viernes, 4 de febrero de 2022

EL FINAL DE JUAN

 




En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: "Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él." Otros decían: "Es Elías." Otros: "Es un profeta como los antiguos." Herodes, al oírlo, decía: "Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado." Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano.
Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras, que te lo doy." Y le juró: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino." Ella salió a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?" La madre le contestó: "La cabeza de Juan, el Bautista." Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: "Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista." El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.


"René Girard, antropólogo cultural, habla de que nuestros deseos son imitativos: Como no tenemos ni idea de qué desear, copiamos el deseo de los demás y acabamos en un lío. La hija de Herodías no tiene ni idea de qué pedir. Así que corre a su madre, toma prestado el deseo de su madre, ¡y se queda con la cabeza sangrando! Nos retorcemos ante su estúpida elección tanto como lamentamos la pérdida de la cabeza de Juan. ¿Pero no somos nosotros también imitadores? Cuando Dios se ofrece a cumplir nuestros más grandes deseos "¿Cuánto más dará el Padre celestial el Espíritu Santo a los que se lo pidan? " Lc 11,13) acabamos mirando a los que están a nuestra izquierda y derecha, copiamos sus deseos y pedimos: "Señor, dame un coche; un trabajo; mucho dinero; 15 minutos de fama". ¡Qué vergüenza! ¡Qué desperdicio de la oportunidad de una vida!" (Ciudad Redonda)

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