lunes, 24 de marzo de 2025

PROFETAS DE NUESTRA TIERRA

 


Y siguió diciendo:
– Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. Verdaderamente había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo mucha hambre en todo el país. Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, que era de Siria.
Al oir esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira. Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús. Lo llevaron a lo alto del monte sobre el que se alzaba el pueblo, para arrojarle abajo. Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue.

Nos cuesta valorar a los más cercanos. Creemos conocerlos y además proyectamos sobre ellos nuestros propios defectos.  No vemos que Dios se nos manifiesta en aquellos "pequeños" que nos rodean. Nosotros nombramos a algunos nuestros "modelos" oficiales, pero no sabemos ver la bondad de la gente sencilla. Sin embargo, Dios nos habla a través de ellos. Hay profetas cerca de nosotros.

" (...) A veces, buscamos cosas extraordinarias, y no podemos reconocer lo supremamente extraordinario que tenemos al lado que resulta, por tan familiar, poco “convincente”. Nadie es profeta en su tierra, dice Jesús. Es decir, lo tan familiar y conocido (conocido incluso con sus fallos y con su origen), no puede ser tan bueno. El hijo del carpintero, un hombre normal del pueblo, no puede ser el Salvador.
Muchos de nosotros buscamos fuera lo que tenemos al lado. O se nos da un signo extraordinario (porque yo lo valgo), o no nos sirve.  ¡Y somos los fieles! Y porque somos los fieles, pensamos que nos podemos ganar la gracia con nuestro esfuerzo.  Jesús, sin embargo, nos habla de los “forasteros” que sí creyeron: la viuda de Sarepta con su pocillo de harina y su poco aceite y Naamán. Bueno, a Naamán le costó un poco más, pero al fin pudo alcanzar la humildad de no querer realizar el milagro él mismo haciendo algo asombroso y difícil.
Reconocer la presencia de Dios en lo más sencillo puede ser algo difícil… reconocer la bondad de nuestro más prójimo, la verdad que nos puede decir aunque no la esperamos ni acaso queremos creer, es un gran desafío. Aspiramos a grandes cosas. Entonces, ¿dónde queda la fe? Si para creer hay que ver lo fantástico y maravilloso (que, por supuesto, también puede ocurrir), algunos de nosotros podríamos pasar la vida entera sin fe y siempre tratando de hacer cosas fantásticas y difíciles para ganarnos la gracia y el milagro. La fe es la creencia en las cosas que no se ven… y lo más pequeño, lo de al lado, sí se ve, pero a menudo no se reconoce. Quizá tengamos que hacer un ejercicio de creer en el profeta de nuestra propia tierra. La gracia no se compra. Es la propia gracia la que a veces nos permite hacer cosas extraordinarias. Pero no por nuestro propio poder ni hacer. Hay que dejar que lo extraordinario lo haga Dios y, humildemente, dar las gracias."
(Carmen Aguinaco, Ciudad  Redonda)

No hay comentarios:

Publicar un comentario