miércoles, 12 de enero de 2022

ACTUAR Y ORAR


 En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: "Todo el mundo te busca". El les respondió: "Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido". Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

En el evangelio de hoy vemos a Jesús curando y orando. No podemos olvidar estas dos cosas en la vida: actuar y rezar. El "ora et labora" de los Benedictinos, es el modelo que nos presenta Jesús. Ciertamente debemos actuar en bien de los demás. Pero no debemos olvidar la oración. Esta nos dará el verdadero sentido de nuestra acción. Es allí que encontraremos la voluntad de Dios; lo que Él nos pide. 

"La enfermedad en el tiempo de Jesús era señal de impureza y marginación, muchas veces se asociaba a castigos divinos. Pero, la enfermedad es en sí debilitamiento de un cuerpo sano. Las personas enfermas que se encuentran con Jesús no sólo son tratadas con dignidad, sino que fortalecen su fe y se recuperan; su acción liberadora siempre está asociada a la rehabilitación de la vida, haciéndola sentir valiosa y digna ante Dios. Nuestra acción pastoral debería estar encaminada a la recuperación de tanta enfermedad física y espiritual. En ese sentido nuestro servicio evangelizador ha de ser de compasión y misericordia. Fijémonos en Samuel, a quien Dios no se cansa de llamar para que sea guía y servidor de su pueblo. En estos tiempos de tantos ruidos, no siempre llegamos a comprender el “querer” de Dios para nuestras vidas. Ojalá que sepamos discernir qué voces escuchamos y a qué nos llaman. Seamos oyentes y servidores del Dios que sana y libera, no de los dioses que nos esclavizan y condenan." (Koinonía) 

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