domingo, 7 de junio de 2020

DIOS ES AMOR Y DONACIÓN


"Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.
El que cree en el Hijo de Dios no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios."

"El evangelio de hoy, tomado de Juan, es uno de esos textos-cumbre de la literatura bíblica: "tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo" (3,16). Aunque el conjunto de la perícopa es del estilo lapidario y extremadamente simbólico característico de Juan, que nunca podemos pensar que pudiera responder a palabras históricas directas de Jesús.
Lo importante de este fragmento evangélico es que también centra la “figura” de Dios en el amor. Dios es amor, hasta el punto de darlo todo. Y desde esta luz del evangelio hay que entender e interpretar la elaboración doctrinal trinitaria que sólo varios siglos más tarde será estructurada y definida, en diálogo con una cultura filosófica griega que a todos nosotros nos queda muy lejos (sobre todo queda lejos de la cultura actual).
En tiempo de Jesús, la idea-imagen principal que captó la mente de las comunidades de discípulos que lo recordaron y que elaboraron los evangelios, fue la idea del mesianismo, la imagen de un Mesías que se esperaba ardientemente que fuera enviado por Dios... Tres siglos más tarde esa idea estaba ya muy débil, no captaba las mentes, y casi estaba olvidada. La idea-imagen que sin embargo sí captó la mente de los cristianos de fin del tercero y cuarto siglos fueron las ideas e imágenes de la cultura filosófica griega, la metafísica y todas sus nociones emparentadas: sustancia, esencia, hipóstasis... Estas ideas captaban poderosamente el imaginario de los cristianos de aquellos siglos, y así fue posible la elaboración de aquella visión cristológica y trinitaria que quedó luego escrita en piedra al quedar proclamada como oficial y dogmática por aquellos concilios.
Es decir: cada generación, cada época cultural, está dominada por unas ideas principales, hegemónicas, que captan la atención y el sentido profundo del lenguaje cultural que les expresa, y es en ese lenguaje en el que expresan también su forma de ‘concebir’ y de sentir a Dios. Toda la teología trinitaria tiene como base este lenguaje cultural propio de esos primeros siglos de la historia de la Iglesia. Cuando pasa el tiempo, y sobre todo, cuando cambia la cultura y cuando lo hace en profundidad, los símbolos, conceptos y expresiones de la época anterior pierden fuertemente relevancia, dejan de captar las mentes y los corazones, pierden significado, y llegan incluso a perder su inteligibilidad.
Es nuestro caso, en el ocaso de una civilización cristiana occidental, en el que muchos símbolos y conceptos medievales, y sobre todo metafísicos de raigambre filosófica griega están dejando de ser utilizables en esta nueva cultura post-metafísica. Y con ello, también los símbolos, credos, concepciones y dogmas religiosos elaborados en aquella cultura, corren la misma suerte de deterioro, de pérdida de plausibilidad y de inteligibilidad.
Es por eso que los cristianos –y la teología fundamentalmente– están llamados a recrear el lenguaje, a re-expresar su fe en la nueva cultura de la sociedad posmoderna y secular del siglo XXI. Tenemos derecho y también obligación de expresar y vivir nuestra fe en la cultura de hoy. O perderemos el tren de la historia." (Koinonía)



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