Al día siguiente, la gente que permanecía en la otra orilla del lago advirtió que los discípulos se habían ido en la única barca que allí había, y que Jesús no iba con ellos. Mientras tanto, otras barcas llegaron de la ciudad de Tiberias a un lugar cerca de donde habían comido el pan después de que el Señor diera gracias. Así que, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron:
– Maestro, ¿cuándo has venido aquí?
Jesús les dijo:
– Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Esta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.
Le preguntaron:
– ¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?
Jesús les contestó:
– La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.
Debemos buscar a Jesús. Pero normalmente lo buscamos, como hicieron los judíos, para pedirle cosas materiales: salud, que la vida nos sonría, que todo nos salga bien...
Debemos bus car a Jesús porque Él es el camino que nos lleva a Dios. Debemos creer en Él, y eso supone seguirle, imitarle. Entregarnos como Él se entregó. Amar como el amó.
"La gente busca a Jesús. Han comido gratis. Han comido en abundancia. Si pensamos que la época era de mucha pobreza para la mayoría de la población, es normal que aquellas personas buscasen a Jesús. Les prometía la vida. Si no era la vida en plenitud, era al menos uno que les hacía un poco más fácil la supervivencia. Y eso es una razón suficiente. Incluso hoy tendríamos que pensar en las muchas personas de nuestro mundo, seguro que unos cuantos millones, para los que la vida es apenas conseguir lo suficiente para llegar a mañana, para sobrevivir. Nada más. Esto ya nos tendría que hacer pensar.
Pero, cuando al final encuentran a Jesús, se produce un diálogo un poco extraño. No saben cómo ha podido llegar Jesús al otro lado del lago. Eso les extraña. Más extraña es la respuesta de Jesús. Sabe que le buscan porque han comido, porque, dicho en español campechano, “porque han llenado la andorga”. Y lo que él quiere es que vean un poco más allá del hecho material de comer. Lo que él hizo al darles de comer, al multiplicar los panes y los peces, fue algo más que un simple reparto de alimentos. Quería ser un signo de otro alimento mayor y más importante. Un alimento que no hace falta buscar todos los días sino que nos da la vida plena, la que no se acaba, la Vida con mayúsculas. Y Jesús es el que dará ese alimento.
Comienza aquí un discurso sobre la Eucaristía, esa realidad/rito/sacramento/celebración, que es el centro de la vida de la Iglesia, que expresa su más profundo ser y que es, al mismo tiempo, como un diamante con múltiples facetas, que lo miremos por donde lo miremos siempre contiene una riqueza y una belleza que nunca se agota. Vamos a tener que estar muy atentos a los evangelios de los próximos días. Nos invitarán a meditar y reflexionar en la Eucaristía, aunque, como es obvio, sin agotar toda su riqueza, porque es prácticamente imposible. Un aviso: hay que leer esos evangelios y hay que mirar la eucaristía con ojos de fe. Hay que creer en el que Dios ha enviado para poder contemplar y descubrir la riqueza insondable de cada eucaristía."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)
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