jueves, 11 de enero de 2018

LOS EXCLUÍDOS


"Un hombre enfermo de lepra se acercó a Jesús, y poniéndose de rodillas le dijo:
– Si quieres, puedes limpiarmen de mi enfermedad.
Jesús tuvo compasión de él, le tocó con la mano y dijo:
– Quiero. ¡Queda limpio!
Al momento se le quitó la lepra y quedó limpio. Jesús lo despidió en seguida, recomendándole mucho:
– Mira, no se lo digas a nadie. Pero ve, preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación la ofrenda ordenada por Moisés; así sabrán todos que ya estás limpio de tu enfermedad.
Sin embargo, en cuanto se fue, comenzó a contar a todos lo que había pasado. Por eso, Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, sino que se quedaba fuera, en lugares donde no había nadie; pero de todas partes acudían a verle."

La lepra era sinónimo de impureza. El leproso no podía acercarse a las poblaciones y debía señalar su presencia tocando una campanilla. Tocar a un leproso te convertía automáticamente en alguien impuro.
Esta escena debió romper todos los esquemas de los judíos. El leproso no se aleja, sino que se acerca a Jesús. Cree en Él y sabe que puede curarle. Jesús no sólo los acepta, sino que lo toca. En vez de quedar impuro Jesús, el leproso se cura, pierde su impureza.
Vemos a Jesús que se acerca a los excluidos, no los rehúye. El quiere que vuelvan a formar parte de la sociedad. Le dice al leproso que vaya a los sacerdotes a ofrecer la ofrenda que le devolverá a la vida normal. Es tanta su alegría que, a pesar de la advertencia de Jesús, proclama por todas partes lo que Jesús a hecho con él. Esto hace que todos los excluidos vayan a verle.
En nuestra sociedad sigue habiendo excluidos. Personas que hemos estigmatizado por su manera de ser o de vivir y a los que intentamos mantener alejados. Si nos consideramos verdaderos discípulos de Jesús, es hacia ellos en primer lugar que debemos dirigirnos. Ellos nos necesitan para volver a incluirse en la sociedad.   




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