Yo os amo como el Padre me ama a mí; permaneced, pues, en el amor que os tengo. Si obedecéis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os hablo así para que os alegréis conmigo y vuestra alegría sea completa. Mi mandamiento es este: Que os améis unos a otros como yo os he amado. No hay amor más grande que el que a uno le lleva a dar la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho. Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os he escogido a vosotros y os he encargado que vayáis y deis mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. Esto es, pues, lo que os mando: Que os améis unos a otros.
Jesús nos da un mandamiento: el Amor. Para Jesús toda la Ley se resume en Amar. Amar significa verlo a Él en todo y en todos. Es entregarnos totalmente como hizo Él. Amar es hacernos uno con todos. Amar es transformarlo todo. Y Amar, palabra que usamos con demasiada facilidad, no es fácil. Todos tendemos en pensar primero en nosotros, en buscar nuestro beneficio, en mirarnos el ombligo como popularmente se dice. El día que realmente sepamos Amar, intentemos, por encima de todo, Amar, el Reino ya estará aquí.
"“Permanecer” es un verbo que parece difícil conjugar con el estilo de vida contemporáneo. ¿Se puede permanecer en un trabajo durante mucho tiempo? ¿Permanece contra viento y marea una relación de amistad? ¿Puede permanecer una promesa dada frente a las adversidades? ¿Permanecen los compromisos políticos con el electorado sobre los intereses partidistas? ¿Permanece el “sí, te quiero” para siempre? O ¿todo depende?
Necesitamos “permanecer” en medio del viaje de nuestra existencia, porque la permanencia nos da estabilidad, seguridad y confianza. Tres veces nos dice hoy Jesús “permaneced en mi amor”. El evangelista utiliza la forma imperativa, por lo que no es un consejo, sino una orden. De alguna forma nos está diciendo no seáis tontos y hacedme caso, permaneced. La permanencia en el amor de Dios nos da “alegría, plenitud”, nos dice Jesús, “amistad” con Él. Es una invitación a dejarse amar por Él porque necesitamos permanecer en el amor de Dios para vivir. Es su amor el que nos hace amigos y no siervos.
Lo que ocurre es que al corazón humano le gusta jugar, ir y venir de vez en cuando, y le cuesta permanecer; ninguno de nosotros somos siempre fieles a nuestros compromisos y, cuando esto ocurre, nos damos cuenta de nuestro extravío y volvemos a buscar la estabilidad que nuestro corazón necesita porque no podemos sostenernos en el vacío. Jesús comprende muy bien nuestra debilidad y por ello insiste: “permaneced en mi amor”.
Cuando Judas sintió con tristeza que su corazón había traicionado a Aquel que lo amaba, no buscó la vuelta al Amor primero a través de la humildad y el perdón, como hizo Pedro; en lugar de permanecer, huyó a través de la falsa puerta del suicidio. Para cubrir este hueco, los discípulos eligen hoy a Matías, cuya fiesta celebramos en la liturgia de hoy. ¿Cómo hacen el discernimiento? En un ambiente de oración que busca permanecer en el amor de Dios.
Por qué no rezar hoy con esta petición a modo de mantra, “que nada me separe de tu amor Señor; quiero permanecer en Ti.”"
(Juan Lozano cmf, Ciudad Redonda)
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