lunes, 4 de mayo de 2020

EL ANACORETA Y LA DISCIPLINA DEL CORAZÓN


En el desierto nadie sabe de dónde viene el viento y a dónde va. Pero últimamente, debido a la dejadez humana, suele arrastrar cosas inesperadas. Nadie supo de dónde procedía, pero frente a la cueva del discípulo aparecieron unas páginas de La Vanguardia. No pudo resistir la tentación de leerlas. De pronto sus ojos se iluminaron y corrió en busca del Anacoreta.
- Maestro, ya sé lo que es la disciplina del Libro.
El Anacoreta lo miró pacientemente y lo interrogó con un gesto:
- Mira lo que dice en este diario: "En mi celda encontré una vieja Biblia polvorienta y la abrí al azar. Comencé a leer el prólogo al Evangelio de San Juan y de repente sentí que me invadía un amor inmenso y que mis ojos se llenaban de lágrimas. Aquellas líneas me hablaban a mí, a Frédéric Lenoir como si hubiesen sido escritas pensando en mí. Y sin embargo, al mismo tiempo, sentía que llamaban a todos los hombres. Tenía veinte años y acababa de descubrir al Cristo cósmico que revela San Juan ¡Quería abrazar el universo entero! Han pasado más de veinte años y aquella experiencia sigue marcando mi vida".
El Anacoreta miró sonriendo complacido al discípulo. Pero este se puso serio de pronto.
- Hace dos años que estoy en el desierto, leo la Biblia cada día y nada ha cambiado en mí.
El Anacoreta pasó el brazo por la espalda del discípulo, suspiró y dijo:
- No se trata de leer únicmente. Lenoir tuvo la suerte de que en aquel momento se sentía perdido en una celda de un monasterio cisterciense. Su corazón estaba desnudo. Leyó con el corazón. Dejó que las palabras regaron su corazón...y se hicieron únicas para él.
Miró al horizonte y añadió:
- No podemos aplicar la disciplina del Libro sin aplicar la disciplina del Corazón. Vacíate de todo e intenta leer como si aquello lo hubiesen escrito para tí. Más todavía; léelo como si Dios te lo susurrara al oído.
Y el discípulo volvió sosegado a su cueva... 

1 comentario:

  1. No se trata de leer únicmente. Lenoir tuvo la suerte de que en aquel momento se sentía perdido en una celda de un monasterio cisterciense. Su corazón estaba desnudo. Leyó con el corazón. Dejó que las palabras regaron su corazón...y se hicieron únicas para él.
    Miró al horizonte y añadió:
    - No podemos aplicar la disciplina del Libro sin aplicar la disciplina del Corazón. Vacíate de todo e intenta leer como si aquello lo hubiesen escrito para tí. Más todavía; léelo como si Dios te lo susurrara al oído.

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