viernes, 1 de noviembre de 2019

LLAMADA A LA SANTIDAD


"Al ver la multitud, Jesús subió al monte y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y él comenzó a enseñarles diciendo:
- Dichosos los que reconocen su pobreza espiritual, porque suyo es el reino de los cielos. 
Dichosos los que sufren, porque serán consolados. 
Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra que Dios les ha prometido. 
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán satisfechos. 
Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos.
Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos.
Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo, porque suyo es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros, cuando la gente os insulte y os maltrate, y cuando por causa mía digan contra vosotros toda clase de mentiras. ¡Alegraos, estad contentos, porque en el cielo tenéis preparada una gran recompensa!


"En el Evangelio, las bienaventuranzas comparten la misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sólo el rito de la simple religión humana: el amor, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, asumir la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino... Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «cat-hólico»...
Si a propósito de la festividad de Todos los Santos la liturgia nos ofrece el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad universal (y supra-religional, simple y profundamente humana); y carta de navegación de nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el día-a-día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.
En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero, que lo admiraba mucho; a la mística Teresa con el incomparable místico Ibn Arabí; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!»)... La manera de cambiar la vieja mentalidad «tribal», que tanto nos ha afectado en nuestra concepción de santidad, es practicarla, conversarla, celebrarla y manifestarla...
Dentro de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, con su “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se reconocía que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, que se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares como que se les consideraba de alguna manera dispensados de la obligación de tender a la santidad." 

1 comentario:

  1. "Al ver la multitud, Jesús subió al monte y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y él comenzó a enseñarles diciendo:
    - Dichosos los que reconocen su pobreza espiritual, porque suyo es el reino de los cielos.
    Dichosos los que sufren, porque serán consolados.
    Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra que Dios les ha prometido.
    Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán satisfechos.
    Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos.
    Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios.
    Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos.
    Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo, porque suyo es el reino de los cielos.
    Dichosos vosotros, cuando la gente os insulte y os maltrate, y cuando por causa mía digan contra vosotros toda clase de mentiras. ¡Alegraos, estad contentos, porque en el cielo tenéis preparada una gran recompensa!

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