sin dejar de hacer lo otro.
¡Ay de vosotros, fariseos!, que deseáis los asientos de honor en las sinagogas y ser saludados con todo respeto en la calle.
¡Ay de vosotros, que sois como esas tumbas ocultas a la vista, que la gente pisotea sin darse cuenta!
Uno de los maestros de la ley le contestó entonces:
– Maestro, al decir esto nos ofendes también a nosotros.
Pero Jesús dijo:
– ¡Ay también de vosotros, maestros de la ley!, que cargáis a los demás con cargas insoportables y vosotros ni siquiera con un dedo queréis tocarlas.

Donde se celebra la misa propia de Santa Teresa el evangelio que se proclama es el de Mateo sobre los sencillos y humildes de corazón, que comentamos no hace mucho. Por eso he colocado el que corresponde al miércoles de la semana XXVIII del ciclo C.
Jesús proclama las bienaventuranzas. Uno de los puntos centrales del evangelio. Aquí les dice a los fariseos que su actitud es precisamente la contraria. Les dice que lo importante es la Justicia y el Amor. Y aquí podemos enlazar con el otro evangelio, en que nos dice que son los sencillos y los humildes los que entienden esto. Teresa es modelo de humildad y sencillez.

"Hoy celebramos la memoria, fiesta, solemnidad (depende de los lugares, naciones y diócesis) de santa Teresa de Jesús. Una santa, una reformadora, una mujer que no se quedó en casa, dedicada a sus labores, como era la norma para la mayoría de las mujeres de la época. Es verdad que entró en un monasterio de clausura pero eso no significó ni que se quedase callada ni que se quedase quieta. Su reforma de la vida de las monjas carmelitas tuvo tal trascendencia que llegó a imponerse incluso en la rama masculina de la orden: los carmelitas descalzos. Y no eran tiempos fáciles ni para hombres ni para mujeres que la Santa Inquisición andaba continuamente a la búsqueda de herejes y desviacionistas para juzgarles y, si era posible, condenarlos. Pero esos temores no detuvieron a la monja andariega que no hacía más que fundar “palomarcicos” donde grupos pequeños de mujeres pudiesen vivir su vocación de una manera sencilla y con fidelidad al carisma fundacional de la orden y que no se pareciesen a esos monasterios que habían sido ocupados por las señoras de la nobleza como su lugar de retiro y vida tranquila.
Hoy en la Iglesia sigue haciendo falta hombres y mujeres como Teresa de Ávila: intrépidos, valientes, decididos, que no se dejen asustar por los que parece que mandan ni en la Iglesia ni en el mundo, pero que a veces son muy prudentes y más veces aún poco fieles al Evangelio.
Hoy en la Iglesia siguen haciendo falta hombres y mujeres que se tomen en serio el Evangelio y que sepan ir más allá de tradiciones y rutinas para volver a lo que en el Evangelio es esencial: el Reino, la fraternidad, la justicia, el cuidado de los hermanos y hermanas. Quizá nosotros no seamos ese tipo de gente pero, por lo menos, que no pongamos trabas a los que cerca o lejos se dejan la piel para hacer vida y presencia el mensaje de la buena nueva en nuestro mundo."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 14 de octubre de 2025

ACTUAR CON HONESTIDAD

  

Cuando Jesús dejó de hablar, un fariseo le invitó a comer en su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. Y como el fariseo se extrañase al ver que no había cumplido con el rito de lavarse las manos antes de comer, el Señor le dijo:
– Vosotros los fariseos limpiáis por fuera el vaso y el plato, pero por dentro estáis llenos de lo que habéis obtenido mediante el robo y la maldad. ¡Necios!, ¿no sabéis que el que hizo lo de fuera hizo también lo de dentro? Dad vuestras limosnas de lo que está dentro y así todo quedará limpio.
(Lc 11,37-41)

Nos dejamos llevar por las apariencias. Y Jesús nos dice que lo importante está en el interior. Pero también nos dice que debemos dar de lo que está dentro del plato: alimentar al que no tiene. Cada vez que bendecimos en mi Comunidad la mesa al principio de las comidas pienso lo mismo. Decimos entre otras cosas: ...da pan al que no tiene". Esto se lo pedimos a Jesús. Yo oigo en mi interior una voz que me dice: "...dáselo tu, que eres mis manos en esta tierra." 
Nuestra bendición de la mesa es un rito como el lavarse las manos lo era en Israel. No tiene valor si no se traduce en la entrega, en el Amor, en la ayuda al otro.

"En el texto evangélico de hoy subrayaría dos cosas. La primera es la gran libertad con que vive y actúa Jesús. Está claro que no se casa con nadie y que no se deja llevar por respetos humanos ni falsas diplomacias. No era precisamente “prudente” cuando se trataba de hablar con la gente que le escuchaba. No era de los que querían ganar amigos a cualquier costa. Más bien, lo contrario. Está claro que por días como éste del texto de hoy terminó como terminó: en la cruz y más solo que la una. Pero Jesús no se arrugaba ante las dificultades. Ni le asustaban las consecuencias negativas que podían provocar su dar testimonio de la verdad. La libertad es el gran don que Dios nos ha regalado a cada uno de nosotros, un verdadero tesoro. En nuestras manos está el hacer de ella un pilar de nuestra personalidad o derrocharla y malgastarla por adaptarnos a los demás, por decir siempre lo que se espera que digamos, por intentar más ser apreciados por los demás que por ser testigos del reino.
Desde ahí, creo que se entiende muy bien lo segundo que quería subrayar. Nuestra relación con los demás, igual que nuestra relación con Dios, tiene que ir más allá de las formas, de cumplir apenas una serie de normas “sociales”, “establecidas”, “aceptadas por todos”. Tiene que ser una relación desde el corazón, desde el convencimiento personal de lo que debemos hacer. Jesús le critica al mundo fariseo que su relación con Dios se basa en el cumplimiento detallado y minucioso de unas normas formales, externas, pero que no llegan al corazón. Lavarse las manos antes de comer (para los fariseos), ir a misa los domingos (para los cristianos), no tiene mucho sentido si en nuestro corazón anida el odio, la venganza, la envidia. No tiene sentido si despreciamos a los hermanos que no piensan como nosotros, que no sienten como nosotros, que no hablan nuestra lengua o que son de otro equipo,  país, religión, partido político, etc.
Desde el corazón, sintiéndonos hijos e hijas de Dios, viviremos libres para anunciar la buena nueva del Reino, la de que tenemos que construir entre todos un mundo más fraterno y mejor. Un mundo como Dios quiere."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 13 de octubre de 2025

VER LOS SIGNOS

  


La multitud seguía juntándose alrededor de Jesús, y él comenzó a decirles:
– La gente de este tiempo es malvada. Pide una señal milagrosa, pero no se le dará otra señal que la de Jonás. Porque así como Jonás fue señal para la gente de Nínive, así también el Hijo del hombre será señal para la gente de este tiempo. En el día del juicio, cuando se juzgue a la gente de este tiempo, la reina del Sur se levantará y la condenará; porque ella vino de lo más lejano de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y lo que hay aquí es más que Salomón. También los habitantes de Nínive se levantarán en el día del juicio, cuando se juzgue a la gente de este tiempo, y la condenarán; porque los de Nínive se convirtieron a Dios cuando oyeron el mensaje de Jonás, y lo que hay aquí es más que Jonás.
(Lc 11,29-32)

En realidad todos pedimos signos. Pero estamos rodeados de ellos. Nos falta saber verlos. Hemos de mirar la vida con ojos sencillos y puros. Entonces veremos que estamos rodeados de Dios, que está en nuestro interior.

"Cuando nos hablan de signos solemos pensar en cosas maravillosas: una estrella atravesando el cielo, curaciones milagrosas, etc. Posiblemente era a ese tipo de signos a los que se referían los que rodeaban a Jesús. Y precisamente no era en ese tipo de signos en los que estaba pensando Jesús. Él mismo es el signo, el gran signo, el que habla de la presencia de Dios en nuestro mundo, el que marca el comienzo del reino. Ni estrellas cayendo del cielo ni cosas parecidas. El gran signo es un hombre, Jesús, que se acerca a los pobres, que camina con todos, que habla de Dios Padre, que hace de su vida un testimonio de la misericordia de del Padre para con todos, especialmente para con los más abandonados, marginados, oprimidos…
Pero lo malo de los signos es que siempre son ambiguos. Dependen de la interpretación, del punto de vista, del modo de mirarlos. Los milagros que hacía Jesús para unos eran signo de la presencia y acción de Dios. Otros pensaban que Jesús hacía esos milagro por el poder de Belzebú (cf. MT 12,24).
Hoy también hay muchos signos. Depende de los ojos que miran, del corazón que los acoge. Incluso hay signos negativos ¿No es un signo que las guerras sigan en nuestro mundo y que no consigan nunca arreglar nada sino, generalmente, empeorar las situaciones? ¿No sería lo más lógico e inteligente desechar la guerra como posible solución a nuestros problemas? Y, sin embargo, seguimos yendo a la guerra y armando ejércitos pensando que es necesario.
Hay muchos más signos positivos. Cercanos y lejanos. Dejo al lector que piense un poco en cuáles pueden ser esos signos. Claro que verlos y aceptarlos como signos dependerá, inevitablemente, de los ojos y las intenciones con que se miren. Tendríamos que pedir en nuestra oración que Dios nos regale unas gafas bien regladas para que podamos distinguir esos signos que nos confirmen en la fe y que nos ayuden a seguir trabajando en favor del reino, de la fraternidad y la justicia."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 12 de octubre de 2025

AGRADECER



 En su camino a Jerusalén, pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea. Al llegar a cierta aldea le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, que desde lejos gritaban:
– ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Al verlos, Jesús les dijo:
– Id a presentaros a los sacerdotes.
Mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad. Uno de ellos, al verse sanado, regresó alabando a Dios a grandes voces, y se inclinó hasta el suelo ante Jesús para darle las gracias. Este hombre era de Samaria. Jesús dijo:
– ¿Acaso no son diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?
Y dijo al hombre:
Levántate y vete. Por tu fe has sido sanado.
(Lc 17,11-19)

Los nueve volvieron al templo y quedaron curados; pero sólo el samaritano, que volvió a dar las gracias, quedó salvado. Cada día debemos agradecer los muchos dones que recibimos constantemente de Jesús. No deberíamos irnos a dormir sin agradecer. 

"(...) Los diez protagonistas del Evangelio de hoy se quedan a distancia, y en grupo le piden al Señor que tenga compasión de ellos. Juntos saben que pueden hacer más fuerza. “Ten piedad de nosotros”. Seguramente, esperaban alguna limosna, que les permitiera vivir un poquito mejor. Pero reciben algo insospechado, que no podían ni imaginarse: la curación. Eso sí, una curación a cámara lenta, no inmediata. Quizá para que, mientras van andando, puedan caer en la cuenta de lo que les está pasando.
De los diez leprosos, sólo uno vuelve para dar gracias a Dios. Dice algún autor que la elección del número diez no es casual. El número diez indica la perfección, la totalidad. Los leprosos del evangelio representan, por lo tanto, a toda la gente, la humanidad entera lejos de Dios. Con esa cifra, Lucas nos está diciendo que todos, judíos y samaritanos, somos leprosos y necesitamos encontrar a Jesús. Nadie es puro; todos llevamos en nuestra piel los signos de muerte que solo la Palabra de Cristo puede curar. Por eso tenemos que confiar, pedir y después de andar el camino, ser capaces de escuchar, como el samaritano, que “tu fe te ha salvado”.
Revisemos, entonces, nuestra capacidad de pedir y de dar; de poner en la balanza lo que pedimos a los demás y lo que damos a los demás; revisar también si somos capaces de dar gracias a Dios por todo lo que Él hace por nosotros, desde conservarnos la vida hasta poder celebrar la Eucaristía, el alimento, los amigos, la familia… Es bueno que, de vez en cuando, caigamos en la cuenta de que todo lo recibimos de Dios, y le demos gracias.
Ojalá nuestra oración tenga en cuenta este aspecto, y seamos buenos hijos, agradecidos. Decir gracias no cuesta nada y alegra a los otros. Y si somos capaces de hacer la vida más fácil a los demás, entonces estaremos construyendo el Reino de Dios. Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no sólo respetar a los demás, sino la de ser agradecidos y saber procurar el bien de todos, como a hermanos nuestros, hijos de un mismo Dios y Padre. Amén."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 11 de octubre de 2025

ESCUCHAR Y SEGUIR SU PALABRA

  


Mientras Jesús decía estas cosas, una mujer gritó de en medio de la gente:
– ¡Dichosa la mujer que te dio a luz y te crio!
Él contestó:
– ¡Dichosos más bien los que escuchan el mensaje de Dios y le obedecen!
(Lc 11,27-28)

Para Jesús lo importante es escuchar su Palabra y seguirla. (Cosa que naturalmente hizo su Madre). Jesús nos quiere decir que, por encima de las circunstancias de la vida, lo que importa es seguirlo.

"Es muy natural y muy humana la exclamación de aquella oyente de Jesús. Su palabra embelesadora pudo hacer surgir en algunas madres una santa envidia: “¡cómo me gustaría que mi hijo llegase a parecerse a este profeta!”.
Pero la relación de Jesús con sus parientes no fue idílica o libre de tensiones. Todo nos lleva a la convicción de que Jesús, llegado a la mayoría de edad, abandonó el hogar paterno y emprendió un género de vida extraño. No se buscó una buena esposa para llevarla a casa de sus padres, ni un empleo que le garantizase una vida digna. Por el contrario, emprendió un estilo de vida itinerante y lleno de riesgos, no con parientes sino con amigos, o potenciales colaboradores en su tarea profética de anunciar y visibilizar la llegada del Reino. Sin posesiones, ni familia de sangre, ni seguridad en su caminar cotidiano: “el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,58).
Esto puede verse como un heroísmo, un acto de gran libertad, pero también como una vida sencillamente excéntrica. Es muy crudo el texto de Mc 3,21: “llegaron los suyos dispuestos a echarle mano, porque decían que no estaba en sus cabales”. Un cierto “pudor espiritual” llevó a Mateo y Lucas a omitir esta afirmación de Marcos; pero el texto de Jn 7,5, “sus parientes no creían en él”, nos cerciora respecto de esta realidad familiar.
En la tradición sinóptica, con diversos matices según cada evangelio, nos encontramos con María y los parientes de Jesús mandándole llamar “desde fuera”  (Mc 3,31 par). Y Jesús no se acerca a darles una respuesta personal o siquiera un saludo, sino que les envía un mensaje indirectamente, como por tercera persona; pareciera que él y ellos siguen caminos paralelos. Tal vez la historia de fondo sea la misma de Mc 3,21: no le ven muy “en sus cabales”, quizá desearían hacerle modificar la ruta, el estilo de vida…
Con este trasfondo, no es extraño que Jesús minusvalore el parentesco de la sangre, que de hecho no ha servido para hacer de su familia un grupo de creyentes entusiasmados por él. Jesús se aplicó, quizá más de una vez, el dicho de la incomprensión: un profeta carece de prestigio entre los suyos (Mc 6,4 par; Jn 4,44).
La pobre mujer que, en el evangelio de hoy, pretendió ensalzar a la madre de Jesús debió de quedarse a cuadros con la respuesta recibida. Pero también consolada por el nuevo “parentesco” de que el maestro le habló: ella podía tener una cercanía a Jesús superior a la de los familiares carnales. Fue la gran oferta para ella y lo sigue siendo para nosotros: si somos oyentes y acogedores de la Palabra, pertenecemos a la familia de Jesús más estrecha y dichosa. Y, por supuesto, el evangelista deja a María a buen recaudo, pues, capítulos atrás, la ha presentado ya como “la que guarda la Palabra y la medita en el corazón” (Lc 2,19)."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 10 de octubre de 2025

EL BIEN Y EL MAL


Aunque algunos dijeron:
– Beelzebú, el jefe de los demonios, es quien ha dado a este hombre poder para expulsarlos.
Otros, para tenderle una trampa, le pidieron una señal milagrosa del cielo. Pero él, que sabía lo que estaban pensando, les dijo:
– Todo país dividido en bandos enemigos se destruye a sí mismo, y sus casas se derrumban una tras otra. Así también, si Satanás se divide contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su poder? Digo esto porque afirmáis que yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú. Pues si yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú, ¿quién da a vuestros seguidores el poder para expulsarlos? Por eso, ellos mismos demuestran que estáis equivocados. Pero si yo expulso a los demonios por el poder de Dios, es que el reino de Dios ya ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado cuida de su casa, lo que guarda en ella está seguro. Pero si otro más fuerte que él llega y le vence, le quita las armas en las que confiaba y reparte sus bienes como botín.
El que no está conmigo está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama.
Cuando un espíritu impuro sale de un hombre, anda por lugares desiertos en busca de descanso; pero, no encontrándolo, piensa: 'Regresaré a mi casa, de donde salí.' Al llegar, encuentra la casa barrida y arreglada. Entonces va y reúne otros siete espíritus peores que él y todos juntos se meten a vivir en aquel hombre, que al final queda peor que al principio.
(Lc 11,15.26)

El bien y el mal está en lucha. Y nos puede ocurrir, como a los judíos del tiempo de Jesús que creamos que es el mal quien vence al mal y no darle ningún valor a hacer el bien. Si estamos con Jesús venceremos al mal. Esta debe ser nuestra seguridad.

"Un pasaje del Talmud, especie de enciclopedia judía quizá del siglo V, que recoge tradiciones mucho más antiguas, dice que Jesús “fue colgado por haber practicado la hechicería y haber seducido a Israel”. Es indudablemente la versión no creyente de lo que hoy nos ofrece el evangelio, donde una curación psíquica realizada por Jesús es interpretada como un acto de magia o de uso de poderes diabólicos. Aquellos críticos no parecen bienintencionados, sino personas endurecidas frente al mensaje novedoso de Jesús; para no enmendar sus vidas o modificar criterios recurren a la descalificación del maestro. Poco nos importa la naturaleza precisa del hecho; lo que cuenta es el reproche evangélico a la cerrazón, a la instalación de quien no quiere dejarse interpelar y prefiere interpretar lo que ve, lo que no puede negar, como obra del maligno
No vale la pena detenerse en las dificultades del pasaje evangélico, impregnado por el pensamiento mítico de la época. El mundo, y cada hombre, es considerado por entonces como un campo en disputa; pretenden ocuparlo Jesús y el maligno o los poderes diabólicos. En un lenguaje kerigmático muy discreto, Jesús se designa a sí mismo como uno “más fuerte”; es otra forma de habla del Reino de Dios que se implanta derrotando al simplemente “fuerte”; buena noticia. Pero sigue una enérgica llamada de atención: la casa ocupada por “el más fuerte” no está libre de caer de nuevo en manos del “fuerte”, del anterior dueño; sería una lamentable recaída espiritual.
Jesús habló en algún momento de seguidores que se arrepintieron de la decisión tomada; después de haber puesto la mano en el arado volvieron la vista (Lc 9,62); otros podrían estar pasando por la misma tentación. Y en la Iglesia lucana, ya alejada de los orígenes y que prevé una larga duración en el tiempo, sin parusía a la vista, puede enfriarse el entusiasmo por el “más fuerte” que había llegado y abrirse la puerta al ocupante anterior. Sería una apostasía, que Jesús equivale a caer bajo el poder de siete demonios.
Hace ahora un siglo, los desmitificadores del Nuevo Testamento suponían que, según aquella imagen del mundo, no había espacio para la responsabilidad del hombre, mero juguete de las potencias celestiales o infernales, sin libertad propia. Pero, según este pasaje evangélico, la mentalidad de Jesús no era esa. Él apelaba a la decisión de cada uno, a que considerase qué estaba haciendo con la propia vida. Lucas lo ha expresado bien introduciendo entre las dos extrañas parábolas el dicho sobre estar con Jesús o contra Jesús. Cada uno de nosotros somos cuestionados hoy: ¿a quién hemos abierto nuestra casa? ¿a Jesús, el “más fuerte”, o al primer seductor o engañador que se ha presentado, y que puede tener tantos nombres? Y somos invitados a la vigilancia, para evitar toda “recaída” en nuestro caminar en la fe."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad redonda)

jueves, 9 de octubre de 2025

PEDIR A DIOS


 También les dijo Jesús:
– Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: 'Amigo, préstame tres panes, porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que ofrecerle.' Sin duda, aquel le contestará desde dentro: '¡No me molestes! La puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte nada.' Pues bien, os digo que aunque no se levante a dárselo por ser su amigo, se levantará por serle importuno y le dará cuanto necesite. Por esto os digo: Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le abre.
¿Acaso algún padre entre vosotros sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado? ¿O de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!

Dios nos ama como un Padre. Por eso hemos de pedir confiadamente, teniendo por seguro que nos concederá lo que más nos sea mejor para nosotros. Y hoy Jesús nos dice que nos dará el Espíritu Santo. Es decir. el Amor, el espíritu de entrega y la sabiduría para comprender su Palabra. No dejemos de pedírselo cada día.

"Los antiguos catecismos infantiles tenían un parrafito que parecía orientado a explicar el evangelio de hoy. Se preguntaba al niño si Dios oye siempre nuestras oraciones, y se le ofrecía una respuesta positiva pero con un matiz: Dios nos escucha siempre pero quizá no nos da exactamente lo que hemos pedido, sino que “nos concede lo que es más conveniente para nuestra salvación”.
El evangelista Lucas, después de presentar la oración enseñada por Jesús, parece salir al paso de quienes no estén muy seguros de que Dios los va a escuchar; y, para demostrarles que sí, les ofrece una parábola, la del vecino impertinente, y unas consideraciones sobre el modo de actuar de un padre cariñoso con sus hijos. En medio van las afirmaciones radicales sobre el actuar de Dios: unas frases en pasiva y sin sujeto explícito, con el característico respeto judío al nombre de Dios, que debemos entender como “Dios os dará, Dios os ayudará a encontrar, Dios os abrirá la puerta”.
El modo de hablar de Jesús era a veces sorprendente, de entrada casi escandaloso. Aquí comienza comparando a Dios con un hombre que, ante la petición de un amigo, se muestra remolón, y luego con otros “que son malos”; pero el uno y los otros acaban haciendo el bien. La aplicación se concentra en las palabras “cuánto más”. Dado que Dios no es malo ni remolón, su generosidad superará con creces los ejemplos presentados.
Pero el evangelista tiene una curiosa conclusión: de lo que el orante puede estar seguro es de que Dios desea darle el Espíritu Santo; este es el gran don que conviene pedir a Dios y que Dios, “vuestro Padre del cielo”, está siempre dispuesto a daros.
El catecismo tenía el rasgo de discreción que hemos mencionado: no decía que Dios conceda lo que se le pida, sino lo conveniente a nuestra salvación. La oración no puede ser nunca una manipulación de Dios, ni un intento de imponerle nuestro criterio; el buen orante expone ante Dios su inquietud y seguidamente le deja en libertad para que responda o reaccione como quiera; el buen orante es dócil, disponible y de buen conformar. Por ahí corre un whatsapp en el que se ofrecen unas supuestas respuestas de Dios al orante: “tengo para ti algo mejor”, “para eso que pides todavía no es el momento”… El salmista lo dice en términos certeros: “por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando” (Salmo 5,4).
En especial sintonía con la discreción lucana en cuanto a lo que a Dios podamos pedir encontramos una sabrosa enseñanza de S. Pablo: “nosotros no sabemos orar como conviene; pero el Espíritu viene en nuestra ayuda…” (Rm 8,26). Orar es una actividad nuestra, la más sublime, pero quizá sea en mayor medida un escuchar, y dejarse conducir."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)