sábado, 18 de febrero de 2023

EL VERDADERO SEGUIMIENTO

 


En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: "Éste es mi Hijo amado; escuchadlo." De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos." Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de "resucitar de entre los muertos". Le preguntaron: "¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?" Les contestó él: "Elías vendrá primero y lo restablecerá todo. Ahora, ¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que Elías ya ha venido, y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito.

"Jesús había comenzado a enseñarles a sus discípulos lo que significaba ser seguidores suyos. Tras advertirles que pronto tendría que morir, pero que luego resucitaría (Marcos 8, 31), Jesús llamó a Pedro, Santiago y Juan y les ofreció una visión de la gloria venidera.
El anuncio de su Pasión, Muerte y Resurrección había dejado perplejos y preocupados a los discípulos, totalmente desorientados y desanimados; por eso, les hizo presenciar su Transfiguración, porque la visión de la divinidad les daba una fugaz muestra del Reino celestial. Así es como en la Transfiguración, Cristo anticipa la victoria después de la cruz. También les quiere dejar claro que la traición, y  el sufrimiento que esta genera, no tienen la última palabra. Se trata de hacerles ver que el desenlace de la pasión no está en la oscuridad, sino en el esplendor dela victoria pascual. Es la interpretación diacrónica, es como una contraposición de la cruz, al milagro de la transfiguración.
Ese momento, que debió de quedar para siempre grabado en el recuerdo de los tres discípulos que tuvieron ocasión de presenciarlo, se encuentra a mitad de camino entre los inicios del ministerio de Cristo en Galilea y su patético desenlace en Jerusalén. En Galilea abundaron los aplausos y las aclamaciones; en Jerusalén abundaron los insultos y las bofetadas; en medio de ellos, el monte de la transfiguración es como un balcón magnífico para ser testigos de la grandeza del misterio de Cristo y sobre todo para escucharlo, como nos dice la voz del Padre.
Para entender este imperativo hay que centrar la atención en las palabras que el Padre Dios dice de Jesús: “Éste es mi hijo querido. Escúchenlo”. La voz que sale de la nube clarifica que ya no es Moisés ni tampoco Elías quienes revelan el designio amoroso del Padre. Es el hijo, el único autorizado delante de Dios. Pedro quiere quedarse con la experiencia externa, y como muchos de nosotros, quiere quedarse con lo individualista de ésta experiencia.
La tentación permanente del cristiano es quedarse con lo intimista del seguimiento de Jesús, sin implicaciones sociales, pero seguir a Jesús es asumir su vida, su obra y la radicalidad de su opción. El imperativo es escucharle, obedecerle y seguirlo hasta las últimas consecuencias.
¿Estamos dispuestos?" (Ciudad Redonda)

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