jueves, 21 de mayo de 2020

EL ANACORETA Y EL VIAJERO


Estaban el Anacoreta y su discípulo rezando Vísperas, cuando apareció un viajero extraviado. El Anacoreta dejó inmediatamente la oración y fue a atenderlo. Le dió agua, parte de las verduras que se estaban cociendo en la marmita y leche de la oveja. Y le indicó el camino a la ciudad.
Al acabar la oración, el discípulo se mostró algo escandalizado porque el anciano hubiese dejado la oración. Este sonriendo le dijo:
- No quiero que me ocurra como a aquel ermitaño del desierto de Ascete. Allí también un viajero se perdió y encontro al solitario en oración. El viajero intentó en vano hacer notar su presencia. El ermitaño no se daba por enterado y seguía orando. Al final el viajero le golpeó en el hombro: "Perdóname, ¿sabes...?" el ermitaño molesto le cortó: "¿Por qué me interrumpes en mi coloquio con Dios?" El viajero dijo: "Te necesito ¿Puedes indicarme el camino para llegar a Alejandría?" El solitario masculló: "No conozco el camino para Alejandría; pero, si quieres, te puedo indicar el camino para el Paraíso."  El caminante respondió: "¿Y cómo puedo fiarme para ir al Paraíso de alguien que ni siquiera sabe el camino para llegar a Alejandría?"
El Anacoreta guardó un momento de silenció y concluyó:
- Créeme, si queremos guiar a los hombres hacia el Cielo, hemos de empezar por ayudarles a andar por la Tierra.
Y ambos se fueron a cenar, un poco menos que los otros días, porque faltaba la ración que había dado al caminante...

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